Dedicados a crear la ‘Amada Comunidad’ en Atlanta y más allá

Por David Paulsen
Posted Aug 2, 2016
La Comisión de la Diócesis de Atlanta para el Desmantelamiento del Racismo tiene una sesión de entrenamiento en febrero en la catedral de San Felipe. Foto de Catherine Meeks.

La Comisión de la Diócesis de Atlanta para el Desmantelamiento del Racismo tiene una sesión de entrenamiento en febrero en la catedral de San Felipe. Foto de Catherine Meeks.

[Episcopal News Service] Escenas de violencia y protesta se han producido con brutal frecuencia a través de un Estados Unidos dividido que se ha acostumbrado a ver tales noticias a través de una lente racial.

Dos negros fueron muertos a tiros por agentes de la policía en Luisiana y Minnesota. Manifestantes desfilan detrás de pancartas [que dicen] “La Vida de los Negros Importa”. Emboscadas en Dallas y Baton Rouge dejan un saldo de ocho agentes de la policía muertos. Se informa de más muertes violentas de negros a manos de la policía a través de Estados Unidos.

“Nosotros que somos cristianos tenemos un gran llamado a situarnos en medio de todo eso e intentar ofrecer una alternativa a lo que sencillamente está siendo ocupado por el odio y la cólera”, dijo Catherine Meeks, una figura importante en los actuales esfuerzos de la Iglesia Episcopal por combatir el racismo en la estructura de la Iglesia, en sus congregaciones y en la sociedad.

Meeks, profesora jubilada de estudios afroamericanos, dirige la Amada Comunidad: Comisión para el Desmantelamiento del Racismo en la Diócesis de Atlanta. Esta comisión y otras semejantes en todo el país son parte de la misión de la Iglesia Episcopal a lo largo de muchos años para desmantelar el racismo y enfrentarse al racismo institucional en la Iglesia que algunos remontan a los primeros asentamientos europeos en América.

La Iglesia en 2000 exigió un entrenamiento antirracista para sus líderes en todos los niveles, pero no todas las diócesis llevaron a la práctica este plan. Y Meeks dijo que hubo renuencia de parte de algunos líderes parroquiales que vieron los entrenamientos como excesivamente corporativos.

Meeks ha dirigido la comisión de Atlanta durante los últimos cuatro años, durante los cuales ha tenido éxito y ha sido encomiada por su énfasis en la trayectoria de la fe. Ella y la diócesis están a la vanguardia de un cambio que el problema de la raza se llega a ver más activamente a través de la lente de la espiritualidad, al tiempo que se realiza un entrenamiento para enfrentarlo.

“El racismo es un problema espiritual, y debe enfrentarse de ese modo”, dijo Meeks. “Desmantelar el racismo es parte de la formación espiritual, lo mismo que ir a la iglesia todos los domingos”.

‘Silencio y complicidad históricos’
El problema del racismo emerge una y otra vez en la Convención General de la Iglesia que tiene lugar cada tres años. Se trata, pues, de un problema de fe.

A través del bautismo a todas las personas se las ve como hijos de Dios, independientemente de la raza. El racismo, pues, “nos impide ser la comunidad del amor a la cual nuestro Señor Jesucristo nos llama en el Pacto Bautismal”, dijo la Iglesia en una resolución en 1994. La Iglesia afirma que el racismo es un pecado al que los feligreses y la institución misma deben derrotar.

Una resolución aprobada en la Convención General de 1991 comprometía a la Iglesia a “abordar el racismo institucional dentro de nuestra Iglesia y en la sociedad” y una resolución en 2000 que renovaba ese compromiso por otros nueve años lamentaba “el silencio y la complicidad históricos de nuestra Iglesia con el pecado del racismo”.

“Se remonta a las raíces”, dijo el Rdo. Charles Allen Wynder Jr., diácono, que presta servicios en el personal del obispo primado Michael Curry como misionero para la justicia social y el compromiso con la promoción [o defensa] social.

Wynder, episcopal de toda su vida que ahora vive en Carolina del Norte, es natural de Hampton, Virginia, que él resaltó que fue uno de los primeros asentamientos europeos en Norteamérica y sitio de una de sus primeras iglesias, la iglesia episcopal de San Juan [St. John’s Episcopal Church]. También fue aquí donde llegaron algunos de los primeros esclavos al Nuevo Mundo, y, al igual que la historia de Estados Unidos, la opresión de los africanos y de otros pueblos de color se arraigaría profundamente en la historia de la Iglesia Episcopal.

“La Iglesia estaba allí en el principio, y fue cómplice”, dijo Wynder.

Él cita ejemplos a través de los años, desde haciendas anteriores a la guerra de Secesión en el Sur, llamadas “glebas”, que eran propiedad de las parroquias y en las que trabajaban esclavos hasta la controversia de 1963 en la Diócesis de Atlanta en la cual la Escuela Lovett le negó el ingreso al hijo del Rdo. Martin Luther King Jr.

La urgencia de los empeños de la Iglesia por desmantelar el racismo ha aumentado este año con la violencia mortal en Luisiana, Minnesota y Texas. Wynder dijo en un artículo reciente que tituló “Julio sangriento” [Bloody July] y publicó en The Living Church. “La justicia y la reconciliación raciales deben estar en la agenda de la Iglesia”, escribió él. “No pueden ignorarse”.

Meeks ve también su trabajo en el contexto de lo que está sucediendo en toda la nación, aunque su interés inmediato se centra en su propia ciudad.

“La raza es en gran medida un hilo conductor a través de la mayor parte de la vida de Atlanta, y somos igual que muchas otras ciudades, algo así como estar andando por una cuerda floja ahora mismo”, afirmó ella.

Asociar la raza y la trayectoria espiritual
Meeks le ofrece este recordatorio a los cristianos: que están en una trayectoria espiritual que dura toda la vida, y que el racismo no es un problema que pueda resolverse en un entrenamiento de un día.

El mandato del entrenamiento antirracista le ha planteado un desafío a las diócesis a través del país durante años. Los asistentes con frecuencia percibían la obligación, pero no la importancia, especialmente con las sesiones que por lo general duraban dos días. Incluso el término “antirracismo” resultaba problemático, dice Meeks, de manera que la Diócesis de Atlanta lo cambió por el de “Desmantelamiento del racismo”, el nombre de su comisión, y le añadió “Amada Comunidad”.

Bajo la dirección de Meeks, los entrenamientos evolucionaron. Se condensaron en jornadas de un día de 9 AM a 4 PM, y se tuvo en cuenta la localización. Meeks encontró que resultaba más atractivo tener las sesiones en iglesias parroquiales que en la catedral.

Y lo más importante, las sesiones tenían que centrarse en torno a la formación espiritual. Cada una comienza ahora con la eucaristía, sentando así la pauta a las lecciones que siguen.

La diócesis, al igual que la Iglesia Episcopal, es predominantemente blanca, pero Meeks se cerciora de que haya alguna diversidad en el salón de 20 a 25 participantes cuando da inicio a los ejercicios del día. Se les pide a los presbíteros, diáconos, seminaristas, administradores parroquiales y otros laicos que recuerden cuando tuvieron conciencia de la raza por primera vez. Otro ejercicio tiene por objeto hacerles pensar [a los participantes] en sus propios prejuicios. Luego de un breve receso para el almuerzo, el entrenamiento gira hacia temas más serios, como el concepto del privilegio de los blancos.

El grupo también cita la Escritura, ora en tres momentos distintos y al final de la sesión, los participantes comparten momentos del día en que sintieron la presencia de Dios.

“Ese entrenamiento ha cambiado completamente la manera en que yo pensaba respecto a ciertas cosas y en verdad ha hecho progresar parte de mi vida”, dijo Leah Tennille.

Tennille, de 33 años, fue elegida el año pasado a la junta directiva de la Liga Urbana del Área Metropolitana de Atlanta, una de los tres miembros blancos de la junta —“Fue la primera vez en mi vida que había estado en minoría en un salón”— y el rector de su iglesia la animó a participar en uno de los entrenamientos de Meeks a principios de este año.

Ella agradeció que la sesión comenzara con la comunión, y que Meeks creara un espacio seguro para que todos pudiera hablar francamente sobre la cuestión racial. En un ejercicio de escuchar, los participantes se agrupan en parejas para compartir una ocasión en que resultaron lastimados por alguien de otra raza.

Los entrenamientos también impresionaron a Joyce Smith Hendricks, que asistió a la sesión el año pasado porque ella es miembro de un comité que está por contratar a un nuevo rector para su parroquia en un suburbio de Atlanta.

Smith Hendricks, de 66 años, jubilada en la actualidad luego de haber trabajado en finanzas y contabilidad, dijo que ella sintió los efectos del racismo en su centro laboral, donde sus compañeros de trabajo tenían diferentes expectativas respecto a ella por ser negra.

“Siempre he sido la excepción de la regla. ‘Oh, tú eres negra, eres diferente a los demás’”, dijo ella.

Su sesión sobre desmantelamiento del racismo estuvo compuesta casi enteramente por blancos, pero los participantes de todas las procedencias se marcharon con la sensación de que habían sacado algo positivo, dijo Smith Hendricks.

Tennille, que es dueña de una compañía que ofrece subvenciones de ayuda a empresas sin fines de lucro, dijo que el entrenamiento de Meeks “nos unió a todos como episcopales”.

“Todos somos de Atlanta, pero venimos de diferentes parroquias y somos de diferentes comunidades”, dijo. El desmantelamiento del racismo consiste en “ver el rostro de Dios en todos”.

Una misión más allá de Atlanta
Luego de unos 14 entrenamientos este año, la cifra se espera que ascienda a 20 el año próximo. Personas habituadas a odiar asisten a ellos, dijo Meeks, pero ahora la demanda está aumentando.

Una delegación de Nueva Orleáns viajó a Atlanta en febrero para aprender más acerca de los talleres de entrenamiento para el desmantelamiento del racismo de la Diócesis de Atlanta. Fueron ellos, de izquierda a derecha, Trevor-David Bryan, Pat Corderman, Dan Krutz, Lindsey Ardrey, a los que se sumó el obispo de Atlanta Robert Wright. Foto de Catherine Meeks.

Una delegación de Nueva Orleáns viajó a Atlanta en febrero para aprender más acerca de los talleres de entrenamiento para el desmantelamiento del racismo de la Diócesis de Atlanta. Fueron ellos, de izquierda a derecha, Trevor-David Bryan, Pat Corderman, Dan Krutz, Lindsey Ardrey, a los que se sumó el obispo de Atlanta Robert Wright. Foto de Catherine Meeks.

Al mismo tiempo, las diócesis de todo el país están tratando de aprender del éxito de Atlanta, y delegaciones de Chicago y Nueva Orleáns han viajado a Atlanta para ver de cerca el trabajo de la comisión.

“Percibo muchísimas semejanzas entre nuestros conflictos y los que ha enfrentado Atlanta”, dijo Lindsey Ardrey, copresidente de la Comisión de Reconciliación Racial de la Diócesis de Luisiana.

Luego de que Meeks viajara a Nueva Orleáns en diciembre para hablarle a la comisión de Ardrey, ésta y otras tres personas fueron en auto hasta Atlanta en febrero para asistir en persona a una de las sesiones de entrenamiento de Meeks.

“Lo que agradezco … es que no hay ningún sentimiento de culpa en nada de esto”, dijo Ardrey, que se hacía eco de la opinión de otras personas al elogiar la base espiritual del programa.

Las lecciones aprendidas en Atlanta están orientando la respuesta de la diócesis de Luisiana a los recientes homicidios en Baton Rouge. En un caso, a la comisión le han pedido que proporcione materiales para ayudar a una escuela secundaria episcopal de la ciudad a discutir el tema de la violencia [racial] con los estudiantes cuando regresen en el otoño.

“Necesitamos hablar de esto”, dijo Ardrey. “Hemos estado fingiendo que la raza no importa y que todos somos indiferentes al color de la piel, y claramente no lo somos”.

Meeks percibe un “sentido de urgencia para corregir algunas de estas cosas” a la luz de los acontecimientos actuales. Su interés fundamental se centra en el nivel local.

“Me gustaría ver que la comisión decida dejar de funcionar”, dice Meeks, imaginando un futuro ideal en que la labor iniciada por la comisión se realizará de manera orgánica tanto en el ámbito parroquial como de persona a persona.

Tal visión dista de ser realidad, pero Meeks aún cree que la gente puede asumir lo que aprende en sus sesiones de entrenamiento y utilizarlo de inmediato para combatir el racismo en sus propias vidas y en las de sus comunidades.

“Parte de la tarea de los cristianos no está en el edificio de la iglesia, sino fuera del edificio de la iglesia”, dijo ella. “El edificio de la iglesia es sólo una estación de reabastecimiento”.

David Paulsen es un escritor independiente radicado en Milwaukee, Wisconsin, y miembro de la iglesia episcopal de La Trinidad en Wauwatosa. Traducción de Vicente Echerri.


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