El Espíritu Santo, consolador y misterioso, ‘nunca es obvio’

Por Pat McCaughan
Posted May 19, 2013

[Episcopal News Service] El Espíritu Santo llega, para algunos, como una presencia consoladora. Para otros es una inquietud perturbadora. Y para otros es misterioso, incluso atemorizante.

Pero no lo confundan con [la fiesta de] Pentecostés —el quincuagésimo día después de Pascua— que la Iglesia conmemora este domingo (19 de mayo) y que “nos desafía a concentrarnos al menos un día en la actividad del Espíritu en nuestra vida”, según la Rda. Janet Broderick, rectora de la iglesia de San Pedro [St. Peter’s Church], en Morristown, Nueva Jersey.

“Eso es lo estupendo del Leccionario, que nos concentra en esto”, dijo Broderick durante una entrevista el 16 de mayo. “Ojalá hubiese más, por que el Espíritu no aparece mucho en las oraciones, en el Leccionario”.

Así como el Espíritu se movía sobre lo profundo durante la creación (Génesis 1.1-7), sigue moviéndose en la actualidad, pero “con mucha frecuencia tememos hablar de ello”, añadió Broderick.

“Tomemos por ejemplo que alguien tiene una revelación o que [escucha] una palabra. Personas que de repente saben algo. De pronto saben que su madre ha muerto, o que un hijo [que ha desaparecido] está a salvo, o que lo han encontrado. Lo supieron. Pero te lo cuentan en voz baja, años después. Se avergüenzan de decirlo porque se cree que si hablas del Espíritu estás loco, o algo peor, que eres presuntuoso, que crees que eres mejor que los demás”.

El Rdo. Bill Countryman, profesor emérito de estudios bíblicos en la Escuela de Teología Eclesiástica del Pacífico [Church Divinity School of the Pacific] en Berkeley, California, dijo que el Espíritu elude toda definición. Su naturaleza dual no puede precisarse. No ejercemos control [sobre el fenómeno], por tanto exige muchísima reflexión de parte de los individuos y de la comunidad para discernir lo que el Espíritu hace, y nunca es obvio”.

El Espíritu nos habla a través de la Escritura y del sacramento, a través de los dones del ministerio y en la experiencia de la vida diaria y a través de otras personas y del conflicto, dice él.

Es “tan sencillo como la fuerza que obtenemos de recibir la Eucaristía una y otra vez, lo cual configura nuestras vidas y nos dice que Dios está constantemente con nosotros, nutriéndonos, orientándonos, dándonos una especie de modelo a seguir en nuestras vidas” añadió.

Pero también puede ser caótico, perturbador y promotor de cambios.

“Los grandes cambios ocurridos en la Iglesia Episcopal durante mi vida adulta han sido sobre todo respuestas a eso”, dijo Countryman. “Resultaba cada vez más difícil [encontrar] alguna razón por la cual las mujeres no pudieran ser ordenadas, porque había mujeres que habían recibido dones de ministerio y que tenían una gran santidad de vida; luego, ¿por qué era que sólo los hombres podían ser ordenados?

“Lo mismo volvió a suceder con respecto a las personas homosexuales”, agregó. “Fue resultando cada vez más difícil mantener el criterio de que la atracción [entre personas] del mismo sexo era simplemente algo malo, porque había personas que manifestaban santidad y dones dentro de la Iglesia que ocurría que eran homosexuales. Ése es un aspecto de la obra del Espíritu a la cual hemos respondido particularmente en gran medida y que ha sido difícil para nosotros”.

Añadió que “el Espíritu nos conduce a la verdad de lo que Jesús ya nos dijo. Es también la forma en que el Evangelio transforma nuestras vidas y ninguna generación va a lograr hacerlo bien. Toda la historia de la humanidad no logrará  hacerlo bien; pero la buena noticia es que hay esperanza, incluso en nuestras situaciones más degradantes”.

 

Discernir el movimiento del Espíritu


Linnea Collins, administradora de una oficina dental en Sun Valley, Idaho,  sintió la poderosa presencia del Espíritu hace un año cuando al fin pudo responder una pregunta acuciante: ¿cuál es mi ministerio?

“Siempre pensé que estaba orientada hacia la ordenación, como presbítera o diácona, dijo Collins durante una entrevista telefónica reciente. “Pasé por un [proceso de] discernimiento y me preguntaron acerca de mi ministerio. Dije, yo no sé; supongo que caminar con el pueblo de Dios. Era una inquietud recurrente, cuál es mi ministerio”.

Luego, el año pasado, “tuve un cumpleaños importante y mi yerno me preguntó: ¿qué te gustaría realizar en tu vida’”.

La respuesta se presentó de repente: trabajar en una clínica, médica o dental, gratuita”. Luego de expresarla, el próximo paso era obvio, especialmente cuando ella se enteró de que había una plaza disponible en la Misión Mundial Génesis (GWM, por su sigla en inglés),  una agencia sin fines de lucro para solucionar problemas de atención sanitaria, con sede en Boise.

Sorprendentemente, la agencia le ofreció no uno, sino dos puestos: como administradora de la oficina dental y como directora de desarrollo de inversiones, porque ella había dirigido durante varios años el Festival del Sendero de los Rebaños, que se celebra anualmente y honra la tradición de pastoreo local.

“Lo que yo pienso que podría ser el momento oportuno, no es necesariamente el momento de Dios”, dice Collins, de 60 años. “Todos nuestros pacientes viven, en un 200 por ciento, dentro de las pautas federales de los índices de la pobreza o por debajo, sin Medicaid, sin beneficios; devengando jornales muy bajos. Una factura médica destrozaría sus presupuestos.

“Pero, ahora, yo tengo un ministerio de acción, un ministerio de servicio, y creo que nuestros pacientes perciben una diferencia, que ellos no son una cifra. Los estrechamos en nuestros brazos. Nosotros ciertamente los ayudamos a que tengan acceso a la salud médica y dental, y eso es gratis”.

El Espíritu Santo “opera de manera extraordinaria cuando uno menos lo espera”, añadió. “A veces uno cree que Dios y el Espíritu están ausentes, y uno piensa ‘al diablo con eso. Voy a poder hacer esto a mi manera. Nunca funciona. Sencillamente no funciona”.

Ahora, al participar en el proceso de “crear un nuevo programa que funcione con salas de emergencia para personas con urgencias dentales que tienen donde ir, no podría sentirme más feliz”, afirma ella. “Esto puede no ser ‘la Iglesia’, pero es una extensión de la Iglesia donde vivimos diariamente nuestra fe, nuestra compasión, nuestro amor y nuestro ministerio por aquellos que más nos necesitan, los vulnerables y tantas veces invisibles”.

“En este momento, he conseguido el perfecto equilibrio al unir a mi experiencia todos esos segmentos de mi vida. Suena como una historia enloquecida, pero es mi historia.

El don de paz del Espíritu
Aunque él no estaba familiarizado con ninguna iglesia, Jon Finley, de 48 años y residente de San Diego, supo instintivamente que estaba en presencia del Espíritu Santo hace 16 años, en un momento que cambió su vida para siempre.

Le acaban de diagnosticar que tenía SIDA en su estado más avanzado. “Estaba devastado, porque no le había dicho a nadie, ni siquiera a mis amigos más cercanos, que yo era gay”, contó él durante una entrevista telefónica reciente.

“Estaba asustado, no respondía a ningún tratamiento ni medicación. Estaba perdiendo peso. El médico me dijo que tenía que renunciar a mi trabajo y acogerme a un plan de discapacitación. Todo lo que se me ocurría pensar era ‘¿cómo voy a vivir?  Sentía como si todo mi mundo estuviera patas arriba y no podía contarle a nadie lo que estaba pasando”.

Con la familia en otro estado y el futuro incierto, él contempló la idea del suicidio. “estaba sentado en una silla sollozando”, recuerda él. “Me costaba trabajo respirar. Me encontraba en un sitio muy oscuro”.

Entonces, de repente, “descendió sobre mí una sensación de calma, una calma que nunca antes había experimentado”, sigue diciendo. “Aún me escalofrío cuando pienso en eso. Era como si me quitaran un peso de encima y yo supiera que de alguna manera todas las cosas iban a salir bien”.

Supo que se trataba del Espíritu Santo porque “no era yo. Yo estaba histérico. Realmente no puedo describirlo con palabras. Solamente lo supe. Ese fue el comienzo de mi búsqueda de la religión”.

Aunque él aún no respondía a la medicación, “mi actitud cambió. Era como una nueva persona. El médico me dijo ‘cualquier cosa que esté haciendo, sígala haciendo’”, dijo Finley, que fue confirmado en la catedral de San Pablo [St. Paul’s Cathedral] en San Diego el 30 de marzo, en la Vigilia Pascual de este año.

Antes de su confirmación, él compartió esta historia públicamente, por primera vez, con la congregación.

“Este es un capítulo complemente nuevo de mi vida y lo hice público allí para todos”, dijo. “Es sencillamente asombroso darme cuenta donde estaba antes y ver donde estoy ahora. Siento que el Espíritu me trajo hasta aquí, me ha guiado a través de ese lugar tenebroso y me condujo a la catedral y al punto donde finalmente pude decir la verdad.

“Antes, creía que prefería morirme antes que alguien supiera estas cosas de mí. Me sentía tan avergonzado. Ahora puedo decir, ésta es mi historia”.

Acceder al Espíritu
La Rda. Mary Crist, sacerdote a cargo del Centro de Compromiso Comunitario de la misión de San Miguel [St. Michael’s], en Riverside, California, describe una experiencia como la de Pentecostés cuando encontró a una madre atribulada por la pena en la unidad neonatal de terapia intensiva del hospital El Buen Samaritano [Good Samaritan Hospital] de Los Ángeles.

“Era latina, y estaba llorando. La saludé en español, pero yo sólo hablo un poquito de español. Ella no hablaba inglés. No había nadie más que hablara español en los alrededores”, recuerda Crist en una entrevista telefónica el 16 de mayo.

“Me dijo que había dado a luz unos mellizos de 23 semanas (varón y niña), y que el varoncito había muerto el día anterior. A su niñita la iban sacar del respirador artificial en la mañana.

“Yo lo defino como una experiencia del Espíritu Santo porque resultó ser pastoral para todos nosotros”, dijo Crist. “Me senté y nos sostuvimos mutuamente. Sentí en lo más profundo que me daban las herramientas para comunicar, para escuchar, para actuar compasivamente, para servirle de consuelo a ella”.

La niña murió esa noche, pero la experiencia “me cambió para siempre”, dijo Crist. “Me transmitió la sensación de que no siempre tengo que tener palabras ni ser capaz de hacer lo que creo que debo decir o hacer.

“Consistía simplemente en sumergirme en el amor de Dios a través de ese consolador. Creo que podemos tener acceso a él porque nos fue prometido en Pentecostés y creo que podemos tener acceso a él cuando le somos receptivos”.

La Rda. Judith Favor, que enseña en la Escuela de Teología de Claremont [Claremont School of Theology] en California, pastora ordenada de la Iglesia Unida de Cristo y directora espiritual, dice que una manera de tener acceso a la presencia del Espíritu es a través de la “meditación concienzuda.

“La concentración contemplativa en la respiración o en la repetición de una sola palabra, o ambas cosas, como centro de la oración, limpia las lentes de la percepción, despeja la mente de preocupaciones tóxicas y abre el corazón para recibir las sutiles invitaciones de lo sagrado”, afirmó ella.

Otra manera es “desacelerar las cosas”, agregó. Cuando brindo dirección espiritual, “invito al hablante a que modere el ritmo usual de la conversación, para advertir sutiles insinuaciones de los seres que amamos, para darle nombre a emociones delicadas, y detenerse en esos  contactos de la presencia y saborearlos”.

Añade que “la senda del amor puede ser ardua, exigente y difícil. Decirle a Dios y los unos a los otros siempre conlleva retos, especialmente si la otra persona está arraigada en una cultura, idioma o tradición religiosa diferente. Desprenderse de [la idea de] lo “ajeno” resulta muy difícil, pero la senda contemplativa nos despierta y nos invita  a procurar continuamente encuentros sagrados y humanos”.

Dice Countryman: “El Espíritu Santo siempre será un misterio para nosotros y eso es bueno. Es un recordatorio de que no lo sabemos todo, que aún tenemos mucho que aprender, muchísimo más que crecer en la fe. Eso y todas estas cosas son grandes protecciones contra la idolatría. Resulta tan fácil para nosotros aceptar la fe como la conocemos, y tratarla como si fuera idéntica a Dios. Pero Dios siempre es más grande que lo que tenemos”.

–La Rda. Pat McCaughan es una corresponsal de Episcopal News Service radicada en Los Ángeles. Traducido por Vicente Echerri.