Presiding Bishop’s Word to the Church: When the Cameras are Gone, We Will Still Be Here

Episcopal Church Office of Public Affairs
Posted May 30, 2020

[May 30, 2020] A word to the Church from Presiding Bishop Michael Curry:

“Our long-term commitment to racial justice and reconciliation is embedded in our identity as baptized followers of Jesus. We will still be doing it when the news cameras are long gone.”

In the midst of COVID-19 and the pressure cooker of a society in turmoil, a Minnesota man named George Floyd was brutally killed. His basic human dignity was stripped by someone charged to protect our common humanity.

Perhaps the deeper pain is the fact that this was not an isolated incident. It happened to Breonna Taylor on March 13 in Kentucky. It happened to Ahmaud Arbery on February 23 in Georgia. Racial terror in this form occurred when I was a teenager growing up black in Buffalo, New York. It extends back to the lynching of Emmett Till in 1955 and well before that. It’s not just our present or our history. It is part of the fabric of American life.

But we need not be paralyzed by our past or our present. We are not slaves to fate but people of faith. Our long-term commitment to racial justice and reconciliation is embedded in our identity as baptized followers of Jesus. We will still be doing it when the news cameras are long gone.

That work of racial reconciliation and justice – what we know as Becoming Beloved Community – is happening across our Episcopal Church. It is happening in Minnesota and in the Dioceses of Kentucky, Georgia and Atlanta, across America and around the world. That mission matters now more than ever, and it is work that belongs to all of us.

It must go on when racist violence and police brutality are no longer front-page news. It must go on when the work is not fashionable, and the way seems hard, and we feel utterly alone. It is the difficult labor of picking up the cross of Jesus like Simon of Cyrene, and carrying it until no one – no matter their color, no matter their class, no matter their caste – until no child of God is degraded and disrespected by anybody. That is God’s dream, this is our work, and we shall not cease until God’s dream is realized.

Is this hopelessly naïve? No, the vision of God’s dream is no idealistic utopia. It is our only real hope. And, St. Paul says, “hope does not disappoint us, because God’s love has been poured into our hearts by the Holy Spirit” (Romans 5:5). Real love is the dogged commitment to live my life in the most unselfish, even sacrificial ways; to love God, love my neighbor, love the earth and truly love myself. Perhaps most difficult in times like this, it is even love for my enemy. That is why we cannot condone violence. Violence against any person – conducted by some police officers or by some protesters – is violence against a child of God created in God’s image. No, as followers of Christ, we do not condone violence.

Neither do we condone our nation’s collective, complicit silence in the face of injustice and violent death. The anger of so many on our streets is born out  of the accumulated frustration that so few seem to care when another black, brown or native life is snuffed out.

But there is another way. In the parable of the Good Samaritan, a broken man lay on the side of the road. The religious leaders who passed were largely indifferent. Only the Samaritan saw the wounded stranger and acted. He provided medical care and housing. He made provision for this stranger’s well-being. He helped and healed a fellow child of God.

Love, as Jesus teaches, is action like this as well as attitude. It seeks the good, the well-being, and the welfare of others as well as one’s self. That way of real love is the only way there is.

Accompanying this statement is a card describing ways to practice the Way of Love in the midst of pandemic, uncertainty and loss. In addition, you will find online a set of resources to help Episcopalians to LEARN, PRAY & ACT in response to racist violence and police brutality. That resource set includes faithful tools for listening to and learning from communities too often ignored or suppressed, for incorporating God’s vision of justice into your personal and community prayer life, and for positively and constructively engaging in advocacy and public witness.

Opening and changing hearts does not happen overnight. The Christian race is not a sprint; it is a marathon. Our prayers and our work for justice, healing and truth-telling must be unceasing. Let us recommit ourselves to following in the footsteps of Jesus, the way that leads to healing, justice and love.

 “What Does Love Do: The Way of Love during Pandemic”

Additional Resources for Responding to Racist Violence and Police Brutality

[3 de junio de 2020] “Nuestro compromiso de largo plazo con la justicia y la reconciliación racial está incrustado en nuestra identidad como seguidores bautizados de Jesús. Seguiremos haciéndolo cuando las cámaras de las noticias se hayan ido”.

En medio del COVID-19 y la olla a presión de una sociedad en crisis, un hombre de Minnesota llamado George Floyd fue brutalmente asesinado. Su dignidad humana fundamental fue despojada por alguien encargado de proteger nuestra humanidad común.

Tal vez el dolor más profundo es el hecho de que este no es un incidente aislado. Le pasó a Breonna Taylor el 13 de marzo en Kentucky. Le pasó a Ahmaud Arbery el 23 de febrero en Georgia. Este tipo de terror racial ocurrió cuando era un adolescente de raza negra viviendo en Buffalo, Nueva York. Se remonta al linchamiento de Emmett Till en 1955 y mucho antes de eso. No es sólo nuestro presente o nuestra historia. Es parte del tejido de la vida americana.

Pero no necesitamos estar paralizados por nuestro pasado o nuestro presente. No somos esclavos del destino, sino gente de fe. Nuestro compromiso a largo plazo con la justicia y la reconciliación racial está incrustado en nuestra identidad como seguidores bautizados de Jesús. Seguiremos haciéndolo cuando las cámaras de las noticias se hayan ido.

Ese trabajo de reconciliación y justicia racial – lo que conocemos como “Convertirse en una Comunidad de Amor” – se está llevando a cabo en toda nuestra Iglesia Episcopal. Se está dando en Minnesota y en las Diócesis de Kentucky, y de Atlanta, Georgia, por todo Estados Unidos y el mundo. Esa misión revierte ahora más importancia que nunca, y es un trabajo que nos corresponde a todos.

Debe continuar cuando la violencia racial y la brutalidad policial ya no sean noticia de primera plana. Debe continuar cuando esa labor ya no esté de moda, cuando el camino parezca difícil y nos sintamos completamente solos. Es la difícil tarea de tomar la cruz de Jesús como Simón de Cirene y cargarla hasta que nadie – no importa su color, no importa su clase, no importa su casta – hasta que ningún hijo de Dios sea degradado e irrespetado por otra persona. Ése es el sueño de Dios, ésta es nuestra tarea y no pararemos hasta que el sueño de Dios se haga realidad.

¿Es esto desesperadamente ingenuo? No, la visión del sueño de Dios no es una utopía idealista. Es nuestra única esperanza real. San Pablo dice “la esperanza no nos decepciona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). El verdadero amor es el compromiso tenaz de vivir mi vida de la manera más desinteresada, incluso sacrificada; de amar a Dios, amar al prójimo, amar la tierra y amarme verdaderamente. Tal vez lo más difícil en tiempos como estos es amar a mi enemigo. Por eso no podemos aprobar la violencia. La violencia contra cualquier persona, llevada a cabo por algunos policías o por algunos manifestantes, es violencia contra un hijo de Dios creado a imagen de Dios. Como seguidores de Cristo, no toleramos la violencia.

Tampoco toleramos el silencio colectivo y cómplice de nuestra nación frente a la injusticia y la muerte violenta. La ira de muchos en nuestras calles nace de la frustración acumulada cuando parece importarle a muy pocos que otra vida negra, marrón o nativa se apague.

Pero hay otra manera. En la parábola del Buen Samaritano, un hombre destruido yacía a un lado del camino. Los líderes religiosos que pasaban a su lado mostraban mucha indiferencia. Sólo el Samaritano vio al extraño herido e hizo algo al respecto. Le brindó atención médica y vivienda. Dio de si para el bienestar de este extraño. Ayudó y sanó a su prójimo, un hijo de Dios.

El amor, como enseña Jesús, es una acción como la del samaritano y es también una actitud. Busca el bien, el bienestar y la prosperidad de los demás y de uno mismo. El camino del verdadero amor es el único camino que hay.

Adjunto a esta declaración encontrarán una tarjeta que indica las formas de practicar El Camino del Amor en medio de la pandemia, la incertidumbre y la pérdida. Además, encontrarán en línea un conjunto de recursos para ayudar a los episcopales a APRENDER, ORAR Y ACTUAR en respuesta a la violencia racial y la brutalidad policial. Ese conjunto de recursos incluye herramientas religiosas para escuchar y aprender de las comunidades que con demasiada frecuencia son ignoradas o suprimidas, para incorporar la visión de justicia de Dios en la vida de oración personal y comunitaria, y para participar de manera positiva y constructiva en la representación activa, defensoría y el testimonio público.

Abrir y cambiar los corazones no sucede de la noche a la mañana. La carrera cristiana no es una caminata, es un maratón. Nuestras oraciones y nuestro trabajo por la justicia, la sanación y la verdad deben ser incesantes. Comprometámonos nuevamente a seguir los pasos de Jesús, el camino que lleva a la sanación, la justicia y el amor.

“Qué Hace el Amor: El Camino del Amor durante una Pandemia”  

Recursos adicionales para responder a la violencia racial

[3 juin 2020] Un mot à l’Eglise de la part de l’évêque président Michael Curry :

“Notre engagement à long terme en faveur de la justice et de la réconciliation raciales est ancré dans notre identité de disciples baptisés de Jésus. Nous continuerons à le faire lorsque les caméras des médias seront parties depuis longtemps”.

Au beau milieu de COVID-19 et de la cocotte-minute d’une société en plein bouleversement, un homme du Minnesota nommé George Floyd a été brutalement assassiné. Sa dignité humaine fondamentale a été dépouillée par une personne chargée de protéger notre humanité commune.

La douleur la plus profonde est peut-être le fait que ce n’est pas un incident isolé. C’est ce qui est arrivé à Breonna Taylor le 13 mars dans le Kentucky. C’est ce qui est arrivé à Ahmaud Arbery le 23 février en Géorgie. Cette forme de terreur raciale s’est produite lorsque j’étais un adolescent noir qui vivait à Buffalo, dans l’État de New York. Elle remonte au lynchage d’Emmett Till en 1955 et bien avant cela. Ce n’est pas seulement notre présent ou notre histoire. Elle fait partie du tissu de la vie américaine.

Mais nous ne devons pas être paralysés par notre passé ou notre présent. Nous ne sommes pas des esclaves du destin, mais des personnes qui ont la foi. Nous suivons les traces de Jésus de Nazareth, qui nous conduit dans la mission de Dieu. Cette mission a changé le monde du premier siècle et elle peut changer le XXIe siècle. Cette mission sous-tend le travail de réconciliation et de justice qui se fait dans notre Église épiscopale. Cette mission se déroule dans le Minnesota et dans les diocèses du Kentucky, de la Géorgie et d’Atlanta, en Amérique et au monde entier. Cette mission de “Devenir la communauté bien-aimée” est plus importante que jamais, et c’est un travail qui appartient à nous tous.

Elle doit se poursuivre lorsque les caméras ne sont plus présentes et lorsque la violence raciale ne fait plus la une des journaux. Elle doit se poursuivre lorsque ce travail n’est pas à la mode, que le chemin semble difficile et que nous nous sentons totalement seuls. C’est le travail difficile de ramasser la croix de Jésus comme Simon de Cyrène dans la Bible, et de la porter jusqu’à ce que personne – quelle que soit sa couleur, sa classe, sa caste – jusqu’à ce qu’aucun enfant de Dieu ne soit dégradé et méprisé par quelqu’un d’autre. C’est le rêve de Dieu, c’est notre travail, et nous ne cesserons pas de le faire jusqu’à ce que le rêve de Dieu soit réalisé.

Est-ce désespérément naïf ? Non, la vision du rêve de Dieu n’est pas une utopie idéaliste. C’est notre seul espoir réel. Et, comme le dit saint Paul, «l’espérance ne trompe point, parce que l’amour de Dieu est répandu dans nos cœurs par le Saint-Esprit qui nous a été donné » (Romains 5, 5). Le véritable amour est l’engagement obstiné de vivre ma vie de la manière la plus désintéressée, voire sacrificielle ; d’aimer Dieu, d’aimer mon prochain, d’aimer la terre et de m’aimer vraiment moi-même. Le plus difficile dans des moments comme ceux-ci, c’est peut-être même l’amour pour mon ennemi. C’est pourquoi nous ne pouvons pas tolérer la violence. La violence contre toute personne – exercée par certains policiers ou par certains manifestants – est une violence contre un enfant de Dieu créé à l’image de Dieu. Non, en tant que disciples du Christ, nous ne tolérons pas la violence.

Nous ne tolérons pas non plus le silence collectif et complice de notre nation face à l’injustice et à la mort violente. La colère de beaucoup dans nos rues est née de la frustration accumulée alors que très peu semblent se soucier de l’extinction d’une autre vie noire, brune ou autochtone.

Mais il y a une autre solution. Dans la parabole du Bon Samaritain, un homme détruit gisait sur le bord de la route. Les guides religieux qui passaient a côté étaient largement indifférents. Seul le Samaritain a vu l’étranger blessé et a agi. Il a fourni des soins médicaux et un logement. Il a veillé au bien-être de cet étranger. Il a aidé et guéri un autre enfant de Dieu.

L’amour, comme l’enseigne Jésus, est une action comme celle-ci ainsi qu’une attitude. Il recherche le bien, le bien-être et la prospérité des autres ainsi que de soi-même. Cette voie du véritable amour est la seule qui existe.

Cette déclaration est accompagnée d’une carte décrivant les moyens de pratiquer la Voie de l’Amour au milieu de la pandémie, de l’incertitude et de la perte. De plus, vous trouverez en ligne un ensemble de ressources pour aider les épiscopaliens à APPRENDRE, PRIER et AGIR en réponse à la violence raciste. Cet ensemble de ressources comprend des outils religieux pour écouter et apprendre des communautés trop souvent ignorées ou réprimées, pour incorporer la vision de justice de Dieu dans la vie de prière personnelle et communautaire, et pour vous engager de manière positive et constructive dans la défense des droits et le témoignage public.

Ouvrir et changer les cœurs ne se fait pas du jour au lendemain. La course chrétienne n’est pas un sprint, c’est un marathon. Nos prières et notre travail pour la justice, la guérison et la vérité doivent être incessants. Engageons-nous à nouveau à suivre les pas de Jésus, le chemin qui mène à la guérison, à la justice et à l’amour.


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