La Catedral Nacional sigue debatiendo sobre las vidrieras de Lee y Jackson

Por Heather Beasley Doyle
Posted Feb 20, 2017
National Cathedral windows

Stained glass fabricator Dieter Goldkuhle, who worked with his late father to install many of the stained glass windows at Washington National Cathedral, replaces an image of the Confederate battle flag after cathedral leaders decided in 2016 that the symbol of racial supremacy had no place inside the cathedral. The long-term fate of the windows honoring Robert E. Lee and Stonewall Jackson remains under debate. Photo: Danielle E. Thomas/Washington National Cathedral

[Episcopal News Service] Cuando la luz del sol pasa a través de las vidrieras emplomadas de la Catedral Nacional de Washington los colores se dispersan y los tonos se desprenden de los relatos visuales que normalmente los confinan a un espacio enmarcado y definido. Liberados por la luz, los colores encienden los muros de la catedral como parches de azul, sombras de rosado y manchones de púrpura, transformadas las narrativas visuales en una efímera versión pastel de una prueba de Rorschach.

La secuela de un crimen de odio puso en relieve dos vidrieras particulares de la catedral. En la noche del 17 de junio de 2015, Dylann Roof agredió a tiros a 12 personas, matando a nueve de ellas, durante un estudio bíblico en el templo Emanuel de la Iglesia Metodista Episcopal Africana en Charleston, Carolina del Sur. La acto de violencia, que tenía una motivación racial, provocó que muchas instituciones removieran las banderas confederadas. En la Catedral Nacional de Washington, el entonces deán Gary Hall pidió la remoción de dos vidrieras —una de ellas en conmemoración del general confederado Robert E. Lee, y la otra en memoria del general confederado Thomas “Stonewall” Jackson. En ambas aparece una pequeña bandera confederada, ofreciendo un claro reconocimiento del Sur de los tiempos de la guerra de Secesión a favor del cual ambos generales lucharon.

Roof  “se rodeó de estos símbolos confederados”, dijo la Rda. Kelly Brown Douglas, canóniga y teóloga en la catedral y profesora de religión en Goucher College. Reconociendo la violencia actual asociada con los símbolos, el cabildo de la Catedral (su organismo de gobierno) creo un equipo de trabajo para recomendar una manera de salir adelante, en lugar de sencillamente remover las vidrieras.

Robert E Lee window

Una vidriera dedicada al general confederado Robert E. Lee fue donada originalmente a la Catedral Nacional de Washington por las Hijas de la Confederación en 1953. Foto de la Catedral Nacional de Washington

En un informe en junio pasado, el equipo de trabajo propuso dejar las vidrieras en su lugar por el momento: “Las vidrieras proporcionan un catalizador para discusiones sinceras acerca de la raza y el legado de la esclavitud y para abordar los incómodos temas de la raza en Estados Unidos que con tanta frecuencia se eluden. Además, las vidrieras sirven como un profundo testimonio de la compleja historia de la propia catedral en relación con la raza”. El informe instó luego al capítulo a resolver el asunto para junio de 2018.

Con el informe en su mano, el capítulo decidió que si bien las vidrieras deberían quedarse, las incrustaciones donde aparecían las banderas no podían permanecer, y rápidamente las reemplazaron con dos paneles de vidrio, un rojo y otro azul. “La bandera de batalla (confederada) es una imagen problemática y racista que no tiene lugar en la Catedral”, dijo  Kevin Eckstrom, director de comunicaciones de la Catedral Nacional de Washington. Brown Douglas, que fue miembro del equipo de trabajo, se mostró de acuerdo. “Independientemente de lo que la bandera confederada significara históricamente, ha venido a simbolizar la supremacía blanca”, una posición que pugna con los “valores cristianos”, señaló ella. Banderas aparte, Lee y Jackson “combatieron a favor de la Confederación, y al hacerlo estaban luchando por mantener la institución de la esclavitud”, añadió Brown Douglas.

Los líderes de la catedral no siempre han creído que el legado de la Confederación choca con los principios episcopales. La catedral aceptó, en 1931, una oferta de las Hijas Unidas de la Confederación (UDC por su sigla en inglés) de costear un monumento en recordación de Robert E. Lee, quien era episcopal. El objetivo fundamental de las UDC era “honrar la memoria de los que sirvieron y los que cayeron en el servicio de los estados confederados”.   Veintidós años pasarían antes de que el proyecto se concretara en la forma de dos vidrieras emplomadas. Los archivos de la catedral incluidos en el informe del equipo de trabajo revelan una conversación amable y solidaria entre la catedral y las representantes de las UDC. En el papel, al menos, nadie parece haber cuestionado la inclusión de la bandera de batalla confederada.

Stonewall Jackson window

Una vidriera emplomada en honor del general confederado Thomas “Stonewall” Jackson en la nave de la Catedral Nacional de Washington incluye escenas de la vida de Jackson y de su muerte en batalla. Foto cortesía de la Catedral Nacional de Washington.

“Nos ha tomado un tiempo llegar hasta aquí” dijo Heidi Kim, la funcionaria encargada de reconciliación racial del personal de la Iglesia Episcopal. Si bien los cimientos de la Catedral Nacional de Washington se echaron en 1907, décadas después de la abolición de la esclavitud, Kim señaló que los esclavos construyeron muchas iglesias episcopales. Muchos episcopales fueron dueños de esclavos y otros, incluso norteños, lucraron con la trata de esclavos, una historia que se cuenta en términos personales en el documental Trazas de la trata  [Traces of the Trade].

“El grado en el cual casi todo el mundo en la nación que tenía algún privilegio económico se benefició de la esclavitud, en el Norte y en el Sur” fue considerable, dijo el Rdo. Dr. Robert W. Prichard, profesor de historia de la Iglesia en el Seminario Teológico de Virginia y autor de Una historia de la Iglesia Episcopal  [A History of the Episcopal Church].

En 2008, la Iglesia Episcopal pidió perdón por su papel en la esclavitud.  A las disculpas siguió una resolución aprobada en la Convención General en 2006, instando a la Iglesia“…a abordar las disparidades y la injusticia raciales sistémicas en la Iglesia y en la cultura en general”, que ahondaba en esa sensibilidad. La opinión sobre lo que esto significa y cuán lejos debería de llegar varía entre los episcopales.

Muchos creen que las vidrieras deberían quedarse en la catedral como un recordatorio del pasado de la Iglesia Episcopal. Hay algo en remover esas vidrieras que parece un poco la negación de lo que hemos sido”, dijo Danielle A. Gaherty, miembro y líder laica en la iglesia de la Trinidad [Trinity] del barrio de Lake Rock en Lakeville, Connecticut.

“Yo no creo que deberían dejar el edificio, especialmente en este momento cuando hay tanta controversia en el mundo sobre las relaciones raciales”, afirmó ella. “Me parece que ahora es más importante que nunca recordar”.

William Thomas Martin, sacerdote parroquial jubilado de Williamsburg, Virginia, se mostraba de acuerdo. “Removiendo las vidrieras estaríamos desechando la memoria, y si desechamos la memoria, vamos a repetir nuestros errores. La bandera confederada es un símbolo de nuestro pecado original, pienso yo. Nos recuerda nuestra propia falibilidad y nuestra necesidad de la gracia de Dios”.

Doug Desper, un episcopal de Waynesboro, Virginia, cree que las vidrieras de Lee-Jackson deberían quitarse de la Catedral Nacional de Washington. Al igual que Gaherty, Martin y Riely Temple, él se sintió compelido a comentar un artículo de Religious News Service cerca de las vidrieras que se publicó en la página web de ENS en octubre., “No creo que banderas de batalla de ninguna clase pertenezcan” a una casa de culto, dice él. Y algo más importante, a él no le gusta el criterio de “un Sur criminal versus un Norte virtuoso” que se desprende del debate. Esa antinomia, arguye él, ignora las complejidades de la vida norteamericana a mediados del siglo XIX. Aboga por una vidriera de la reconciliación que reemplace las de Lee-Jackson, pero “no creo que debamos seguir pidiendo excusas. Creo que lo que debemos hacer ahora es mirar cuanto hemos avanzado a partir de donde estaban nuestros antepasados”.

Respecto a un continuo mantra de “lo sentimos”, Brown Douglas está de acuerdo en que no es la respuesta. “Las disculpas son gracia barata”, dijo él. “La Iglesia debe hablar de arrepentimiento. Uno tiene que nombrar el pecado, y luego darse vuelta y marchar por un rumbo distinto”.

El punto que Lee y Jackson fueron tan complejos como cualesquier hombres, los matices de sus vidas fueron más grandes que las vidrieras emplomadas. El Rdo. Delman Coates, pastor principal de la iglesia bautista Monte Enón [Mt. Ennon Baptist Church] en Clinton, Maryland, dijo que el reconocimiento no basta para tranquilizarlo respecto a las vidrieras, incluso si se explicara su contexto. “Para mí, como afroamericano, esos son símbolos de un pasado doloroso y horrible”, expresó Coates, que participó en el panel [titulado] “¿Qué debe hacer la Iglesia blanca? que debatió sobre el tema en la catedral en julio pasado. Tanto así, dice él, que dejar las vidrieras de Lee-Jackson tal como están “le dificultaría” a él sentirse plenamente bienvenido en la catedral.

Riley Temple, miembro del equipo de trabajo, quiere que la catedral redoble sus empeños en torno a las vidrieras ahora. Él cree que los eventos hasta la fecha han sido intelectualmente fallidos, que no consiguen abordar todas las serie de emociones en juego. Quiere que la catedral aborde ese desequilibrio. “Nadie está pensando en nuestro nivel de incomodidad y la continua injuria y agresión [que representan] esas vidrieras’, apuntó. “Ellos no quieren que los blancos se sientan incómodos. La verdad nos va a horrorizar, y no podemos llegar a la reconciliación sin horrorizarnos”.

Pero Brown Douglas citó otro paso esencial en este proceso: “antes de que podamos hablar de reconciliación, tenemos que hablar de justicia”. A ese fin, dijo ella, la catedral está creando programas y formando asociaciones, incluida una con la congregación de Coates. Durante la Cuaresma, Brown Douglas dirigirá un programa de estudio sobre justicia social y racial. Y el 29 de marzo, participará en el panel de la catedral “Santos y pecadores: Robert E. Lee y Stonewall Jackson.”

Movilizar un movimiento de justicia social y reconciliación dentro del ámbito más amplio de la Iglesia cristiana tiene sentido para Coates. “El racismo y el racismo estructural en Estados Unidos estuvieron justificados teológicamente”, afirmó él. “A fin de progresar en una gama de problemas de justicia social, debemos reafirmar y reinventar nuestra propia teología”. Willie James Jennings, profesor asociado de teología sistemática y estudios africanos en la Escuela de Teología de Yale, autor de La imaginación cristiana: la teología y los orígenes de la raza  [The Christian Imagination: Theology and the Origins of Race] se muestra de acuerdo. “El racismo tiene una profunda arquitectura cristiana, y no hay modo de lidiar con ese pasado sin llegar a través del cristianismo”, afirmó.

La trayectoria teológica y ética de lidiar con esto para las iglesias episcopales y otras con muy pocos afroamericanos debe incluir una sincera introspección. “Eso compete a una denominación que tiene un sentido de su propia blanquitud”, dice él. “No entienden de qué manera su cristianismo y su blanquitud se alimentan mutuamente. [Como cristianos] siempre es importante para nosotros mostrarle a la gente lo que significa vivir en la verdad”.

Las fuertes emociones que se desatan cuando las personas hablan sobre la raza demandan atención —son importantes. Jennings señalaba “la profunda frustración [que provoca] la manera en que la gente rehúsa reconocer el horror de todo esto”. Si hay una buena nueva en la senda de este desafío, es que “la Iglesia tiene un papel vital en ayudar a la gente a asumir lo que sienten, no sólo lo que piensan”, subrayó.

Ahora mismo, los sentimientos que suscitan las vidrieras parecen inextricablemente vinculados a un interés generalizado no sobre el pasado de este país, sino sobre su actual clima interpersonal y político. “Somos una nación tan dividida como lo hemos sido siempre. Estamos tan divididos racialmente como lo hemos estado siempre”, dijo Brown Douglas. Al poner en tela de juicio las vidrieras de Lee-Jackson, la catedral entró de lleno en ese espacio sensible e incómodo.

Cualquiera que sea el resultado, Coates y Jennings le dan crédito a los líderes y miembros de la comunidad de la catedral por sacar a colación su papel en la recordación y glorificación de un doloroso pasado con huellas omnipresentes. “Quiero reconocer el valor que conlleva ver lo que otros rehúsan ver”, dijo Jennings. “Les estoy agradecido por hacer eso. Es realmente importante”,

En su informe, el equipo de trabajo recomendó ahondar en el tópico como comunidad mediante foros, una “auditoría” de los relatos que la catedral y los edificios aledaños cuentan y con toda clase de expresiones artísticas. Brown Douglas espera que el proceso responderá las preguntas: “¿Qué estamos sugiriendo respecto a quienes somos? Pero más que eso, ¿Qué estamos diciendo respecto a quien es Dios?”. Ella espera también que [ese proceso] descubrirá “las voces que se han quedado por oír, la historia subyugada”. Aún queda por ver cómo se incorporan esas voces a la Catedral Nacional y cómo encajan las vidrieras de Lee-Jackson en esta narrativa en proceso de evolución.

— Heather Beasley Doyle es una periodista independiente radicada en Massachusetts. Traducción de Vicente Echerri.


Tags