Profesora jubilada reflexiona sobre la labor de una vida al servicio de la reconciliación racial

Por Sharon Sheridan
Posted Feb 17, 2012

[Episcopal News Service] Durante el Mes de la Historia de los Negros, ENS publicará entrevistas con episcopales que participaron en el movimiento de los derechos civiles y en la obra de reconciliación de la Iglesia.

“He pasado la mayor parte de mi vida en la labor de restañar las heridas del conflicto racial” dice Catherine Meeks, mujer de 65 años y capellana de la comisión de antirracismo de la diócesis episcopal de Atlanta. “Me siento muy agradecida de que mi trayectoria haya sido la que ha sido”.

Esa trayectoria la llevó de una infancia segregada en pueblitos de Arkansas a las tensiones raciales de los años sesenta en Los Ángeles y a una era aún de tensas relaciones raciales en el “nuevo Sur”.

Hija de un aparcero y de una maestra, creció oyendo a su padre hablar de un hermano de 12 años que murió antes de que ella naciera. “Rehusaron darle atención médica en un hospital que estaba a 27 kilómetros [de la casa] de la familia. [Mi padre] tuvo que llevarlo a un hospital de caridad que quedaba a 112 kilómetros. Cuando llegaron allí… la apéndice se le había reventado”.

“Crecí en esa atmósfera de que el mundo es realmente hostil hacia nosotros porque somos negros y pobres”, dice ella. “Era aterrador para una niñita. E incluso ahora de adulta, tengo que controlar mis temores, porque me enseñaron que el mundo es un lugar horrible, y ésa es una lección a la que resulta difícil sobreponerse… yo no tenía nada que ver con los blancos, excepto verles como gente a quien temer”.

Ella recuerda cuando Emmett Till, un adolescente de 14 años, fue asesinado por supuestamente flirtear con una mujer blanca. “Oí esa historia cuando estaba creciendo, y pensé que era lo más pavoroso que jamás hubiera oído, y casi me morí de pánico”.

La escuela era de “segunda categoría”, con libros de texto usados y pedazos de tiza que desechaban de las escuelas de blancos, sin programa de almuerzo escolar, sin laboratorios de ciencias. Ir a la California metropolitana para asistir a la universidad —primero a Compton Junior College, luego a Pepperdine— fue “como si hubiese ido a la luna”.

“Es sorprendente que sobreviviera, que fuera capaz de aclimatarme lo bastante para ir a la escuela y llegar a graduarme. Lo único diferente de estar en un país extranjero era que al menos yo sabía hablar inglés”, cuenta ella. Acostumbrada a tener sólo maestros negros, ahora todos sus profesores eran blancos en aulas integradas. “Eso básicamente me llevó a pensar que debía mantener la boca cerrada y tratar de que nadie se fijara en mí”.

Algunos profesores notables cambiaron esa actitud, entre ellos el profesor de expresión oral, quien la alentó a que se incorporara al equipo forense.

Pero las tensiones raciales eran intensas en Los Ángeles. Los disturbios de Watts tuvieron lugar en el verano que siguió a su primer año en la universidad.  En Pepperdine se hizo miembro de la Alianza Estudiantil Negra y participó en las marchas de protesta cuando un guardia de seguridad blanco mató a tiros a Larry Kimmons, un joven negro de 16 años que había venido al campus a jugar baloncesto.

“Era en verdad una época difícil. Había algunos estudiantes negros que realmente querían hacer estallar algo en el campus. Logramos salir de eso sin que nadie más resultara lesionado y logramos que la escuela instituyera una beca en honor de Larry”.

Si bien algunos estudiantes blancos apoyaban la lucha por los derechos civiles, la Alianza no alentaba su participación, y ellos no se incorporaban a las protestas, recuerda ella. “Era la época de la separación entre negros y blancos”.

“Mi dilema era que yo realmente era cristiana… Creía verdaderamente que se esperaba que intentara amar a la gente, aunque no sabía cómo hacerlo”, cuenta ella. “Había conocido a algunas personas blancas que eran realmente maravillosas, de manera que me resultaba muy difícil tratar de ser separatista… Tenía una amiga negra muy cercana que decía que no confiaba en mí porque creía que era demasiado generosa en mis ideas sobre los blancos, por lo que supuso que yo era una espía”.

Para Meeks, el cristianismo resultó victorioso. “En lo más íntimo de mi ser, yo creo que todo el mundo es creado a la imagen de Dios… y mi responsabilidad es responderle al Dios que está presente en los demás de la mejor manera que puedo cada minuto de cada día”.

De manera que cuando la gente envía correos electrónicos groseros acerca de sus columnas sobre raza y religión en Huffington Post y Macon (Georgia) Telegraph, “mi respuesta tiene que ser compasiva”, y agrega, “algunos días son mejores que otros”.

Desde California, ella regresó al Sur, donde hizo un doctorado en la Universidad de Emory, en Atlanta, y se hizo profesora, llegando a jubilarse finalmente como profesora distinguida de ciencias sociales de la cátedra Clara Carter Acree en Wesleyan College, Macon.

“Ha sido en verdad una senda con muchos obstáculos, porque muchas cosas son muy diferentes aquí en el Sur y también en el país, pero muchas cosas apenas han cambiado” señalaba. “Hay aún demasiado sistemas que siguen marginando a los negros, y ahora hemos decidido extender eso a los mexicanos y a cualquier otra persona que consideremos “extraña”.

En Macon, Meeks vive al lado de la iglesia episcopal de San Francisco [St. Francis’ Episcopal Church]. Pertenece a la comisión diocesana de antirracismo, que ella cree debe propiciar la reconciliación racial “bajo el palio de la formación espiritual y la espiritualidad” y no “quedarse atrapada en un mero ejercicio de sociología”, apuntó. “Existe una diferencia real en la manera en que enfocas esto en la Iglesia y en la manera en que lo enfocas fuera de la Iglesia”.

Sus escritos se concentran en la raza, la espiritualidad, las relaciones humanas. “Estoy realmente comprometida con el empeño de propiciar un diálogo”, afirma. “Creo que tenemos que conversar los unos con los otros. Tenemos que intentar entender de dónde venimos. Si no podemos resolver esto en la Iglesia, no sé en qué otro lugar podamos resolverlo, para ser sincera”.

— Sharon Sheridan es corresponsal de ENS. Traducido por Vicente Echerri.