La Iglesia y la sociedad en general siguen abordando el acoso y el abuso sexuales en la era del #MeToo

Por Lynette Wilson
Posted Jan 28, 2019

De izquierda a derecha, los obispos DeDe Duncan-Probe, de Nueva York Central; Audrey Scanlan, de Pensilvania Central; el obispo primado Michael Curry; Greg Rickel, de Olympia y Mary Gray-Reeves, de El Camino Real, oran el 4 de Julio durante la “Liturgia de la Escucha” en una sesión de la Cámara de Obispos durante la Convención General en Austin, Texas. Foto de Mary Frances Schjonberg/ENS.

[Episcopal News Service] La conducta impropia y el acoso sexuales incluyen más que la violación de parte de extraños o conocidos y el abuso físico. En algunos casos, se trata de un contacto inadecuado, de un beso no deseado en la mejilla, de un abrazo embarazoso o de una mano puesta demasiado abajo en la espalda de una mujer —todas son las formas más obvias del acoso sexual.

Otras formas son menos obvias, más insidiosas. Comentar sobre la apariencia de una mujer, invitar a una mujer a la oficina de uno con el pretexto de una reunión, cuando realmente la intención es de naturaleza sexual. Tratar a las mujeres  y muchachas de “bebé” “tesoro” y “mi cielo”.  Hablar Mientras las mujeres hablan y darles la palabra preferiblemente a los hombres en las reuniones. La permanente diferencia salarial de género.

O, formas comunes que las mujeres clérigos confrontan en la Iglesia Episcopal. “Eres demasiado joven para ser sacerdote”. “Eres demasiado bonita para ser sacerdote”.

A raíz del escándalo de acoso sexual de Harvey Weinstein que sacudió a Hollywood y condujo a la caída de hombres poderosos en diferentes industrias y profesiones, la Iglesia Episcopal, en enero de 2018, comenzó su propio examen de conductas y políticas arraigadas que afectan a las mujeres.

Un año y una Convención General más tarde, la Resolución D034, que establece una suspensión de tres años en el plazo de prescripción por conducta sexual impropia cometida  por un clérigo contra un adulto, entró en vigor el 1 de enero.

“Una suspensión de tres años, eso es muchísimo”, dijo la presidente de la Cámara de Diputados, Rda. Gay Clark Jennings, en una entrevista con Episcopal News Service. Estamos suspendiendo el plazo de prescripción porque queremos oír las voces de ustedes”.

La Resolución D034 fue una de las 24 resoluciones que abordaron el acoso y el abuso sexuales, el sexismo, la desigualdad y la discriminación presentadas por el Comité Especial sobre el Acoso y la Explotación Sexuales; un comité de 49-miembros nombrado por Jennings y compuesto sólo de mujeres.

Como resultado de la labor legislativa del comité especial, dijo Jennings, surgieron de la Convención tres equipos de trabajo: sobre Mujeres, Verdad y Reconciliación; para Desarrollar Normas Modélicas sobre Acoso Sexual  y Adiestramiento para una Iglesia Segura; y para Estudiar el Sexismo en la Iglesia Episcopal y Elaborar Adiestramiento Antisexista.

“Sinceramente, no creo que esto habría sucedido si ese comité especial no hubiera ejercido presión. Si uno se fija en el informe… todas las resoluciones que se presentaron fueron  enormemente exitosas.

“Estos problemas sólo han llegado a ser más urgentes desde la Convención”, dijo Jennings. 

Las decisiones de la Convención General se produjeron después de que los líderes de la Iglesia Episcopal tomaran una serie de medidas.

En enero de 2018, el obispo primado Michael Curry y Jennings hicieron  un llamado a la Iglesia para que examinara su histórica incapacidad de proteger a las víctimas de acoso, explotación y abuso sexuales. La carta, que salió cuatro meses después de que estallara el escándalo de Harvey Weinstein, marcó el comienzo del debate de la Iglesia con sus propios problemas de acoso (The Chicago Tribune ofrece un cronograma de los movimientos #MeToo).

En febrero, Jennings nombró al comité especial. Luego, en mayo, los obispos de la Iglesia Episcopal invitaron a las personas que habían sido lastimadas por la Iglesia a que hicieran reflexiones. Doce de las historias que los obispos recibieron formaron la base de una “Liturgia de la Escucha” el 4 de julio durante la 79ª. Convención General.

Durante la Convención, la Cámara de Obispos tomó otra medida y adoptó un pacto en respuesta al abuso y la explotación.

A fines de septiembre, 328 clérigas episcopales firmaron una carta que se publicó en The New York Times y que suscitó preocupaciones acerca de la defensa que hizo el sacerdote episcopal y ex senador federal John Danforth de Brett Kavanaugh, entonces nominado al Tribunal Supremo de EE.UU. Las denuncias de asalto sexual hechas por Christine Blasey Ford, psicóloga y profesora, y otras dos mujeres contra Kavanaugh pusieron en duda la confirmación del magistrado y detonaron recuerdos traumáticos para muchas mujeres.

Ford acusó a Kavanaugh de asaltarla sexualmente cuando ambos eran adolescentes. [En respuesta], atacaron la credibilidad de Ford. Las audiencias también pusieron al descubierto actitudes machistas hacia las mujeres y las acusaciones de asalto sexual.

El 6 de octubre, el Senado de EE.UU. confirmó el nombramiento de Kavanaugh al Tribunal Supremo por una votación de 50 a 48. Dos días después, The Christian Century publicó un artículo de Jennings en el que abordaba la respuesta de la Iglesia a los sobrevivientes de asaltos sexuales.

Durante las audiencias de Kavanaugh, la credibilidad de Ford se puso a prueba, cuando muchos, la mayoría de ellos hombres, se preguntaron por qué ella había guardado silencio durante 30 años. En su artículo, Jennings daba una explicación del silencio de las mujeres.

“Nuestro silencio parte de la Biblia, donde las mujeres son en gran medida anónimas, tratadas como propiedad, usadas como esclavas sexuales y degradadas por hombres tan heroicos como David y tan divinos como Jesús. Las mujeres a las que llaman por su nombre no ascienden a más del 8 por ciento de los personajes de la Biblia, y menos de 50 hablan realmente”, escribió ella.

Intelectuales feministas y mujeristas, como la Rda. Wil Gafney, sacerdote episcopal y profesora de Biblia Hebrea, han señalado que la violación es normativa en la Biblia, escribió Jennings, desde el faraón, Amón, los hombres de Guibeá y hasta Dios.

“Estos relatos —de hombres que violan y abusan y de mujeres que se quedan calladas— son parte de la tradición religiosa que las muchachas y mujeres absorben mientras se sientan en los bancos de nuestras iglesias cada semana. Ellos han permeado nuestra cultura y han configurado nuestras expectativas de cómo los hombres deben comportarse hacia las mujeres y cómo las mujeres deben responder. De manera que cuando una mujer se llena de valor para hablar —para objetar ser tratada como trataban a las mujeres en la Biblia— no debería sorprendernos que los hombres cristianos la minimicen y la ignoren, tal como los héroes de su fe han hecho en historias transmitidas durante milenios”.

El que Ford compartiera públicamente su historia, le dio a otras mujeres el valor para hablar también, incluidas mujeres de la Iglesia que se acercaron a clérigos y laicos en busca de apoyo. Y en el transcurso del trienio, la Iglesia Episcopal abordará el acoso, el abuso, la inequidad y la discriminación, y mujeres y hombres continuarán contando sus historias.

Por ejemplo, las liturgias de escucha, semejantes a la que se celebró en la Convención General, han continuado a través de la Iglesia. Por ejemplo, durante su 242ª. Convención anual en noviembre, la Diócesis de Nueva York celebró una Liturgia para Escucha y Lamentación.

Las seis historias que se leyeron durante el oficio se presentaron de manera anónima y confidencial; y en su mayoría abordaron las formas menos obvias del acoso, las insinuaciones sexuales inadecuadas, la subestimación del liderazgo de una mujer basada en su edad o en su apariencia física,  el embarazoso cortejo de un sacerdote casado en el bar durante una conferencia de clérigos.

“Los historias son más matizadas, a veces es difícil para las mujeres, y en su mayoría son mujeres, en parte estamos tratando con un mundo de microagresiones… una forma más sutil de opresión”, dijo la obispa auxiliar de Nueva York Mary D. Glasspool en una entrevista con ENS luego del oficio. “Al igual que los confetis, cada caso individualmente parece pequeño, incluso inocuo, pero póngalos todos juntos y hay sencillamente un predominio de lo que es realmente tóxico para las personas y desmoralizante y vergonzoso”.

La Diócesis de Nueva York tiene su propio Equipo de Trabajo #MeToo  y después de la convención estableció una línea de ayuda a la que las personas pueden llamar y compartir sus historias y buscar ayuda. Sin embargo, el trayecto apenas comienza y se irá configurando con el transcurso del tiempo, explicó ella.

“No llegamos aquí de la noche a la mañana, y no vamos a cambiarlo de la noche a la mañana, es por eso el trayecto, el movimiento es parte de eso… es algo en lo que tenemos que seguir trabajando”, dijo Glasspool, añadiendo que el acoso y el abuso sexuales no son diferentes del pecado del racismo.

“No es claramente el caso en este país que por haber tenido un presidente negro durante ocho años hemos resuelto el [problema del] racismo, y no es el caso de la Iglesia que por haber tenido una obispo primada durante nueve años hemos resuelto completamente el [problema del] sexismo”, afirmó ella. “Ese no es el caso”.

Las resoluciones presentadas por el Comité Especial sobre Acoso y Explotación Sexuales y adoptadas por la Convención General brindan un marco más allá de la narrativa para que la Iglesia lo utilice a lo largo del trienio a fin de abordar problemas sacados a relucir por el movimiento #MeToo, tanto en la Iglesia como en la sociedad en general.

Las liturgias y las narraciones son una parte importante de la recuperación, pero hay más labor, dijo Jennings.

“La auténtica labor, el trabajo constante, es cambiar la cultura de las estructuras de la Iglesia que permiten el acoso, la explotación y la violencia de género, y comprometernos de nuevo, y yo espero que la Convención General nos ayudó a redoblar nuestros empeños para que la Iglesia abogue por seguridad e igualdad de las mujeres en el mundo porque estamos obligados a hacerlo, todo ello, porque nuestra propia tradición ha ayudado a crear una cultura donde ese es aceptable”, recalcó Jennings.

“Si la Iglesia ha ayudado a crear esta cultura, es también nuestra responsabilidad ayudar a desmantelarla”.

— Lynette Wilson es reportera y jefa de redacción de Episcopal News Service. Pueden dirigirse a ella en lwilson@episcopalchurch.org.  Traducción de Vicente Echerri.