La conferencia Proyecto de Historia de las Mujeres Episcopales se centra en las mujeres de color

Por M. Dion Thompson
Posted Jun 14, 2017

Sandra T. Montes, a la derecha, consultora de la Fundación de la Iglesia Episcopal, se toma una autofoto con la Rda.. Stephanie Spellers, canóniga del Obispo Primado para la evangelización, la reconciliación y la creación, al centro, y Denise Treviño-Gómez, misionera para el desarrollo intercultural en la Diócesis de Texas, durante la conferencia Proyecto de Historia de las Mujeres Episcopales que tiene lugar en el Centro Marítimo en Maryland. Foto de Sandra T. Montes vía Facebook.

[Episcopal News Service – Linthicum Heights, Maryland] La Rvdma. Jennifer L. Baskerville-Burrows profundizó en su sermón, invocando rítmicamente los nombres de una gran nube de testigos cuya presencia era hondamente sentida por los que se reunieron cerca de Baltimore esta semana para la conferencia Proyecto de Historia de las Mujeres Episcopales.

“Ustedes las conocen, mujeres como Pauli Murray; ¡digan su nombre!  Verna Dozier; ¡digan su nombre!  Margaret Bush, primera mujer negra en servir en la Cámara de diputados; ¡digan su nombre!”, dijo Baskerville-Burrows, la recién electa obispa de Indianápolis y la primera obispa diocesana negra elegida en la Iglesia Episcopal.. “¡Pronúncienlos! ¿Quién más? ¡Digan su nombre! La Rda. Carmen Guerrero; ¡digan su nombre! Digámosle estos nombres a nuestros hijos, de manera que sepan quienes son”.

La conferencia, del 12 al 15 de junio, la primera en la historia del grupo que se centra en las mujeres de color, reunió a mujeres laicas y ordenadas de todo el país. Araceli Ma, que trabaja con el ministerio latino en la Diócesis de Washington, dijo que ella vino para garantizar una presencia latina en la conferencia y para mostrarles a sus dos hijas, de 13 y 10 años de edad, las oportunidades abiertas para ellas.

Durante el tiempo que pasaron juntas, las mujeres compartieron historias de sus propias esperanzas y dificultades, encontrando con frecuencia un abrumador sentido de conexión en sus experiencias particulares.

“Mi historia es nuestra historia”, dijo Baskerville-Burrows durante su homilía del 12 de junio.

La Rda. Matilda Dunn, presidente del Proyecto de Historia, dijo que la planificación de la conferencia de este año comenzó hace aproximadamente dos años. El proyecto había estado recogiendo historias y relatos orales de mujeres a través de la Iglesia Episcopal, desde las famosas hasta las leales feligresas y miembros de la sociedad del altar que a menudo forman la columna principal de una parroquia.

“Debemos honrarlas porque ellas también están haciendo el trabajo de la Iglesia”, afirmó [Dunn]. “Es importante para mí porque la historia ha de preservarse para todos nosotros, hombres y mujeres”.

Sin embargo, Dunn y otras personas sintieron la necesidad de reservar algún tiempo para las mujeres de color, a fin de honrar y celebrar su historia colectiva. Mediante la Rda. Nan Peete, consiguieron a Baskerville-Burrows como predicadora y a la Rda. Kelly Brown Douglas, recién nombrada decana de la Escuela Episcopal de Teología, como oradora principal. La conferencia se inició el lunes, el día en que la Rvdma. Barbara C. Harris, la primera mujer ordenada obispa en la Comunión Anglicana, cumplía 87 años.

En la mañana del 13 de junio, Douglas instó a los que asistían a la conferencia a decir la verdad acerca de sus experiencias y de cómo sus vidas habían configurado su visión del mundo.

“Tenemos que decir la verdad respecto a quienes somos. A este país no le gusta contar la verdad sobre sí mismo”, señaló ella. “Ahora bien, si la Iglesia Episcopal cuenta la verdad sobre sí misma, lo que es, eso será como contar la verdad sobre esta nación”.

Durante su discurso, ella citó recientes estadísticas del censo para ofrecer un vistazo de las luchas y retos a que se enfrentaron muchas mujeres y, en particular, mujeres de color. Alrededor del 25 por ciento de todas las mujeres negras e hispanas viven en la pobreza, y esa cifra asciende al 28 por ciento para las mujeres nativoamericanas. En consecuencia, los niños también sufren. Los índices de pobreza oscilan entre el 13 por ciento de los niños asiáticos al 36 por ciento de los niños afroamericanos, dijo Douglas.

Las cifras de la justicia criminal son igualmente desalentadoras con índices de encarcelamiento para mujeres negras e hispanas que exceden los porcentajes de población.

“Dados estos hechos, ¿qué significa todo esto para nosotras que estamos reunidas aquí?, dijo Douglas. “Somos llamadas a mostrar lo que significa ser la Iglesia. Somos llamadas a recordar [a Jesús] actuando y obrando de la manera  que él lo haría en el mundo”.

Para Douglas,, el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, tal como lo cuenta el evangelio de Juan, fue un ejemplo perfecto de cómo uno cruza las barreras sociales, echa a un lado el privilegio social y encuentra verdadera y genuina comunión. Ella les recordó que incluso aunque sus vidas hayan transcurrido dentro del mundo de la Iglesia Episcopal, con frecuencia seguían siendo ajenas con una perspectiva singular. También instó [a sus oyentes] a encontrar un terreno común con los mujeres que no estaban en el centro de conferencias, donde las bandejas de dulces y las jarras de café llenaban las mesas a la salida del salón climatizado.

“Las mujeres samaritanas de nuestro tiempo son las mujeres que se parecen a nosotras”, dijo ella. “Es a esas mujeres a las que debemos responder”.

Durante una sesión de preguntas y respuestas que siguió al discurso principal, Grecia Adriana Rivas, que vive cerca de San Diego, California, habló del temor y la ansiedad incontrolados en las comunidades de inmigrantes e indocumentados en los últimos meses. Los agentes de Inmigración y Aduanas de EE.UU. (ICE por su sigla en inglés) han sido vistos patrullando la feria del condado o vigilando las iglesias, apuntó ella.

“Estaba tan furiosa”, dijo ella. “Ya ni siquiera podemos divertirnos.  Ya ni podemos practicar nuestra fe”.

Douglas respondió con un repetido llamado a la solidaridad.

“Debemos hacer acto de presencia cuando es nuestra causa y cuando no es nuestra causa porque es nuestra causa”, afirmó. “Debemos estar allí los unos por los otros”.

A través de la conferencia, las mujeres dedicaron tiempo a cuestionar el significado de diversidad, los aspectos prácticos de ser una iglesia de acogida, y las historias culturales que cada uno aporta a la Iglesia. Durante el culto, cuando fueron invitadas a rezar el Padre Nuestro en el idioma de sus corazones, las palabras familiares pudieron escucharse en inglés, español y navajo.

La Rda. Cornelia Eaton, diácona que sirve en la Diócesis de Navajolandia, mencionó la dolorosa historia de Fort Sumner, Nuevo México, donde en la década del 60 del siglo XIX, el gobierno de EE.UU. mudó a la fuerza a miles de navajos sacados de sus tierras para vivir en condiciones miserables en el Bosque Redondo. El empeño de relocalización fracasó y al cabo de unos años, los navajos fueron devueltos a sus hogares. Pero la historia perdura y el fuerte y sus contornos son recordados como “el lugar del sufrimiento”, dijo Eaton.

“Todas somos tejedoras de muchas culturas y tradiciones”, dijo ella. “Yo me convertí en una tejedora de la tradición cristiana y la tradición navaja”.

Algunos de los relatos compartidos conllevaron singulares encuentros que tenían eco entre las asistentes y provocaron risas en el salón. Sandra Montes, que es afroperuana y proviene de la Diócesis de Texas, contó la ocasión en que ella y su madre estaban comprando tarjetas de felicitación en Boston, Massachusetts. Montes dijo que mientras estaban riéndose y leyendo las tarjetas, dos mujeres mayores blancas se dirigieron a ellas y les dijeron: “las tarjetas mexicanas están allá”. Montes  contó que ella y su madre se quedaron mirando a las mujeres y les dijeron: “pero nosotras somos peruanas”.

La Rda. Yein Esther Kim, proveniente de la Escuela de Teología Episcopal donde fue ordenada en 2014 y quien ahora sirve en la Diócesis de Los Ángeles, compartió que “hacer acto de presencia” puede tener un matiz particular para una mujer de color.

“Cuando perciben que [un evento] no es suficientemente diverso o lo bastante multicultural, me invitarán, como si yo pudiera aportarles un poco de diversidad”, dijo Kim, que es coreana-americana. Luego, yo voy, porque nada sucederá si no me aparezco”.

En verdad, el valor de presentarse, de ser vistas y de aportar su voz a la conversación cultural, ya sea en marchas, en redes sociales o en la vida de la Iglesia Episcopal, no pasó inadvertido para las mujeres.

”Dios es fiel—seámoslo también nosotras”, dijo Baskerville-Burrows durante su homilía de apertura. “Las mujeres de color no seremos borradas. No nos harán invisibles. Aprendamos a vernos como Jesús nos ve. Porque Dios nos dice a todas nosotras, a todas las mujeres de color en la Iglesia, “yo TE veo”.

— El Rdo. M. Dion Thompson es sacerdote de la Diócesis de Maryland. Traducción de Vicente Echerri.


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