La peregrinación a El Paso arroja una ‘luz de verdad’ sobre la crisis humanitaria de los migrantes en la frontera

Por Lynette Wilson
Posted Dec 20, 2018

El Rdo. Paul Moore, a la derecha, que preside el ministerio de la frontera de la Diócesis de Río Grande, interpreta para el Rdo. Héctor Trejo, a la izquierda, que atiende tres iglesias anglicanas en Ciudad Juárez, México, la cual está del otro lado de la frontera de El Paso, Texas. Foto de Lynette Wilson/ENS.

[Episcopal News Service – El Paso, Texas] El Servicio de Inmigración y Aduana de EE.UU. entrega semanalmente dos mil personas a la hospitalidad de la Casa de la Anunciación [Annunciation House] aquí en El Paso.

Muchas de ellas son familias que han esperado su turno del otro lado de la frontera y solicitan asilo. Si la Casa de la Anunciación tuviera espacio para 2.500, serían 2.500, dijo su fundador y director, Rubén García.

Los asilados reciben alimento, cama, útiles de aseo,  un paquete de atención, acceso a una ducha y ayuda para ponerse en contacto con parientes a fin de preparar su viaje. En el transcurso de 48 horas, los instalan en autobuses o aviones para que se reúnan con miembros de sus familias en otras partes de Estados Unidos.

“La gran mayoría de la gente tiene a alguien”, dijo García.

En su mayoría, vienen de El Salvador, Guatemala y Honduras; pero algunos vienen de Nicaragua, Brasil, Cuba, Venezuela, incluso hasta de la India. Algunos huyen de la violencia, algunos vienen en busca de oportunidades económicas, otros escapan de la persecución, religiosa o de otro tipo.

Unas 30 personas en representación de grandes congregaciones episcopales urbanas y suburbanas, se reunieron en Texas Sudoccidental para lo que llamaron una “Peregrinación  a El Paso”. Aquí se ven reunidos en Ciudad Juárez, junto al muro fronterizo que separa México de Estados Unidos. Foto de Lynette Wilson/ENS.

El 13 de diciembre, unas 30 personas en representación de grandes congregaciones episcopales, urbanas y suburbanas, se reunieron en Texas Sudoccidental para lo que llamaron una “Peregrinación a El Paso”. El Rdo. Gary Jones, rector de la iglesia de San Esteban [St. Stephen’s] en Richmond, Virginia, inició la peregrinación motivado por el deseo de contrarrestar una opinión que denigra a los solicitantes de asilo como narcotraficantes y violadores, cuando de hecho huyen para salvar sus vidas y en busca de medios de subsistencia.

La primera escala de la peregrinación fue la Casa de la Anunciación, donde los participantes escucharon un informe de García, que ha trabajado en la frontera durante 40 años presenciando y respondiendo a diferentes oleadas de migrantes y refugiados a lo largo de ese tiempo.

“El fenómeno de los refugiados no es un problema de El Paso, es un problema de EE.UU.”, dijo García.

“Ahora mismo, debido a la  aplicación de [la política migratoria de] EE.UU., estamos presenciando cambios que hacen la vida miserable”, afirmó. “La frontera se ha convertido en un lugar muy complicado”.

Cuando Casa de la Anunciación comenzó su ministerio hace 40 años, servía fundamentalmente a hombres que venían a Estados Unidos para el trabajo estacional, regresaban a casa para estar con sus familias y luego volvían a trabajar. En 1996, cuando el último cambio legislativo en la ley de inmigración hizo imposible entrar y salir, los hombres ya no podían regresar a sus hogares y en lugar de eso se quedaron.

“Una vez que toman la decisión de quedarse, pierden a la familia”, explicó García.

Un letrero a lo largo de la cerca fronteriza frene a la iglesia anglicana de San José en el lado de México, dice: “No somos delincuentes ni ilegales, somos obreros internacionales”. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Con el cambio de la ley migratoria de mediados de los años 90, la población indocumentada aumentó de 6 millones a 12 millones para 2004, ya que los hombres procuraban la reunificación familiar y las mujeres y los niños empezaron a llegar. En la actualidad, hay 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, algunos de los cuales han estado viviendo clandestinamente de 20 a 30 años, dijo él.

A su llegada, los migrantes y solicitantes de asilo deben presentarles sus casos a agentes en los puntos de entrada designados o saltar muros y cruzar ríos para presentarles sus casos una vez arrestados a los agentes del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. o CBP (por su sigla en inglés), explicó García.

Hace un par de semanas, unos solicitantes de asilo estaban durmiendo en el puente para no perder su lugar en la cola, ya que sólo dejan entrar a 20 personas a un tiempo. Luego, en un esfuerzo por despejar el puente, el CBP comenzó a dar números que escribían con marcadores indelebles en los brazos de los solicitantes de asilo para controlar su lugar en la cola, dijo él.

De allí, los envían a los albergues de Ciudad Juárez, justo del otro lado de la frontera, para que esperen su turno.

Miguel Escobar, director ejecutivo de la Escuela de Teología Episcopal del Seminario Teológico  Unido, saluda a niños de la municipalidad de Rancho Anapra en las afueras de Ciudad Juárez. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Los peregrinos episcopales llegaron a El Paso en el preciso momento en que daban la noticia de la muerte de una niña guatemalteca de 7 años en internamiento administrativo de la Patrulla Fronteriza de EE.UU., al día siguiente de que ella, su padre y otros 161 migrantes se entregaran a los agentes luego de ingresar ilegalmente en Nuevo México. Las circunstancias de la muerte de la niña  siguen sujetas a investigación.

Para los peregrinos, sin embargo, era un patente recordatorio del peligroso viaje que enfrentan los migrantes y solicitantes de asilo, así como del anticuado sistema de inmigración de EE.UU. y de la respuesta del gobierno de Trump a la actual crisis humanitaria en la frontera sudoccidental. El gobierno ha enviado al menos 8.000 soldados a la frontera en un intento de detener la entrada. No obstante, los migrantes siguen llegando en caravanas.

“Quería ver con mis propios ojos lo que estaba pasando”, dijo el Ven. Juan Sandoval, arcediano de la Diócesis de Atlanta, un mexicoamericano de tercera generación que creció en Phoenix.

“Parecería que en lugar de soldados, deberían enviarse gente de iglesia y cooperantes, personas que pudieran ayudar”, afirmó.

El Muy Rdo. Nathan LeRud, deán de la catedral episcopal de La Trinidad en Portland, Oregón, de pie por el lado de Ciudad Juárez junto al muro que separa México y Estados Unidos en la frontera de El Paso, Texas. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Es ahí donde intervienen las iglesias. En su mayoría, la hospitalidad proviene de las iglesias de El Paso, a la vanguardia de las cuales está la Iglesia Católica Romana y la Casa de la Anunciación. Algunos solicitantes de asilo reciben asistencia jurídica de organizaciones como el Centro de Defensa del Inmigrante “Las América” [Las Americas Immigrant Advocacy Center] la segunda escala en el trayecto de los peregrinos.

Allí, Cristina García, que ofrece asesoría legal, explicó la complejidad de la reunificación familiar, la cual puede tomar de 20 a 30 años, dependiendo de las cuotas de EE.UU. y del país de origen, y la dificultad en ganar casos de asilo. Su agencia, dijo ella, ganó seis casos de asilo en seis años y, en un triunfo importante, siete en lo que va de año.

La crisis actual, explicó ella “es deshumanizante en todos los aspectos e ignora el derecho humanitario al acceso”. Ella dijo también que El Paso, Atlanta y el estado de Arizona son los lugares más difíciles para obtener asilo, y en el Paso, como en el resto de Estados Unidos, los jueces toman decisiones arbitrarias caso por caso.

De allí [los peregrinos] siguieron a la iglesia de San Cristóbal [St. Christopher’s], una de las cinco iglesias episcopales de El Paso y la más cercana a la frontera, que dirige el Rdo. J. J. Bernal. El Rdo. Paul Moore, que preside el Ministerio Fronterizo de la Diócesis de Río Grande, proporcionó un panorama de la situación actual en lo que se refiere a Centro América, hablando acerca del fracaso de la economía de goteo, la política exterior de EE.UU. como se ha relacionado históricamente con Centroamérica, la deportación de los miembros de las pandillas, los problemas de seguridad a través del Triángulo Norte, [y] los cárteles de las drogas, asociados a la violencia y al apetito de Estados Unidos por las drogas.

A través del Triángulo Norte de América Central, una región que incluye El Salvador, Guatemala y Honduras, más de 700.000 personas han sido desplazadas por la violencia. Sin embargo, se trata de un fenómeno global que afecta ahora a una cifra récord de 68,5 millones de personas en todo el mundo.

La peregrinación siguió a una Cumbre de Ministerios de la Frontera organizada por Moore y que se tuvo lugar aquí en noviembre.

El 14 de diciembre, los peregrinos salieron para Ciudad Juárez, algunos en automóviles y otros valiéndose de accesos peatonales a lo largo de los tres puentes que conectan las dos ciudades. En Juárez, el Rdo. Héctor Trejo, que llegó hace seis meses de Chihuahua, la capital del estado de Chihuahua, los llevó en autobús a dos de las tres parroquias anglicanas.

San José, está localizada junto a la frontera en Rancho Anapra, un poblado pobre en el lado noroeste de la ciudad, un área dedicada anteriormente a la cría de ganado donde se establecieron ocupantes ilegales y que los cárteles de la droga han infiltrado.

“Debido a que aquí la gente no tiene derechos de propiedad, se convirtió en un lugar para elementos delincuenciales”, dijo Trejo. “Hay casas de seguridad, y es un centro del movimiento de narcotraficantes y tratantes de personas.

“El reto aquí es grande”, añadió, diciendo que los miembros de la comunidad acuden a él por consejo sobre cómo franquear el muro [fronterizo] porque temen por sus vidas.

De derecha a izquierda,  la Muy Rda. Kelly Brown Douglas, decana de la Escuela de Teología Episcopal del Seminario de Teología Unido; Miguel Escobar, director ejecutivo de la Escuela de Teología Episcopal, y la Rda. Winnie Varghese, directora de justicia y reconciliación en la iglesia de La Trinidad [Trinity] de Wall Street, cruzan el Puente Internacional Paso del Norte hacia El Paso, Texas. Foto de Lynette Wilson/ENS.

A diferencia de la Iglesia Católica Romana, la Diócesis Anglicana del Norte de México no cuenta con un ministerio establecido para servir a los migrantes; era algo en que los episcopales buscaban participar y algo que Trejo abordó. La realidad es tal, dijo él, que los voluntarios deben ser adecuadamente adiestrados para tratar con personas que han estado viajando por semanas y a veces por meses, personas que no se han bañado ni se han cepillado los dientes en mucho tiempo, y que han huido de situaciones traumáticas, violentas y abusivas y han encontrado lo mismo a lo largo de su viaje. No obstante, él está buscando compañeros para el ministerio y para crear una red de intervinientes a lo largo de la frontera.

Fue algo de lo que Bernal, el rector de San Cristóbal en el Paso, se ha hecho eco. La Iglesia Episcopal, dijo él, necesita articular y establecer una visión para su ministerio en la frontera.

“La Iglesia Episcopal es una voz para los que no tienen voz”, afirmó. “Aquellos de nosotros aquí en la frontera nos sentimos aislados. Necesitamos más voces activas y más recursos humanos”.

A través de su Ministerio Fronterizo, la Diócesis de Río Grande busca expandir su ministerio, dijo Moore.

Y eso, explicó él, debe asumir la forma de un ministerio en la base dirigido por los que están en el terreno mediante asociaciones basadas en el respeto mutuo, no en el patriarcado.

El último día de la peregrinación del 13 al 15 de diciembre, dos autos repletos de peregrinos partieron para Tornillo, Texas, el sitio de un campamento que se abrió para albergar a 360 menores no acompañados y que ahora alberga a 2.700. Ellos no pudieron llegar al campamento pues, tal como los agentes de la Patrulla Fronteriza les dijeron, se trata de una propiedad privada, pero lograron acercarse lo más posible y se reunieron en una cerca para orar por los niños retenidos allí: por su seguridad, por sus  afligidos padres y por su futuro.

“Me alegro realmente de que fuéramos al campamento —no lo llamaré albergue, no es un albergue—, es un campo de concentración para niños”, dijo el [Muy] Rdo. Stephen Carlsen, deán y rector de la iglesia catedral de Cristo en Indianápolis. “Sentí que necesitaba presenciar lo que estaban haciendo en nuestro nombre como estadounidenses.

“No puedo imaginar lo que sería si la frontera de EE.UU. es tu última esperanza… la manera en que las personas son [mal]tratadas y deshumanizadas. Si esta es su última esperanza, ¿de qué deben ellos huir?”

– Lynette Wilson es reportera y jefa de redacción de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.


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