¿Son las iglesias, lugares sagrados, fácil blanco de los ladrones?

Por Pat McCaughan
Posted Feb 17, 2012
Damaged window

Several stained-glass windows at St. Paul and St. James Church in New Haven, Connecticut, were damaged by vandals during a break-in in 2011. Photo/Ryan DeLoach

[Episcopal News Service] El “robo de iglesias” en Google y otros motores de búsqueda arroja una tendencia en aumento.

Robos recientes de cableado eléctrico de cobre, principalmente de unidades de aire acondicionado que se encuentran al descubierto, así como otros casos, menos frecuentes, de allanamientos, robo a mano armada y desfalco, le han enseñado una dolorosa lección a funcionarios de la Iglesia: que aún los lugares sagrados pueden ser fácil blanco de ladrones experimentados.

El problema es que muchos funcionarios eclesiales desprevenidos no suelen pensar en medidas de seguridad, ni en que ellos pueden resultar víctimas de un robo, hasta que lo son.

La iglesia episcopal de San Felipe [St. Philip’s] en Nueva Orleáns fue víctima de los ladrones de cableado de cobre, no una vez sino dos veces, el año pasado, según contó el Rdo. Steve Craft, rector de la misma.

“Primero se robaron los cables de cobre de la unidad de aire acondicionado de la oficina”, dijo Craft en una reciente entrevista telefónica desde su oficina.

“Cuando fuimos a trabajar creímos que la unidad necesitaba recargarse, ya que tal cosa sucede de vez en cuando. Eso ocurrió un viernes. El domingo alguien vino y me dijo “¿Sabe que falta el tubo de cobre de la unidad de aire acondicionado?”

Una semana después los ladrones volvieron, esta vez se robaron el cableado de cobre de una unidad de aire acondicionado de la escuela. “Volvieron en medio de la noche”, señaló Craft. “En el transcurso de una semana, habíamos sufrido daños por valor de unos $10.000. Incluso se llevaron el bombillo de la lámpara de seguridad de los edificios de la escuela”.

Las clases de preescolar tuvieron que cancelarse durante más de una semana porque “uno no pude tener niños dentro con calor”, explicó Craft.

Cuando las autoridades locales le dijeron que “la cantidad de dinero que [los ladrones] obtendrían de la venta de ese cobre era de entre $100 a $150, en tanto habían causado daños por valor de $10.000”, él colgó un cartel que decía: “si necesita dinero, toque a la puerta, por favor”.

“Preferiría darle a alguien los $100 que pasar por todo este rollo otra vez”, dijo él.

La cobertura del seguro amortiguó algunas de las pérdidas y la iglesia ha tomado algunas medidas preventivas, tales como aumentar la iluminación alrededor de la propiedad y restringir el acceso al estacionamiento. Ahora están haciendo una recaudación de fondos para comprar coberturas protectoras para las unidades de aire acondicionado, pero en tiempos económicamente difíciles los dólares escasean y la iglesia aún no ha recobrado el número de miembros que tenía antes del huracán Katrina, admitió Craft.

Él teme que los ladrones puedan volver otra vez. “Puede que ocurra de nuevo en cualquier momento. Sólo esperamos haber resuelto todo antes de que eso pase”.

La ordalía llegó a ser “todo un desastre por un poquito de dinero”, añadió Craft. “Es una cosa muy triste cuando la gente cree que tiene que profanar una iglesia o cualquier otro edificio, y causar tanto estrago por tan poquito dinero. En verdad es sorprendente, y no en el mejor sentido”.

No es sólo un problema en Estados Unidos. Los ladrones de metales de unidades de aire acondicionado también constituyen un reto para la Iglesia de Inglaterra, y tanto que el Rvdmo. John Hind, obispo de Chichester, sacó el tema a relucir el 6 de febrero en una reunión de la Cámara de los Lores.

Al intervenir a favor de una enmienda que le otorga a los agentes del orden el derecho a entrar en los depósitos de chatarra para determinar si los metales se obtuvieron ilegalmente, Hind dijo que “en el año [transcurrido] del 2010 al 2011, los ladrones de iglesias aumentaron en un tercio, dando lugar a una pérdida para la Iglesia de 4,5 millones de libras [esterlinas] (alrededor de 7 millones de dólares), en ese solo año”.

En enero, Theresa May, secretaria del Interior de Gran Bretaña, anunció que aumentarían las penas por el robo de metales y las transacciones ilegales en efectivo que tienen lugar en los depósitos de chatarra.

La diócesis de Manchester acogió con beneplácito la medida. En una declaración que se publicó en su página web, Anne Sloman, presidente del Consejo de Catedrales y Edificios Eclesiales de la Iglesia de Inglaterra, expresó: “La Iglesia ha hecho campaña durante mucho tiempo a favor de una ley que ilegalice las transacciones en efectivo de la chatarra. Seguimos siendo víctimas del robo del plomo de diez techos de iglesias por día, y todos las armas que el gobierno y la policía puedan usar para ayudarnos a combatir este delito se apreciaría enormemente”.

Del mismo modo, la agencia de seguros de la Iglesia [Church Insurance Agency Corp.], que ampara aproximadamente al 86 por ciento de las iglesias episcopales en seguros inmobiliarios y de accidentes, informa que el robo de cobre se ha cuadriplicado en los últimos tres años. Los ladrones con frecuencia se dirigen a los techos, las canaletas y las unidades de aire acondicionado y, en algunos casos, las construcciones nuevas, según Nancy Fisher, portavoz [de esta agencia].

Mike Marino, vicepresidente de reclamaciones inmobiliarias y de accidentes dijo que la agencia “colaborará con las iglesias si tienen preguntas que hacer sobre algún tipo de prevención de riesgos.

“Muchísimas iglesias han discutido entre sí y con sus feligreses acerca de estos problemas”, dijo Marino en una entrevista reciente desde su oficina. “Por ejemplo, en las unidades de aire acondicionado, puede buscarse la ayuda de un contratista o de alguien de la parroquia que sepa de construcción de cercas y de unidades que pueda resultarle más difícil o imposible a alguien desarmar [la unidad] y llevarse el metal”.

El Grupo de Pensión de la Iglesia también ofrece materiales para ayudar a las congregaciones a evaluar sus necesidades de control de riesgos.


‘La llamada de las 4:00 A.M. a la que todo sacerdote le teme’

De manera semejante, la iglesia de San Pablo y Santiago [St. Paul and St. James] reforzó su sistema de seguridad luego de ser víctima de actos vandálicos y de allanamientos el año pasado, según contó su rector, el Rdo. Alex Dyer.

Además de robarse una cruz y un candelabro que databa de principios del siglo XX, Dyer dijo que un aspecto perturbador del incidente fue “que destrozaron una Biblia y todos los sitios sagrados fueron profanados o agredidos”, incluso los vitrales, dando lugar a que él hiciera un llamado de perdón para el perpetrador.

“Recibí esa llamada de las 4 A.M. a la que todo sacerdote le teme. Mi primera idea fue, ¿quién querría robar en una iglesia? recordaba Dyer, de 32 años, durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina. “Pero sospecho que se está convirtiendo en un hecho corriente”.

La iglesia había tomado algunas precauciones para proteger el espacio de las oficinas, pero no el santuario, agregó. “La gente creía que las computadoras de la oficina serían un objetivo bastante común, pero en esta iglesia -como en muchísimas otras- se pensaba ¿quién querría agredir a la iglesia? De modo que no teníamos allí ningún detector de movimientos”.

Después de su llamado público al perdón, devolvieron la cruz y el candelabro. No obstante, la iglesia consultó a una firma de seguridad privada de la localidad y “desde entonces hemos hecho una gigantesca mejora en nuestro sistema de seguridad. Instalamos más detectores de movimiento, bandas magnéticas de contacto en las puertas y un perfeccionamiento [del sistema de seguridad] en torno a la iglesia en general. Esta es la época en que vivimos, pero estamos tratando de ser astutos como serpientes y mansos como palomas, para citar a Jesús”.

Con posterioridad, él llevó a cabo una liturgia, tomada del Libro de Oficios Ocasionales, para la restauraciones de cosas profanadas, “no es un oficio que uno quisiera tener que hacer”, apuntó Dyer, pero añadió que, si bien el siente que la iglesia está mejor protegida, “ningún lugar está realmente protegido. Uno hace lo que puede, básicamente, pero nada es perfecto”.


Una lección aprendida a punta de pistola

El Rdo. Chad Lawrence, sacerdote asociado de la iglesia parroquial de Santa Elena [St. Helena’s] en Beaufort, Carolina del Sur, aprendió esa lección a punta de pistola.

“Estaba ensayando mi sermón la noche del sábado el pasado 25 de junio. Eran aproximadamente las 8:30 P.M. cuando cerré la iglesia, apagué las luces y me dirigí a la oficina para tomar las llaves de mi auto”.

Un hombre saltó de los arbustos cercanos a la iglesia y le puso a Lawrence una pistola en la cabeza y lo amenazó de muerte. Le quitó el reproductor MP3 y le exigió que le diera su billetera y las llaves del auto.

El ladrón obligó a Lawrence a entrar en la oficina para coger la billetera y las llaves, lo ató y “se subió encima de mí y me dijo ‘quiero matarte ahora mismo. Dame tres razones por las cuales no debería matarte. Nadie me vería”.

“Le dije, ‘tengo una esposa y tres hijos a quienes quiero mucho. Estoy aquí haciendo la obra de Dios y si tú me matas, tendrás que rendirle cuentas a él'”, replicó Lawrence, que es hijo de Mark Lawrence, el obispo de la diócesis de Carolina del Sur.

“Me mantuve orando todo el tiempo”, recordaba Lawrence, de 37 años, durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina. “Uno empieza a preguntarse, en qué momento empiezas a resistir. Luego él cogió una extensión eléctrica y me ató las manos a los pies. De nuevo me puso la pistola en la cabeza y me dijo, ‘vuelvo enseguida’ y salió andando de mi oficina para el auto.

“En ese momento, estaba inclinado a creer que iba a regresar”, recuerda. Luego supe que había puesto topes en todas las puertas a lo largo del camino para que no se cerraran detrás de él”.

Lawrence esperó unos 15 segundos, se liberó y llamó a la policía local, que se personó en cuestión de minutos. El ladrón aún se encontraba en el auto de Lawrence, pero escapó a pie y no ha sido arrestado.

Desde entonces, [la iglesia de] Santa Elena ha revisado sus medidas de seguridad “asegurándonos de que tenemos normas y hábitos y que no andamos solos en el área de la iglesia”, afirmó Lawrence. “Ponemos cámaras en ciertas zonas de mucho tránsito como un elemento disuasorio. También usamos un mando de control remoto en la puerta principal de entrada y salida, de manera que esa puerta permanezca cerrada la mayor parte del tiempo. En el pasado, de noche esa puerta permanecía abierta, se quedaba sin llave”.

Un experto en seguridad recomendó que el personal -incluidos los maestros del preescolar y de la escuela diurna- no se queden en el lugar tarde en la noche o durante los fines de semana. “Estamos intentando fomentar algunos hábitos generales de seguridad”, apuntó.

En consecuencia, no habrá más ensayos de sermones por la noche para Lawrence -no en la iglesia ciertamente.

Él recordaba que después del shock inicial “del tipo saliendo de los arbustos pistola en mano, me sentí muy tranquilo. Era una especie de paz y calma sobrenaturales las que sentí durante todo el episodio, y que no puedo explicar de otro modo que diciendo que sabía que Dios estaba conmigo. Sabía que si iba a morir estaría con él. Esa no era mi esperanza ni mi deseo, por supuesto. Al mismo tiempo, me sentí muy expuesto y vulnerable, y en la presencia de una maldad genuina”.

Después de recorrer toda una suerte de emociones, “fui capaz de orar por él”, agregó. “El proceso de perder mi billetera y de tener que pasar por el trámite de cancelar las tarjetas de crédito y de ir al Departamento de Vehículos de Motor fue muy molesto y me sentí furioso por eso, pero le hice frente. Ahora miro hacia atrás y me siento agradecido porque Dios me sostuvo y por el resultado que tuvo para mí”.


‘Sólo lo que escondemos nos enferma’

Un robo en la iglesia de la Santa Fe [Holy Faith Church] en Inglewood, California fue igualmente siniestro, pero más doloroso aún porque el perpetrador fue un amigo y asociado de confianza: un administrador parroquial que defalcó $400.000 de la iglesia a lo largo de un período de siete años, según la Rda. Altagracia Pérez, que ha sido la rectora durante los últimos nueve años.

“Contábamos con más factores de seguridad en el lugar que los usuales”. Sólo hubo una recomendación que no se cumplió al pie de la letra. “Sí teníamos a un miembro del personal atendiendo el correo”, dijo ella durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina.

Pérez agregó que ella quería compartir con el público la experiencia del defalco en su congregación, porque espera que anime a otros a romper lo que parece ser un código de silencio, de vergüenza asociada con el hecho de resultar víctima [de un hecho como éste].

“Sólo lo que escondemos nos enferma”, dijo Pérez, añadiendo que cuando compartieron su experiencia con colegas a través de la Iglesia, “no había una persona que no tuviera una historia semejante. O bien la habían experimentado directamente o conocían a alguien que había pasado por esto”.

Sin embargo, “nadie quería hablar de eso”, agregó. “Incluso la policía, cuando fuimos a denunciar lo que había sucedido, ni siquiera pudieron fingir sorprenderse, aunque se sorprendieron del nivel de complejidad de nuestro caso. Me dijeron que, al menos una vez a la semana, una iglesia o una institución sin fines de lucro denuncia una experiencia semejante”.

La Santa Fe, que celebró su centenario en 2011, había estado experimentando permanentes problemas económicos, tantos que, en un momento, Pérez se quedó sin paga y los feligreses aumentaron sus contribuciones para balancear los libros de la iglesia. No obstante, “parecía que nunca podíamos salir adelante”, recordaba ella. Más tarde se enteraron que era porque el administrador parroquial -que ha sido acusado y está a la espera de juicio- había creado una serie de libros falsos.

“Su experiencia profesional era de bancos, finanzas y sistemas de computación, que fue lo que le permitió crear duplicados de los estados de cuenta bancarios”, explicó ella. Resumiendo, sin que Pérez y el resto de la congregación lo supieran, el administrador creó una cuenta electrónica independiente a su nombre y utilizaba los fondos de la iglesia para pagar el saldo. Cuando abría el correo, creaba nuevos estados de cuenta que omitían los registros de esas compras.

Finalmente, el auditor de la iglesia entró en sospechas y decidió revisar “todos los papeles de un año entero para intentar encontrar la explicación a lo que estaba sucediendo”, dijo Pérez. Él escogió el año 2010 y “encontró un estado de cuentas sin ningún respaldo de papeles”.

“Fue una locura, un golpe devastador para la iglesia”, afirmó Pérez. “Habíamos estado luchando por tanto tiempo. Él había robado de la bandeja de la ofrenda, de las cuentas de inversión, del dinero que se entregaba para dádivas, de todo”.

Cuando lo confrontaron, el administrador parroquial admitió el defalco. “Era un miembro activo de la parroquia, participaba en todo, la gente confiaba en él. Cuando le pregunté cómo pudo haber hecho esto, él tampoco entendía cómo pudo haberlo hecho”, dijo ella.

A ello siguió una auditoría forense, en que los miembros de la iglesia se brindaron a ayudar. Ahora bien, aun más descorazonador es que “no se ha hecho nada con el caso”. Según contó Pérez, se transfirió a la unidad de delitos mayores, “pero no hemos sabido nada. Hemos intentado saber lo que ha sucedido, pero nadie nos responde”.

Aunque se pudo recuperar algún dinero a través de seguros y pólizas bancarias, ha sido una experiencia dolorosa que Pérez está deseosa de que otros eviten, si pueden aprender de lo ocurrido en la Santa Fe.

Según ella, “al parecer los lugares más pequeños resultan afectados con mayor frecuencia porque carecen de los recursos humanos o de los recursos económicos para tomar las medidas adicionales que requiere la protección de las personas”, añadió ella.

“Entiendo [el sentimiento de] vergüenza y de culpa” que se asocia con el haber sido víctima de algo así, “pero cuando veo la frecuencia con que ocurre y que nadie habla de estas cosas, esa tiene que ser la razón por la cual [los delincuentes] se salen con la suya. Si las personas oyeran lo que ocurrió en otros lugares, al menos les serviría de advertencia para estar alerta, para tener cuidado”.

“La vigilancia es esencial al seguir las prácticas fiduciarias establecidas para seguridad fiscal de cada congregación y cada obra eclesial”, dijo a ENS J. Jon Bruno, obispo de la diócesis de Los Ángeles.

“Aquí en la diócesis de Los Ángeles tenemos listos todos los procedimientos proactivos para garantizar auditorías regulares y proporcionar asesoría financiera profesional a todas las congregaciones y a otras organizaciones eclesiásticas. La situación de la parroquia de Inglewood es una claro aviso para todos de la importancia de atenerse a estos procedimientos sistemática y minuciosamente sin excepción”.

Como resultado, el liderazgo de la Iglesia está más consciente y se siente más optimista respecto al futuro, añadió Pérez. “La gente se siente más en posesión de la iglesia y realmente se siente mejor sabiendo que hay una explicación para todo por lo que atravesamos.

“Ha redundado en un gran cambio para la moral de la iglesia. Hay una conciencia de que Dios realmente obra con nosotros y a través de nosotros y que está realmente presente en la manera en que una crisis nos une. [Crisis] que ha descubierto dones y a personas que se han preparado para hacer cosas que nunca pensaron que harían”.

—La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service y está radicada en Los Ángeles. Traducido por Vicente Echerri.

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