Del fondo de las aguas: ‘Reinsertados en una historia de resurrección’

Por Mary Frances Schjonberg
Posted Sep 8, 2015

[Episcopal News Service – Costa del Golfo] En los diez años transcurridos desde que el huracán Katrina cambió la Costa del Golfo para siempre, el arco del ministerio de la Iglesia Episcopal recorre aquí una historia de evolución y de transformación repleta de lecciones para el resto de la Iglesia.

Resultaba claro que la recuperación a lo largo de la Costa del Golfo llevaría años y, una década después, la Iglesia Episcopal sirve a comunidades en las cuales el camino de la recuperación ha sido escabroso para algunos y más amable para otros. En algunos lugares, entre ellos partes de Nueva Orleáns, la recuperación es todavía incompleta y dista de ser segura.

“Las cicatrices están allí y, en algunos casos, un profundo dolor sigue emergiendo sin que haya realmente mucha ayuda”, dijo a Episcopal News Service el obispo Morris Thompson, de la Diócesis de Luisiana. “Pero para muchas personas la vida ha tomado un nuevo rumbo”.

Katrina fue directamente responsable de unas 1.300 muertes en Luisiana (la mayoría eran personas mayores de 60 años) y de 200 en Misisipí. Incluyendo las muertes relacionadas indirectamente con la tormenta, se calcula que murieron 1.883 personas. A partir de un cálculo de $151.000 millones en daños a la propiedad, contando $75.000 millones en el área de Nueva Orleáns y a lo largo de la costa de Misisipí, el Katrina ha sido el huracán más costoso en la historia de EE.UU. respecto a pérdidas de propiedades desde que se guarda registro de las mismas.

Luego de tocar tierra en el sur de la Florida como tormenta de categoría 1, Katrina tocó tierra dos veces más a lo largo de la Costa del Golfo, la última como tormenta de categoría 3 en la boca del río Pearl, a lo largo de la costa de Luisiana-Misisipí, aproximadamente a unos 170 kilómetros al norte del último punto donde ingresó en tierra. El huracán barrió todos los pueblos de la costa del Golfo en Misisipí, pero la devastación en Nueva Orleáns atrajo mucha más atención de los medios de prensa.

En la actualidad, unas 2.700 más personas viven en los tres condados costeros de Misisipí que antes de la tormenta y hay más unidades de vivienda, según el informe de la Oficina del Censo de EE.UU. Hay ligeramente más afroamericanos, hispanos y asiáticos viviendo en esos condados y el número de residentes blancos ha descendido en un 4,7 por ciento. Hay alrededor de 5,000 empresas menos y el empleo está ligeramente por debajo del nivel de 2005.

Se ha hecho mucho en los 10 años de recuperación de Nueva Orleáns —recientemente fue parte de la lista de las 50 ciudades de EE.UU. de más rápido crecimiento, en la que un cuarto de su población se ha mudado allí después del Katrina. Sin embargo, si bien ha habido lo que The New Orleans Index at Ten —un informe del Centro de Datos con sede en Nueva Orleáns— llama “un progreso económico motivado por la reforma”, el índice de pobreza de Nueva Orleáns supera los índices anteriores al Katrina y actualmente ha llegado al nivel “terriblemente elevado” del 27 por ciento. El índice de pobreza de EE.UU. es del 14,5 por ciento.

En el área metropolitana de Nueva Orleáns, las disparidades de empleo e ingreso entre afroamericanos y blancos son “más drásticas que las disparidades nacionales”, según el informe, La pobreza también ha aumentado en los pueblos circunvecinos.

La ciudad es también más blanca, con un 7,5 por ciento menos de afroamericanos y un 4,7 por ciento más de blancos, según la Oficina del Censo. Los residentes afroamericanos siguen siendo la raza o etnia más grande de Nueva Orleáns con un 59,8 por ciento, decía el informe.

Las divisiones y desigualdades raciales que sacó a relucir la tormenta siguen afectando la ciudad. Ten años después del Katrina, blancos y negros neorleandeses tienen opiniones drásticamente diferentes de la recuperación de la ciudad, según una encuesta del Laboratorio de Investigación de Política Pública de la Universidad del Estado de Luisiana que fue dado a conocer el 24 de agosto. Casi cuatro de cada cinco residentes blancos (el 78 por ciento) dice que Luisiana se ha “recuperado en su mayor parte”, mientras casi tres de casi cinco residentes afroamericanos (59 por ciento) dice que “en su mayor parte no se ha recuperado”, reza el informe.

Es sobre ese trasfondo que el ministerio de la Iglesia Episcopal progresa todos los días a través de la región.

En los 10 años de recuperación transcurridos hasta ahora, “hemos aprendido muchísimas lecciones acerca de las necesidades inmediatas” y cómo esas necesidades cambian a lo largo del tiempo, dijo Thompson, el obispo de Luisiana. “Ese e un don que el pueblo del Golfo puede compartir con la Iglesia”, sugirió.

El homólogo de Thompson en Misisipí, el obispo Brian Seage, que se convirtió en obispo diocesano a principios de este años, dijo en un mensaje por vídeo a la diócesis que “de la muerte traída por el Katrina comenzó la resurrección de la costa”.

Recuerdan al Katrina diez años después

Rob Radtke, que había acabado de comenzar a trabajar como presidente de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo cuando el Katrina azotó, y quien visitó Luisiana poco después, dijo que la manera en que la organización funciona en 2015 está “profundamente imbuida por la experiencia de responder al Katrina”.

En tanto otras denominaciones contaban con planes de respuesta “muy bien estructurados” en 2005, “la Iglesia Episcopal no había concebido realmente cuál sería su papel en tiempos de desastre”, le expresó él a ENS. Cuando lo contrataron, a Radtke le habían encargado que creara un plan estratégico para la organización y el Katrina puso al descubierto que la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo no había creado “un programa serio de respuesta al desastre en EE.UU., agregó.

(Una serie de publicaciones en blogs sobre la respuesta al Katrina de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo se encuentra aquí.)

En la actualidad, la organización no tiene “una respuesta única que se ajuste a todo” y carece de la “presencia sobre el terreno” con que cuentan otras denominaciones, dijo Radtke. En su lugar, se vale de un modelo de desarrollo comunitario basado en recursos para discernir y ayudar a robustecer las capacidades de las diócesis “de manera que en tiempos de desastre hagan uso de sus dones para responder a las necesidades que se les presenten”.

Después de un desastre, la gente con frecuencia se dirige primero a las casas de culto en busca de ayuda y consuelo. “La Iglesia Episcopal debe aceptar esa realidad”, dijo Radtke. “Es una inmensa oportunidad para el ministerio”, añadió, y una sobre la cual se funda el Programa de Desastres de EE.UU. de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo.

Ese programa continúa asociado con las diócesis de Luisiana, Misisipí y la de Costa del Golfo Central, según Abagail Nelson, vicepresidente primera para programas de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo. Diáconos de la zona han compartido sus experiencias en respuesta al desastres con otras personas en todo el país a través del programa de la organización Asociados en la Respuesta, añadió Nelson.

Además de estar en contacto con episcopales antes de posibles desastres predecibles, la organización se esfuerza en concentrarse rápidamente en fortalecer las respuestas de las congregaciones locales al escuchar “con oídos y corazones abiertos lo que las parroquias locales se sienten llamadas a hacer”, dijo Radtke.

Y, en Luisiana y Misisipí, las congregaciones locales respondieron casi inmediatamente y, 10 años después, muchos de sus ministerios han cambiado y se mantienen. He aquí algunos ejemplos:

Iglesia episcopal de San Marcos [St. Mark’s] en Gulfport, Misisipí
Después del Katrina, la primera respuesta de esta congregación de 169 años fue reunirse para el culto y comenzar a reconstruir una comunidad que había sido devastada por el huracán. El domingo después que el Katrina había arrancado la iglesia de sus cimientos a la orilla del Golfo, los feligreses se reunieron sobre el bloque de hormigón que quedaba. El Rdo. James Roberts (“Bo”), que entonces era el rector, les pidió, con lágrimas en los ojos, a los sobrevivientes que recordaran su iglesia blanca de madera con su torre y sus persianas verdes.

St. Mark’s no existe si así ustedes lo creen”, les dijo él entonces. “Pero si creen que [la iglesia] está en ti y en mí y en el rostro de todos nosotros, entonces la reedificaremos a partir de aquí”.

Siguiendo la iniciativa de Roberts, los feligreses se alejaron un buen trecho de la playa después de la tormenta.

Relocalizaron la iglesia a una cuantas millas tierra adentro y hacia el norte de su lugar histórico, San Marcos se asienta ahora en medio de cinco barrios. Muchas nuevas familias jóvenes se han incorporado a la iglesia. La Escuela Bíblica de Vacaciones este verano tuvo que dividirse en dos grupos debido a los muchos niños que participaron. El ministerio a niños y jóvenes es una nueva característica de San Marcos en estos tiempos, dijo el Rdo. Stephen Kidd, sacerdote encargado.

Kidd también señaló que la transformación no se limita a San Marcos. Todos los clérigos de las iglesias de la Costa del Golfo de Misisipí son nuevos de los últimos cinco años y la mayoría de ellos se encuentra en la treintena o en la cuarentena, apuntó. Ellos y sus congregaciones están transformando sus ministerios, en un lugar convierten su sobreviviente salón parroquial en centro de alimentación para personas indigentes y en otro caso colaboran con el ministerio de los jóvenes. “Todos somos partícipes de esta interesante experiencia de ser clérigos en iglesias en las que todos han experimentados este trauma, pero tenemos también que levantarnos de esto en una variedad de formas nuevas e interesantes”, le dijo él a ENS. “ De manera que se percibe realmente como habiendo sido reinsertados en una historia de resurrección que comenzó antes de que llegáramos aquí”.

Algunos sacerdotes reflexionan sobre el Katrina en una parroquia de Misisipí

La iglesia episcopal y el centro comunitario de Todas las Almas en Nueva Orleáns
El Noveno Distrito Bajo de Nueva Orleáns quedó inundado por cualquier cantidad entre 1 metro y 6 metros de agua cuando los muros del Canal Industrial cedieron luego de que el Katrina tocó tierra. Un mes después, el huracán Rita volvió a inundar el barrio.

Fue en esta comunidad que la Diócesis de Luisiana y la iglesia de la Anunciación [Church of the Annunciation] (véase más abajo) inauguraron, en lo que entonces se llamó iglesia de Todas las Almas [Church of All Souls], una estación misionera para ministrar a las muchas familias que estaban intentando regresar a sus casas. La congregación comenzó en el garaje de un feligrés durante un tiempo en que pocas casas de la calle estaban ocupadas. La congregación alquiló luego un espacio en una iglesia bautista cercana. Actualmente se congrega en una antigua farmacia de Walgreens. Se le dio el nombre de Todas las Almas en honor de las nuevas almas que vendrían a adorar y de aquellas almas que se perdieron en las aguas del Katrina.

El entonces arzobispo de Cantórbery Rowan Williams bendijo el edificio de Walgreens mientras estaba de visita en la ciudad para asistir a la reunión de la Cámara de Obispos en septiembre de 2007. Williams dijo que la plantación de Todas las Almas mostraba que “cuando otras personas huyen, nosotros como cristianos no debemos huir; debemos estar allí”.

Un día antes este año, seis niños venían rebotando una pelota de baloncesto al pasar frente a la iglesia donde Happy H.X. Johnson conversaba con un reportero. Él entró en el edificio para buscar sándwiches de mantequilla de maní y jalea y cajas de chocolate lacteado para ellos.

“Estamos esforzándonos mucho para cultivar a la próxima generación de líderes del Noveno Distrito Bajo”, dijo Johnson. “Tenemos muchísimo trabajo que hacer y ese trabajo casi nunca se acaba, pero lo tomamos en serio”.

El centro comunitario ofrece programas extra escolares gratuitos con tutores voluntarios. “Nos sentimos muy bendecidos y afortunados de que se nos confíe la misión de educar a los hijos de Dios”, afirmó él. “Es una experiencia muy gratificante”.

A diario, dijo Johnson, Todas las Almas vive el imperativo del evangelio de servir al menos entre los miembros de la comunidad. “Estamos haciendo una de las labores más importantes que la Iglesia podría llevar a cabo en una zona que experimentó una inundación y devastación extremas”, señaló.

Después del Katrina, algunos políticos y otras personas dijeron que el Noveno Bajo debía de ser demolido y convertido en área verde. “Esto es más que un área verde. Esto es siglos de propiedad privada, de elocuentes predicadores, de dinámicos músicos como Fats Domino cuya casa queda calle abajo”, dijo Johnson. “De manera que es un lugar con muchísima importancia y muchísima historia, y es sencillamente magnífico que la Iglesia Episcopal se encuentre aquí realizando su obra”.

Happy Johnson sobre cómo Todas las Almas adquirió su edificio

La iglesia catedral de Cristo en Nueva Orleáns
Justo antes del Katrina, el deán de la iglesia de Cristo [Christ Church], Muy Rdo. David duPlantier, era nuevo en su puesto y un estudio había revelado que la congregación de la Avenida St. Charles en el Distrito Jardín [Garden District] quería encontrar una manera de conectarse con la porción de Central City de su barrio. Central City fue un centro de comercio y cultura afroamericano en la primera mitad del siglo XX. Posteriormente decayó, luego de que la ciudad se integrara. Se dice que tiene el mayor porcentaje de homicidios y de iglesias de la ciudad.

Katrina puso en marcha ese deseo de conexión congregacional hasta el punto en que duPlantier dijo que los salones de la catedral se llenaron con las reuniones de tantos grupos comunitarios que a veces era difícil encontrar espacio para la junta parroquial.

“Apenas comenzábamos, pero eso trajo a personas a la catedral —centenares, miles tal vez, en los últimos 10 años”, dijo él. “Nos hemos convertido no sólo en parte del barrio, sino en una parte central del barrio en el que habíamos estado por 120 años”.

DuPlantier definió la transformación la “lógica extensión de lo que es la catedral en su mejor expresión”.

David duPlantier sobre cómo el Katrina cambió la iglesia catedral de Cristo

Después de comenzar como un ministerio diocesano con un fuerte respaldo de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo, la Iniciativa Episcopal de Vivienda Camino de Jericó [Jericho Road Episcopal Housing Initiative] se ha convertido en un ministerio de la catedral. También ha expandido su perspectiva de la misión a partir de construir simplemente un edificio de vivienda hasta ayudar a los residentes a construir comunidades en una ciudad conocida por sus barrios. Un vídeo anterior de ENS del reportaje de los 10 años después del Katrina, cuenta la historia de la evolución del Camino de Jericó.

Iniciativa de Vivienda Camino de Jericó: de construir casas a edificar comunidades

Iglesia de la Anunciación, Nueva Orleáns
Tres semanas después del Katrina, luego que habían sacado el agua del barrio de Broadmoor y, por consiguiente, de la iglesia de la Anunciación [Church of the Annunciation]. había todavía ramas esparcidas entre el revoltijo de bancos que las aguas de la inundación habían sacado a flote. También había pruebas de que los saqueadores habían estado en los edificios y todas las innovaciones recientes en el ala escolar se redujeron a nada, dijo Noel Prentiss, sacristán de la iglesia.

Pero la primera preocupación de la iglesia respecto a la limpieza fue facilitar la ayuda a los residentes de la zona. En efecto, el estacionamiento de la iglesia no tardó en convertirse en el centro de recuperación del barrio.

La labor comenzó a partir de algunas tiendas de campaña y de un contenedor de envíos en el estacionamiento de la iglesia. Las primeras fueron reemplazadas por dos casas móviles; una de doble ancho que servía como espacio de culto y una de ancho sencillo como oficina de la iglesia y de la organización vecinal. Finalmente limpiaron bastante el salón parroquial para utilizarlo como almacén de todos los suministros que acumulaba la campaña de socorro, explicó Prentiss.

Pasaron tres años hasta que la congregación regresó a su santuario.

Al principio la congregación expandió su ministerio para auspiciar y acoger a grupos de voluntarios que llegaban de todas partes del país para ayudar. Cuando estuvo más lleno, el dormitorio de la Anunciación tenía 100 camas en las cuales dormían anualmente unas 1.500 personas. En los últimos diez años, los voluntarios de la Anunciación reconstruyeron 110 casas en el barrio, según el Rdo. Duane Nettles, rector de la iglesia.

En el verano de 2014, el dormitorio se redujo a 35 camas y la congregación ha recibido entre 500 y 600 personas anualmente que venían a hacer trabajos relacionados con el Katrina. Hasta la fecha, un total de aproximadamente 14.500 voluntarios se hospedaron en la Anunciación. Este año el valor acumulado de su trabajo alcanzó la cifra de $10 millones.

“Para nosotros, vemos que parte de nuestro llamado que sale de esto es para recordarle a la gente que las pequeñas iglesias episcopales pueden hacer realmente cosas portentosas”, dijo Nettles. Especialmente, añadió él, aquellas congregaciones que adoptaron el antiguo modelo de una catedral, de ser el centro de la vida de una comunidad.

Otra razón para albergar voluntarios es la de ayudar a otros episcopales a aprender acerca del poder de la misión. Este verano cuando un grupo de jóvenes voluntarios de la Iglesia Episcopal en Carolina del Sur se quede en la Anunciación, la parroquia dispensará el cargo nominal que les cobra a los voluntarios para hacer posible el viaje de los jóvenes.

“Hemos visto la manera en que la misión ha transformado a nuestra congregación y, una y otra vez, le dio una nueva oportunidad en la vida”, dijo, añadiendo que la misión también “de un modo realmente maravilloso ha causado un alboroto” para las congregaciones cuyos miembros vinieron de voluntarios a Nueva Orleáns y luego regresaron a sus sitios de origen para ver lo que podría hacerse en sus comunidades.

“La mejor manera de rehacerse uno mismo es salir y trascenderse a sí mismo”, afirmó Nettles.

Earl Fontan sobre cómo las iglesias ayudaron a Nueva Orleáns

Iglesia episcopal de Santa Ana, Nueva Orleáns
La iglesia episcopal de Santa Ana [St. Anna’s Episcopal Church] en la zona que queda inmediatamente al norte del Barrio Francés, tiene una larga tablilla adosada al muro exterior cerca del nombre de la iglesia. Se llama el Cartel del Asesinato y consiste en una lista de todos los asesinatos que tuvieron lugar en la ciudad hasta 2007. Testifica de los individuos que hicieron las estadísticas del índice de asesinatos de la ciudad mientras la congregación ministraba a los vivos.

Después del Katrina, según el Rdo. Bill Terry, rector de Santa Ana, la parroquia recibió tantas ofertas de ayuda de todo el ámbito de la Iglesia Episcopal, que los líderes finalmente invitaron a representantes de 12 congregaciones, que parecían las más comprometidas, a venir a Nueva Orleáns, La Misión Médica de Santa Ana surgió de esas conversaciones.

La clínica móvil se basaba en un vehículo recreacional que se desplazaba por toda el área metropolitana de Nueva Orleáns ofreciendo atención médica durante una época en que había muy poca otra atención sanitaria disponible. Luigi Mandile, en la actualidad el administrador de la parroquia, pilotaba la furgoneta en esos primeros días “conduciendo en medio de ruinas y árboles y casas y barcos”. Después de un día de escuchar las experiencias de las personas durante el Katrina y en lo que siguió, Mandile volvería a su casa y clamaría “dame fuerzas”, contaba él.

Actualmente la misión médica se concentra en los residentes que no tienen seguro de salud o que no pueden costear sus deducibles y copagos, y aquellos sin una fuente regular de atención sanitaria. La necesidad, si bien difiere de la que había inmediatamente después del Katrina, es crítica.

La esperanza de vida es de 20 años menos que en comunidades a dos millas de los barrios del Treme/Séptimo Distrito/Lafitte a los cuales asiste Santa Ana. Hay una elevada tasa de enfermedades y muerte relacionadas con trastornos cardiovasculares, apoplejías y diabetes, y los residentes con frecuencia usan las salas de urgencia de los hospitales, tanto para problemas que no son de urgencia como en busca de ayuda para controlar enfermedades crónicas.

Pero incluso entonces, la gente tiende a acudir a un sala de urgencia sólo cuando están muy enfermos. Hay una tendencia histórica, cultural, de no buscar tratamiento fuera del barrio, lo cual resulta complicado por la falta de conocimiento sobre los recursos médicos existentes y la falta de transporte, según dijo Terry. El tradicional sistema hospitalario benéfico de la ciudad ha significado que algunos neorleandeses jamás se han inscrito en un plan de seguro ni han escogido a un médico que los atienda con regularidad.

Esas actitudes tienen que cambiar “y estamos trabajando para cambiarlas, pero va a tomar su tiempo”, dijo Diana Meyers, directora de bienestar de la comunidad de Santa Ana.

El otro ministerio post-Katrina de la parroquia, Artes para Niños de Ana [Anna’s Arts for Kids] ha crecido hasta el punto en que cuenta con una maestro titular como su líder y tutores voluntarios que vienen de las universidades de Tulane y Loyola.

“No se trata pues de un grupo de buenas personas que dice ‘leamos un libro juntos’”, dijo Terry, “sino de profesionales, instruidos y motivados, que están llenando las lagunas” del sistema de educación en esa parte de la ciudad.

El programa también ha dado lugar a otro fenómeno que nos confronta.

“He aquí mi dilema: ahora tenemos 30 niños con edades que oscilan entre bebés y adolescentes. De los 30 niños, la mitad no tienen padres aquí”, dijo Terry. . “No hay ninguna fórmula” para ministrar a un grupo de niños con edades de cuatro a nueve años que vienen sin el consentimiento de sus padres. La mayoría de sus padres son drogadictos o están encarcelados, pero estos niños, algunos de los cuales han estado en el programa extraescolar, se aparecen, con frecuencia con camisas planchadas y corbatines.

Vienen, dijo Terry, porque Santa Ana es “un lugar seguro para ellos…es el lugar donde reciben algún amor. Se sienten cómodos, participan, se les habla”. Asisten a la escuela dominical y participan del bufet que se sirve después de la misa.

“Esos chiquillos acuden como hormigas a un dulce y eso molesta a algunas personas”, reconoce Terry. Pero la presencia de los niños es “otro de los fenómenos post Katrina y parte del ministerio que estamos haciendo ahora. Una decena de niños se aparecen a esta iglesia, sin que nadie los invite, para estar aquí y adorar aquí, para estar con nosotros, para sentirse seguros y alimentados”, afirmó. Y les dicen a otros niños del barrio que deben venir también.

Santa Ana tienen incluso planes más ambiciosos para su ministerio comunitario. En 2010, la parroquia compró la histórica Casa Marsoudet-Dodwell, en la avenida Esplanade, a dos cuadras de la iglesia. Construida en 1846, la casa era propiedad de Eliza Ducros Marsoudet, una mujer criolla, y recientemente fue incluida en la lista —2015 New Orleans’ Nine— de los sitios más en peligro de la ciudad.

La casa, que incluye cuartos de esclavos que ahora se llaman “la Dependencia” y que está parcialmente alquilada como un apartamento, estaba llena de basura cuando Santa Ana asumió la propiedad. Parte de los pisos faltaban y necesita una estabilización estructural. Sin embargo, el interior estaba lleno de características históricas, como una habitación en los altos cuyas paredes están hechas de “tablas de gabarra”, madera de árboles antiguos cortados sin duda en el alto Medio Oeste y convertidos en barcazas que traían flotando mercancías hasta Nueva Orleáns. En lugar de enviar las barcazas río arriba, solían desbaratarlas y usarlas en la construcción de casas.

Queda aún mucho por hacer antes de concretar la visión parroquial de un centro comunitario “centrado en las artes y la cultura que encauce las energías y los talentos juveniles de la próxima generación” según dice la página web dedicada al proyecto.

Bill Terry sobre por qué la iglesia debe ayudar a la comunidad

El Dragon Café en la iglesia episcopal de San Jorge, Nueva Orleáns
El diciembre que siguió al Katrina, cuando los neorleandeses estaban volviendo a cuentagotas a la devastada ciudad, el Distrito Jardín y las secciones altas de la ciudad eran “aun un pueblo de frontera” según el feligrés Tom Forbes, abogado marítimo. “No había nada después de las seis de la tarde. Había un supermercado. Era noche cerrada, tenías que conducir por las calles a oscuras. Había tal vez un restaurante abierto… podes recibir un almuerzo de un camión de la Cruz Roja, pero era difícil conseguir una cena”.

Forbes recordaba que el entonces obispo Charles Jenkins sugirió que la iglesia catedral de Cristo —a más de 1,5 kilómetros al oeste de San Jorge [St. George’s] por la avenida St. Charles— debía ofrecer una bolsa de ropa (durante semanas el césped delantero de la iglesia se llenó de percheros con ropa, zapatos y artículos de limpieza); la iglesia episcopal de La Trinidad [Trinity Episcopal Church], con su gran número de clérigos, podría ser un centro de asesoría; y San Jorge, que tenía la tradición de alimentar a la gente durante el carnaval como forma de recaudar fondos, sería la iglesia de la comida.

“Al inicio fue parte de nuestra intención alimentar a nuestros propios feligreses y a cualquier otra persona que llegara”, dijo Forbes, que todavía sirve alimentos en el café. “Y gradualmente, con el transcurso de los años, los feligreses se arreglaron espiritualmente y en lo tocante a la vivienda, pero para entonces habíamos comenzado a reunir una multitud de personas que vivían precariamente o que venían literalmente de la calle, y voluntarios —los voluntarios de fuera del estado que vinieron y realmente salvaron este pueblo”.

En lo que aún se conoce como el Dragon Café, las comidas iniciales de la noche del viernes comenzaron con alimentos donados, entre ellos el equivalente a tres congeladores de uno de los cruceros del Misisipí que entró en la dársena antes de tiempo por carecer de pasajeros, según Forbes. Pronto el café comenzó ofrecer servicios también los jueves por la noche, a menudo con música en vivo y lo que Forbes llama “real camaradería, conmiseración, gratitud y fe”.

En la medida en que el Distrito Jardín volvía a la vida y el café se daba cuenta de que su misión estaba cambiando, la parroquia pasó de la cena al desayuno del domingo para servir mejor a la clientela que estaba atrayendo. El Rdo. Richard B. Easterling, rector de San Jorge, dijo que el personal del café también se dio cuenta de que muchísimas de las otras agencias estaban sirviendo comidas calientes por las noches.

“Lo que hace atractivo a nuestro ministerio es que se trata de una iniciativa parroquial”, dijo Kelly McAuliffe, coordinador de voluntarios del café. “Son personas normales que trabajan en empleos de 9 a 5 y que se levantan un poco más temprano el domingo y sirven”.

Recordando una de las tradicionales oraciones de postcomunión, McAuliffe dijo: “Esta es la obra que Dios le ha dado a hacer a San Jorge”.

Richard Easterling sobre cómo el Dragon Café ministra a los feligreses

La iglesia episcopal de San Pablo, Nueva Orleáns, centro de retorno
El huracán Katrina transformó a la gente tanto como al paisaje físico del Golfo. Connie Uddo dice que ella es un buen ejemplo.

Cuando Uddo y su familia regresaron a la sección Lakeview de Nueva Orleáns en enero de 2006, era sólo una de 10 familias que vivían en calles que solían tener 8.000 casas ocupadas. Las inundaciones del Katrina destruyeron las dos unidades inferiores de la casa de tres apartamentos de su propiedad.

“No hubo insectos, ni aves”, ni alumbrado público, ni entrega de correo ni periódicos “por un año entero”, contó ella. Seguía habiendo saqueos; el automóvil de ellos estaba roto. Resultaba deprimente, y Uddo, que era una profesional del tenis antes del Katrina y que entonces se encontraba sin empleo, no estaba segura de que pudiera seguir viviendo allí.

“Sencillamente, incliné el rostro ante el Señor y le dije ‘Dame una palabra; muéstrame cómo vivir aquí’”, contó ella. Luego Uddo tropezó con un versículo en 2 Crónicas que aconsejaba fuerza y valor con Dios a nuestro lado en presencia de la adversidad.

Decidió entonces habilitar su casa como un centro de recuperación. Ella y otras personas empezaron a limpiar el barrio. Uddo fue a un taller de reconstrucción en la iglesia catolicorromana de Santo Domingo [St. Dominic] que queda frente a la iglesia episcopal de San Pablo [St. Paul’s Episcopal Church] donde el entonces rector de San Pablo, el Rdo. Will Hood, se presentó después que Uddo le hubiera explicado cuál era su trabajo y la invitó a mudar su centro de operaciones a un edificio que queda detrás de San Pablo, donde ella, Hood, la parroquia y la Oficina de Recuperación de Desastres de la diócesis comenzaron el Centro de Retorno de San Pablo, el cual según Uddo se convirtió en el núcleo de recuperación de Lakeview.

Para diciembre de 2013, el centro calcula que había afectado positivamente las vidas de más de 100.000 personas y había coordinado a más de 60.000 voluntarios, al tiempo que también había proporcionado más de $200.000 para las víctimas de los huracanes Sandy e Isaac.

El centro se trasladó a la vecina zona de Gentilly hace unos seis o siete años, contó Uddo, “a tono con el modelo” de ministerio comenzado en Lakeview, pero adaptado al hecho de que el barrio había estado habitado más tiempo después del Katrina que cuando el centro comenzó en Lakeview. Era importante entrar “muy gradualmente”, sin la presunción de decir que la gente de Lakeview venía a mostrarle a los residentes de Gentilly lo que tenían que hacer, apuntó ella.

“Tuvimos que encontrar una manera de reinventarnos”, afirmó.

El Centro de Retorno es ahora el Centro de Mayores de San Pablo para atender a ancianos residentes, tanto en el barrio de Lakeview como en el de Gentilly, muchos de los cuales siguen lidiando aún con problemas derivados del Katrina. Las casas destrozadas siguen estando en pie y los hogares deshabitados pueden verse en algunas calles.

El centro ofrece comidas, servicios de gestión de casos, actividades que van desde bingo hasta clases de computación y prevención de depresión y aislamiento”, e intenta fomentar “un medio ambiente activo y participativo”. Uddo es la directora de desarrollo del centro.

La transformación del centro y, dice Uddo, de su propio corazón, han sido difíciles. Y si bien ella no le desea a nadie un Katrina, “le doy gracias a Dios que me hizo pasar a través de esta tormenta porque soy una persona más profunda y generosa, y tengo mis prioridades definidas”.

Connie Uddo sobre cómo Dios la transformó a través del Katrina

Nota del redactor: este artículo es el último de una serie de relatos y vídeos que hemos publicado a lo largo de una semana acerca del 10º. Aniversario del huracán Katrina y del papel de la Iglesia Episcopal en la continua recuperación de la Costa del Golfo. Otros vídeos e historias se encuentran aquí.

–La Rda. Mary Frances Schjonberg es redactora y reportera de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.