Episcopales buscan borrar el estigma del suicido e inspirar el respaldo de la Iglesia

Por Pat McCaughan
Posted Sep 11, 2014
La Rda. Elaine Ellis Thomas se prepara para la caminata ‘Salir de las Tinieblas’ en Filadelfia.

La Rda. Elaine Ellis Thomas se prepara para la caminata ‘Salir de las Tinieblas’ en Filadelfia.

[Episcopal News Service] Caminar por las calles de Filadelfia hasta que la oscuridad de la noche se disolvió al amanecer significó para la Rda. Elaine Ellis Thomas recaudar cerca de $6.000 para ayudar a la prevención del suicidio y “sacar a la luz todo el tema de la enfermedad mental y la depresión de manera que la gente ya no le tenga miedo”.

“El miedo es una de las mayores barreras” para ayudar a los afectados por el suicidio, según Thomas, sacerdote auxiliar en la iglesia episcopal de San Eduardo [St. Edward’s Episcopal Church] en Lancaster, Pensilvania. Ella participó a fines de junio en la caminata “Salir de las Tinieblas”, de más de 25 kilómetros, organizada por la Fundación Americana para la Prevención del Suicidio (AFSP) en memoria de su hijo Seth Alan Peterson, que tenía 24 años cuando se quitó la vida hace cinco años.

Septiembre es el Mes de la Prevención del Suicidio y el 10 de septiembre es el Día Mundial de la Prevención del Suicido. Episcopal News Service (ENS) habló con algunos episcopales que se esfuerzan en lograr que las comunidades religiosas participen en la campaña de toma de conciencia sobre el tema.

El suicidio afecta a personas de todas las categorías sociales, económicas y raciales; en 2011, alrededor de una persona se suicidó en Estados Unidos cada 13 minutos, según datos estadísticos de la AFSP. Para los nativoamericanos, en términos generales, las cifras son incluso más elevadas (véase un artículo relacionado aquí).

‘Las personas no eligen hacer esto’

El tan comentado fallecimiento, el pasado 11 de agosto, del actor y comediante Robin Williams, quien era episcopal, encarna los estigmas y malentendidos  respecto al suicidio y a la enfermedad mental que frecuentemente lo inducen, según dijera Thomas.

Según las estadísticas de la AFSP, alrededor del 60 por ciento de las personas que se suicidan padecen de grave depresión; si el alcoholismo es un factor a tener en cuenta en la ecuación, la cifra se eleva a un 75 por ciento.

Una idea equivocada, dijo Thomas, es que el suicidio es una opción. “Williams fue muy franco respecto a su lucha con la adicción y la depresión, las cuales van de la mano”, agregó. “Pero incluso él llegó a un punto donde no había ninguna salida para él, y él no estaba tomando ninguna decisión. Quiero que la gente entienda que las personas no eligen hacer esto. No es un acto racional. Es la enfermedad la que toma la decisión por la persona que sufre”.

Es inmensamente trágico, añadió “que aquí está esta persona maravillosa, llena de vida, que llevó tanta alegría a tanta gente, pero que no pudo tener esa alegría en su propia vida”.

Seth Alan Peterson, hijo de la Rda. Elaine Ellis Thomas, en cuya memoria ella hizo la caminata.

Seth Alan Peterson, hijo de la Rda. Elaine Ellis Thomas, en cuya memoria ella hizo la caminata.

Del mismo modo, su hijo Seth, que aspiraba a ser actor, era una persona ingeniosa, brillante, encantadora, llena de vida, pero tuvo un grave acceso de depresión desde su primer año en la universidad. Extendió su carrera universitaria pero “luchó durante los próximos cinco años para imponerse un poco sobre sus episodios depresivos”, dijo ella.

“Podíamos creer que él estaba bien; que tomaba sus medicinas, que iba a la terapia, y luego más tarde descubríamos que no estaba durmiendo por la noche y que no estaba yendo a clases”.

Murió el 9 de febrero de 2009, poco después de una conversación telefónica con Thomas. “Mi hijo pensaba que no le importaba a nadie”, dijo ella. “En su funeral sólo había sitio para estar de pie, con amigos y seres queridos afligidos y lamentándose y diciendo ‘¡ojalá yo lo hubiera sabido!’”.

Con frecuencia, los que contemplan el ponerle fin a su vida —y sus sobrevivientes— sufren en doloroso silencio, debido a la vergüenza y el estigma asociados  a las enfermedades mentales y al suicidio, dijo Thomas.

“Si bien nunca he intentado ocultar el hecho de que la muerte de Seth fue un suicidio, conozco la sensación de que incluso algunos amigos cercanos me hayan evitado, o de personas bien intencionadas a quienes les faltan las palabras o dicen algo realmente inapropiado, de participantes en grupos de apoyo que perdieron hijos de otras enfermedades y que me miran de reojo como si Seth no hubiera padecido también de una enfermedad” escribió ella en su blog.

En su 73ª. Convención General en 2000, la Iglesia Episcopal aprobó la Resolución D008, en que se compromete a orar, apoyar y promover la conciencia para prevenir el suicido.

Pero incluso las comunidades de fe “han evitado el difícil tema del suicidio o incluso han enseñado activamente que los que se suicidan están condenados al infierno”, explicó Thomas. “En verdad”, agregó, que algunos “ya han cumplido su condena en el infierno mientras andaban en esta tierra”.

Participantes de la caminata “Salir de las Tinieblas” en Filadelfia se reúnen frente al Museo de Arte. Foto de la FAPS.

Con el ánimo en el suelo, juegan a tener una apariencia feliz

Participantes de la caminata “Salir de las Tinieblas” en Filadelfia se reúnen frente al Museo de Arte. Foto de la FAPS.

Participantes de la caminata “Salir de las Tinieblas” en Filadelfia se reúnen frente al Museo de Arte. Foto de la FAPS.

Katharina Johnson, de 35 años y a la espera de su segundo hijo, le contó a ENS que “las cosas le están yendo muy bien ahora”, pero reconoció que hace seis años “pasé por dos intentos de suicidio en lo que otros dirían que era “el momento más feliz de tu vida”.

Ella estaba recién casada y su marido, Matt, lo habían ordenado hacía poco al sacerdocio Episcopal. Sin embargo “me sentía profundamente deprimida”, recuerda. “Pero, al igual que muchos otros, jugaba a poner buena cara, aunque tenía el ánimo en el suelo”.

La terapia no me ayudaba y finalmente, “tomé sobredosis en dos ocasiones”, contó ella. “No es racional. Tenía una gigantesca cantidad de factores de estrés y siempre hay componentes externos también. Al final era la enfermedad la que no podía tolerar más. Cualquier cosa era mejor que tener que seguir pasando por eso”.

Finalmente, los medicamentos aliviaron la depresión. “Tomó un tiempo, pero he estado bien, y doy gracias, todas las mañanas al despertar, por eso. No es una solución para todo el mundo, pero a mí me funcionó”.

Ella también se dio cuenta, bastante pronto, que guardar silencio sobre la enfermedad era fatal, no sólo para ella, sino potencialmente también para los demás. Se volvió hacia su comunidad de fe. “Me di cuenta de que no iba a ayudarme ni ayudar a nadie reprimir mis experiencias, de manera que, lentamente, comencé en un pequeño grupo, reconociendo algunas de las cosas por las que estaba pasando y el sufrimiento [que padecía]”.

La respuesta fue abrumadora. “la gente acudió de donde menos la esperaba”, recordaba Johnson. “Me decían cosas como ‘cierto, he experimentado algo como eso, con mi hermano, con mi padre, y nunca hablamos de ello”.

“Nadie en la iglesia jamás supo nada de eso porque creían que eran los únicos. Es sorprendente cuánto dolor existe en torno a estos problemas y cuánto sufrimiento, y si la iglesia no es un lugar para eso, entonces ¿cuál lo es?”.

Ella participó en los esfuerzos educativos creados por la comisión de la salud mental de la Diócesis de Virginia.

Paul Ackerman, psicólogo y copresidente de la comisión la salud, dijo a ENS que “estamos trabajando para incluir a personas con problemas de salud mental en las congregaciones. Encontramos que uno de los grandes problemas en el momento actual era el suicidio y que era algo de lo que nadie hablaba… Nos dimos cuenta de que la Iglesia tenía más responsabilidad para ayudar a prevenir esto”.

Presentaron un taller y “casi ningún clérigo se apareció. Asistieron fundamentalmente laicos que habían tenido la experiencia de suicidio en sus familias”, recordó Ackerman. “Nos dimos cuenta de que aunque todo el mundo allí había estado en iglesias que habían tenido entre uno y siete suicidios en los últimos años, nadie sabía qué hacer y resultaba algo muy doloroso de que hablar. Filmamos todas las presentaciones y las pusimos en cuatro unidades docentes que podrían exhibirse en clases de educación de adultos en las iglesias”.

No obstante lo desalentador, “un intento de suicidio es una oportunidad para el clérigo de empezar a educar a las personas de la congregación acerca de lo que es el suicidio y también a ayudarles a responder a él”, afirmó. “Hay cosas que pueden hacerse”.

Johnson convino en que hay cosas sencillas, tales como cambiar el lenguaje cargado de una actitud condenatoria como “suicidio” al más neutral de “ponerle fin a su vida”, e incluso convertir el suicidio en un verbo, ayuda a reducir el estigma.

Después que Robin Williams le pusiera fin a su vida, los comentarios en Internet revelaban “cuán poco sabemos acerca de las enfermedades mentales”, dijo Johnson.

“Había una absoluta incredulidad de cómo una persona como ésa, una persona exitosa, podía terminar quitándose la vida”, recordaba ella. “Otra reacción era, ‘si sólo él hubiera sabido cuánto lo amaban’. Él probablemente sabía en alguna parte en algún nivel lo querido que era, y también que tenía una carrera enormemente exitosa, pero eso no cambiaba la manera en que se sentía”.

Esas son de las peores cosas que se le pueden decir a una persona deprimida, agregó Johnson. Cosas como “¿por qué te sientes así?  Tienes un gran empleo, una familia amorosa, ¿cuál es tu problema?”.

“Un pastor de la Universidad de Nueva York cuando yo estaba hospitalizada allí vino y me dijo, “yo no tengo idea de cómo usted se siente’. Esa fue la cosa más provechosa que jamás había oído. No alguien que esté tratando de arreglar superficialmente lo que tú no puedes arreglar”, dijo Johnson.

La esperanza reside, afirmó ella, no “en decirle a alguien que se reconcilie consigo mismo… sino en reconocer con aquellos que están deprimidos, y también con los supervivientes de un [intento de] suicidio, que yo no tengo idea por lo que estás pasando. Realmente, ¿hay alguna otra cosa que decir?”.

Escuchar, hacerse vulnerable, estar dispuesto a caminar con los que sufren son actitudes esenciales. Con frecuencia, agregó ella, los demás temen lo que no entienden. “Temen que les vaya a afectar en algo. Hay un gigantesco temor de ese sentimiento de tristeza y pesar insondables que uno no puede controlar”.

Ella combate sus propios temores, reconoció Johnson. “Aún vivo con el temor de que ese infierno vuelva”, dijo. “No creo que se vaya del todo. Es como ser diabética y estar sujeta a un estupendo régimen medicinal y que todo funcione, siempre tienes presente que eres diabético. Eso nunca va a desaparecer, siempre va a ser parte de tu vida y también de la vida de tu familia.

“Pero es ahí donde la Iglesia puede desempeñar un papel”, añadió. “En la Iglesia tuve experiencias magníficas y atroces. Podemos ayudar reconociendo que la vida es desastrosa y, como cristianos, nuestra tarea no consiste en ponerle orden, porque no podemos. Como cristianos, nuestra tarea consiste en caminar con las personas en ese desastre. Eso es lo que hizo Jesús”.

Bolsones de esperanza, ministerios de presencia

Becky Williams recurrió a su propia experiencia con el suicidio en una ocasión que le permitió enseñarle algo a sus hijos y en un taller para su comunidad de fe, la iglesia de San Lucas [St. Luke’s Church] en Baton Rouge, Luisiana.

Directora del ministerio de salud de la parroquia y facilitadora del cuidado pastoral, Williams organizó un taller parroquial, hace varios años, para crear conciencia sobre la prevención del suicidio, pero ella llora aún cuando cuenta cómo tanteaba las palabras para explicar el suicidio de su cuñado Brian a sus hijos que entonces cursaban el cuarto y el octavo grados.

“Ayer fue el 20º. Aniversario de la muerte de Brian”, le dijo a ENS. “Recuerdo haberle preguntado a mi hijo John: ‘¿entiendes lo que hizo Tío Brian?’ Le dije ‘quiero que sepas esto…   si sufres puedes hablar con nosotros, con el sacerdote, con tu hermana, con tus maestros, y si no tenemos la información para ayudarte, te ayudaremos a encontrarla’”.

“Él dejó sus Legos y me contestó: ‘bueno, Mamá, tal vez Tío Brian simplemente no supo a quien llamar’”.

Para ilustrar el increíble costo que el suicidio le impone a las familias, Williams contó: “volamos a Dallas y traíamos las cenizas de Brian cuando mi marido sufrió un ataque cardíaco en el aeropuerto”.

Hace cuatro años su suegro, médico jubilado que padecía de intensos dolores crónicos, le puso fin a su vida. Williams se enfurece cuando recuerda una nota que le enviara alguien en la que sugería  que los suicidas estaban realmente jugando a ser Dios. Como sobrevivientes, “no necesitamos saber eso”, dijo Williams, de 62 años.

Mirando retrospectivamente, “lo que nos ayudó fue ese ministerio de presencia, y que la gente no juzgara”, subrayó. Nunca jamás esperé recorrer ese camino una vez, mucho menos dos veces”.

Wyoming: un amplio llamado diocesano a la acción

John Smylie, el obispo de Wyoming, ha llamado a toda la comunidad diocesana a tomar conciencia de que septiembre es el Mes de la Prevención del Suicidio mediante la oración, el culto y la liturgia. En una carta del 2 de septiembre. calificó la tasa de suicidios en Wyoming como una epidemia de salud pública.

“No sólo encabezamos la nación en casos de suicidio, sino que nuestra tasa de suicidios se encuentra entre las más elevadas del mundo”, según dice en la carta. Él creó un comité para contemplar formas en que “nuestra diócesis pueda sentar una pauta decisiva al ofrecer esperanza donde no hay ninguna”.

La Rda. Bernadine Craft, presidenta de un comité, dijo a ENS que la diócesis acababa de firmar un memorando de entendimiento con funcionarios del estado para hacer posible un programa conjunto de prevención del suicidio.

Wyoming tiene la tasa más elevada de suicidio entre todos los estados, con 23,2 muertes por suicidio por cada 100.000 residentes, según estadísticas de 2010.

Alaska tiene el segundo lugar con 23,1.

Craft, senador del estado, psicoterapeuta y sacerdote en la iglesia de la Santa Comunión [Church of the Holy Communion] en Rock Springs, dijo que había muchísimas conjeturas respecto a las causas de esa dudosa distinción de Wyoming, entre ellas el consumo de bebidas alcohólicas y otras substancias estupefacientes, el fácil acceso a las armas de fuego y, geográficamente, el ser “ un estado muy aislado”.

Los asistentes a la convención diocesana el 4 de octubre también recibirán paquetes de información y materiales de entrenamiento. “Es una labor progresiva”, dijo Craft. “Estamos intentando proporcionar avenidas de apoyo para personas que sufren y que luchan”.

Entre tanto, Thomas, de Filadelfia, espera que más congregaciones y diócesis se comprometerán también en prevenciones de conciencia como las caminatas “Salir de las Tinieblas” así como con “la creación de ministerios para los que sufren; sería una gran obra de compasión por nuestra parte”.

Ella añadió que: “Es asombroso, cuando hablo acerca de mi hijo o de las enfermedades mentales, el número de personas que dice que su hijo o su hija o su tío o su mamá se suicidó.

“Al igual que les di permiso para exponerlo, y eso es algo valioso, dejen que las personas lo saquen a la luz. No sólo les ayuda a ellos, sino que ayuda a la comunidad. No hay motivo para esconderlo”.

— La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service. Traducción de Vicente Echerri.