Un ‘viaje transformacional’ se concentra en el desarrollo basado en derechos humanos

Por Lynette Wilson
Posted Apr 16, 2013
Un grupo ecuménico de Anacortes, estado de Washington, estuvo desde el 29 de marzo al 5 de abril en El Salvador aprendiendo sobre la estrategia para el desarrollo comunitario basado en los derechos humanos de la Fundación Cristosal,  en un “viaje transformacional” organizado y facilitado por la organización. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Un grupo ecuménico de Anacortes, estado de Washington, estuvo desde el 29 de marzo al 5 de abril en El Salvador aprendiendo sobre la estrategia para el desarrollo comunitario basado en los derechos humanos de la Fundación Cristosal, en un “viaje transformacional” organizado y facilitado por la organización. Foto de Lynette Wilson para ENS.

[Episcopal News Service – San Salvador, El Salvador] Sin un chofer diestro y una camioneta de tracción cuádruple, los visitantes sólo pueden llegar a El Carmen, en la región salvadoreña de Bajo Lempa, a pie o a caballo.

Sin embargo, para un grupo de nueve episcopales, luteranos y un católico romano de Anacortes Washington, que visitaron recientemente este país centroamericano, su principal destino era la desolada aldea de El Carmen. En Pascua, se apiñaron en la cama de una furgoneta Nissan compacta sosteniéndose en la baranda protectora o unos en otros mientras el conductor esquivaba ganado, deslaves, ríos y surcos en el camino. Se protegían con sombreros del sol del mediodía y, los que eran afortunados de llevar pañuelos, se cubrían la cara para filtrar el polvo.

El Carmen es una de cuatro comunidades – y una de dos en el Bajo Lempa, o la parte baja del delta del río Lempa— atendida por la Fundación Cristosal, una organización de desarrollo comunitario basado en derechos humanos que se origina en las iglesias Anglicana y Episcopal. El grupo —cuatro adultos y cinco jóvenes— estuvo del 29 de marzo al 5 de abril en El Salvador aprendiendo sobre la estrategia del desarrollo comunitario basado en derechos humanos de Cristosal, en un “viaje transformacional” organizado y facilitado por la organización.

“[Con] los viajes de misión tradicionales, la misión con frecuencia conlleva grupos de extranjeros que vienen a hacer algún ‘proyecto’ y a ayudar de alguna manera, aun si tienen un limitado conocimiento del país y de las personas a las que sirven”, dijo Olivia Amadón, coordinadora del viaje. “Pero en Cristosal creemos que el primer paso en el proceso de desarrollo es aprender acerca del país y las personas a quienes servimos, y aprender no sólo cuáles son sus necesidades, sino [también] cuáles sus recursos y sus anhelos”.

“Los viajes a menudo son sólo el primer paso en la ‘ayuda’ o el ‘desarrollo’ porque se establecen relaciones”, dijo ella. “Y nuestro objetivo es que las personas sigan manteniendo esas relaciones con las comunidades y con Cristosal”.

En 2010, el grupo ecuménico entró en relaciones con El Carmen cuando sus jóvenes recaudaron dinero para comprar la nueva bomba de agua de la comunidad, al objeto de bombear agua de un manantial por una pendiente de 90 metros hasta los hogares de 26 familias. Durante los últimos tres años, el grupo ha vendido hierbas aromáticas, plantas en macetas y mermelada de moras y ha auspiciado cenas para ayudar a financiar el viaje de este año a El Salvador. El 31 de marzo, los miembros del grupo se dirigieron a El Carmen. Mientras estaban reunidos con los miembros de la comunidad, no tardaron en darse cuenta de que tratar los síntomas con frecuencia no aborda el problema subyacente.

La Rda. Carol Rodin, de la iglesia episcopal de Cristo [Christ Episcopal Church] en Anacortes, Washington, desciende la cuesta para ver la bomba de agua en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

La Rda. Carol Rodin, de la iglesia episcopal de Cristo [Christ Episcopal Church] en Anacortes, Washington, desciende la cuesta para ver la bomba de agua en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

“Por el solo hecho de que hemos dado dinero para la bomba de agua no significa que el problema esté resuelto”, dijo la Rda. Carol Rodin, diácona transicional de la iglesia episcopal de Cristo [Christ Episcopal Church] en Anacortes, quien viajó a El Salvador con su hija Mari, de 17 años. “Y nos damos cuenta de que no es el final. Es bueno que nos enteremos de los problemas, de manera que podamos trabajar juntos para resolverlos”.

La bomba de agua, dijeron los líderes de la comunidad, no tiene la capacidad necesaria. Pero el problema principal consiste en que, al igual que el sistema de acueducto de El Salvador, tiene muchas piezas sueltas.

“No es sólo la bomba, es la administración. Estamos ayudándolos a desarrollar la capacidad de administrar el sistema”, dijo Kenia Quintanilla Cruz, abogada y organizadora comunitaria, durante una reunión en la oficina de Cristosal en Sal Salvador.

La comunidad ha establecido una asociación de agua para administrar el sistema y recaudar fondos de la comunidad —16 de las 26 familias están dispuestas a pagar o pueden hacerlo. Pero cuando se trata de resolver problemas mecánicos y obtener fondos para arreglar o reemplazar piezas, la asociación falla, dijo Cruz. El papel de Cristosal es proporcionarle a la comunidad las destrezas fiduciarias y de mantenimiento así como la capacitación necesaria para manejar el sistema de agua, afirmó.

La situación del agua en El Carmen no es única. Más del 20 por ciento de los 6 millones de habitantes de El Salvador no tienen acceso a agua en sus casas, lo cual afecta al 60 por ciento de la población rural. Pero eso podría cambiar. Después de unos seis años de presiones de parte de grupos de la sociedad civil y de organizaciones no gubernamentales, la Asamblea General de El Salvador propuso una Ley General del Agua en marzo de 2012. La ley propone que todos los salvadoreños tengan acceso a agua potable y abundante —un derecho humano fundamental.

En El Carmen, el agua usualmente fluye durante dos horas cada cuatro o cinco días cuando la bomba está funcionando, dijeron miembros de la asociación del agua a los visitantes. Cuando no funciona, la comunidad sube el agua en recipientes plásticos desde un río cercano por la cuesta empinada.

“Veo que la gente sigue luchando por la dignidad humana básica y los derechos humanos fundamentales”, dijo la Rda. Josefina Beecher, ex vicaria de la iglesia episcopal de La Resurrección  en Mount Vernon, Washington, quien vivió en El Salvador entre 1986 y 1994. Ella se siente feliz —dijo— de presenciar pequeños éxitos, tales como una granja avícola en El Carmen, que Cristosal y los miembros de la comunidad se han asociado para desarrollar. “Pero me entristece ver que aún siguen teniendo los mismos conflictos por los que se libró la guerra”.

Entre 1980 y 1992, una brutal guerra civil tuvo lugar en El Salvador entre un régimen militar de derecha y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (hoy el partido político de izquierda FMLN). Según datos oficiales, 75.000 personas resultaron muertas en esta contienda. Después que las partes en guerra firmaron los Acuerdos de Paz auspiciados por las Naciones Unidas en 1992, los ex guerrilleros depusieron sus armas y comenzaron a establecerse en tierras improductivas, entre ellas El Carmen, en el departamento, o estado, de Usulután, en el occidente de El Salvador.

Los años ochenta fueron el período más negro de la historia de El Salvador, dijo José Osvaldo López, abogado de Cristosal, que tenía 10 años en 1980. “El mayor número de violaciones de derechos humanos tuvo lugar en una época en que la gente estaba reclamando sus derechos”, dijo mientras le hablaba al grupo de Washington sobre los derechos humanos. “Yo era un niño cuando mataron a [Oscar] Romero, y no lo podía entender. Él era intocable. Para mí, bueno, todos en este país lo consideraban un santo. Todo lo que él hizo fue denunciar injusticias, y por eso lo mataron”.

En este mural, en un muro de Mejicanos, una municipalidad cercana a San Salvador, a Oscar Romero se le llama “Santo de América”. Para muchos salvadoreños, Romero fue la “voz de los que no tenían voz”. Foto de Lynette Wilson para ENS.

En este mural, en un muro de Mejicanos, una municipalidad cercana a San Salvador, a Oscar Romero se le llama “Santo de América”. Para muchos salvadoreños, Romero fue la “voz de los que no tenían voz”. Foto de Lynette Wilson para ENS.

El arzobispo católico romano Oscar A. Romero fue martirizado el 24 de marzo de 1980, cuando un pistolero le disparó al corazón mientras celebraba una misa fúnebre en la capilla de los terrenos de un hospital de cáncer donde residía. Aunque él no es un santo oficial de la Iglesia Católica Romana, muchos salvadoreños lo vieron como el “Santo de América” y su asesinato como el momento crítico que condujo a la guerra. Romero y los Mártires de El Salvador fueron incorporados al calendario conmemorativo de la Iglesia Episcopal en 2009 (según la Resolución A095 de la Convención General).

Durante la guerra civil de El Salvador, y particularmente en el tiempo que siguió, ha florecido una cultura de asistencia y dependencia en este país, el más pequeño y más densamente poblado de América Central, dijo Beecher, que ahora está jubilada y presta servicios en la junta asesora de Cristosal.

Más que contribuir a un sistema que [la Fundación] cree que perpetúa la dependencia, Cristosal prefiere invertir en procesos que buscan equilibrar las inequidades sociales.

“El momento histórico de El Salvador se produjo con la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, que abrieron el proceso político para todos los salvadoreños, independientemente de su ideología política, su raza, su sexo, etc. Pero hasta ahí llegaron”, dijo Noah F. Bullock, director ejecutivo de Cristosal. “Los acuerdos de paz no abordaron la desigualdad social y económica”, agregó. “No abordaron muchas de las causas que dieron lugar a la guerra. Simplemente dijeron, ‘ustedes pueden participar’. De manera que si bien los acuerdos de paz ofrecieron participación política, el pueblo entró en un campo político radicalmente desigual”.

Noah F. Bullock, director ejecutivo de la Fundación Cristosal, conversa con Andrés Rosa Pérez, uno de los líderes comunitarios en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Noah F. Bullock, director ejecutivo de la Fundación Cristosal, conversa con Andrés Rosa Pérez, uno de los líderes comunitarios en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

En su estrategia de desarrollo comunitario, Cristosal procura hacer avanzar el proceso puesto en marcha por los acuerdos al ayudar a facultar a los pobres de El Salvador para que actúen a favor de la justicia y del desarrollo como ciudadanos iguales en una sociedad democrática. Promueve el acceso a vivienda adecuada, a agua potable, a empleos [así como] el imperio de la ley, que caen en la categoría  de derechos humanos, que con frecuencia son contemplados o promovidos por los gobiernos en el mundo desarrollado.

Líderes comunitarios en El Carmen sentados junto a la tubería que lleva el agua de manantial por una pendiente de 90 metros hasta los hogares de 26 familias en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Líderes comunitarios en El Carmen sentados junto a la tubería que lleva el agua de manantial por una pendiente de 90 metros hasta los hogares de 26 familias en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

“Aprobar una ley [sobre el agua] no garantizará que la comunidad tenga un sistema de acueducto que funcione, pero será un paso importante hacia el establecimiento del derecho de los ciudadanos al agua potable y la obligación del Estado de preservar y proteger los recursos acuíferos”, dijo Bullock, añadiendo que la ley está ganando apoyo en la Asamblea General.

Además de apoyar la asociación del agua y la granja avícola, cuyo éxito depende del acceso al agua. Cristosal labora con los líderes de la comunidad en presionar a las autoridades locales para reparar el camino que conduce a El Carmen, una carretera que la municipalidad está obligada a construir por ley. Durante la inminente estación de las lluvias, que dura de mayo a junio, el camino puede tornarse intransitable, otra dificultad para llevar los pollos al mercado. Si resulta exitosa, la granja avícola creará una iniciativa económica estable, proporcionando empleos a una comunidad de un país donde el 50 por ciento de la población económicamente activa está subempleado o desempleado, y el 48 por ciento de los salvadoreños vive en la pobreza absoluta.

Antes de visitar El Carmen, el grupo ecuménico visitó Los Calix, la segunda comunidad del Lempa a la que sirve Cristosal, y participó en una Vigilia Pascual  de cinco horas. En Los Calix, Cristosal está trabajando con los residentes en la construcción de un centro comunitario de uso mixto.

Para un resumen completo y fotos de las escalas que el grupo hizo en El Salvador visite el blog El Salvador Journey [o “Viaje a El Salvador”].

Antes de llegar a El Salvador, el único otro país extranjero que había visitado Kai Perschbacher, de 14 años de edad y miembro de la iglesia de Cristo, era Canadá. Anacortes, su ciudad natal, se encuentra a medio camino entre Seattle y Vancouver, Columbia Británica.

“Es un shock cultural” dijo él. “Uno mira fotos de países del Tercer Mundo en la [revista de la] National Geographic, pero uno no entiende hasta que viaja por estas carreteras en la cama de una furgoneta y ve a la gente viviendo en la pobreza”.

No obstante, añadió él, uno también ve que es posible vivir con las necesidades elementales.

Inicialmente, Mark Perschbacher, el padre de Kai, pensó que sería mejor enviar dinero a El Salvador para invertir en un proyecto que visitar [el país]. Pero dijo que más tarde se dio cuenta de que viajar a El Salvador sería un buen modo de mostrarle a un grupo de jóvenes de la Iglesia cómo vive la gente en otras partes del mundo. Pese a la “mala fama” que tiene El Salvador —tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo— él creyó que sería bueno visitarlo, apuntó.

Sarah Hill y sus hijas, Grace y Zoe, durante una reunión con miembros de la comunidad en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Sarah Hill y sus hijas, Grace y Zoe, durante una reunión con miembros de la comunidad en El Carmen. Foto de Lynette Wilson para ENS.

Sarah Hill, miembro de la iglesia luterana Celebración [Celebration Lutheran Church] calculó que el viaje ayudaría a inculcar en sus hijas —Zoe, de 14 años, y Grace, de 11— la importancia de saber trabajar, modales, tolerancia y la necesidad de asumir la responsabilidad por sus propias acciones.

“Cuando una familia tiene medios, es un reto criar a un hijo de manera que no crea que [todo] lo merece”, dijo la Dra. Hill, que es dentista. “Ese [sentido de merecimiento] es increíblemente predominante en Estados Unidos”.

Zoe Hill dijo que ella no sabía lo que le esperaba en El Salvador. El Carmen era realmente rural, “y te provoca un shock”, afirmó. Es [un país] hermoso como Estados Unidos, pero de una manera diferente.

Al salir del avión, ella temía que la gente no la fuera a aceptar y que la “encasillaran”, pero eso no ocurrió, señaló ella. “Todo el mundo ha sido acogedor”.

La reflexión de Will Sladich, un joven de 15 años, sobre la pobreza que el presenció en el Bajo Lempa fue más existencial.

“Es interesante que la vida sigue su curso aquí, visitémoslo nosotros o no… todas estas personas en estas aldeas que nosotros [los estadounidenses] nunca sabríamos que existen¨, dijo Sladich, miembro de la iglesia del Sagrado Corazón [Sacred Heart Church] en La Conner, Washington.

– Lynette Wilson es redactora y reportera de Episcopal News Service. Está radicada actualmente en San Salvador, El Salvador. Traducción de Vicente Echerri.