Las comunidades locales son generosas, tienden la mano y reconstruyen

Por Pat McCaughan
Posted Jan 10, 2012

[Episcopal News Service] En un año de extraordinarios desastres naturales —tornados, incendios, inundaciones y terremotos— los episcopales han tendido la mano, nacional e internacionalmente, a través de la oración, la ayuda económica y el socorro, la reparación y los esfuerzos de reconstrucción que pueden prestar las “personas sobre el terreno”, y están forjando alianzas creativas en el proceso.

Luego de que una secuencia de tornados fatales —que azotaron a fines de abril— hiciera trizas la mayoría de las viviendas económicamente asequibles en Tuscaloosa, Alabama; tres iglesias episcopales del lugar crearon, en alianza con Hábitat para la Humanidad, una cooperativa para la reconstrucción, y el 1 de diciembre se inició la edificación de la primera casa.

“Había escasez de viviendas a precios asequibles aun antes de los tornados” que mataron a más de 40 personas y afectaron o destruyeron más de 7.000 casas sólo en Tuscaloosa, según la Rda. Kelley Hudlow, presidenta de la junta de la Cooperativa Episcopal para la Recuperación de Tornados (ETRC, por su sigla en inglés).

La ETRC también se ha asociado con la Diócesis de Alabama y con Ayuda y Desarrollo Episcopales, que proporcionaron subvenciones para un asesor de desastres, un asesor de proyectos de edificación y para materiales de construcción, en lo que Hudlow describe como un esfuerzo de reconstrucción a largo plazo.

Las tres iglesias —Iglesia de Cristo [Christ Church], Capilla episcopal y centro de estudiantes Cantórbery [Canterbury Episcopal Chapel and Student Center] y San Matías [St. Matthias] no fueron afectadas por los tornados. Cada una de ellas ofreció respuestas individuales inmediatas después del azote de los tornados, pero rápidamente reconocieron la necesidad de proyectos de recuperación a largo plazo y de garantizar que los vecinos no se quedaran al margen del futuro mercado de viviendas, dijo Hudlow durante una entrevista telefónica reciente.

“Percibimos que había una auténtica necesidad, es por eso que nos aliamos con Hábitat para la Humanidad”, explicó Hudlow. “La Iglesia Episcopal se encontraba en una buena situación para brindar recursos económicos, para garantizar el retorno de viviendas asequibles de calidad y de que los urbanizadores no devoraran la tierra para empresas o para casas orientadas hacia el mercado de altos ingresos”.

La ETRC es sólo un ejemplo del modo en que los episcopales están tendiendo la mano para llegar a los necesitados de la comunidad.

“Este ha sido uno de los años más atareados en lo que a desastres naturales se refiere en todo el país, no sólo algunas catástrofes importantes como los tornados de Alabama y el huracán Irene, sino que hubo también desastres más pequeños”, dijo Katie Mears, directora del programa de medidas de seguridad y respuestas frente a desastres naturales en EE.UU. de Ayuda y Desarrollo Episcopales (http://www.er-d.org).

Ella dijo que la agencia colabora con las iglesias locales y otros aliados a nivel nacional en unas 17 diócesis, e internacionalmente en 41 países, brindando apoyo, ayuda y asistencia para la recuperación a largo plazo.

Aunque las iglesias episcopales en Texas se libraron de daños en septiembre —cuando una serie de incendios forestales arrasaron miles de hectáreas, destruyeron más de 1.500 hogares y mataron a varias personas—, se movilizaron rápidamente para ayudar a los afectados, según Luke Brount, especialista de comunicaciones de la Diócesis de Texas.

La iglesia de San Lucas del Lago [St. Luke’s on the Lake] en Austin sirvió de refugio a bomberos exhaustos y a vecinos desplazados. Si bien sus miembros ayudaron a los residentes de la localidad y a los rescatistas durante los incendios, también siguieron ofreciendo su ayuda a las comunidades devastadas por los tornados en Alabama y Misisipí.

Allen Griswold, guardián menor de San Lucas, dijo en una entrevista telefónica reciente que él había hecho ocho viajes en ocho meses desde que los tornados de abril “casi barrieran” los pueblecitos de Hackleburg y Phil Campbell en Alabama y el de Smithville en Mississippi. El sistema [meteorológico] de tres días, conocido como el Súper Estallido 2011, está considerado el mayor registrado hasta el presente, pues dio lugar a más de 353 tornados en 21 estados que le causaron la muerte a 346 personas; de las cuales, 239 por lo menos perecieron en Alabama.

El 18 de diciembre, Griswold dijo que acababa de terminar un viaje de ida y vuelta de más de 5.000 kilómetros en el esfuerzo de llevarle [un mensaje de] Navidad a personas de quienes “todo el mundo se había olvidado”.

“Una mujer, Jennifer, había perdido a su marido de sólo 38 años de edad, debido a una rara enfermedad, dos semanas antes del tornado”, dijo Griswold, de 61 años. “Su casa quedó completamente destruida. Ella no tiene absolutamente nada. Su hija, Sky, pidió en Navidad un relicario para así poder llevar colgado del cuello un retrato de su padre. Otro niño pidió burbujas. Usted sabe, esas botellitas en que uno sopla y salen pompas de jabón”.

“Me preocupa que no haya suficientes personas que presten atención, y me preocupa que estas personas se encuentren en tal necesidad y no pidan nada. San Lucas se ha comprometido a quedarse”, añadió.

Gracias al trabajo “del personal sobre el terreno”, Griswold está creando una red de contactos a través de varias iglesias episcopales por toda Alabama, “de manera que cuando tenga lugar otro suceso podamos conectarnos unas con otras”. Él también ha forjado alianzas con la Iglesia Bautista y la Iglesia de Cristo, al igual que con el sistema escolar de la localidad en Smithville, Mississippi.

“Tenemos ahora un área escolar empedrada”, dijo. “Hemos provisto alimentos para ayudar, compramos un carrito de golf para que el director se pueda mover de un sitio al otro…y seguimos llevando alimentos, agua, dinero, electrodomésticos y suministros de construcción”.

En Smithville, tres estudiantes quedaron huérfanos por el tornado, pero se están esforzando para terminar la escuela secundaria, contó. “Cada uno de ellos vivía sólo con uno de sus padres, que perecieron durante el tornado. Uno [de los estudiantes] estaba viviendo en una camioneta. Eso ha cambiado ahora. Hay otra muchacha que tiene dos empleos, a unos 20 kilómetros de Smithville, para tratar de alimentarse e ir a la escuela y seguir adelante”, añadió. “Ese es un compromiso con la educación como nunca lo había visto”.

Como resultado, él ha establecido un fondo con el director de la escuela “para garantizar que los niños tengan togas y birretes para la graduación y ropas con que graduarse, porque no tienen nada”.

En otros lugares, durante el año, las inundaciones causaron deslaves, muerte y destrucción. En El Salvador, tormentas y lluvias tropicales a mediados de octubre causaron la muerte de al menos 30 personas y obligaron a millares de evacuaciones, según Noah Bullock, director ejecutivo de la Fundación Cristosal, un proyecto de desarrollo humanitario sin fines de lucro que funciona en El Salvador.

Las Naciones Unidas considera a El Salvador y América Central como [las zonas] más vulnerables a los efectos del cambio climático. En febrero de 2011, el Banco Mundial otorgó un préstamo a El Salvador de $50.000 millones dedicado a responder a los desastres naturales.

El préstamo facilitó una rápida respuesta del gobierno; sin embargo, el país sufrió una pérdida de un 80 por ciento en sus cultivos. El golpe más duro de los ocho días de lluvia recayó sobre los trabajadores informales y los vendedores ambulantes, dijo Bullock.

En 1998, El huracán Mitch lanzó una masiva cantidad de lluvia que causó una inundación relámpago en El Salvador en la que murieron más de 200 personas. La inundación de octubre sobrepasó el máximo nivel alcanzado por el agua cuando el Mitch.

El obispo Martín Barahona y el ex director Rdo. Richard Bower, sacerdote episcopal de Vermont, crearon la Fundación Cristosal a raíz del huracán Mitch, para acompañar a la Iglesia Episcopal Anglicana de El Salvador. [La Fundación] ha trabajado con la Iglesia Episcopal y con Ayuda y Desarrollo Episcopales para ayudar a comunidades de El Salvador a recobrarse de una larga guerra civil y de un devastador terremoto en 2001.

La escasez de alimentos y el depender de las importaciones ha llevado a un aumento de los precios y la especulación, dijo Bullock.

La Fundación Cristosal trabaja en una municipalidad de las afueras de San Salvador para abordar las necesidades de personas desplazadas.

“El problema es [que] los pobres son los más afectados por estas tormentas, que intensifican el ciclo de la pobreza”, explicó Bullock. “Es el interesante efecto del cambio climático que afecta a los pobres”.

En mayo, las inundaciones afectaron también algunas zonas a lo largo del río Misisipí desde Illinois hasta la Costa del Golfo, donde el Rdo. Scott Lenoir, coordinador diocesano para el socorro en casos de desastres naturales, condujo una caravana de camiones para ayudar a empacar y a mudar a los que se encontraban en peligro por la inundación. El clero llevó a cabo unos “recorridos” pastorales para evaluar y dar a conocer las necesidades.

Del mismo modo, en octubre, el clero y las congregaciones episcopales se movilizaron también a través de un sistema congregacional de relevos en la Diócesis de Vermont para asistir a las víctimas de las inundaciones que se produjeron como secuela del huracán Irene. Oscilando en intensidad de categoría 1 a categoría 3, Irene azotó el Caribe, la costa oriental de Estados Unidos, desde las Carolinas hasta Cape Cod y llegó tan al norte como Canadá a fines de agosto. Tocó tierras varias veces, con vientos sostenidos de hasta 112 kilómetros por hora, que causaron graves inundaciones, dejaron un saldo de al menos 50 muertos y produjeron daños a la propiedad que se calculan en los miles de millones de dólares.

Las aguas también inundaron el próspero pueblo de Minot, Dakota del Norte, donde la perforación comercial petrolera ya había creado escasez en el de suyo magro mercado de viviendas con precios asequibles, según dijera el Rdo. John Floberg, misionero canónigo de la Diócesis de Dakota del Norte.

A fines de junio, las lluvias torrenciales, junto con la nieve y el hielo derretidos en Canadá desbordaron los embalses que alimentan el río Souris en Minot, una ciudad de 36.000 habitantes y “fue entonces que [el agua] desbordó los diques sin que a [los residentes] hubieran podido advertirlos con mucha antelación”, dijo Floberg.

Él se ha dado prisa, en alianza con otros que han respondido al desastre, de aliviar los sufrimientos de los vecinos seis meses después de que una inundación, que rompió el récord previo, barriera con un cuarto de las casas de Minot y enviara a unas 11.000 personas a los tráileres temporales de FEMA, “el mayor uso que se hace de los recursos de este organismo después de [los huracanes] Katrina y Ike, pero realmente nadie sabe nada acerca de esto”, dijo Katie Mears de Ayuda y Desarrollo Episcopales.

Es una pequeña diócesis, con 21 congregaciones, de las cuales sólo tres pueden sostener a un clérigo de pleno empleo. Sin embargo, la diócesis ha hecho un gran esfuerzo para ayudar a las víctimas de la inundación, no sólo en Minot, sino también a los residentes de la vecina reserva nativoamericana de Spirit Lake, a una hora de camino, donde una década de aumento del nivel acuífero también ha inundado las casas, dijo Mears. La agencia sufraga a un asesor de caso para que trabaje con la comunidad de Spirit Lake.

El 19 de diciembre, Floberg hizo un llamado urgente de voluntarios “a venir y venir ahora” para ayudar a rehabilitar unas 4.000 casas que estuvieron inundadas durante un mes con una crecida de más de 3 metros de profundidad y contaminadas de aguas negras y de substancias químicas tóxicas de las que se emplean en la agricultura. Las substancias químicas penetraron en los tabiques, las vigas y los pisos, que luego hubo que limpiarlos y quitarlos. Lo que ahora se necesita es reemplazar los revestimientos exteriores, los tabiques, los paneles de madera prensada, el material aislante y las ventanas, apuntó.

“La meta para los próximos dos años es que las casas vuelvan a ser seguras y habitables”, afirmó en el curso de una entrevista telefónica. Junto con compañeros de la Iglesia Evangélica Luterana en América y la Iglesia Metodista Unida, Floberg espera coordinar grupos de voluntarios, haciendo notar que muchas personas no acuden debido a la percepción de la inclemencia del tiempo en Dakota del Norte.

“Estamos dispuestos a ir. Estamos dispuestos a recibir voluntarios… Hacemos un llamado urgente a cualquiera que pueda venir ahora. Tenemos trabajo que hacer”, agregó.

“La ERD nos ha concedido una subvención para emplear a dos personas, una como directora del proyecto y otra como coordinadora de voluntarios, las cuales trabajarán junas para encontrar grupos e individuos que vengan a Minot por un tiempo y trabajen con la comunidad en la reconstrucción de casas”, añadió.

De la misma manera, la Nippon Sei Ko Kai (Iglesia Anglicana del Japón) ha emprendido el proyecto “Caminemos juntos” para apoyar a las víctimas del terremoto de magnitud 9 y del tsunami que afectó las costas este y oeste de Japón el 11 de marzo y dejó un saldo de 30.000 muertos o desaparecidos.

El proyecto, anunciado a fines de mayo, se centraba en la reconstrucción de las vidas y comunidades de las víctimas, de muchas que estaban viviendo en albergues de emergencia, según dijo en una declaración del mes de mayo el Rvdmo. Nathaniel Makoto Uematsu, primado de la NSKK.

Ayuda y Desarrollo Episcopales también respondió rápidamente a una inundación súbita que se produjo en las Filipinas causada por la tormenta tropical Washi, que mató al menos 1.100 personas, desplazó a otras 45.000 y causó extensos daños a la propiedad.

“Estamos en contacto con nuestros aliados en las Filipinas y estamos enviando ayuda en respuesta a necesidades mientras nuestros aliados sobre el terreno concluyen sus evaluaciones”, dijo Kirsten Laursen Muth, directora principal de programas internacionales, en un comunicado que apareció en la página web del organismo. “En este momento, les pedimos a las personas que oren por aquellos que perdieron a sus seres queridos en el desastre y por los equipos de rescate que están poniéndose en peligro para salvar vidas”.

Y para concluir un año de extraordinarios desastres naturales, muchos oficios religiosos de Navidad en Christchurch, Nueva Zelanda, se celebraron al aire libre luego de que cuatro intensos terremotos se dejaran sentir en el curso de tres horas el 23 de diciembre, lesionando a 60 personas y causando daños adicionales a las catedrales anglicana y católica.

Bob Parker, alcalde de Christchurch, dijo que los sismos, que incluyeron temblores de 5,8 y 6,0 de magnitud, eran inquietantes en un momento en que la ciudad estaba aún recuperándose del terremoto de 6,1 de magnitud que causó la muerte a 181 personas en febrero pasado.

La catedral anglicana de ChristChurch sufrió nuevos daños de consideración, luego de haber perdido su campanario y su famoso rosetón en febrero, según Anglican Taonga, una publicación de la Iglesia Anglicana en Aotearoa, Nueva Zelanda y Polinesia. El edificio fue desconsagrado el 9 de noviembre como paso previo a su parcial demolición.

Victoria Matthews, obispa de la Diócesis de Christchurch, que había instado a los fieles a celebrar los oficios al aire libre este año, dijo en un mensaje el 24 de diciembre: “¿Quién sabe? Tal vez esta Navidad algunas personas, que de otro modo no se dejarían ver a la puerta de una iglesia, oirán la música y se unirán a la multitud. Lo único que sabemos —con certeza— es que Jesús estará presente con nosotros”.

—La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service. Ella está radicada en Los Ángeles. Los miembros de la redacción de ENS Matthew Davies, Lynette Wilson y Sharon Sheridan colaboraron con este reportaje. Traducción de Vicente Echerri.