Un cultivo visionario en el barrio Green Lake de Seattle

El modelo de San Andrés se alza ligeramente sobre el terreno

Por Mary Frances Schjonberg
Posted Aug 15, 2016

Nota de la redacción: Este es el artículo más reciente de una serie continua sobre congregaciones de la Iglesia Episcopal que participan en la agricultura comunitaria. Otros artículos de la serie se pueden encontrar aquí.

Hacer un menor impacto ambiental en San Andrés, Seattle

[Episcopal News Service – Seattle, Washington] Cualquier congregación urbana de la Iglesia Episcopal que crea no contar con suficiente área verde para hacer un huerto comunitario podría aprender una lección de San Andrés [St. Andrew’s] en esta ciudad.

Al mismo tiempo, esas congregaciones aprenderían también acerca de un empeño integrado para reducir las emisiones de carbono de la parroquia.

“Intentamos servir de modelo”, dijo J.B. Hoover, feligrés y hortelano voluntario. “Una parroquia urbana puede hacer algo. No se limita a una parroquia suburbana o rural que tiene muchísimo terreno”.

Por el frente, San Andrés muestra una estructura en forma de A en el estilo de los años 50 que domina la Autopista Interestatal 5 en el barrio Green Lake de Seattle. Las fachadas occidental y sur del edificio nos cuentan otra historia. Dos pequeños huertos escalonados flanquean las gradas laterales que dan a la iglesia. En el patio lateral entre la iglesia y la casa de al lado, propiedad de San Andrés, hay algunos conos verdes del municipio de Seattle (www.seattle.gov/parks/scc/files/green_cone.pdf) para reciclar las sobras de comidas. Los voluntarios están transformando el traspatio de la casa que había sido un caos descomunal. Ahora hay un huerto escalonado, un sistema de compostación (abono orgánico) de cuatro niveles y algunos botes para almacenar el compost que construyó hace poco un [miembro] bisoño de los Eagle Scout.

J.B. Hoover, miembro de la iglesia episcopal de San Andrés y hortelano voluntario, les muestra a algunos de los niños que participan en la escuela bíblica de vacaciones como crece el calabacín. Foto de la iglesia episcopal de San Andrés vía Facebook.

J.B. Hoover, miembro de la iglesia episcopal de San Andrés y hortelano voluntario, les muestra a algunos de los niños que participan en la escuela bíblica de vacaciones como crece el calabacín. Foto de la iglesia episcopal de San Andrés vía Facebook.

El año pasado, los huertos produjeron alrededor de 272 kilogramos de alimentos, la mayoría de los cuales se canalizó a través del ministerio de alimentación de la propia parroquia. Este incluye una cena comunitaria mensual, que se conoce como Cena de Jubileo, y el Ministerio de Alimentación de Adolescentes, cuyos participantes proporcionan una comida caliente para adolescentes sin hogar en una iglesia de la zona de la universidad. Hoover reconoce que no todas las congregaciones con ministerios de huertos conservan los alimentos que cultivan, sino que más bien los donan a despensas caritativas, pero San Andrés quiere conservar esos recursos.

“No gastamos energía llevándolos a otro lugar para luego salir y comprar alimentos para nuestro ministerio de alimentación comunitario”, apuntó.

Ese esfuerzo apunta al objetivo de la parroquia de reducir sus emisiones de carbono al mínimo posible. El 40 por ciento de sus restos de comida y el 90 por ciento de los desechos del huerto se convierten en abono. La compostación comienza con un plan organizado para los desperdicios que garantiza lo que Hoover llama “altos índices de cumplimiento” respecto al reciclaje en todo el edificio. Se han situado unos tanques claramente etiquetados cerca de donde se generan los desechos, de manera que los feligreses no tengan dificultad en encontrarlos.

Por ejemplo, Hoover y el Rdo. Peter Strimer, el rector anterior, diseñaron dos carritos para el salón parroquial, cada uno de los cuales tenía cubos individuales para basura, desperdicios de comida y otros artículos que podían transformarse en abono o reciclarse. Las personas que hacen la limpieza van rodando los carritos y discriminan [los desperdicios] mientras limpian. En la cocina, hay un cubo para el abono con un letrero que explica con un “si” o un “no” lo que va a destinarse al abono y lo que va en otra parte.

Los desperdicios de comida se destinan a los conos verdes del patio lateral. Hoover dice que el municipio de Seattle en un tiempo subsidiaba a las personas que compraban los conos para hacer la compostación en sus propios patios, hasta que el municipio optó por un método diferente para disponer de los desechos. Algunos voluntarios de San Andrés consiguieron algunos conos gratuitamente y comenzaron a hacer el compostaje. Meses de acumulación de cartones rotos con restos de comida crean un ambiente amigable para algunos de los que colaboran en el proceso. “Los gusanos se vuelven locos, así que tenemos gran producción de gusanos”, dijo Hoover.

El compostaje de San Andrés no consiste tanto en reciclar como en aprovechar lo más posible los desperdicios que se producen en el lugar. El abono resultante es decisivo para que el huerto sea exitoso, porque todos los huertos necesitan alimentarse. “Si las iglesias toman esto en serio tienen que entender que gran parte de su tiempo y esfuerzo se dedica a preparar el suelo y al compostaje.”, dijo Hoover.

El agua es otro ingrediente para alimentar los huertos y, contrario al estereotipo de que “siempre está lloviendo en Seattle”, puede ser difícil dar con ella. “El agua es extremadamente cara aquí si tienes que comprársela al municipio. En verano, estamos más secos aquí que en Tucson, Arizona”.

Para ayudar a conservar el agua, San Andrés recibió recientemente una subvención de $550 del Comité del Obispo para el Medio Ambiente de la Diócesis de Olympia para [montar] un sistema de irrigación por goteo. La parroquia también conserva el agua mediante el reciclaje de un subproducto omnipresente en el ambiente del café en Seattle: los sacos de yute que en algún momento contuvieron granos de café y que constituyen una magnífica capa de abono.

“Una cosa que realmente me gusta de este huerto es que nunca le costó a San Andrés ni un céntimo. Hemos sido del todo autosuficientes”, dijo Hoover. “ Hemos podido hacer eso gracias a subvenciones y a un poco de espíritu empresarial de vender compost y cosas parecidas”.

No todos los empeños ambientalistas de San Andrés tienen lugar en el terreno. Su grupo Guardianes de la Creación, que coordina el cuidado de la creación que lleva a cabo la parroquia, ha sido fundamental en la colocación de paneles solares en el techo de la iglesia y en abogar porque la Diócesis de Olympia desinvierta en [empresas] de combustibles fósiles.

Los Guardianes de la Creación y los voluntarios del huerto esperan alentar a sus correligionarios y vecinos a que intenten emular su labor. La visibilidad de un huerto de calabacines que crece en una estrecha faja de terreno entre la calle y la acera invita a la conversación entre los voluntarios y los transeúntes. Algunos visitantes recogen un calabacín. “Perdemos muchísimos calabacines en el transcurso del año; esta bien”, dijo Hoover. “Eso nos permite tener una conexión con la comunidad en general”.

Los contiguos huertos escalonados son hileras de sembrados que usan un material compuesto llamado Trex. Si bien podría esperarse que San Andrés usara divisores de madera, Hoover dijo que él le explica a los que indagan que el material artificial, si bien es más caro al principio, dura más tiempo y puede doblarse para adaptarse al espacio del huerto que no sigue líneas rectas.

Hileras de botellas de vino vacías, que se cree transfieren el calor del sol y calientan el suelo, se alinean en un arriate de la iglesia episcopal de San Andrés en Seattle. Foto de Mary Frances Schjonberg/ENS.

Hileras de botellas de vino vacías, que se cree transfieren el calor del sol y calientan el suelo, se alinean en un arriate de la iglesia episcopal de San Andrés en Seattle. Foto de Mary Frances Schjonberg/ENS.

Otro motivo de conversación es la hilera de botellas de vino vacías enterradas bocabajo en el borde inferior de uno de los arriates. Un feligrés oyó hablar en una estación de radio local de hortelanos que creen que si ellos “plantan” las botellas, pueden empezar más temprano su temporada de cultivo y extenderla hasta más entrado el otoño porque las botellas se calientan con el calor del sol y transfieren el calor al suelo.

“En verdad no he notado ninguna diferencia significativa”, dijo Hoover, pero su presencia en el huerto provoca una buena conversación. “Y les da a los miembros de la parroquia una excusa para beber vino: se preparan para el próximo arriate”.

El modelo de San Andrés también muestra que “para que este tipo de labor tenga éxito, uno realmente necesita un equipo”, según Hoover. “Una sola persona no tiene todas las habilidades que hacen faltan para que esto funcione bien”.

Las personas con talentos organizativos para combinar a los voluntarios con la labor a realizar deben trabajar con personas que entiendan la parte más técnica pero que podrán no tener dotes organizativos. También se necesitan personas que documenten el trabajo y divulguen su éxito. Los cocineros del ministerio de la alimentación deben trabajar con los hortelanos para usar los productos agrícolas según maduran y entender lo que les gusta y no les gusta a los clientes.

“Para nosotros es una lucha poder lograr que todo eso funcione bien”, afirmó Hoover. “Toma tiempo y uno tiene que tener muchísima paciencia”.

Y uno tiene que ser flexible y estar dispuesto a reconocer cuando ha cometido un error. Por ejemplo, hace unos pocos años, un feligrés convenció a Hoover de plantar uvas Cabernet Franc con la idea de que con el tiempo podría producir vino de consagrar. Sin embargo, resulta que las uvas para el vino tinto no pueden cultivarse al oeste de la cordillera Cascada. Hoover se propone cambiar a uvas de mesa y está plantando ciruelos, con la idea de hacer vino de ciruela para el altar.

Uno tiene que trabajar con los recursos que tiene, dijo, y luego “el proyecto sencillamente crece en la medida en que más personas participan”.

– La Rda. Mary Frances Schjonberg es redactora y reportera de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.


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