Iglesia de Kansas se arrepiente del trato que le dio a su única miembro afroamericana

Por Melodie Woerman
Posted Sep 30, 2015
Miembros de la iglesia de San Pablo y algunos invitados se reúnen junto a la tumba de Mai DeKonza, 56 años después de su muerte, para la bendición y dedicación de una lápida sepulcral en lo que había sido hasta ahora una tumba sin nombre. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas

Miembros de la iglesia de San Pablo y algunos invitados se reúnen junto a la tumba de Mai DeKonza, 56 años después de su muerte, para la bendición y dedicación de una lápida sepulcral en lo que había sido hasta ahora una tumba sin nombre. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas

[Diócesis Episcopal de Kansas] En una reciente tarde dominical, la iglesia episcopal de San Pablo [St. Paul’s Episcopal Church] en Clay Center, Kansas, estaba repleta de fieles, entre ellos media docena de invitados de la capilla Ward de la Iglesia Metodista Episcopal Africana de la vecina Junction City.

Se habían reunido el 20 de septiembre para un servicio de arrepentimiento, restauración y reconciliación con el fin de reconocer el mal trato de que había sido objeto el único miembro afroamericano que ha tenido esa iglesia en sus 134 años de historia: Mai DeKonza, que murió en 1959.

Una y otra vez, la congregación rezaba: “perdónanos nuestros pecados. Perdónanos nuestros pecados. Perdónanos nuestros pecados”.

DeKonza, que fue confirmada en 1900 en la pequeña iglesia del centro norte de Kansas, fue poeta, músico, dramaturga y prolífica escritora a quien la mayoría de sus correligionarios ignoró durante sus 59 años como miembro de la congregación. Su separación de ellos fue incluso más completa por el uso de un cáliz específicamente destinado a administrarle la comunión sólo a ella.

Durante el oficio de arrepentimiento, feligreses e invitados cantan un himno cuya letra escribiera Mai DeKonza. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Durante el oficio de arrepentimiento, feligreses e invitados cantan un himno cuya letra escribiera Mai DeKonza. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Ahora, para contribuir a darle una voz en la iglesia, la cual ella no tuvo en vida, el oficio incluyo fragmentos de cartas que ella le había escrito al obispo James Wise, el cuarto obispo de Kansas, quien estuvo al frente de esa diócesis de 1916 a 1939, así como un himno que escribió y al que la organista parroquial, Sandra Carlson, le hizo un arreglo con la tonada Finlandia.

Y cuando llegó el momento de la comunión, el único cáliz en el altar fue aquel que una vez habían reservado para DeKonza.

En su sermón, la Rda. Lavonne Seifert, presbítera a cargo de la iglesia, dijo que el oficio tenía por finalidad abordar un doble pesar. “Hoy expresamos nuestro pesar por las acciones e inacciones de esos buenos cristianos que adoraban en la era de ‘la iglesia de la discriminación’, como Mai la describiera”, dijo Seifert. “Pero yo siento el mayor pesar por aquellos que nos precedieron y que perdieron la oportunidad de conocer realmente a Mai DeKonza y oír de su sabiduría, beneficiarse de sus conocimientos y disfrutar de su compañía”.

El obispo de Kansas, Dean Wolfe, envío un comentario que se incluyó en el boletín del oficio: “Hoy, arrepintámonos de los pecados del prejuicio y del racismo y esforcémonos en ser el pueblo acogedor y amoroso que Dios nos ha llamado a ser. Digamos hoy ‘gracias’ a una mujer que no conocimos, y que sin embargo sigue enseñándonos mucho después de haberse unido a los santos en luz”.

Hazel Washington, una afroamericana que se encontraba entre las personas que vinieron de la iglesia de la AME en Junction City, dijo que ella creía que el oficio “aportaba muchísima restauración”. Y añadió, “Siento que Dios está aquí”.

DeKonza: músico, poeta, episcopal comprometida

La actitud de la iglesia hacia DeKonza había sido reconocida en una historia escrita para el centenario de la parroquia en 1981. Ese relato definía el trato que le habían dado como “una mancha en la gloriosa historia de San Pablo” y hacía notar que durante años “ella fue tolerada, pero no aceptada”.

Hazel Washington deposita flores en la tumba de Mai DeKonza. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Hazel Washington deposita flores en la tumba de Mai DeKonza. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Pero la profundidad de esta alienación, y los talentos que DeKonza poseía, se mantuvieron ocultos hasta que Jim Beck y su esposa Ginny se mudaron para Clay Center cuando se jubilaron en 2013. Después que el leyó el relato de 1981, dijo que su preparación en el terreno de la psicología —él tiene un doctorado en este campo— lo llevó a preguntarse: “¿Cómo ocurrió esto?”

Con licenciatura en historia y experiencia de investigar, así como un hobby en la esfera de la genealogía, comenzó a indagar. Encontró información en el museo de la localidad y en los archivos del censo, así como en los archivos de la Diócesis de Kansas.

Beck supo que DeKonza nació en 1870, hija de un hombre blanco de Inglaterra y de una negra a quien el general de la Unión y senador federal James Lane libró de la esclavitud al traerla al estado libre de Kansas.

Su nombre de pila era Elizabeth May Lawton, pero al cumplir 21 años se cambió legalmente el apellido a DeKonza como un reconocimiento a su querido estado natal. Se desconoce cuando comenzó a usar Mai como primer nombre, una adaptación de su segundo nombre.

De niña, DeKonza contrajo la fiebre tifoidea que la dejó permanentemente discapacitada y en necesidad de usar muletas para caminar. Aunque ella sólo tenía una instrucción de octavo grado, trabajó como maestra de música, taquígrafa, costurera y empleada doméstica para tareas livianas.

También compuso e interpretó música y escribió poesía y obras de teatro, algunas de las cuales se publicaron. Pronunció discursos y dio conferencias sobre la raza, y participó activamente en la política, incluido su apoyo a la Prohibición [de consumo de bebidas alcohólicas].

Más tarde en su vida, y luego de ser atropellada por un auto, pasó la mayor parte del tiempo confinada en su casa.

San Pablo, en Clay Center, colocó esta lápida en la tumba de Mai DeKonza, la única miembro negra en la historia de esta iglesia, como una señal de arrepentimiento por la falta de aceptación de que ella fue objeto de parte de la congregación durante su vida. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

San Pablo, en Clay Center, colocó esta lápida en la tumba de Mai DeKonza, la única miembro negra en la historia de esta iglesia, como una señal de arrepentimiento por la falta de aceptación de que ella fue objeto de parte de la congregación durante su vida. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Beck no pudo enterarse de lo que atrajo a DeKonza a la Iglesia Episcopal, pero en los archivos diocesanos encontró lo que él llamó un tesoro de 20 cartas de DeKonza al obispo Wise, y copias de algunas cartas de él a ella. En esas cartas “ella describía sus propias experiencias”, dijo Beck. “Eran como un diario”.

En ellas compartía la profundidad de su compromiso con la fe y con la Iglesia Episcopal, a pesar del trato que recibía de sus cofeligreses.

El 11 de abril de 1934, ella le escribió a Wise que, a pesar de su sentido de alienación de la iglesia, había intentado asistir al oficio de Pascua, haciendo el trayecto de 11 cuadras con sus muletas. Al llegar, descubrió que la iglesia había cambiado la hora del oficio, de las 8 a las 6:00 A.M. y que ella había llegado cuando la gente estaba acabando de desayunar.

Al respecto escribió: “Y yo pensaba, mientras los veía disfrutando tan alegremente de la mañana de Pascua, que si la Iglesia les hubiera pedido que hicieran una caja de Pascua para los paganos de África, cuan alegremente habrían contribuido; pero nadie en San Pablo pensó en mí, de la raza africana, que me encontraba allí, para [obsequiarme] un huevo de Pascua, o una tarjeta, o un mensaje de júbilo, ni para sugerirme que me enviaban un bocado de su magnífico desayuno. Sencillamente me ignoraron”.

Más tarde, cuando ella oyó decir que todos los episcopales negros podrían ser puestos bajo la jurisdicción del Rvdmo. Edward Demby, obispo sufragáneo para la obra [entre las personas] de color, dijo sencillamente que no acataría eso. Ella se sentía apegada al obispo de Kansas. Él había sido un pastor para ella cuando su clero local no lo había sido.

Ella escribió: “Permítame afirmar este hecho, querido obispo, que todos los obispos de la Iglesia Episcopal, de todo el continente americano, respaldados por todos los obispos de la Iglesia de Inglaterra, no tendrían la fuerza suficiente para hacerme cambiar del obispo Wise al obispo Demby. Soy menuda y débil de cuerpo, pero ¿ha visto usted alguna vez mi espíritu?

Beck también supo que cuando ella murió en 1959, su funeral tuvo lugar en una funeraria del pueblo; no en San Pablo, y que fue enterrada en una tumba sin nombre en la sección de los menesterosos del cementerio local.

Hacer enmienda a través del arrepentimiento y una piedra tumbal

A Beck le llevó casi seis meses concluir su investigación y compilarla en lo que se convirtió en un documento histórico de 19 páginas. Cuando los miembros de la congregación lo leyeron, supieron que tenían que hacer algo. Necesitaban hacer algún tipo de reparación respecto a cómo la iglesia —su amada iglesia— había tratado a DeKonza. Y tenían que poner una lápida sobre su tumba.

Seifert sugirió que tuvieran un oficio para reconocer públicamente el mal comportamiento que San Pablo había tenido con su único miembro negro.

Carolyn Garwood, la guardiana mayor de la iglesia, dijo que resultaba doloroso enterarse de la profundidad de la historia de DeKonza. Miembro de la iglesia de toda la vida, Garwood se dio cuenta de que su abuela habría sido una contemporánea de DeKonza. “Mi abuela era bastante tolerante —al menos yo creía que lo era— y nos enseñaba a respetar a las personas con discapacidades”, dijo Garwood. “Yo aprendí de ella la tolerancia. Esperaría que ella hubiera aceptado a Mai. Me asusta porque conozco a todas estas personas que yo no habría esperado que la ignoraran. Eso me hace sentir mal”.

 La Rda. Lavonne Seifert, sacerdote a cargo de San Pablo, consagra el vino en el cáliz que previamente se había reservado para el uso exclusivo de Mai DeKonza. En el oficio de arrepentimiento, toda la congregación recibió la comunión de él. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

La Rda. Lavonne Seifert, sacerdote a cargo de San Pablo, consagra el vino en el cáliz que previamente se había reservado para el uso exclusivo de Mai DeKonza. En el oficio de arrepentimiento, toda la congregación recibió la comunión de él. Foto de Melodie Woerman/Diócesis de Kansas.

Beck se preguntaba qué había sucedido con el cáliz reservado para el uso de DeKonza. Después de alguna indagación, aparecieron dos viejos cálices en el sótano de la iglesia. Él entonces le fue a pedir ayuda al Rdo. Frank Holtz, sacerdote jubilado en San Juan [St. John’s] en la vecina ciudad de Abilene. Holtz había crecido en San Pablo y, de adolescente, había sido el sacristán de la iglesia. Él le dijo a Beck que una vez había preguntado por un cáliz que había visto en el sótano de la iglesia y que le habían dicho, “ése es para la señora de color”. Beck llevó ambos cálices a Abilene y Holtz le señaló al que él recordaba. Seifert dijo que ella sabía que en el oficio que estaba planeando ese cáliz sería el único que se usaría.

Los miembros de la iglesia también donaron dinero para hacer una lápida para su tumba, y un comité trabajó con la compañía local de monumentos para diseñarla: incluye el boceto de un cáliz, con un escudo episcopal que forma el cuenco y rodeado por una hiedra que, la compañía que hizo la tarja, les dijo que era un símbolo de fuerza.

Seifert recibió autorización de la Diócesis de Virginia Sur para adaptar el oficio de arrepentimiento por la esclavitud que tiene esa diócesis. El oficio en Clay Center se llamó un “Oficio de arrepentimiento, restauración y reconciliación” e incluyó una variedad de himnos y música con el tema de la reconciliación, entre ellos “Lift Every Voice and Sing”, un himno de esperanza y profunda significación para la comunidad afroamericana.

Después del oficio, la mayoría de los 75 feligreses que asistieron, se dirigieron en caravana al cementerio local para dedicar la nueva lápida en la tumba de DeKonza y poner flores en torno a su base.

“Uno no puede restaurar algo que no se haya revelado”

Heidi J. Kim, misionera m de la Sociedad Misionera Nacional y Extranjera para la reconciliación racial, dijo que los empeños de San Pablo muestran que sus miembros entienden lo que significa la reconciliación. “El pueblo de San Pablo ha dicho, ‘esto es una herida, y vamos a tratar de descubrir lo que ocurrió’”.

(La Domestic and Foreign Missionary Society (DFMS) es el nombre con el cual la Iglesia Episcopal está incorporada, funciona empresarialmente y lleva a cabo la misión).

El mirar con honestidad su propia historia, le dio a San Pablo la oportunidad de experimentar “una mutualidad de arrepentimiento y restauración”, dijo Kim. “Uno no puede restaurar algo que no se haya revelado”.

Ella dijo que la profundidad del amor que los actuales miembros tienen por su iglesia provoca su sensación de dolor y de pena de que ese amor no se extendiera a DeKonza.

Kim agregó que desde que supo lo que San Pablo había hecho, había compartido la noticia con otros en la Iglesia Episcopal, “y todo el mundo a quien se lo conté se ha conmovido hasta las lágrimas”, afirmó. “Esto es notable, y tengo prisa por compartirlo con toda la Iglesia”.

El obispo jubilado Nathan Baxter, de Pensilvania Central, presidente honorario de la junta directiva de la Unión de Episcopales Negros, dijo en un correo electrónico que lo que hizo la gente de San Pablo fue “una increíble historia de gracia”. Él dijo que como obispo había oído hablar de algún feligrés negro en comunidades pequeñas y dispersas, pero pocas personas, incluido él, se habían detenido a preguntar sobre sus historias.

Añadió que la labor de San Pablo de descubrir la verdad acerca de su relación con DeKonza muestra “que nunca es demasiado tarde para restaurar nuestras historias conscientes e inconscientes con la verdad, la confesión y los actos sinceros de penitencia colectiva”. Tales esfuerzos, subrayó, “cuando están bendecidos por la sinceridad, pueden convertirse en un testimonio liberador de la gracia cristiana para nosotros y para el mundo en nuestro entorno”.

Un comienzo, no un fin

Garwood, la guardiana mayor de San Pablo, llamó al oficio del 20 de septiembre un comienzo importante, pero no puede ser un fin. “Tenemos que mantener esto en marcha”, afirmó “y alentar a otras parroquias a contar sus historias. Esto no puede pasar a un segundo plano. Tenemos que mantener el impulso”.

Beck dijo que su investigación sobre la vida de DeKonza hace pertinente para él y sus cofeligreses encontrar “quiénes son los Mai DeKonzas de 2015 que viven en Clay Center, pero que han sido marginados”. Él se preguntó qué acciones realizadas por algunas personas hoy día causarán una vergüenza semejante a su comunidad dentro de cincuenta años.

En su sermón, Seifert dijo que la iglesia ahora tiene la oportunidad y la responsabilidad de entender mejor el racismo sistémico y otros formas de opresión que dejan a las personas con una sensación de desesperanza. “Este es el momento”, afirmó ella “de dedicarnos nuevamente a notar a las Mai DeKonzas que encontramos aquí y ahora, a cuidar de ellas y a caminar con ellas”.

Washington, de la iglesia AME de Junction City, dijo que le gustaría ver a congregaciones [compuestas] de diferentes personas reunirse, tal vez alrededor de Acción de Gracias. Y agregó que deben haber más oportunidades de compartir más allá de las diferencias raciales “no para corregir un error, sino porque es lo correcto”.

Melodie Woerman es directora de comunicaciones de la Diócesis Episcopal de Kansas. Traducción de Vicente Echerri.


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