Capellanes de prisión comparten la presencia de Dios con reclusos de Virginia mediante estudios bíblicos y oración

Por David Paulsen
Posted Jul 31, 2017
Richmond jail ministers

De izquierda a derecha, Robert Dilday, John Gayle, Cheryl Blackwell y Sal Anselmo se encuentran entre los capellanes voluntarios de la iglesia episcopal de San Esteban que ministran en la cárcel municipal de Richmond, Virginia. Foto de Sarah Bartenstein

[Episcopal News Service] Robert Dilday ha servido por cerca de año y medio como capellán voluntario en la cárcel municipal de Richmond, Virginia, dirigiendo estudios bíblicos con reclusos y, más recientemente, visitando a los que mantienen en confinamiento solitario. Como parte de un creciente equipo de la iglesia episcopal de San Esteban  [St. Stephen’s Episcopal Church] dedicados a este ministerio, él se cuida de no sobreestimar su misión.

“No llevamos a Dios a la cárcel” le dijo a Episcopal News Service. “Estamos colaborando con lo que Dios ya está haciendo allí”.

Lo que Dilday, de 62 años, y sus compañeros capellanes llevan a la cárcel todo los jueves por la tarde es el sacramento de la Comunión y una conexión personal mediante el diálogo. Ellos forman parte de un ministerio interreligioso de prisiones mucho más grande que le brinda la oportunidad a los capellanes y a los reclusos de sentir la presencia de Dios en un lugar en que podrían no esperarla.

“Significa ser de alguna manera recíprocos”, dijo Sarah Bartenstein, directora de comunicaciones de San Esteban. “Oramos por ellos los domingos y ellos oran por nosotros”.

La eucaristía que los capellanes voluntarios de San Esteban imparten todos los jueves en la cárcel de Richmond es bendecida todos los domingos en los por oficios de la Iglesia. Foto de Sarah Bartenstein

Los reclusos y capellanes discuten pasajes bíblicos tomados de las lecturas que forman parte de los tres oficios dominicales en San Esteban. Y durante uno de los oficios, la congregación bendice las hostias y el jugo que se servirán durante la eucaristía a los reclusos que decidan recibirla el jueves siguiente.

Este ministerio de San Esteban apenas tiene dos años de existencia, y en la actualidad de 15 a 20 hombres y mujeres de la congregación sirven de capellanes en un calendario rotativo, en el cual dos hombres y dos mujeres suelen visitar la cárcel cada semana para ministrar por separado a reclusos y reclusas.

El ministerio episcopal de cárceles y prisiones pueden encontrarse en todo el país en tanto los capellanes intentan vivir sus promesas bautismales de respeto a la dignidad humana. En Richmond, la capital de Virginia, San Esteban no es la única iglesia en enviar capellanes voluntarios a la cárcel, pero es una de las pocas que ofrece la eucaristía. Y Deb Lawrence, el director de actividades comunitarias de la iglesia, dijo que el equipo de San Esteban no quiere que los reclusos sientan durante estas visitas que están siendo juzgados por lo que han hecho.

“Nosotros sencillamente estamos allí con ellos. No estamos allí para predicar o convertirlos, nada de eso”, dijo Lawrence. “Se trata de relaciones y de personas que oran unas por otras una vez a la semana”.

San Esteban participó por primera vez en el ministerio de la cárcel por iniciativa de John Gayle, un miembro de la congregación que estaba interesado en nuevas oportunidades de servicio comunitario.

Gayle, un abogado que a los 64 se especializa en derecho del consumidor, tenía alguna experiencia en derecho penal y representando a reclusos. Ya él había participado en un ministerio de la iglesia de llevar la eucaristía a personas en hogares de retiro y ancianatos que no podían asistir a los oficios de la iglesia, y eso le dio la idea de hacer algo semejante en la cárcel.

Gayle dijo que no estaba seguro de lo que esperaba en su primera visita a la cárcel. Comenzó simplemente por lecturas de la Biblia y por hablarle a los hombres.

“Fue una experiencia tan transformadora para mí en lo que respecta a ver a personas que son asesinos y violadores y todo tipo de gente, que no difieren en su interior de mí en sus temores y preocupaciones”, le dijo a ENS. “Y yo encontré tal humanidad en ellos que me resultó sumamente inspirador”.

Compartir la palabra de Dios, terminar en silencio

Los estudios bíblicos suelen celebrarse en un aula de la cárcel. Comienzan con un pasaje bíblico, a veces leído por un recluso y otras veces leído por varios reclusos por turno. Luego sostienen un debate abierto sobre lo que han leído.

Dilday dijo que él alienta a los reclusos a compartir las maneras en que los pasajes bíblicos se identifican con sus experiencias. Pueden decidir leer algunos o todos los pasajes por segunda vez.

Una sesión de estudio bíblico resalta en el recuerdo de Dilday. El pasaje del Evangelio relataba la idea del prójimo de uno, contó él, y eso provocó la discusión acerca de las diferentes maneras que “prójimo” se entiende en la sociedad estadounidense. Un joven blanco, un latino de edad mediana y un negro de mayor edad se interesaron particularmente en el tema, y los tres reclusos se enfrascaron en un diálogo animado, pero respetuoso, con poco estímulo adicional de parte de Dilday.

Las sesiones puede durar una hora o más. Para concluir, el grupo dedica unos pocos instantes a la contemplación silenciosa.

“El silencio, sospecho yo, es raro”, dijo Dilday. “Cuando se presentan esos momentos de silencio deliberado, creo yo que se agradecen”.

El creciente equipo de voluntarios de San Esteban refleja una tendencia general en el programa de capellanía carcelaria de Richmond.  Está supervisado por el único capellán a sueldo de la cárcel, el Rdo. Louis Williams, que calcula que alrededor de 150 voluntarios participan en el programa, un aumento de aproximadamente 60 o 70 desde que él se convirtiera en jefe de capellanes en enero de 2016.

La población penal del Centro de Justicia Municipal de Richmond asciende a unos 1.000 reclusos un día promedio, lo cual la hace la segunda cárcel del estado después de la de Norfolk, explicó Williams.

Los capellanes, laicos en su mayoría, provienen de docenas de congregaciones del área de Richmond. Uno de los capellanes es musulmán, aunque en su mayoría son de varias denominaciones cristianas. Algunos celebran cultos. Otros dirigen a grupos de reclusos en cantar himnos.

Los voluntarios deben ser recomendados por una congregación, llenar una solicitud, someterse a una revisión de antecedentes y asistir a una sesión de orientación, pero uno de los criterios más importantes es que “tengan un don y talento y pasión en lo que se refiere a ministrar a los hermanos más pequeños”, dijo Williams, aludiendo al texto de Mateo 25:40.

Williams, ministro presbiteriano conocido en la cárcel como “Pastor Louis”, aconseja a los nuevos capellanes, durante la orientación, que deben ser fieles a sus creencias, pero respetuosos también de otras religiones. La cárcel llama “residentes” a sus reclusos, en reconocimiento a que la mayoría de ellos se preparan para reingresar a la sociedad algún día. Para los residentes de la cárcel que sean espiritualmente receptivos, dijo Williams, el simple hecho de compartir la fe a través de la Escritura puede ayudarles a tener éxito en ese camino.

“La Escritura se usa para edificar la identidad de las personas y brindarles una perspectiva diferente, la perspectiva de Dios, respecto a quienes son”, apuntó él.

La oración a través de la puerta de una celda

Los capellanes asumen un enfoque diferente al ministrarles a los reclusos que se encuentran aislados, lo que también se conoce como confinamiento solitario. Allí no hay estudio bíblico. Un ayudante siempre está presente. La conversación tiene lugar sólo mientras [el recluso] está arrodillado junto a la puerta de la celda y mirándose uno al otro a través de la estrecha ranura de la puerta.

Williams ofrece orientación adicional para estas visitas, aconsejándoles a los capellanes que enfaticen su ministerio de oración, no sólo la conversación con los reclusos.

Dilday y Gayle son los dos capellanes de San Esteban que participan actualmente en este ministerio, que tiene lugar generalmente una vez al mes. En cada ocasión, visitan de 20 a 25 hombres, nunca por más de diez minutos cada uno.

Los reclusos parecen apreciar la interacción humana y con frecuencia tienen serias preocupaciones que quieren compartir, dijo Dilday. Un hombre dijo estar pasando por un momento difícil con la noticia de que su hijo había muerto mientras él estaba encerrado.

En aislamiento, “las historias que se comparten son un poco más crudas”, dijo Dilday. “A veces puede resultar difícil dejar la cárcel después de oír esas historias”. Tales historias pueden atormentar a los capellanes mucho tiempo después de que la ranura de la puerta de la celda se cierra.

Los capellanes no ofrecen la eucaristía aquí, pero pueden sostener las manos de los reclusos a través de la ranura y orar con ellos.

Dilday dijo que él no temía visitar las celdas solitarias de la cárcel, pero al principio sentía que se aventuraba en lo desconocido. ¿Sería más difícil hablar con los reclusos que mantenían ahí, aislados por una serie de infracciones?

Él y Gayle descubrieron que ese no era el caso en modo alguno. Ellos y los otros capellanes han encontrado estas visitas inspiradoras y no sólo para los reclusos.

“Esto ha sido transformador para la gente de San Esteban tanto como ha sido transformador para la gente de la cárcel”, afirmó Dilday.

David Paulsen es redactor y reportero de Episcopal News Service. Pueden dirigirse a él a dpaulsen@episcopalchurch.org. Traducción de Vicente Echerri.