‘Acompañantes’ en ambos lados de la tumba

Por Pat McCaughan
Posted Nov 2, 2012

[Episcopal News Service] El hermano Ron Fender pasará el 1 y el 2 de noviembre, las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos [respectivamente], recordando a los desamparados y a los muertos que nadie reclama, primero adornando sus tumbas con flores y, un día después, con una comida y una Eucaristía.

Si bien la conmemoración de los muertos en la Iglesia Episcopal es una tradición de larga data, la de Fender se cuenta entre un creciente número de ministerios comunitarios que “acompañan” a los pobres, los desamparados, las personas marginadas y solas, en ambos lados de la tumba.

Como  asesor de la Cocina Comunitaria de Chattanooga, Fender, monje de la Hermandad Episcopal de San Gregorio [Episcopal Brotherhood of St. Gregory] brinda toda una gama de servicios a las personas sin hogar, entre ellos el celebrar una vigilia con los moribundos y también darles sepultura.

El ministerio surgió “poco después de que yo llegué aquí”, recordaba él durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina. “Uno de los hombres sin hogar sufrió un colapso aquí en la cocina y dejó de respirar. Le dimos resucitación cardiopulmonar, lo llevamos al hospital y allí lo pusieron en ventilación asistida. Pero después de algunas horas, los médicos me llamaron y me preguntaron si él tenía familia.

“Yo sabía que no tenía porque él me había dicho muchas veces que estaba solo en el mundo y le preocupaba que no hubiera nadie para enterrarlo”, recordaba Fender. “El médico me dijo, ‘en verdad debemos dejarlo partir’. Comenzaron a desconectarle todo. Yo estuve junto a él hasta el fin.

Con esa muerte me di cuenta de que “yo no quería que ninguno de ellos muriera solo y, aun si morían solos, yo no quería dejarlos insepultos sin algún reconocimiento de quienes habían sido y del hecho que yo les había querido y de que Dios los había recibido en sus brazos”.

Eso fue hace 10 años. Su ministerio ha evolucionado de tal manera que la oficina del médico forense le avisa cuando tienen un cadáver al que nadie reclama. El condado dona una tumba y las funerarias la localidad ofrecen sus servicios y un ataúd de cartón.

Él despide el duelo de los muertos “y trato de personalizarlo”, contó Fender. “Yo sí siempre les aseguro a los que están reunidos allí que esa persona ya dejó de no tener hogar. Que esa persona ha encontrado un hogar. Nosotros somos los desamparados, pero que esa persona ya ha dejado de serlo”.

Fender cree que una noche cualquiera “hay de 300 a 500 personas durmiendo a la intemperie”, dijo él. “Chattanooga tiene un albergue de emergencia, y tiene 42 camas para hombres y 12 para mujeres, de manera que un gran número de personas duerme a la intemperie”.

‘Vigilia’ sagrada en Los Ángeles
En Los Ángeles, la triple colaboración de la Rda. Sarah Nichols, del Prof. Don Gabard, de la Universidad de Chapman y de la Dra. Pamlyn Close, ha preparado a casi 100 voluntarios para el programa A Tu Lado [By Your Side], un programa concebido para “encontrar a las personas donde se encuentren y sirviendo de compañeros compasivos de los agonizantes”.

Nichols, director de cuidado pastoral de Comunidades y Servicios Episcopales de la diócesis, dijo que los voluntarios ofrecen “el don de la auténtica presencia” a los que se encuentran en los hospitales, asilos de ancianos, instalaciones de atención sanitaria a largo plazo, sus propias parroquias y comunidades de influencia.

“La investigación revela que la compañía y el apoyo espiritual son dos de los deseos más importantes al final de la vida, y no obstante muchos norteamericanos mueren solos”, dijo Nichols en un correo electrónico a Episcopal News Service.

“Al enfrentarse a la vulnerabilidad del fin de la vida, todo ser humano merece que le afirmen la santidad [de su persona] y que le reconozcan su espiritualidad mediante la presencia compasiva de otra persona, de cualquier modo que le resulte significativo”, añadió.

No se trata de hacer proselitismo ni incluso de orar, dice Don Gabard, fisioterapeuta y párroco de la iglesia de Todos los Santos [All Saints] en Pasadena, a quien la muerte de su madre y el servicio voluntario lo ayudaron a inspirar A Tu Lado.

Hace seis años su madre se estaba muriendo de un cáncer ovárico en Carolina del Norte y “ella me hizo saber claramente que quería que yo estuviera allí”, recordaba él en una reciente entrevista telefónica con ENS. “Yo me sentía muy entristecido por su muerte, pero al mismo tiempo muy agradecido de poder estar allí”.

Él también ha hecho trabajo voluntario en el centro médico de la Universidad del Sur de California en el condado de Los Ángeles, donde por lo menos el siete por ciento de los pacientes son personas sin hogar y nunca tienen quien los visite.

Lo que muchas personas realmente quieren “es contar su historia”, agregó. “Pueden contártela muchas veces pero cambia porque lo que están haciendo es encontrándole un sentido a la vida”.

Así que “no existe ninguna fórmula para esto. Las personas tienen su manera única de darle sentido o de encontrarle sentido [a la vida] en su fe, si tienen fe”.

Gabard recordaba la visita a una niña de siete años. “Sus familiares la abandonaron cuando descubrieron que tenía una enfermedad catastrófica que iba a quitarle la vida”.

“No podían resistir estar allí. Lo que hicimos como voluntarios fue sostenerla y cantarle y consolarla como uno hace con cualquier niño. Si hay derechos que son inalienables, el de ser sostenido y amado como niño es ciertamente uno de ellos”.

Los voluntarios visitan a los que  se encuentran desatendidos por su familia, no tienen familia, o son muy jóvenes o  tienen más de 80 años. De todo tipo. No puedo predecir quién o qué voy a ver cuando vaya allí”.

Durante dos años como voluntaria de A Tu Lado, Sharon Crandall, feligresa de la iglesia de Nuestro Salvador [Our Saviour] en San Gabriel, California,  [el ministerio] de visitar a los moribundos “ha sido mucho más gratificante y transformador de lo que yo nunca habría imaginado”.

“He aprendido que el mejor enfoque es no tener ninguna expectativa. Aprender a conocer a personas cuando se encuentran en el proceso de morir me ha ayudado en mis relaciones con los demás y en mi relación con Dios”, afirmó.

“También me dio el valor y la compasión para cuidar a mi tía en sus últimas semanas y a mi suegra en sus últimos meses. Ambas tenían el deseo de morir en su casa. Fue tan gratificante poder compartir este tiempo con ellas dos. Es un don que uno realmente tiene que experimentar, la gracia de la agonía”.

Esperanza y ángeles en Detroit
A las 4 P.M. el tercer miércoles de cada mes, Carolyn Gamble, guardiana mayor de la iglesia episcopal de San Cristóbal-San Pablo [St. Christopher’s-St. Paul’s] en Detroit se reúne, junto con Kaitlyn, su nieta de 13 años y otras personas, en la Funeraria Perry.

Ellos encienden una vela, leen los nombres de los muertos que nadie ha reclamado en la ciudad, oran y cantan.

Al igual que Gabard en Los Ángeles, la participación de Gamble partió de la experiencia personal. Su madre había vivido tanto en Nueva York como en Detroit y “cuando ella murió le celebraron servicios religiosos en ambos lugares”, explicó Gamble durante una entrevista telefónica el 29 de octubre.

Cuando otra feligresa le habló de los fallecidos en la ciudad que nadie reclamaba en la morgue, “de la manera en que disponían de sus cadáveres, sin oficio religioso ni nada, realmente me impacto”, contó ella. “Me resultó extraño, sentí que alguien debía hacer algo”.

La funeraria facilita el espacio y los nombres de aquellos a quien nadie reclama. La iglesia ha ofrecido servicios no denominacionales desde 2008, según la Rda. Deborah-Semon Scott, rectora de San Cristóbal-San Pablo. En ese tiempo, “he perdido la cuenta de a cuantas personas les hemos celebrado un culto”, dijo, “Anda en los miles”.

Ella ha oficiado por igual en entierros para bebés que para personas centenarias. Usualmente no hay cenizas ni cuerpos presentes. En su lugar, se enciende una vela y hay una sola rosa de tallo largo que lleva una tarjeta con el nombre y la fecha de nacimiento y muerte de la persona, si se conoce, por cada individuo que se recuerda. En varios oficios, ha habido un mínimo de 30 velas y rosas o un máximo de 60, agregó.

“Podrían haber estado en un asilo; a veces tenemos oficios por bebés que se malograron o que murieron al nacer o nacieron muertos”, según cuenta Semon-Scott. “Y también hemos tenido servicios para individuos de quienes se encontraron los restos y tienen como fecha de muerte el día en que los encontraron. Todo lo que pueden hacer es decir que fueron hombres o mujeres y en ocasiones ese dato es bastante impreciso. Suena macabro, pero es un hecho real”.

El ministerio comenzó después que un ex feligrés oyó una transmisión radial  de que Detroit y otras grandes ciudades  tenían acumulación de cadáveres no reclamados. “Él pensó lo triste que era que alguien viniera a esta vida y fuera parte de este reino por cualquier extensión de tiempo y partiera como si nunca hubiera estado, y no pudiera hacerse algo al respecto”, contó ella.

Después de las oraciones, hay himnos, “algo que todo el mundo se sepa, como “Mantennos unidos, Señor” [Bind us together, Lord].

“Estos son seres humanos creados a imagen del creador y toda vida es sagrada, cualquiera sea el tiempo que nos ha sido dado: la buena, la mala y la fea. Debe ser celebrada, reconocida y agradecida porque ellos anduvieron sobre la tierra”, afirmó. “Entrar en la noche como si nunca hubieras existido es muy triste”.

Aunque el ministerio “ha tocado profundamente las vidas de las personas que han sido parte de él”, los voluntarios son pocos, tal vez porque es malentendido.

“Creíamos que haríamos esto una o dos veces al año”, recordaba Gamble. “Creíamos que [la idea] cuajaría y que otros querrían hacerlo también. Pero no cuajó. No hemos encontrado gente que se interese”.

Semon-Scott estuvo de acuerdo. “Cuando reivindico esto como uno de nuestros ministerios comunitarios, como una misión de la Iglesia, usualmente la respuesta de otros clérigos es ‘oh, tiene que ser horrible ir y hacer eso’”.

Paradójicamente, es cualquier cosa menos eso, dijo Semon-Scott. “¿Cómo podría algo que uno supondría que es lúgubre conllevar una paz jubilosa? Y sin embargo, así es. Subrayó ella. “Uno puede marcharse y saber que hacerlo fue algo bueno y justo”.

Volviendo a Chattanooga, Fender dijo que él había dado sepultura a 26 personas el año pasado. “Este año, hasta el momento, han sido sólo 12, gracias a Dios”.

El ministerio es importante “porque la conexión entre nosotros y los que han muerto sigue siendo muy fuerte”, agregó. “Pienso que estamos conectados eternamente a través de Dios y cuando visito el cementerio y esas tumbas sé que esa persona está presente allí conmigo. La muerte puede ponerle fin a una vida terrena, pero no le pone fin a un ser.

“Somos seres espirituales con una experiencia humana terrenal y nuestra conexión con ellos es muy fuerte. Creo que mientras los recordemos sabemos que nos devuelven la mirada con amor y acción de gracias. Siempre les digo a mis amigos desamparados cuando visito sus tumbas que los veré de nuevo algún día”.

–La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service y está radicada en Los Ángeles. Traducido por Vicente Echerri.