El Salvador: Grupo de jóvenes estudia una historia brutal en su contexto

Por Lynette Wilson
Posted Jul 25, 2013
Chuck Stewart interprets for a youth group from the Episcopal Diocese of Central New York during a visit to El Mozote, the site where in 1981 government troops massacred 800 residents of the village. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

Chuck Stewart interprets for a youth group from the Episcopal Diocese of Central New York during a visit to El Mozote, the site where in 1981 government troops massacred 800 residents of the village. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

[Episcopal News Service] Al entrar en el pequeño y tranquilo pueblo de El Mozote, resulta difícil entender que una de las mayores violaciones a los derechos humanos en la historia moderna de América ocurrió aquí hace 31 años.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos calificó  las masacres de 1981 en El Mozote y sus alrededores como “un plan sistemático de represión” llevado a cabo por las fuerzas armadas de El Salvador durante la guerra civil.

Entre el 11 y el 13 de diciembre de ese año, soldados del gobierno mataron a tiros a más de 800 personas, más de la mitad de ellos niños, en lo que fue la mayor masacre del conflicto armado que duró 12 años en El Salvador y en el que murieron unas 75.000 personas.

“Me hizo acordar de My Lai”, donde soldados del Ejército de EE.UU. asesinaron a más de 300 civiles desarmados en Vietnam del Sur en 1968, dijo Audrey Cleaver-Bartholomew luego de visitar el memorial de El Mozote como parte de una peregrinación de jóvenes episcopales.

Audrey Cleaver-Bartholomew, foreground, and Pilar Padrón during a visit to the Museum of the Salvadoran Revolution. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

Audrey Cleaver-Bartholomew, foreground, and Pilar Padrón during a visit to the Museum of the Salvadoran Revolution. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

Cleaver-Bartholomew estudió las limpiezas étnicas de la década del 90 en la ex Yugoslavia y la masacre de My Lai en una clase sobre genocidio en la escuela secundaria, pero la masacre de El Mozote no la mencionaron, dijo ella.

En El Mozote, los soldados llevaron a cabo la masacre durante dos días y medio, explicó Cleaver-Bartholomew, de 19 años. “[Los soldados] tuvieron tiempo de pensar en eso. Fue tan sistemática. ¿Qué puede llevar a la gente hasta ese punto?

“Puedes entender los detalles, pero no los motivos”, añadió.

El grupo de jóvenes —seis muchachas con edades entre 14 y 19— visitó muchos sitios históricos de El Salvador, entre ellos la capilla del hospital de la Divina Providencia, donde el arzobispo Oscar A. Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980; el Centro Romero y el Museo de los Mártires en la Universidad de América Central; el Monumento a la Memoria y la Verdad, que incluye los nombres de las personas que murieron durante la guerra civil; el Museo de la Revolución Salvadoreña y El Mozote, el sitio de la masacre de 1981.

La Diócesis Episcopal de Nueva York Central y la Iglesia Anglicana-Episcopal de El Salvador han tenido una relación de compañerismo, formal e informalmente, durante 20 años, dijo Chuck Stewart, presidente del comité de diócesis compañeras y miembros de [la iglesia de] Santiago Apóstol [St James] en Skaneateles.

Esta fue la séptima peregrinación de jóvenes que Stewart ha llevado a El Salvador.

El viaje tenía por objeto dar a conocer a los jóvenes una cultura diferente, “y mostrarles que, no obstante, las personas tienen aquí las mismas aspiraciones”, dijo Stewart. En más de 20 viajes que él ha hecho a El Salvador a lo largo de los años, añadió “he aprendido que las personas son las mismas en todas partes, que pueden ser alegres y felices en medio de la miseria”.

Además de visitar diversos sitios históricos, el grupo también viajó a comunidades de pobreza extrema asistidos por la Iglesia y la Fundación Cristosal, una organización de desarrollo comunitario basada en los derechos humanos.

Algo que Cleaver-Bartholomew notó hacia el final de la visita de una semana a El Salvador fue que, pese a la historia de violencia y a la violenta realidad actual —El Salvador tiene uno de los índices de violencia más altos del mundo—, la gente vive en relativa paz, sin las ansiedades cotidianas que padecen las personas que disfrutan de abundancia.

“Pensarías que sería lo contrario”, dijo Cleaver-Bartholomew. “Había oído hablar de El Salvador antes de venir, pero no te das cuenta hasta que estás aquí”.

The group descends from the hill where some of the women and children were said to have been massacred in El Mozote. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

The group descends from the hill where some of the women and children were said to have been massacred in El Mozote. Photo: Lynette Wilson/Episcopal News Service

De 1980 a 1992, El Salvador fue víctima de una brutal guerra civil librada entre su gobierno dirigido por militares y respaldado por EE.UU. y una coalición de grupos guerrilleros, organizados como el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, o FMLN. La guerra fue impulsada fundamentalmente por las enormes desigualdades que existían entre una pequeña elite adinerada, que controlaba el gobierno y la economía, y la mayoría de la población que vivía en extrema pobreza.

Pilar Padrón, una de los acompañantes del grupo, visitó El Salvador por primera vez en un viaje de jóvenes semejante proveniente de [la diócesis de] Nueva York Central.

“La última vez que vine tenía la edad que ellos tienen”, dijo Padrón. “Eso cambió mucho mi vida. Estoy ansiosa de ver cómo han de cambiar ellos”.

Padrón visitó El Salvador por primera vez cuando tenía 16 años. Anteriormente había visitado la República Dominicana, donde nació su padre. Sin embargo, nada la preparó para la pobreza y la capacidad de adaptación que presenció.

“Me hizo sentir que quería hacer más por ellos… Me abrió los ojos al sufrimiento y me mostró que hay maneras en que podemos ayudar”, afirmó, añadiendo que después comenzó a sentirse llamada al sacerdocio y a la obra de salvar las brechas entre comunidades y países. “Me hizo querer salir en defensa de algo, de personas, a dirigir comunidades de fe y a enseñar el evangelio”.

Padrón, que estudia actualmente en el campus de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY) en Fredonia y que es miembro de la iglesia episcopal de San Pablo [St. Peter’s Episcopal Church] en Westfield, Nueva York, es aspirante a órdenes en la Diócesis de Nueva York Occidental.

“Estoy ansiosa de ver donde [las chicas] aplicarán esta experiencia más tarde en la vida”, apuntó.

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Los nombres de las personas que fueron masacradas aparecen listados en la pared del monumento conmemorativo en El Mozote. Foto de Lynette Wilson para ENS.

 A cuatro horas en auto desde San Salvador, el pueblo de El Mozote está localizado en Morazán, un departamento, o “estado” del nordeste de El Salvador que los rebeldes controlaron durante los últimos años de la guerra civil. El Mozote permaneció neutral durante la guerra, y a sus ciudadanos les dijeron que estarían a salvo mientras no se alinearan con los rebeldes. Al final, eso no es lo que sucedió.

Cuando los soldados llegaron por primera vez a El Mozote en 1981, explicó la guía local Estella López Chica, separaron a los hombres de las mujeres y los niños, y mataron a los hombres primero.

El grupo visitó también la capilla del hospital de la Divina Providencia, donde el arzobispo catolicorromano Oscar A. Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980. Foto de Lynette Wilson para ENS.

El grupo visitó también la capilla del hospital de la Divina Providencia, donde el arzobispo catolicorromano Oscar A. Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Los soldados violaron a las mujeres y las niñas antes de matarlas, y a los niños pequeños y los bebés los encontraron más tarde degollados y colgados de las ramas de un mangle, contó López.

La madre de la guía sobrevivió a la masacre, según dijo ella, porque estaba fuera del pueblo vendiendo algunos artículos en un mercado cercano el día en que los soldados llegaron. El relato se basa en el testimonio del único sobreviviente.

“Hoy fue realmente impactante, me quedé en verdad muy emocionada, de sólo saber que alguien podría hacerle eso a otra persona”, dijo Molly Allyn, de 15 años y miembro de la iglesia de Santiago Apóstol [St. James Episcopal Church] en Skaneateles.

El viajar juntos a este ambiente, donde todo es muy serio, uno llega a conocer un lado diferente de las personas, afirmó.

“En la furgoneta, podemos estar insufribles a veces. Pero al primer o segundo día después de aprender acerca de la guerra civil por primera vez, pasamos de la conversación y la risa al completo silencio”, dijo ella. “Es difícil para nosotros procesarlo a veces, porque no podemos relacionarlo con algo que haya sucedido en nuestras vidas.

“Estar aquí no es como sentarse en una clase de historia”.

El Mozote fue una experiencia perturbadora y difícil de procesar, dijo Mary Sawyer, de 19 años y miembro de la iglesia episcopal de San Mateo [St. Matthew’s] en Moravia.  Ella asistirá a la Universidad Comunitaria de Onodaga en Syracuse, en el otoño.

“Siempre me he sentido segura en Estados Unidos”, dijo Sawyer. “soy de un pueblecito donde todo el mundo se conoce. No puedo imaginar cómo alguien podría pasar por eso. No tengo más que compasión por esas personas”.

Sam Laurie, de 16 años, asiste a la primaria superior y es miembro de la iglesia de Cristo [Christ Church] en Manlius, participa en [el programa] Modelo Nacional de las Naciones Unidas, en el cual a un grupo de estudiantes les asignan un país y un comité, y dirigen un remedo de asamblea general en la cual discuten temas y escriben y presentan resoluciones. En el pasado, a Laura le han asignado Pakistán, Suiza y Hungría.

Laurie aprendió muchísimo acerca de El Salvador, dijo, poniendo en contexto algunos de los conocimientos adquiridos mientras estudiaba América Latina en el período postimperialista y posterior a la Guerra Fría en sus clases avanzadas de historia. Ella también ha sido testigo presencial de cuan devastador puede ser para un país propenso a terremotos u otros desastres naturales, con nada más que materias primas para vender en el mercado global, dejar de ser una cultura dependiente de naciones más ricas.

En la universidad, Laurie se propone estudiar relaciones internacionales. Dijo que esperaba llegar a convertirse en diplomática.

“Esta experiencia me ha cambiado, me ha abierto muchísimo los ojos”, afirmó, añadiendo que, si la gente realmente supiera lo que está ocurriendo en el mundo, se empeñarían en cambiarlo.

“Pero o no saben o no quieren saber”, dijo Laurie. “El mundo nunca es el mismo. Cambia todos los días de una forma o de otra. Lo que la gente puede controlar es el que cambie para mejor o para peor”.

– Lynette Wilson es redactora y reportera Episcopal News Service. Actualmente está radicada en San Salvador, El Salvador.

Traducción de Vicente Echerri


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