Afecto y compasión para las familias de los militares y los veteranos

Por Pat McCaughan
Posted Nov 14, 2013

Dos individuos pasan junto a algunas de las dos mil trece banderas de Estados Unidos que ondean en el Campo de Recuperación [Healing Field] de Aurora, Illinois, el 10 de noviembre de 2013. El Día de los Veteranos se conmemora el 11 de noviembre. Foto de Jeff Haynes para REUTERS.

Dos individuos pasan junto a algunas de las dos mil trece banderas de Estados Unidos que ondean en el Campo de Recuperación [Healing Field] de Aurora, Illinois, el 10 de noviembre de 2013. El Día de los Veteranos se conmemora el 11 de noviembre. Foto de Jeff Haynes para REUTERS.

[Episcopal News Service] Sin Sparta, su perro asistente, Allan Engvall dice que  él se queda dentro de su casa de Antelope, California, con las puertas cerradas con llave, las persianas corridas, la alarma contra robos activada y temeroso de aventurarse a salir afuera aun en pleno día.

“Nunca saldría a la calle. Con multitudes, o atascado en el tránsito, tendría la sensación de que estoy atrapado, de que me han emboscado”, dijo Engvall, de 28 años, que sirvió en varios despliegues militares del Ejército en Irak. Cuando lo desmovilizaron en 2007, regresó con trastorno del estrés postraumático (PTSD, por su sigla en inglés) y con una lesión cerebral traumática luego de encontrarse con artefactos explosivos improvisados.

“Uno definitivamente tiene la sensación de ser un paria, como que no perteneces [a nada]”, dijo Engvall a ENS refiriéndose a su transición a la vida civil. “Tienes una sensación de vacío porque los compañeros junto a los que has prestado servicio durante los últimos 18 meses no se encuentran por ninguna parte. Allí, haces lo que tienes que hacer para mantenerte vivo, pero vienes a casa y tu cerebro no se conecta, sigues estando en ánimo de combate, pero ya no tienes tu fusil”.

Allan Engvall, con su perro asistente Sparta. Foto por cortesía de Terry Sandhoff.

Allan Engvall, con su perro asistente Sparta. Foto por cortesía de Terry Sandhoff.

Pero Sparta, un perro esquimal híbrido de 80 libras “sí controla a la gente”, situándose entre él y los demás. “Él me cuida la espalda”, dijo Engvall.

“Cuando me empiezo a impacientar, me pone la pata encima y sé que me tiemblan las piernas y que se me crispan las manos, que me aumenta la ansiedad, de manera que puedo salir afuera y respirar antes de sufrir un ataque de pánico y hacer una escena”, explicó.

Sparta ha hecho posible que él conduzca, que participe en reuniones públicas, que frecuente restaurantes y que asista a reuniones de grupos de apoyo en la iglesia episcopal de San Clemente [St. Clement’s Episcopal Church], en Rancho Cordova, California, dirigidos por Terry Sandhoff, feligresa y entrenadora de perros.

Los grupos de apoyo de San Clemente, una congregación que es “amigable con los veteranos”, se cuentan entre un creciente número de iniciativas de las iglesias episcopales para acoger e incentivar a personal militar en activo, a sus familiares y a los veteranos.

Honrar a los veteranos que se recuperan y hacerse ‘amigos de los militares’
Jay Magness, Obispo Sufragáneo para los Ministerios Federales de la Iglesia Episcopal, dijo que las conmemoraciones anuales del Día de los Veteranos —como es el desayuno de oración de la Catedral Nacional de Washington el 8 de noviembre, o un programa en la iglesia de La Epifanía [Church of the Epiphany] en Washington, D.C. el 10 de noviembre— ayudan a las comunidades religiosas a concentrarse en los problemas de los veteranos, pero también respaldan los empeños permanentes.

Magness dijo que [en la actualidad] sobreviven más soldados a las heridas del campo de batalla que nunca antes —pero la naturaleza catastrófica de esas lesiones complica la recuperación física, emocional y espiritual. Alrededor de 385.000 veteranos, aproximadamente un tercio de los que sirvieron en Irak y Afganistán, han sido diagnosticados con discapacidades mentales relacionadas con la guerra. Se calcula que el número de veteranos sin hogar asciende a 62.000 en toda la nación.

Muchos veteranos también necesitan “restauración moral de lesiones del alma”, agregó. “Cuando las personas participan en la guerra y en el combate, y digo esto como ex combatiente de la guerra de Vietnam, ocurren cosas”, explicó Magness, veterano de la Armada de EE.UU. “Te ocurren cosas que trascienden la naturaleza física y emocional. Un joven, hombre o mujer, no participa en actividades de combate —las cosas que uno ve, que uno huele, que uno oye y que uno hace— sin alguna posibilidad de lesiones morales. Ésa es la tarea de la Iglesia”, recalcó.

El Muy Rdo. Gary Hall, deán de la Catedral Nacional, coincide con ese criterio. Puesto que la Iglesia Episcopal siempre ha acogido tanto a los pacifistas como a los capellanes militares, “honrar a los veteranos es algo en la que todo el mundo está de acuerdo”,  afirmó él.

La Rda. Babs Meairs, jubilada del Cuerpo de Infantes de Marina de EE.UU. y ex capellana de la Administración de Veteranos, dijo que la Diócesis de San Diego ha creado un “conjunto de recursos” para ayudar a las congregaciones a apoyar a los veteranos.

Esto incluye: llegar a ser “amigos de los militares” dijo Meairs, incluye “orar por ellos y respaldar los eventos que los honran, acercarse a sus familias, estar conscientes de las tensiones y las expectativas militares, hacer referencias informadas cuando sea necesario, y escuchar sin condenar”.

Las iglesias apoyan a los militares en servicio activo y ayudan a los veteranos a comenzar de nuevo
Desde Nueva York a California y de Florida a Illinois, las iglesias episcopales están enviando paquetes de “uso personal”, adoptando unidades militares y ofreciendo lugares y espacios seguros para restablecerse, vivir y orar —a militares en servicio activo y a sus familias, así como a los veteranos que regresan.

En Avon, Nueva York, Corrie Krzemien dijo que los miembros de la iglesia episcopal Sión [Zion Episcopal Church| la ayudaron con amor en su proceso de recuperación, en tanto la Casa Sión [Zion House], la transformada rectoría de la iglesia que queda al lado, le brindó un techo.

La Casa Sión es una de las primeras residencias transitorias para veteranas sin hogar, dijo la Rda. Kelly Ayer, veterana del Ejército de EE.UU., rectora de la iglesia y directora del programa residencial. Desde 2010, Casa Sión ha brindado acogida a 35 mujeres, la mayoría de las cuales padece de PTSD, trauma sexual militar y otras lesiones relacionadas con el servicio.

“Mi vida se hizo añicos” dijo Krzemien, de 53 años, quien estuvo en servicio activo en el Ejército de 1982 a 1985, y aún se siente incapaz de hablar de sus experiencias militares. Hace un año, se mudó a Casa Sión y se ha convertido en representante de ventas para Boadicea, su línea de jabones, lociones y productos de belleza, hechos de leche de cabra, que ayuda a sostener a los residentes.

“Me brinda la oportunidad de poder trabajar de nuevo, aunque estoy muy discapacitada mentalmente, y a veces físicamente, pero me mantengo activa”, dijo. “Madre Kelly y la gente de la congregación, simplemente quieren darte cariño, y eso es estupendo”.

Enviar ‘paquetes de uso personal’ y mostrar afecto
El enviar regularmente “paquetes de uso personal” ha creado profundos nexos afectivos entre militares en servicio activo y comunidades religiosas como la iglesia episcopal de San Pedro el Pescador [St. Peter the Fisherman Episcopal Church] en New Smyrna, Florida, y la iglesia de La Trinidad [Trinity Church] en Tariffville, Connecticut.

Jackie Sturgeon, de 76 años, dijo que las iniciativa de San Pedro empezó por enviar paquetes de galletitas caseras a familiares y amigos de miembros de la iglesia, pero se fue extendiendo a artículos más personales, caramelos, artículos de tocador, libros y discos, así como alimentos “para todo el mundo. No tienen que ser episcopales, basta que estén sirviendo al país”.

Ella guarda una libreta llena de mensajes de soldados, hombres y mujeres, estacionados a través del mundo, incluido uno de su nieta, Missy Lund, que se alistó en la Armada de EE.UU. luego de terminar la secundaria en 2002 cuando tenía 17 años.

Los paquetes de San Pedro “eran sorprendentes. Siempre parecían llegar en el momento en que más los necesitábamos”, dijo Lund, en una entrevista telefónica reciente con ENS. Ella estuvo destacada en Italia, África, la Florida y el estado de Washington, antes de dejar el servicio en 2009.

“Cuando estaba de servicio, no llamaba mucho a casa. Pero siempre en los paquetes venían palabras sabias que necesitaba oír”, recordaba Lund, que ahora tiene 29 años y vive en la Florida, mientras espera mudarse a Virginia con su marido Nick, que acaba de regresar de Afganistán. Los paquetes hicieron más significativos los regresos, agregó “porque venía a visitar la iglesia y me encontraba a todas esas personas que sabían quien yo era y que habían orado por mí, pero a quienes yo no conocía”.

Para John Bald, de 75 años, “un veterano de antes de Vietnam”, apoyar a las tropas era una labor de amor y de fe, especialmente después de enterarse de que el índice de suicidios de los veteranos se acerca a 22 por día en Estados Unidos. Él organizó un comité en su iglesia, La Trinidad, en Tariffville, y comenzó a enviar paquetes de uso personal y a conectarse con agrupaciones locales de veteranos.

“Menos del uno por ciento de la población combate en estas guerras y muchos de ellos han sido enviados de vuelta cuatro o cinco veces”, dijo él durante una entrevista telefónica reciente con ENS. “Cuando descubrí las dificultades que enfrentaban al regreso, padeciendo de PTSD, que es una reacción muy normal al terrible estrés y a las cosas que han visto y a algunas de las cosas que han tenido que hacer, me dije que, como cristiano, no puedo dejar que esto suceda”.

La iglesia desde entonces “adoptó” a la Compañía 344ª. en Afganistán. “La mitad son de Connecticut y la otra mitad de Massachusetts”, dijo. “Les enviamos artículos [de uso personal]. Oramos por ellos y sus familias y, ése es el próximo paso, nos relacionamos con sus familias y las ayudamos”.

Liturgias y fines de semana especiales y testimonio fiel
La Rda. Marian Phipps de la iglesia episcopal de San Hugo [St. Hugh of Lincoln Episcopal Church] en Elgin, Illinois, dijo que se sintió movida a crear, en 2010, unos cultos especiales dos veces al mes para las familias de los militares, luego de conversar con una madre cuyos tres hijos estaban movilizados al mismo tiempo.

“Ella decía que cada vez que su perro ladraba, se le encogía el corazón”, recordaba Phipps. “Temía asomarse para ver quien se acercaba a la casa, porque siempre esperaba a una persona uniformada que llegara a decirle que algo le había ocurrido a alguno de ellos”.

“Eso me hizo consciente de las realidades con que viven las familias de los militares, mientras el resto de nosotros seguimos con nuestras rutinas y nos olvidamos de que estamos en guerra”, agregó Phipps. “Pero ellas no pueden. Dios me tocó el corazón”.

Los servicios bimensuales se celebran el segundo martes y el cuarto miércoles de cada mes, y “aunque no tienen una enorme concurrencia, recibí una nota una vez de la madre de un marine que me dijo que se alegraba de saber que orábamos y manteníamos un testimonio fiel”, añadió Phipps.

Dar un testimonio fiel es algo enorme y “algo tan sencillo de hacer”, añadió ella. “No tiene que ver con la política de la guerra. Hay personas que corren peligro y podemos orar por la paz y por la protección de las personas, y así lo hacemos. Lo que espero es que, cualquier noche, si hubiera una persona de la familia de un militar que se sintiera perturbada y quisiera orar, que hubiera una iglesia en un pueblo donde pudiera ir a orar”.

Del mismo modo, la conciencia de las dificultades que enfrentan los veteranos motivó a David Rosenberg a crear Soldier Care, fines de semana de descanso y recuperación para veteranos discapacitados a través de la iglesia de San Marcos [St. Michael’s Church] en Studio City, en la Diócesis de Los Ángeles.

Hace unos nueve años, el encuentro de Rosenberg con un veterano discapacitado lo hizo consciente de los desafíos que ellos enfrentan. El escritor de televisión apeló a amigos y desconocidos por igual, a lugares de entretenimiento locales, así como a propietarios de hoteles y restaurantes, para obtener donaciones de visitas a estudios cinematográficos, a juegos de béisbol de los Dodgers y a otras diversiones al alcance de un presupuesto limitado.

Mediante referidos de hospitales militares locales, él consiguió que los veteranos “vinieran por el fin de semana y fuimos creando confianza”.

Pero eso no terminó allí. “Nos enteramos de lo que cada uno necesitaba, y aprendimos a transitar el camino con ellos a partir de ese punto”, dijo Rosenberg, de 57 años. “Es un ambiente seguro para que ellos se sientan cómodos, sencillamente un ministerio de persona a persona, de uno en uno”.

Recibir a los soldados que regresan, “decirles gracias porque el servicio de ustedes exige una acción”, añadió él. “Cualquiera puede hacerlo. Yo sólo lo llevo a un nivel personal y la gente se personó para contribuir a que ocurriera. Estos individuos lo necesitan. Los han movilizado dos y tres veces, de manera que tres veces han sido testigos de la muerte y de la pérdida de amigos. Hay muchas cosas de lo que ellos no hablan y algunos se encuentran en apuros”.

Terry Sandhoff, feligresa y entrenadora de perros de San Clemente, en Rancho Cordova, ha sido testigo de muchos de estos apuros. Pero ella también ha presenciado “más milagros en un mes de los que la mayoría de la gente ve en toda su vida”.

A través de su trabajo como entrenadora de perros en Gabby Jack Ranch y de coordinadora de los grupos de apoyo a los veteranos en la iglesia, ella ha visto a esos que vienen por primera vez “con la mirada remota y ausente” que llegan sintiéndose aislados y solos, pero que gradualmente se conectan, primero con los perros, luego con los dueños de los perros y hacen amigos.

“Hacen excursiones juntos, y eso les crea un sistema de apoyo”, agregó.

El otro reto es educar a las congregaciones y a la comunidad en su sentido más amplio en la manera de ayudar, dijeron tanto Sandhoff como la Rda. Christine Leigh-Taylor, rectora de San Clemente. Convertirse en una congregación “amigable con los militares” a través de Care for the Troops significaba, entre otras cosas, realinear las sillas sueltas de la iglesia a lo largo de la pared del fondo, de manera que “los veteranos, especialmente los que padecen de PTSD, pudieran sentarse a la vista de un letrero que les señalara la salida”, explicó.

Jerry Padgett con Bayley, su perro de servicio. Foto por cortesía de Terry Sandhoff.

Jerry Padgett con Bayley, su perro de servicio. Foto por cortesía de Terry Sandhoff.

Para Jerry Padgett, de 38 años, el asistir al culto y a los grupos de apoyo de San Clemente con Bayley, su labradoodlle moteada, le ha ayudado a salvar su vida en más de un sentido, dijo él.

“Me obligaron, de buena manera, a levantarme, a hablar de mis lesiones, aunque yo no quería hacerlo”, dijo Padgett, de Rancho Cordova. Él sufrió múltiples lesiones cuando un edificio de dos plantas donde habían puesto trampas explosivas se le desplomó encima durante una misión de rescate de la Armada en Irak. Padece de PTSD, lesión traumática del cerebro, neuropatía neural, convulsiones y lesiones en el cuello, la espalda y una pierna, entre otros traumas. En días buenos, puede andar con ayuda de un bastón; otros días se vale de un andador.

Pero Bayley y los grupos de apoyo le ofrecen esperanza, dijo. Sacarla a dar un paseo diario, se convirtió en dos salidas al día y, luego, pasó de dos a tres.

“Es algo tan pequeño, pero tan enorme para un veterano que quiere encontrar todas las razones para alienarse. Tener a Bayley me ha dado libertad, un corazón más compasivo”, afirmó. “Voy a intentar hacer un maratón, con mi andador. Gracias a eso, tengo menos episodios de dolor y de accesos de ira o de llanto”.

–La Rda. Pat McCaughan es una corresponsal de Episcopal News Service radicada en Los Ángeles. Traducción de Vicente Echerri.