Capellana de un hospital de Chicago ayuda a víctimas de la violencia y sus familias que atraviesan crisis espirituales

Por David Paulsen
Posted Apr 20, 2017
Carol Reese trauma center

La Rda. Carol Reese es capellana y coordinadora de prevención de violencia en el hospital John H. Stroger Jr. del condado de Cook. Foto de David Paulsen/ENS.

[Episcopal News Service – Chicago, Illinois] En el Hospital John H. Stroger Jr. del condado de Cook  funciona una de los centros de trauma más atareados del país. El hospital de Chicago tiene centenares de médicos titulares, residentes y becarios en su personal, pero sólo una empleada con el título de coordinadora de prevención de violencia y la palabra “capellana” en su placa distintiva.

Muchos de los pacientes de la Rda. Carol Reese se enfrentan a una crisis de fe tanto como a una crisis de salud, especialmente adolescentes heridos en balaceras.

“Esos chicos están intentando aferrarse a cualquier atisbo de esperanza en la vida que puedan tener”, dijo Reese, de 60 años y sacerdote episcopal, en una entrevista el mes pasado en el hospital. “A algunos de ellos les ayuda su fe. A otros les queda [la fe] muy afectada en medio de todo esto”.

Reese compartirá sus ideas sobre las comunidades traumatizadas por la violencia armada y sus enfoques de salud pública para la reducción de la violencia en un foro que tendrá lugar esta semana en Chicago auspiciado por Obispos Unidos Contra la Violencia Armada [con el título de]. “Impía trinidad: la convergencia del racismo, la pobreza y la violencia armada”  que tiene lugar en la Escuela Luterana de Teología del 20 al 22 de abril en Hyde Park.

Reese ve de primera mano la convergencia de esta impía trinidad en el hospital y como directora del programa Healing Hurt People-Chicago, una asociación del hospital y la universidad  que estudia los modos de mantener a salvo a los adolescentes  al tiempo que trabaja con víctimas jóvenes mientras se recuperan y regresan a sus barrios.

La violencia armada ha aumentado en Chicago en los últimos años. La ciudad, la tercera más grande de la nación, registró más de 4.300 tiroteos en 2016 y el mayor número de homicidios en EE.UU.

“La violencia armada es un problema que trasciende todo tipo de fronteras”, le dijo a ENS el obispo diocesano de Chicago Jeffrey Lee en una entrevista telefónica. Viendo esto como algo más que un problema urbano o rural, un problema blanco o negro, un problema conservador o liberal, dijo Lee, los obispos quieren comprometer a personas de todas partes del debate en establecer un terreno común.

“Queremos traer a personas de toda una variedad de puntos de vista en torno a aquello en podamos convenir”, dijo Lee, señalando las potenciales áreas de consenso en una legislación razonable sobre las armas de fuego y medidas contra las armas ilegales.

El centro de trauma del hospital Stroger trató 900 heridas de bala en 2015, el último año en la contabilización de este dato, y Reese dijo que la unidad trata a unos 10.000 menores y adultos al año.

Al igual que la atención médica, la atención espiritual se necesita constantemente. Un caso típico puede ser el de un adolescente aferrándose a la vida y la familia y los amigos enfrentándose a sus propios traumas emocionales y sentimientos de culpa por no haber hecho más para proteger a la víctima, explicó Reese. Ella orienta a las víctimas y a sus seres queridos mientras se enfrentan con interrogantes existenciales: ¿Por qué me sucedió esto a mí? ¿Qué hice para merecer esto?

“La esencia misma de esto, creo yo, es la manera en que las personas cobran conciencia de lo que les ha ocurrido, particularmente a la luz de un evento traumático”, dijo Reese. Se trata de dejar que la gente explore estas interrogantes en un ambiente seguro”.

En uno de esos casos, dos adolescentes que eran primos fueron baleados y heridos en dos incidentes distintos en menos de un año, contó Reese. Mientras recibían tratamiento externo después de los sucesos, la tragedia les volvió a golpear. La hermana de uno de los muchachos murió en el incendio de una casa.

“Recuerdo haber hablado con estos chicos acerca de su manera de enfrentar todo eso”, dijo Reese, “Y uno de los muchachos dijo…que casi había perdido la fe en Dios porque no llegaba a entender el porqué todas esas cosas les habían ocurrido a ellos”.

¿Qué puede decirle un profesional de la salud a un muchacho necesitado de esa profunda atención espiritual?

“Yo les digo, lo entiendo y estamos contigo para que puedas salir de esto”, respondió Reese. “Porque es ahí donde yo creo que las personas de fe pueden marcar una enorme diferencia. Puedes percibir como que Dios te ha abandonado, pero nosotros estamos contigo”.

No hay una respuesta sencilla de por qué la violencia se ha disparado recientemente, advertía un informe del laboratorio de criminología de la Universidad de Chicago, pero es notable que en los cinco barrios con el mayor aumento en el número de homicidios, el 37 por ciento de los residentes vivían por debajo del nivel de la pobreza, en comparación con el 23 por ciento de la ciudad como un todo.

“El aumento de homicidios en Chicago estaba desproporcionadamente concentrado en barrios que históricamente se encuentran entre los más desfavorecidos de la ciudad”, decía el informe.

La gran mayoría de las víctimas en Chicago son varones de raza negra, y el superintendente de la policía  Eddie Johnson ha dicho que gran parte de la violencia se arraiga en los “barrios empobrecidos”.

“Me muestran a un hombre que no tiene esperanza, y les mostraré a uno que está dispuesto a coger un arma y hacer cualquier cosa con ella”, dijo Johnson a los reporteros en septiembre pasado luego del violento fin de semana del Día del Trabajo. “Esos son los problemas que conducen a esta violencia”.

Reese, natural de Kentucky, obtuvo su licenciatura y su maestría en servicios sociales antes de comenzar sus primeros cinco años de atención pastoral en Stroger en 1986. Regresó al centro de trauma de Stroger en 2005 en un momento en que el hospital estaba respondiendo a los resultados de grupos de debate que se estaban llevando a cabo con jóvenes que habían sido tratados en el centro de trauma. Se les preguntaba que factores habían contribuido a su recuperación.

“Casi en su totalidad, esos jóvenes les dijeron a los entrevistadores que lo que más les había ayudado a sobreponerse a una lesión violenta había sido su fe”, dijo Reese, que fue ordenada en 2010 al objeto de aportar más elementos litúrgicos y sacramentales a su labor.

Ella está consciente, sin embargo, que la sociedad —así como los pacientes que suele ver— es cada vez menos religiosa, de ahí su preferencia por la expresión “atención espiritual” en lugar de un lenguaje más religioso. Incluso los pacientes  sin profundas raíces en una tradición religiosa, captan los conceptos espirituales básicos.

Ella y sus colegas atienden a las víctimas y sus familias como individuos, pero resulta difícil no fijarse en el panorama global y preguntarse lo que puede hacerse en la sociedad para frenar el ciclo de la violencia. En parte, esto es un acto de autopreservación, afirma Reese. Estamos realmente cansados de coser a personas y hacerlas salir de aquí a sabiendas de que puedes verlas de nuevo en un año o dos años o seis meses”.

A través de su trabajo con Healing Hurt People-Chicago, ella y su equipo están creando medios para ayudar a estas familias antes de que una crisis los traiga al centro de trauma. Pueden dedicar tiempo a estudiar datos sobre la prevención de la violencia armada, o su enfoque puede ser tan simple como una conversación con un adolescente acerca de la manera segura de llegar a la escuela.

Hace unos años, Reese estaba escuchando una presentación hecha por un miembro del grupo CeaseFire, que capta a expresos que han cambiado de vida para trabajar con jóvenes en peligro de tomar por la misma senda. El presentador dijo que, cuando él era joven, los miembros de su familia siempre le dijeron que no hiciera todas las cosas malas que estaba haciendo o terminaría en la cárcel o muerto. Él las siguió haciendo de todos modos.

Reese le preguntó que habría querido que esas personas cercanas a él le hubieran dicho.

“Estoy contento de que estés aquí”, fue su respuesta.

“Lo que saqué de eso es que las personas necesitan sentirse amadas, valoradas, tratadas con respeto y saber que alguien se alegra de que ellos estén aquí [en el mundo]”, afirmó Reese.

Los muchachos y jóvenes negros que ella ve en el centro de trauma tienen algo que ofrecer al mundo, dijo Reese. “Sencillamente tengo que creer eso, y que estaríamos mucho peor si ellos no existieran. Y ese es el mensaje que necesitan oír: me alegra que estés aquí. Quiero saber lo que aportas al mundo”.

Y si realmente nos alegramos de que existan, debemos estar dispuestos a demostrarlo en la manera en que trabajamos para hacer una sociedad mejor, dijo ella, como es el garantizar igual acceso a la educación de calidad, abordar los prejuicios raciales en las tasas de encarcelación y la creación de oportunidades de empleo.

“La solución parece  tan enormemente complicada que nos paraliza”, siguió diciendo Reese. “Sencillamente parece demasiado grande para asumirla. Y es grande de asumir. Pero yo creo en lo que me concierne, como persona de fe en este entorno, que si digo que me alegra que existas, entonces eso significa que tengo que hacer algunas cosas para demostrarlo”.

– David Paulsen es redactor y reportero de Episcopal News Service. Pueden dirigirse a él a dpaulsen@episcopalchurch.org. Traducción de Vicente Echerri.