La comunidad religiosa de Charlottesville mira al futuro luego de unirse contra la marcha de los supremacistas blancos

Por David Paulsen
Posted Aug 16, 2017

Dolientes y clérigos, entre ellos la Rda. Elaine Thomas, la segunda de derecha a izquierda, oran fuera del servicio en memoria de Heather Heyer el 16 de agosto de 2017 en Charlottesville, Virginia. Foto de Evan Vucci/AP.

[Episcopal News Service] Clérigos episcopales y otros líderes religiosos de Charlottesville, Virginia,  se unieron a centenares de personas que asistían al servicio conmemorativo de una mujer que resultó muerta en medio de los violentos enfrentamientos del pasado fin de semana entre supremacistas blancos y contramanifestantes, en tanto la comunidad interreligiosa de la ciudad hace balance y comienza a mirar al futuro.

“Mataron a mi hija para intentar silenciarla”, dijo Susan Bro, la madre de Heather Heyer, en el servicio conmemorativo que se tuvo lugar en el teatro Paramount de Charlottesville. “¿Bien, saben qué? Sólo consiguieron magnificarla”.

Heyer, de 32 años, formaba parte de un grupo de contramanifestantes que fue arrollado por un auto el 12 de agosto, acción que la mató a ella e hirió a otras 19 personas. Un simpatizante del nazismo de 20 años de edad y procedente de Ohio ha sido acusado de su asesinato.

La Rda. Elaine Thomas, rectora asociada de la iglesia de San Pablo [St. Paul’s Memorial Church], se encontraba entre los clérigos episcopales que concurrieron al servicio conmemorativo de Heyer, parte de un grupo mayor de clérigos de diferentes confesiones que se reunieron más temprano esa misma mañana para su primera reunión semanal desde los tumultuosos eventos del fin de semana. Miembros del grupo, que se conoce como el Colectivo de Clérigos de Charlottesville, se dispusieron a permanecer de pie fuera del teatro como una barrera pacífica y protectora de ser necesario. “Queremos cerciorarnos de que estamos allí en devota presencia”, dijo Thomas —pero no se reportó que hubiera habido ninguna interrupción de importancia en el servicio.

El colectivo comenzó a reunirse aproximadamente cada miércoles este verano para coordinar su respuesta mientras Charlottesville le hacía frente a cientos de neonazis, miembros del Ku Klux Klan y otros supremacistas blancos que acudían a la ciudad para lo que se anunciaba como una concentración para “unir la derecha”. La ciudad se convirtió en un imán para los líderes del autodenominado movimiento “derecha alternativa” [alt-right] después de que el Concejo Municipal aprobara retirar la estatua de Robert E. Lee, quien fuera el general de los ejércitos confederados durante la guerra de Secesión, una decisión que está ahora mismo en litigio en los tribunales.

Sin embargo, la concentración del 12 de agosto fue cancelada antes de comenzar. El municipio la consideró una reunión ilícita luego de que supremacistas blancos blandiendo garrotes y portando armas de fuego comenzaran a chocar con contramanifestantes, algunos de los cuales también portaban armas. Heyer,  una auxiliar jurídica, resultó muerta un rato después esa misma tarde.

Varias docenas de clérigos participan regularmente en las reuniones del Colectivo de Clérigos de Charlottesville, y Thomas dijo que gran parte de la reunión del desayuno del miércoles se dedicó a discutir los eventos del fin de semana y a prepararse para el servicio conmemorativo de Heyer.

Charlottesville se ha convertido en un foco del debate nacional sobre la remoción de estatuas y tarjas conmemorativas de la Confederación, dijo el Rdo. Cass Bailey, vicario de la iglesia episcopal de La Trinidad [Trinity Episcopal Church] en Charlottesville, pero la misión del colectivo sigue centrada en las actividades comunitarias locales.

“El criterio básico ha sido en cierta medida cómo definir la narrativa por nosotros mismos, en el sentido de en qué consiste Charlottesville”, dijo Bailey, “como alternativa a dejar que otros, que en su mayor parte son forasteros, vinieran a Charlottesville y la definieran”.

Bailey estaba de viaje el 16 de agosto y no pudo asistir a la reunión del colectivo ni al servicio conmemorativo, pero él fue parte del grupo de clérigos que se plantó en solidaridad contra el odio racial en las contraprotestas del 12 de agosto. Obispos de la Diócesis Episcopal de Virginia y clérigos episcopales provenientes de todo el país  también se unieron de brazos en las calles de Charlottesville.

Para Bailey, la importancia de participar en tal evento está escrito en la misión de su iglesia, una congregación tradicionalmente negra que se describe actualmente a sí misma como “una comunidad deliberadamente multirracial de reconciliación, transformación y amor”.

“Tomamos muy seriamente nuestra declaración de objetivos y la entendemos como nuestra obra en Charlottesville,” afirmó Bailey. “Y los acontecimientos del 12 de agosto nos muestran en alguna medida que nuestra labor no esta hecha y que queda mucho por lograr. Y tenemos un papel que desempeñar como pueblo de Dios al decir que hay una reconciliación que debe ocurrir y que debe ocurrir con el poder de Dios”.

Charlottesville no está sola en esa tarea. La remoción de las estatuas y monumentos confederados ha inflamado las tensiones en otras ciudades, entre ellas Nueva Orleáns, Luisiana y San Luis, Misurí. Los empeños para promover la reconciliación racial enfrenta la resistencia de los que lo ven como un ataque a la cultura y la historia locales.

Cuando Baltimore, Maryland, removió las estatuas de Robert E. Lee y Stonewall Jackson de la noche a la mañana el 15 de agosto, lo hizo sin fanfarria y al amparo de la oscuridad  en interés de la seguridad pública luego de los disturbios de Charlottesville.

Y en la ciudad de Nueva York, el 16 de agosto, el obispo Lawrence Provenzano de la Diócesis Episcopal de Long Island hizo quitar dos tarjas que honraban a Lee en una iglesia episcopal donde el general confederado asistiera en un tiempo cuando estaba destacado en la vecina base militar de Fort Hamilton. La base del Ejército suscitó recientemente apoyo y críticas por su decisión de no rebautizar dos calles que llevan los nombres de Lee y Jackson.

La Convención General de la Iglesia Episcopal también ha intervenido en el debate, al aprobar una resolución en 2015 en la que condenaba la bandera de batalla de la Confederación como “contraria al testimonio fiel del amor reconciliador de Jesucristo”.

 

Clérigos episcopales protestan pacíficamente en oración

Bailey, el vicario de la iglesia de La Trinidad, resaltó que los residentes de Charlottesville escogieron diferentes modos de mostrar su oposición a los supremacistas blancos que vinieron a la ciudad. Algunos prefirieron ignorar del todo la manifestación racista, para no legitimar a los supremacistas. Otros, como los miembros del clero episcopal, sintieron que era importante presentar puntos de vista alternativos pacífica y públicamente.

Y algunos contramanifestantes decidieron ser más agresivos.

Para los episcopales que se unieron con el Colectivo de Clérigos de Charlottesville en la contraprotesta, “nuestro papel era mostrar que hay una manera no violenta de oponerse a las ideas de la llamada derecha alternativa… una manera de hacerlo con integridad, sin violencia”.

Al preguntarle acerca del subgrupo de contramanifestantes que decidió llevar armas de fuego, garrotes y atomizadores de productos químicos, Bailey contestó: “Creo que cuando te apareces con un arma, es muy difícil no usarla cuando te ves amenazado o cuando la situación se agrava”.

Bailey cree que las tensiones disminuirán con la remoción de la estatua de Lee. El Concejo Municipal aprobó en febrero la remoción, pero esa decisión se ha suspendido en tanto los que se oponen han presentado una demanda legal para revertirla.

“Sería una válvula de escape”, dijo Bailey, si bien reconocía que es imposible afirmar si los grupos supremacistas le prestarían mayor o menor atención a Charlottesville si llegaran a quitar la estatua.

Para muchos en la ciudad la vida sigue adelante —posiblemente con un mayor sentido de propósito.

La familia de Heyer y otras personas que la conocieron la describieron en el servicio conmemorativo del 16 de agosto como alguien con una pasión por combatir la injusticia, pasión que esperaban que la comunidad seguiría propugnando.

“Hagan que la muerte de mi hija valga la pena” dijo la madre de Heyer en el servicio conmemorativo. “Preferiría tener a mi hija, pero, cielos, si he tenido que renunciar a ella, hagamos que eso tenga un valor”.

Los acontecimientos del fin de semana han influido y, de alguna manera, han robustecido los actuales empeños de mejorar la comunidad local, dijo María Niechwiadowicz, administradora parroquial en La Trinidad que dirige el programa comunitario nutricional de la iglesia Pan y Rosas [Bread and Roses].

Todas las injusticias sociales que Charlottesville enfrentaba antes del fin de semana siguen estando presentes —inseguridad alimentaria, falta de vivienda accesible, desigualdad racial— pero “ahora mismo hay un ímpetu en la comunidad”, dijo Niechwiadowicz.

Ella no estaba en las primeras filas de la contraprotesta, desempeñando más bien un papel de apoyo en la iglesia y en el servicio conmemorativo por Heyer. Luego de varios días intensos, algunos vecinos de la ciudad socialmente activos están “a punto de fundirse”, pero es importante regresar a la labor de mejorar Charlottesville para todos, afirmó ella.

El huerto de la iglesia tendrá su reunión de trabajo del jueves, como lo hace cada semana, explicó.  La muestra de la cocina móvil de Pan y Rosas continuará como está programada este fin de semana en el mercado campesino de la ciudad.

Niechwiadowicz y otros miembros también asistieron a la mesa redonda de la Red de Justicia Alimentaria el 15 de agosto, tal como estaba programada. Los organizadores dijeron que cancelarla sería transmitir un mensaje erróneo, que es momento de mantenerse activos.

Thomas y otros miembros del clero decidieron no entrar en el servicio conmemorativo por Heyer y permanecer fuera del teatro y llenar ese espacio con oración. También planean una vigilia con velas y oficios de oración adicionales, pero también necesitan equilibrar su activismo público con la ministración a sus congregaciones.

“La obra de la Iglesia tiene que continuar, porque ese es nuestro trabajo, ser sacerdotes y pastores de nuestro pueblo”, dijo Thomas. Las clases de escuela dominical se reanudarán pronto, explicó. La congregación de San Pablo también está estrechamente vinculada a la comunidad estudiantil de la Universidad de Virginia, cuyo campus se domina desde la iglesia, y el semestre de otoño está a punto de comenzar.

“En algún momento vamos a necesitar dar un paso atrás y ocuparnos los unos de los otros”, dijo Thomas, antes de decidir lo que la comunidad religiosa hará después en respuesta a la amenaza de un regreso de grupos racistas.

– David Paulsen es redactor y reportero de Episcopal News Service. Pueden dirigirse a él en dpaulsen@episcopalchurch.org. Traducción de Vicente Echerri.


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