De regreso a la escuela: bendición de mochilas y vidas

Por Pat McCaughan
Posted Aug 26, 2013
El “Día de la Esperanza” de la iglesia episcopal del Redentor proporciona materiales escolares y cortes de pelo, mientras los niños de Sarasota, Florida, se preparan para regresar a la escuela. Foto de la Diócesis Episcopal de Florida Sudoccidental.

El “Día de la Esperanza” de la iglesia episcopal del Redentor proporciona materiales escolares y cortes de pelo, mientras los niños de Sarasota, Florida, se preparan para regresar a la escuela. Foto de la Diócesis Episcopal de Florida Sudoccidental.

[Episcopal News ServiceNiños de todas las edades están disfrutando de un rito de iniciación estacional —la bendición de las mochilas— y obteniendo incluso un poco de ayuda de sus iglesias episcopales para regresar a la escuela.

Para Jalen Henderson, de 12 años y miembro de la iglesia episcopal de San Marcos [St. Mark’s Episcopal Church] cerca del centro de San Diego, asistir a la segunda fiesta anual de “Regreso a la escuela” el 17 de agosto significó recibir papel, lápices, una calculadora y otros materiales escolares nuevos, así como medias, zapatos, un corte de pelo, una foto, un almuerzo y algunos juegos.

“Gracias por darme mi mochila y otros materiales”, escribió Henderson con auténtica gratitud durante una de sus últimas escalas del día —una mesa de manualidades y actividades en el salón parroquial. “Creo que el sexto grado será fantástico”.

Mu Aye, una refugiada kariana que vive en San Diego, también puso por escrito su gratitud: “En verdad me encanta mi mochila y conseguí todo lo que necesitaba. Sin ustedes, habríamos tenido que gastar muchísimo dinero de nuestros bolsillos. Veo a todo el mundo feliz, entre ellos yo”, según dijo la estudiante de una universidad comunitaria.

En la iglesia de Todos los Santos [All Saints Church] en River Ridge, Luisiana, Robin Peters, de 55 años, reconoció ser una de los niñas “más grandes” y de recibir múltiples bendiciones mientras  el Rdo. Jay Angerer oraba el 18 de agosto por los alumnos, los maestros, los padres, el año escolar y las mochilas.

“Necesitaba algunas bendiciones”, dijo Peters, una maestra de kindergarten que también toma cursos de pedagogía en la Universidad de Tulane y quien tiene una hija adulta en la universidad.

Las bendiciones, junto con los obsequios de ropa interior en el llamado “Domingo de Bragas” [Undie Sunday] y  un convite de helados, se combinaron para hacer la ocasión “sagrada y dulce y divertida” para que Peters llevara su mochila negra y verde limón con óvalos lumínicos hasta la baranda del altar junto con unas otras ocho personas.

“Todo el mundo necesita la bendición de Dios cuando se dispone a regresar a la escuela”, dijo ella durante una entrevista telefónica el 22 de agosto desde su casa en la parroquia de Jefferson. “Es un momento de cambio”, según la pequeña Claudia Berault, alumna de 6 años del kindergarten de la escuela subvencionada del Lycée Français. Para su mamá, Eleanor, si bien es una ocasión amable “siempre tiene algo de agridulce”, un reconocimiento de que “crecen tan aprisa”.

“La tradición de la bendición de las mochilas la empezamos en los últimos años y ha sido en verdad muy bonita”, dijo Berault durante una entrevista telefónica el 23 de agosto. “Simboliza que estamos allí para apoyarlos a todos ellos, aunque no seamos su familia directa. Es igual al “así lo haré” que respondemos comunitariamente durante los bautizos: significa que estamos allí, que somos parte de tu gente. Es algo bonito”.

Muchas congregaciones a través del país, desde la iglesia de la Trinidad [Trinity Church] en Fort Wayne, Indiana, hasta la iglesia de Cristo [Christ Church] en San Antonio, Texas, acostumbran a bendecir las mochilas cuando termina el verano y los estudiantes regresan a la escuela. Muchas congregaciones han formado también asociaciones comunitarias y combinan el ritual con iniciativas sociales en   las que ofrecen ropa, artículos de higiene personal, exámenes de salud, comidas, juegos y otras actividades.

En Sarasota, Florida, el “Día de la Esperanza” de la iglesia episcopal del Redentor  [Episcopal Church of the Redeemer] se disfruta como una Navidad en agosto, según dijo Donna Derosier.

El club del equipo de voluntarios reunido para el “Día de la Esperanza” de la iglesia episcopal del Redentor al objeto de distribuir artículos de primera necesidad mientras los niños de Sarasota, Florida, se preparan para regresar a la escuela. Foto de la Diócesis Episcopal de Florida Sudoccidental.

El club del equipo de voluntarios reunido para el “Día de la Esperanza” de la iglesia episcopal del Redentor al objeto de distribuir artículos de primera necesidad mientras los niños de Sarasota, Florida, se preparan para regresar a la escuela. Foto de la Diócesis Episcopal de Florida Sudoccidental.

Para Derosier, de 55 años, madre soltera que esta criando a Fuller, su hijo de 15 años, y a Breanna, su nieta de 11, la jornada es como la respuesta a una oración.

“Ha sido duro”, dijo ella durante una entrevista telefónica reciente. “Trabajé para el estado durante 25 años. Tuve un accidente automovilístico y me hospitalizaron durante tres meses y no me mantuvieron el empleo, después de 25 años. Una vez que pierdes tu empleo, todo se complica rápidamente”.

Batallando por sobrevivir, su casa sujeta a una ejecución hipotecaria, se sintió “encantada” de recibir una llamada de Laura Crouse, feligresa del Redentor y organizadora del evento del 3 de agosto, para invitarla a participar.

“Le pregunté cómo había conseguido mi nombre: lo obtuvo del programa de mochilas en una escuela donde a los niños les permiten que traigan meriendas y comida a la casa durante el fin de semana”, recordaba Derosier.

A partir de ahí todo empezó a ir mejor.

Ella y su familia participaron de un abundante desayuno de salchichas y huevos, preparado por un feligrés del Redentor y por Jeff Trefry, un chef profesional que dijo estar “feliz de poder colaborar con mis dones”. Luego, él sirvió un almuerzo de carne de falda en salsa con puré de papas, así como una variedad de bocadillos a lo largo del día.

Durante el día, los Derosier fueron pasando a través de todos los puestos: exámenes médicos, dentales y oftalmológicos; tratamiento de fluoruro dental; un improvisado salón de belleza y barbería y un estudio fotográfico. Recibieron materiales escolares, artículos de higiene personal, tarjetas de regalo para ropa y zapatos, biblias y juegos, e incluso la oportunidad de jugar a los bomberos —con cascos, chalecos y equipos de los bomberos locales, que se ofrecieron a contribuir a las actividades de la jornada.

Crouse dijo que en el evento se atendieron a unos 150 niños, “tantos como nuestro campus puede  acomodar”, gracias a una recaudación de fondos y a donaciones personales que ascendieron a $16.500.

Olivia White, de 16 años y sobrina de Crouse, sirvió de embajadora para una familia de cinco “de manera que ellos nunca se sintieron solos”, durante todo el día.

De los menores que ella tuvo a su cargo, niñas de 15 y 13 años y varones de cinco y seis, no todos se mostraron entusiastas con los chequeos de salud, pero se embullaron cuando les hicieron sus nuevos peinados y cortes de pelo, explicó White.

“Es ahí donde interviene la magia” afirmó ella. “[Los estilistas voluntarios] te hacen sentir como una celebridad y eso es una gran cosa. Cuando te ves bien, te sientes bien. Una chica de 15 años que estaba por empezar en la escuela superior se sentía feliz de haber logrado eso”.

Las fotos también resultan una gran atracción. “Las fotos son estupendas. Toman una foto individual de cada uno y luego también una foto en familia. Es realmente genial”.

Según avanzaba el día, las amistades crecían, añadió White. “Comemos juntos. Terminamos jugando juntos. Afuera hay lanzamiento de aros, pintura de uñas, helados y palomitas de maíz. La jornada es increíble. Terminan con el almuerzo; los despedimos con el estómago lleno. Todo el proceso toma unas cinco horas, pero pasan rapidísimo”.

De la misma manera, la iglesia de San Mateo [St. Matthew’s Church] en Ontario, Oregón, se asocia con el Departamento de Servicios Humanitarios del estado, las escuelas y otras organizaciones, ya que juntos “podemos hacer más de lo que podemos hacer por separado”.

San Mateo lleva a cabo recaudaciones de fondos y sirve como centro de distribución de las mochilas, en conjunto con otras organizaciones, según dice Prudence Sherman, feligresa que organizó el evento del 12 de agosto.

El promedio de asistencia dominical a la iglesia es de 45 personas, pero este año atendió a unos 600 niños en total, y los suministros que sobraron se distribuyeron en la localidad, dijo ella. “Podemos ser pocos en número, pero no nos arredra el tamaño”, agregó Sherman, una ex maestra. “Vimos que había una necesidad y nos comprometimos. Tenemos muchísimo que hacer y estamos comprometidos a hacerlo.

Janie Padgett, coordinadora de desarrollo del Departamento de Servicios Humanitarios de Oregón, dijo que la zona es una comunidad agrícola que enfrenta dificultades económicas pero que “pese a las desventajas, encontramos formas de servir a los niños. Es un buen ejemplo de cómo, cuando la Iglesia y el gobierno y la comunidad empresarial se asocian, podemos ser muchísimo más capaces de responder a las necesidades de nuestras comunidades”.

Heather Smith de la iglesia de San Marcos dijo que al menos 15 congregaciones en la Diócesis de San Diego han apoyado la Fiesta de Regreso a la Escuela, en su segundo año.

Cada vez más miembros y organizaciones de la comunidad están participando, y ella espera que el número siga creciendo, de manera que más niños reciban ayuda. Se atendieron a unos 200 niños que se inscribieron con antelación a través de la tutoría extraescolar, del almacenaje y distribución de alimentos y de otros programas, amén de otros 25 que acudieron sin inscribirse previamente, explicó.

“Nuestra idea es que todos los niños deben sentirse entusiasmados y tener lo que necesitan para regresar a la escuela, y ésa no es la realidad para muchos niños”, dijo Smith, de 34 años. “La idea era que podíamos hacer pequeños cambios que significaran mucho para ellos. Ya ellos enfrentan bastante dificultades y esto puede tener un impacto duradero”.

Para Derosier, en Sarasota, asistir al “Día de la Esperanza” de la iglesia del Redentor fue todo eso, y más.

“Poco sabía yo, cuando llegué allí, que sería tan extenso y tan bien organizado”, comento. “Fue increíble”.

¿Y las cosas estupendas que nos llevamos?

“Ahora bien, nos hicieron unas fotos bellísimas, una foto realmente magnífica de mi nieta. Yo no he podido comprar ninguna foto de la escuela. Sencillamente no he tenido el dinero”.

Y afuera, a punto de marcharse, agregó: “Hubo una donación de plantas. Ahora tengo una planta de tomate que crece en mi patio, y tiene un tomate. En verdad fue lindo pasar el día de este modo con mi hijo y con mi nieta”.

–La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service y está radicada en Los Ángeles.

Traducción de Vicente Echerri