El peregrinaje de reconciliación a Ghana es un ‘regreso a casa’, dice el Obispo Primado

Los peregrinos se arrepienten de la complicidad de la Iglesia y de EE.UU. en la trata trasatlántica de esclavos

Por Lynette Wilson
Posted Feb 20, 2017
Ghana chapel

De izquierda a derecha, la peregrina Constance Perry, ex miembro de junta de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo y la obispa sufragánea de Massachusetts, Gayle Harris, pasan frente a la capilla presbiteriana que se encuentra en el patio del castillo de Elmina. Foto de Lynette Wilson/ENS.

[Episcopal News Service – Accra, Ghana] La mayoría de los episcopales y los estadounidenses conocen la historia de la esclavitud en Estados Unidos, y de cómo los soldados de la Unión y los confederados libraron una sangrienta guerra civil por abolirla o conservarla. Pero menos sabido es la horrorosa historia que precedía al viaje de los esclavos al Nuevo Mundo: un viaje que los llevaba de África a las plantaciones y ciudades de América y el Caribe.

A fines de enero, el obispo primado Michael Curry llevó a Ghana, en un peregrinaje de reconciliación, a un grupo de obispos y de amigos y contribuyentes de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo. Los peregrinos visitaron ciudades y lugares imprescindibles para entender la trata trasatlántica de esclavos así como los asociados y programas de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo para mejorar las vidas de los ghaneses.

Fue una peregrinación que el Obispo Primado describió como semejante a un regreso a casa.

“Yo realmente lo imaginaba como una especie de ‘retorno’ para mí, como afroamericano, como alguien nacido y criado en Estados Unidos. Siempre que vuelvo a África, ya sea oriental, central u occidental, con frecuencia tengo la extraña sensación de llegar a una tierra que me conoció antes”, dijo, mientras estaba de pie en el patio del castillo de Elmina, construido por los portugueses en 1482.

“Pero esta vez, sabiendo que veníamos a un lugar de esclavitud [inicial], de embarque, donde los esclavos comenzaban su viaje mediante la travesía [del Atlántico]… sabiendo eso era como regresar a las raíces de quien soy. Y cuando uno regresa a sus raíces, uno está realmente volviendo a casa”.

St. James Ghana

De izquierda a derecha, el obispo de la Diócesis Anglicana de Tamale, Jacob Ayeebo, el obispo primado Michael Curry y el obispo jubilado de Tamale Emmanuel Arongo comparten la risa durante un oficio en la iglesia anglicana de Santiago Apóstol en Binaba, una iglesia construida por una subvención de la Ofrenda Unida de Gracias. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Desde Accra, la capital de Ghana, los peregrinos volaron al norte, a Tamale, y abordaron un autobús que los llevó aún más al norte a la región del Alto Este, donde pasaron una mañana andando por las sendas del campamento de esclavos de Pikoro, las mismas sendas recorridas por unas 500.000 personas esclavizadas entre 1704 y 1805. Los esclavos recién capturados, provenientes de Mali y de Burkina Faso, eran traídos al campamento donde los encadenaban a los árboles, donde recibían una comida al día en cuencos labrados en la roca y donde comenzaba el proceso de despojarlos de su humanidad. Los esclavos eran enviados a pie desde Pikoro a alguno de los 50 castillos de la costa occidental de África, 39 de ellos en Ghana, más de 1.000 kilómetros al sur, donde los mantenías encerrados en mazmorras, hacinados de pie y durmiendo sobre sus propios excrementos, antes de que sus captores los cargaran en los barcos destinados para el Nuevo Mundo. Los peregrinos recorrieron ese trayecto también, volando de regreso a Accra y abordando un autobús que los llevara a la costa.

“De muchas maneras esta peregrinación ha hecho nacer la reconciliación en aquellos de nosotros que participamos, según nos hemos reconciliado unos con otros y hemos sido integrados en la amada comunidad”, dijo la Rda. Stephanie Spellers, canóniga del Obispo Primado para la evangelización, la reconciliación y la creación. “La reconciliación con nuestra historia y con la trata de esclavos y la manera en que tantos estaban implicados en ella y sufrieron por ella, y reconciliación por lo que hemos visto gracias a la labor de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo, que la historia no tiene que definir la manera en que la Iglesia se muestra hoy en Ghana y en todo el mundo”.

Punishment Rock

Africanos capturados provenientes de Mali y de Burkina Faso eran mantenidos en el campamento de esclavos de Pikoro en la región del Alto Este hasta que los llevaban forzadamente hasta las mazmorras de alguno de los muchos castillos de la Costa de Oro. Aquí, Aaron Azumah, un guía del campamento, muestra de la manera en que eran atados y obligados a sentarse en la roca del castigo. Si no mostraban ningún arrepentimiento por la transgresión cometida, los dejaban morir bajo el ardiente sol. Foto de Lynette Wilson/ENS.

La Iglesia de Inglaterra y la Iglesia Episcopal fueron cómplices de la trata de esclavos, siendo muchos los episcopales que poseían esclavos y que lucraron con la trata de esclavos y su comercio ancilar en materias primas —ron, azúcar, molasas, tabaco y algodón. La “travesía” funcionaba como un triángulo: los barcos zarpaban de Europa con mercancías manufacturadas para África donde intercambiaban esas mercancías por esclavos que eran capturados en otros países africanos. Esos esclavos eran enviados al Caribe, donde algunos trabajaban en plantaciones; otros eran llevados a Norte y Sudamérica junto con el azúcar y las molasas, donde volvían a venderlos. Los barcos cargaban entonces productos agrícolas tales como café, ron y tabaco para venderlos y procesarlos en Europa, y luego volvían a zarpar para África donde los tratantes de esclavos cambiaban la mercancía por más esclavos  y así continuaba el viaje triangular.

Los portugueses, los holandeses y los británicos, todos ellos en una u otra época, ocuparon los castillos y controlaron la trata trasatlántica de esclavos. Se calcula que de 12 a 25 millones de africanos pasaron por los puertos de Ghana para ser vendidos en Estados Unidos, América Latina y el Caribe.

Gran Bretaña abolió la trata de esclavos en 1807 y en 1834 declaró ilegal la posesión de esclavos. El presidente de EE.UU. Thomas Jefferson firmó una ley en 1808 que prohibía la importación de esclavos, pero la esclavitud continuó hasta la aprobación de la 13ª. Enmienda [de la Constitución] en 1865.

Aunque las iglesias anglicana y episcopal participaros posteriormente en el movimiento abolicionista, y a veces lo dirigieron, las iglesias y los individuos anglicanos y episcopales se beneficiaron de la trata de esclavos. La 75ª. Convención General en 2006 buscó abordar el papel de la Iglesia en la esclavitud. En 2008, la Iglesia Episcopal pidió perdón oficialmente por su participación en la esclavitud y en la trata trasatlántica de esclavos.

Curry and Harris

El obispo primado Michael Curry y la obispa sufragánea de Massachusetts Gayle Harris comparten un momento en el castillo de Elmina, uno de los 50 castillos de la costa occidental de África que sirvieron como puntos de embarque para los esclavos que eran despachados al continente americano y al Caribe. Foto de Lynette Wilson/ENS.

El legado de la esclavitud “no es sólo la raza”, dijo Curry, sino la contradicción de que la república norteamericana se fundó en principios democráticos y en la idea de que todos somos creados iguales.

“Ser portadores del lenguaje de la igualdad de la humanidad, y sin embargo no vivirlo plenamente, eso era una contradicción viviente… [Los Estados Unidos de] América ha luchado por resolverla. Tuvo lugar una guerra civil por no haberse resuelto”, dijo. “Y todos los conflictos posteriores, la Reconstrucción, el surgimiento de la segregación, del movimiento de los derechos civiles… muchísimas de las tensiones y divisiones que uno ve ahora en la sociedad norteamericana, algunos de sus orígenes se remontan al hecho de que en nuestro ADN [de la nación] original  el problema de la libertad y la esclavitud no estaba resuelto, la igualdad humana no estaba plenamente resuelta. Aunque ellos [los próceres fundadores] estaban orientados en la dirección correcta, no avanzaron lo suficiente”.

Cuando Thomas Jefferson escribió, en la Declaración de Independencia,  “que todos los hombres son creados iguales” él era dueño de esclavos; otros próceres fundadores poseyeron esclavos; el presidente George Washington poseía esclavos; y esclavos también sirvieron a los presidentes James Madison, James Monroe, Andrew Jackson, William Henry Harrison, John Tyler, James Knox Polk y Zachary Taylor. Mano de obra esclava ayudó a construir la Casa Blanca en Washington, D.C.

Este legado de contradicción, de desigualdad y de racismo, con el que los norteamericanos y los episcopales, negros y blancos, siguen viviendo hoy es un legado que la Iglesia Episcopal busca confrontar a través de su obra de reconciliación racial.

Curry and Ghana pilgrims

El obispo primado Michael Curry dirigió un peregrinaje de reconciliación de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo a Ghana en enero. El grupo posa para una foto luego de un oficio eucarístico el domingo 22 de enero en la iglesia catedral de la Santísima Trinidad en Accra. Foto de Lynette Wilson/ENS.

En 2015, la Convención General aprobó un presupuesto que enfatizaba la reconciliación racial, algo en lo que Curry se ha centrado y en lo que le ha pedido a la Iglesia que se ocupe desde su instalación como Obispo Primado en noviembre de ese año.

El legado de la esclavitud es también algo con lo que Andrew Waldo, el obispo de Alta Carolina del Sur que creció en el Sur segregado y quien ha estudiado la historia de su familia, ha tenido que lidiar en su vida.

“Vengo de una familia que ha estado en este país durante mucho tiempo, muchas generaciones de esclavistas de Virginia, Carolina del Sur y Misisipí, probablemente dos docenas de oficiales confederados, de la infantería naval, de la caballería, de todo”, dijo Waldo en una entrevista en el castillo de Costa del Cabo, otro castillo de esclavos no lejos del de Elmina.

Cape Coast Castle

El patio del castillo de Costa del Cabo. Los esclavos ocupaban las mazmorras [o calabozos], los soldados el próximo nivel y los oficiales el nivel superior. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Waldo hizo estos descubrimientos mientras estudiaba la genealogía de su familia, no porque sus padres se lo comentaran. Empezó por descubrir cuán profundamente implicada estaba su familia en la esclavitud de personas. Antepasados suyos poseían plantaciones en Virginia y en el sur de Misisipí, y su tatarabuelo probablemente asistía a una iglesia episcopal junto con Jefferson Davis, que sirvió como presidente de la Confederación durante la guerra de Secesión.

“Me di cuenta de que si iba a ser fiel al llamado que Dios me hacía como reconciliador, no podía dejar que esa historia se quedara allí, que yo iba de alguna manera a encontrar medios de curar, de reparar, de reconectar”, dijo Waldo, afirmando que el peregrinaje de la reconciliación le añadió un sentido de urgencia a su labor.

“Cuando uno ve cuantos cientos de miles, millones de personas pasaron a través de estos lugares, y se sentaron en estas mazmorras”, dijo, para llegar a Estados Unidos a enfrentarse al látigo del amo, ser bautizados y despojados de sus nombres. “De lo único que puedo estar seguro es de que mis antepasados le hicieron eso a personas, de manera que yo tenía que cambiar el rumbo para mi familia”.

Spire

La aguja roja de la iglesia de Cristo se destaca sobre los niveles superiores del castillo de Costa del Cabo, donde se almacenaba a los esclavos y donde los británicos tuvieron una vez una capilla anglicana encima de una mazmorra de esclavos. La iglesia de Cristo fue la primera iglesia anglicana de Ghana. Foto de Lynette Wilson/ENS.

Waldo también está cambiando el rumbo de su diócesis, donde a los seis años de su episcopado y luego de haber tanteado la “disposición del terreno”, creó un comité de raza y reconciliación. Los 13 miembros del comité salieron de un grupo de 40 personas —todas ellas con “profundo interés” en la conversación— que solicitaron un nombramiento.

A través de historias personales, incluida la propia de Waldo, los episcopales de Alta Carolina del Sur están empezando a confrontar el legado del racismo y la esclavitud en sus vidas y sus comunidades. Lo mismo está empezando a suceder en un nivel más profundo a través de la Iglesia Episcopal, razón por la cual el obispo de Oklahoma, Ed Konieczny, luego de unirse al peregrinaje de la reconciliación de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo en 2016, sugirió una particularmente para obispos.

Konieczny inició una conversación con Robert Radtke, presidente de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo, preguntándole si el Obispo Primado había ido en peregrinación a Ghana; un año después Curry encabezaba una.

“Michael Curry acababa de ser electo Obispo Primado y una de sus principales prioridades era la reconciliación racial… lo que yo le decía a Rob era que como un privilegiado obispo blanco de la Iglesia a quien se le pedía que hablara de la reconciliación racial como una voz de reconciliación, yo no sentía que tenía la autoridad para hacerlo porque provenía de un lugar diferente”, dijo Konieczny, que creció en el condado de Orange, California, y tenía 20 años de carrera en la fuerza pública antes del sacerdocio.

“Todavía no tengo la autoridad, pero este viaje me da una historia que contar acerca de mi propia reconciliación con quien soy, de como he sido parte de este conflicto y discordia raciales en mi país… Recuerdo, mientras crecía, de la manera en que los adultos en mi entorno hablaban acerca de los negros y de las palabras que usaban”, dijo. Él compartió la historia de cómo, cuando su estación de policía se integró por primera vez, sus colegas rehusaron usar el mismo vestidor que el agente negro.

La peregrinación a Ghana, según él, le hizo darse cuenta de que todo lo que le habían enseñado acerca de la esclavitud y el racismo era erróneo.

“No me dijeron la verdad, y luego fue sencillamente la colisión de mi mundo con este otro mundo y el reconocimiento de que soy un racista. Afortunadamente, un racista en vías de recuperación, pero ciertamente, si participé abiertamente, o si la condoné, la ignoré o contribuí a que se dijeran e hicieran ciertas cosas, a que la gente actuara, me pongo ahora en un lugar donde tengo al menos algo que decir y puedo suscitar las interrogantes y las personas pueden al menos reflexionar y escudriñar en sus propias vidas”, dijo Konieczny.

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Los peregrinos depositan una corona de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo en el castillo de Elmina en Costa del Cabo, Ghana. Los esclavos eran sacados del castillo y cargados en los barcos a través de “la puerta sin retorno”. Foto de Lynette Wilson/ENS.

La peregrinación desafía las nociones preconcebidas acerca de la esclavitud y de la trata de esclavos trasatlántica de cada participante.

“La narrativa que tantos de nosotros hemos inventado era que el gran mal de la esclavitud era realmente ser esclavo, alguien que estaba siendo sujeto con un animal en una plantación”, dijo Spellers, cuya bisabuela fue esclava. “Yo no tenía idea de la gravedad y la profundidad del sufrimiento que había tenido lugar antes de que alguien llegase incluso a los barcos de esclavos o antes de llegar a Costa del Cabo, de cuántos murieron en el camino.

“Uno de los miembros del grupo dijo, ‘este fue el holocausto africano, ¿verdad?’ y yo me di cuenta de que así había sido. Insisto, ello me ayuda a entender por qué el tema de la raza resulta tan difícil para nosotros de abordar en Estados Unidos, por qué sigue reapareciendo… porque aún sigue habiendo muchas cosas de las que no hemos hablado”.

La Iglesia puede ofrecer un lugar seguro para tener conversaciones difíciles que pueden conllevar dolor, incertidumbre y ambigüedad, pero conversaciones revestidas de amor y cuidado mutuos, un lugar seguro donde todos podemos compartir sinceramente y adentrarnos en el futuro, dijo Curry.

“Mi esperanza es que este viaje nos ayudará a exigir y rehacer una historia común que tenemos, un pasado doloroso, no en aras de la culpa ni para regodearnos en el pasado, sino por nuestro bien, el de negros, blancos, cobrizos, amarillos y pardos, encontrando los medios de enfrentar nuestro pasado y luego tomando en otra dirección y creando un futuro nuevo”, dijo él, citando las palabras de la poeta Maya Angelou: “La historia, a pesar de su sufrimiento desgarrador, no puede evadirse, sino que ha de enfrentarse con el coraje necesario para no vivirla de nuevo”.

“Ese es nuestro objetivo y es así cómo el pasado se redime y se reafirma un nuevo futuro”, dio Curry. “Y esa es la tarea de la Iglesia Episcopal”.

– Lynette Wilson es redactora/reportera de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.


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