Centro comunitario de Delaware ayuda a los necesitados y combate los problemas subyacentes de la pobreza

Por Sharon Sheridan
Posted Oct 10, 2013
Raheim Pope responde una llamada sobre la ayuda al alquiler de su nuevo apartamento. Pope buscó ayuda en el Centro de Recursos Comunitarios de Rehoboth Beach, Delaware, a fin de garantizar los fondos necesarios para cumplir con la fecha de pago luego que tuviera que mudarse de la vivienda que alquilaba anteriormente  Foto de Sharon Sheridan.

Raheim Pope responde una llamada sobre la ayuda al alquiler de su nuevo apartamento. Pope buscó ayuda en el Centro de Recursos Comunitarios de Rehoboth Beach, Delaware, a fin de garantizar los fondos necesarios para cumplir con la fecha de pago luego que tuviera que mudarse de la vivienda que alquilaba anteriormente Foto de Sharon Sheridan.

[Episcopal News Service] Habiendo vivido durante mucho tiempo al borde de la pobreza, él está de nuevo a punto de quedarse sin techo. Kevin, que ahora tiene 51, fue empleado durante 30 años —incluso tuvo su propio negocio de pintura durante un tiempo— pero ahora se las agencia con trabajos de corto plazo en jardinería o en la construcción.

“Va a mejorar”, afirma él. “Uno debe tener una visión positiva de las cosas. Tienes que lograr mantener la cabeza en alto”.

Uno de los sitios donde él encuentra esperanza y ayuda es en el Centro de Recursos Comunitarios, que queda justo a la salida de la autopista en Rehoboth Beach. Abrió sus puertas en abril de 2011 y atiende a individuos y familias vulnerables del distrito escolar de Cape Henlopen: evaluando sus necesidades; proporcionando asistencia económica y ayuda en asuntos tales como información sobre presupuesto, salud y empleo; y relacionándolos con servicios estatales y otros recursos. Además de conectar a los clientes con varios servicios y agencias de financiación sociales, el centro cuenta con una despensa de emergencia y ofrece un lugar donde poder usar una computadora, disfrutar de esparcimiento e intercambio social, comer un almuerzo caliente, darse una ducha y lavar ropa.

Integrado casi en su totalidad por voluntarios capacitados, el centro es auspiciado por la Asociación de Iglesias de Lewes-Rehoboth, que incluye 20 iglesias de la zona de Rehoboth, Lewes y Milton en el sur de Delaware. Su apertura significó el paso a seguir de una serie de servicios comunitarios en una región que se destacaba tanto por la riqueza de un balneario como la pobreza de muchos que viven y trabajan allí, o que desean hacerlo.

El prevenir y romper los ciclos de adicción, falta de vivienda, encarcelamiento y desesperanza al proporcionar ayuda temporal o de emergencia siempre ha sido una misión fundamental de la asociación, dijo el Rdo. Jeff Ross, que la preside y es el rector de la iglesia episcopal de San Pedro [St. Peter’s Episcopal Church] en Lewes.

“La asociación de clérigos vino primero, y luego decidieron ocuparse de administrar una tienda de artículos usados para hacer al mismo tiempo lo que llamaron Echar-una Mano. Y Echar una Mano se transformó en el Centro de Recursos Comunitarios”, explicó. El centro ha servido a más de 4.000 individuos y familias, y ha proporcionado más de $300.000 en viviendas de emergencia, ayuda para vivienda a largo plazo, ayuda para [el pago de] servicios públicos y otras necesidades tales como medicinas, reparación de autos y muebles.

Irene Simpler, asistente social jubilada y feligresa de la iglesia episcopal de Todos los Santos [All Saints’ Episcopal Church] en Rehoboth Beach, que falleció en julio, fundó Echar una Mano. “El objetivo era darle una mano a la gente”, dijo el Rdo. Max Wolf, rector de Todos los Santos y de la parroquia de San Jorge [St. George’s Chapel], en Harbeson.

Un núcleo de 12 a 15 voluntarios provenientes de varias iglesias trabajaron para ayudar a que las personas conservaran sus hogares, pagándoles las cuentas pendientes y encontrando comida para sus familias, agregó. Al hacer gran parte de su trabajo por teléfono,  llegaron a darse cuenta de que “no habían había suficiente interacción social con las personas ni [era posible ofrecerles] suficiente apoyo”.

La apertura del centro consolidó y aumentó el apoyo, al proporcionar una especie de “sitio único” para servicios, dijo Ross. Un asistente social del estado trabaja en el centro un día a la semana, aliviando así el agobio de algunos clientes que antes tenían que tomar varios autobuses para viajar 20 y 30 kilómetros hasta una oficina del estado.

Localizada en las inmediaciones de la Ruta 1 en Rehoboth Beach, Delaware, el Centro de Recursos Comunitarios, auspiciado por una asociación de 20 iglesias de la localidad, ha servido a más de  4.000 individuos y familias y ha brindado ayuda por más de $300.000 desde su apertura en abril de 2011. Un banco de alimentos también funciona en el lugar. Foto de Sharon Sheridan.

Localizada en las inmediaciones de la Ruta 1 en Rehoboth Beach, Delaware, el Centro de Recursos Comunitarios, auspiciado por una asociación de 20 iglesias de la localidad, ha servido a más de 4.000 individuos y familias y ha brindado ayuda por más de $300.000 desde su apertura en abril de 2011. Un banco de alimentos también funciona en el lugar. Foto de Sharon Sheridan.

En el nuevo local, “podíamos evaluar mucho mejor las necesidades de la gente”, dijo Bennett Connolly, un miembro de San Pedro y director fundador del centro. “Estamos mucho más accesibles”. Su clientela mensual aumentó de aproximadamente 30 personas en Echar una Mano a 120 en el centro.

Un asesor de casos, uno de los cuatro empleados a sueldo, trabaja 15 horas semanales. “Su trabajo fundamental es con las personas sin hogar”, que constituyen el 20 por ciento de los clientes del centro, dijo Connolly. “La mayoría de los clientes son esas familias que están a punto de quedarse sin techo, a quienes les han cortado la electricidad”.

Raheim Pope, de 31 años, llegó al centro un día de finales de agosto en busca de fondos de emergencia para viviendas. Él está empleado y cría a una hija de 5½ años cuya madre murió en un accidente automovilístico en la Ruta 1 hace tres años.

“Yo no gasto mucho dinero. Gasto la mayor parte de mi dinero en mi hija”, dijo.

Cuando el contrato de su anterior alquiler estaba por terminarse, encontró un nuevo apartamento, pero iba a perder el depósito si no podía pagar el alquiler del primer mes a tiempo. Sabía que él tendría suficiente dinero para cubrirlo, contando con su propio cheque y el de su novia, así como el pago de la Seguridad Social de su hija, pero no hasta después de la fecha tope. El centro dijo que podría proporcionarle algún dinero, igualado por los fondos de otra agencia.

Algunos clientes y empleados se reúnen para almorzar en el Centro de Recursos Comunitarios, auspiciado por la Asociación de Iglesias de Lewes-Rehoboth en el sur de Delaware. Al centro lo administran fundamentalmente voluntarios capacitados y es financiado en gran medida por una tienda de artículos de uso que dirige la asociación. La comunidad también ha brindado ayuda; por ejemplo, cuando se remodeló el local, la sucursal bancaria del PNC donó algunos muebles. Foto de Sharon Sheridan.

Algunos clientes y empleados se reúnen para almorzar en el Centro de Recursos Comunitarios, auspiciado por la Asociación de Iglesias de Lewes-Rehoboth en el sur de Delaware. Al centro lo administran fundamentalmente voluntarios capacitados y es financiado en gran medida por una tienda de artículos de uso que dirige la asociación. La comunidad también ha brindado ayuda; por ejemplo, cuando se remodeló el local, la sucursal bancaria del PNC donó algunos muebles. Foto de Sharon Sheridan.

Esta fue la primera vez que Pope visitaba el centro. Dijo que él intenta ser un buen ejemplo para su hija  esforzándose en trabajar para ser autosuficiente.

“No quiero pedirles cosas a un montón de gente” recalcó. “No queda más remedio que trabajar. Yo sería un hipócrita si no lo intentara por mis medios”.

Dawnya Bland, de casi 20 años, visitó el centro tres semanas después de la muerte de su padre en busca de ayuda para encontrar fondos que le permitieran regresar a su segundo año de universidad en Dover.

“Vine aquí para que me ayudaran con el dinero para entrar en la escuela”, explicó. “De repente se aparecieron con una factura de $1.200. Es para el pago de mi matrícula del primer mes”.

Otra estudiante, Taylor Harris, también de 20 años, dijo que buscaba ayuda económica para pagar la escuela. Aunque cambié de una universidad de fuera del estado a una local, agregó, “la escuela siempre va a ser cara”.

En esta ocasión, llegó al centro para usar la computadora a fin de solicitar un empleo.

“El personal aquí es estupendo” dijo. “Es un buen recurso para un montón de gente. Ofrecen muchísimas cosas aquí”

Ministerio dirigido por voluntarios
Unos 50 miembros de la comunidad trabajan de voluntarios en el centro, dijo el codirector Larry Beach.

Otros voluntarios ayudan con la despensa y con las tiendas de artículos usados que se encuentra cerca y que proporciona gran parte de los ingresos del centro. “Administrar la tienda de artículos usados requiere más de 100 voluntarios”, explicó Ross.

Beach y Wally Johnson, que coordinan las relaciones públicas del centro, estaban sentados en los bancos de San Jorge cuando Wolf anunció sus planes para establecer el centro.

“Wally y yo nos miramos en medio del oficio y le dije, ‘nunca he sido llamado antes, y siento que estoy siendo llamado’”,  contó Beach. “Eso fue una verdad para mí”.

Los voluntarios vienen con el deseo de “retribuir”, agregó él.

Se quedan, dijo Carol Wzorek,  que administra el centro de día, porque “vemos los resultados en el acto”.

“A veces, es un lugar difícil”, añadió.

Con frecuencia, los nuevos clientes llegan llorando, dijo la recepcionista Eleanor Whaley. “Uno trata de consolarlos. Eso es parte de lo que yo hago. A la hora en que salen por la puerta, me abrazan. Ya se les ha secado el llanto”.

El trabajar allí también ha secado las lágrimas de Eleanor. “Cuando vine, estaba sufriendo por la pérdida de mi hijo”, contó Whaley.  “Me sacó de esa situación. Para mí ha sido como un proceso de restauración… el ser capaz también de ayudar a otros”.

Los edades de los clientes oscilan entre 19 y 80, explicó Wzorek. Ella recordaba a una mujer que estaba viviendo en un motel con sus hijos. “Trataba de convencerlos de que estaban de vacaciones”.

Su marido se encontraba en la cárcel; ella estaba desempleada y venía de generaciones de pobreza. El centro la ayudó a encontrar trabajo y a pagar primero el motel y luego un alquiler, después de negociar a su favor con el dueño de casa. Más adelante la familia se mudó a una vivienda de Hábitat.

No sólo que el cliente lo ha hecho bien, sino que ella también se ha convertido en un modelo a seguir para sus tres hijos, abundó Wzorek. “Es un cambio de rumbo sorprendente para alguien que en verdad no tenía nada, excepto el deseo de mejorar”.

En la actualidad, la mujer es miembro de la junta directiva del centro, dijo Beach, resaltando que ellos se esfuerzan en garantizar que sus clientes sean tratados como socios.

“Siempre les pregunto a las personas que vienen en qué pueden contribuir para resolver el problema”, dijo Wzorek.

La desaceleración económica y la falta de financiación para programas sociales sujetos al embargo del presupuesto han aumentado la necesidad de ayuda de las personas, dijo Beach.

Pero la geografía también acrecienta la necesidad, ya que los empleos no calificados desaparecen durante el “tiempo muerto” en la zona del balneario, explicó Wzorek. “Tenemos a personas que están atrapados en un ciclo. Les resulta muy difícil romperlo”.

Incluso si tienes un empleo, “si dejas un día o dos de trabajar, te echan”, agregó ella. “El ambiente laboral es muy inestable”.

“La vivienda es muy cara y muy limitada”, añadió la codirectora Janis Bordi. Las personas que visitan la zona no se dan cuenta de que “la razón de que puedan sentarse en un restaurante y ser servidos se debe a los pobres”.

Y no se fijan en las tiendas de campaña donde viven personas cerca del local de Wal-Mart, dijo Johnson. “La gente no ve eso. Ven las casa de un millón de dólares”.

Incluso los empleos de temporada no resultan tan fáciles de encontrar como era en un tiempo, dijo Kevin. “Cada año es la misma cosa. Viene el invierno y el trabajo disminuye. Ahora [esa situación] se está extendiendo a lo largo de todo el año; hay demasiadas personas aquí ahora, y no hay suficientes empleos. Los estudiantes de intercambio ocupan hasta el 60 por ciento de los empleos de restaurantes. Es un buen programa el de ellos, pero afecta a los vecinos de la localidad”.

Y una nueva oleada de clientes mayores puede aparecer.

“Estamos preparándonos para un nuevo tipo de cliente”, dijo Beach. “En nuestra zona está aumentando el número de jubilados que se han visto afectados por la economía”.

Las apariencias pueden ser engañosas, hizo notar él. Alguien a quien ves conduciendo un Cadillac nuevo, “podría tener problemas para pagar la cuenta de la electricidad. Este es un fenómeno nuevo para el cual el mundo tiene que prepararse”.

“Tengo un amigo”, dijo Johnson, “que era abogado en la Calle K en Washington, D.C. Y ahora es mesero de un restaurante en Rehoboth. Él y su esposa lo perdieron todo”.

En tanto ayudan a clientes individuales y sus familias, los voluntarios del centro también se enfrentan a problemas mayores. Trabajar juntos en una ubicación centralizada les ha permitido identificarse y aunar esfuerzos para intentar resolver problemas subyacentes tales como el inadecuado transporte público.

Gran parte del transporte público de la zona deja de funcionar cuando se acaba la temporada. “Así como desparecen los empleos, también lo hace el transporte”, dijo Wzorek.

Un viaje de 16 kilómetros se convierte en un trayecto largo y arduo. “Ir de tu casa en Milton a Rehoboth toma dos horas y 35 minutos en autobús”, agregó Johnson.

“Estamos tratando de abordar esos problemas”, afirmó él. Capacitar a las personas para conseguir un lugar de trabajo y “vamos a ver una disminución en la carencia de viviendas”, subrayó. “Quieren trabajar”.

El trabajar juntos les da a los miembros de la asociación una influencia añadida. “Contar con 20 iglesias constituye una palanca poderosa”, dijo Beach.

El centro también está asociado con otras organizaciones y puede negociar de un modo en que sus clientes no pueden. Por ejemplo, la compañía eléctrica Delmarva “trabajará con nosotros de una manera que no haría con un cliente individual”, agregó Wzorek. “Los dueños de casas también conversan con nosotros”.

E incluso cuando no pueden brindar la asistencia que un cliente busca, ayudan en lo que pueden.

“Ayer vino una mujer. No pudimos ayudarla, pero pudimos darle un par de zapatos nuevos”, contó Wzorek.

Aunque el centro está auspiciado por una asociación de iglesias, no hace proselitismo, dijo Wolf. “Escuchamos a las personas y respetamos su dignidad”.

“En verdad vemos nuestro papel como un encuentro con las personas tal como son”, dijo Ross. “Nuestro ministerio consiste en compartir el amor de Cristo con ellas y esperamos que al ayudarlas a levantarse de nuevo puedan ponerse en contacto con quienes son como seres espirituales y rehacer sus vidas dentro de ese contexto. Sí tenemos gente que se ha incorporado a nuestras congregaciones debido a esa experiencia… pero tampoco utilizamos esto como una ocasión para imponerle a nadie una identidad espiritual a cambio de cubrir sus necesidades humanas básicas”.

Y apuntó Bordi, “Las personas en muchas ocasiones tienen que hacer dejación de amor propio para entrar aquí, y eso es duro. Cuando se marchan, ya lo han recuperado”.

– Sharon Sheridan es corresponsal de ENS. Traducción de Vicente Echerri