Deanes catedralicios: Barkley Thompson de Houston

Por Carol E. Barnwell
Posted Mar 19, 2013

El Muy Rdo. Barkley Thompson posa junto a los retratos de los deanes y rectores que lo precedieron en la iglesia catedral de Cristo de la Diócesis Episcopal de Texas. Foto de Luke Blount

[Diócesis Episcopal de Texas] La iglesia catedral de Cristo [Christ Church Cathedral] fue fundada en 1939 cuando Houston era la capital de la República de Texas. Fue la primera congregación religiosa de la ciudad y la única que se mantiene en su ubicación original. Entre sus miembros fundadores estaban el secretario de Justicia de la república, así como lo secretarios del Tesoro, de Estado y de la Armada, y los embajadores de Texas ante Estados Unidos y México.

La iglesia de Cristo se convirtió en catedral de la Diócesis de Texas en 1949 durante la celebración de su centenario, y sirve como lugar de hospitalidad y de culto para todos los episcopales de la diócesis. Seis rectores de la iglesia de Cristo han sido electos obispos, entre ellos John Hines, que llegó a ser obispo primado de la Iglesia Episcopal. El Muy Rdo. Barkley S. Thompson comenzó su nuevo ministerio como el octavo deán de la catedral el 7 de febrero.

Carol E. Barnwell: ¿Quién era la persona de fe en su familia y cómo usted aprendió y experimentó su fe mientras crecía?

Barkley Thompson: Me doy por dichoso de haberme criado en un medio de fe. Los miembros de mi familia pertenecían a la Primera Iglesia Metodista Unida de Paragould, Arkansas, y de niño y de joven estuve en la iglesia siempre que la puerta se abría para servicios religiosos, reuniones de jóvenes, comidas comunitarias, etc. (Le debo la mayor parte de mi conocimiento de contenido bíblico a la escuela dominical metodista).

Mis dos abuelas me dieron ejemplos de fe. Mi abuela paterna creía fervientemente en los ángeles. Mi abuela materna comenzó una tradición familiar, un Día de Navidad cuando yo era un niño pequeño, en la que nuestra familia representaba un nacimiento viviente. Todo el mundo tenía que participar. Nos vestíamos con sábanas viejas y retazos de toallas y trapos para hacer los papeles de la Sagrada Familia, el posadero y los [tres reyes] magos. Casi 40 años después esa tradición perdura en mi familia.

CEB: ¿Cómo llegó a profundizar en su fe y a escoger el ministerio ordenado? ¿Qué circunstancias contribuyeron a su decisión?

BT: He sentido el llamado de Dios desde la adolescencia. Recuerdo un momento, cuando tenía 12 o 13 años, de pie en el santuario penumbroso y vacío de la Primera Iglesia Metodista Unida en Paragould, en que le dije a Dios en alta voz que yo era suyo. Obviamente, yo no sabía en ese momento lo que eso exactamente significaba o cómo se desarrollaría, pero lo dije en serio y mi sentimiento era genuino. Me hice episcopal en la universidad (que fue un regreso a la madre Iglesia, ya que mi padre se había criado como episcopal), y la primera persona con quien hablé acerca de un llamado al sacerdocio fue el Rdo. Sam Portaro, que era entonces  el capellán episcopal en la Universidad de Chicago, donde yo cursaba mis estudios de postgrado. Sam me alentó mucho y siempre le estaré agradecido.

CEB: ¿Dónde ha ejercido antes su ministerio, y qué lecciones específicas ha extraído de esas experiencias?

BT: La primera congregación donde serví de vicario y luego de rector fue los Santos Apóstoles [Holy Apostles], una parroquia que recomenzaba en Memphis. En el transcurso de varios años, la congregación se había reducido a unos 40 miembros, y cuando me gradué del seminario el obispo me encomendó mudar el remanente de la parroquia al borde de un barrio suburbano carente de presencia episcopal. Adorábamos en la parroquia de la Escuela Secundaria de “San Jorge” [St. George’s High School], mientras la congregación crecía hasta sobrepasar los 400 miembros. Finalmente compramos un terreno y construimos una iglesia. Mi buen amigo, el Rdo. John Leach, atiende ahora Los Santos Apóstoles, y la parroquia sigue prosperando.

Acabo de terminar una tenencia de cinco años y medio como rector de la iglesia episcopal de San Juan [St. John’s] en Roanoke, Virginia. San Juan es una congregación de 150 años, que dispone de recursos y está en el centro de una ciudad de lento desarrollo. En poco más de cinco años, pusimos en práctica formas de culto innovadoras y, al mismo tiempo, tradicionales, nuevos programas de formación cristiana, iniciativas sociales y de crecimiento de la comunidad cristiana.

Habiendo servido en dos ambientes muy diferentes, he llegado a creer que la Iglesia Episcopal puede prosperar en cualquier contexto. También estoy convencido de que el mundo anhela tanto nuestra tradición litúrgica y sacramental como nuestra teología de hospitalidad y gracia.

Espiritualmente, mi experiencia atendiendo parroquias me ha hecho recordar una y otra vez que orar es algo fundamental para los sacerdotes. Esto puede parecer obvio, pero en la multitud de actividades de una gran parroquia, resulta demasiado fácil que la oración sea la cosa de la que se prescinde en la agenda diaria del sacerdote. No puede permitirse que eso suceda. Sólo centrándose regularmente en Dios es que puede el sacerdote —rector o deán— pastorear a la congregación hacia ese mismo centro.

De manera práctica, me hacen recordar una y otra vez en mi vocación que nunca vamos a saber los conflictos internos de aquellos a quienes conocemos. El feligrés cuya vida parece la más coherente con frecuencia es aquel que a duras penas depende de la fe. Acercarse a nuestros hermanos cristianos con un oído receptivo y un corazón abierto puede significar, bastante literalmente, la diferencia entre la vida y la muerte. La más pequeña ocasión de gracia puede ser la que cambie la vida de una persona en apuros.

CEB: Sé que usted tiene raíces en la catedral. ¿De qué manera se refleja ese nexo en su decisión de aceptar un llamado como deán aquí?

BT: Mi familia se remonta a varios de los  llamados “Viejos Trescientos” que fueron de Estados Unidos a Texas con Stephen F. Austin en los años veinte del siglo XIX. Mi bisabuelo se mudó de Bellville, Texas, a Houston, cuando era un joven profesional, y mi abuelo se crió en la iglesia catedral de Cristo. Yo crecí oyendo historias de antepasados que colonizaron la tierra, que hicieron de Texas su hogar y que lucharon por la independencia de Texas. Cuando estudiaba en el Seminario del Sudoeste en Austin, pude conectarme con mis raíces texanas. Mis padres me visitaron numerosas veces en Austin y hacíamos excursiones de un día al condado de Fayette (de donde son la mayoría de mis antepasados texanos) y a otras zonas. El sentir el llamado a la iglesia catedral de Cristo no se debe a la historia de mi familia,  pero vino a sumarse a todas las otras señales de que Dios estaba casando la catedral conmigo en un ministerio compartido. Mis raíces texanas me hacen percibir este traslado como una especie de regreso a casa.

CEB: Houston es una ciudad increíblemente diversa, étnica y culturalmente. ¿Cómo responderán ustedes al desafío de llegar a ser una congregación más diversa?

BT: Lo más importante, la configuración futura de la congregación de la catedral debe ser el resultado de una visión compartida que se vaya creando devotamente a lo largo del tiempo, en estrecha consulta con el liderazgo laico y con amplia contribución de la comunidad de la catedral. Para que eso tenga lugar, la catedral y el deán deben tener primero la oportunidad de desarrollar una confianza mutua. El crecimiento de cualquier clase —en diversidad, en número, en programas, etc. — conlleva necesariamente un cambio. Sólo a través de un proceso cuidadoso, leal y deliberado, el deán y la catedral podrán llevar adelante cualquier tipo de iniciativa con previsión, esperanza y alegría.

Dicho eso, puedo dar unas cuantas ideas generales sobre la creciente diversidad congregacional. La diversidad congregacional puede referirse a la nacionalidad y la etnia, pero también a las diferencias generacionales y a los diferentes estratos socioeconómicos. Parte del porqué el cristianismo tradicional ha fracasado con tanta frecuencia en aumentar su diversidad es que las iglesias tienden a decidir en un vacío qué presuntos feligreses no representados quieren o necesitan y luego esperan que los no episcopales o lo que no tienen iglesia abracen lo que les ofrecemos. La clave consiste en escuchar primero las expresas esperanzas y necesidades de, por ejemplo, los que han hecho recientemente su hogar en el centro de Houston y que podrían estar en busca de una comunidad espiritual. Sólo entonces puede llegar a saber la catedral la mejor manera de responder de una forma que acoja a los recién llegados a nuestro medio.

CEB: ¿Cómo imagina la vida de la catedral en el centro de Houston, en la Diócesis de Texas?

BT: Reiteraré aquí lo que dije antes: cualquier visión específica sobre el papel de la catedral en el centro de Houston y en la Diócesis de Texas debe ser una visión compartida y devotamente creada a lo largo del tiempo por el deán, la comunidad de la catedral y (con respecto a la diócesis) el obispo. Con eso en mente, puedo ofrecer algunas ideas generales respecto a mi interpretación del ministerio urbano, céntrico, y del papel de la catedral como la iglesia central de la diócesis.

En Roanoke, [la iglesia de] San Juan (que atendí en tiempo más reciente) se encuentra equidistante entre la Torre de Wells Fargo y el Hospital Memorial de Roanoke (un centro traumatológico de primer nivel), lo cual significa que la parroquia existe en el corazón mismo del centro comercial, bancario, gubernamental y de atención sanitaria de Virginia sudoccidental. Oír sonar las campanas de San Juan a cada hora, servía de recordatorio de que Dios reside no sólo en el culto dominical, sino también en medio de cada una de estas partes de nuestras vidas colectivas. Dios tiene algo que decir respecto a la manera en que hacemos negocios, de la manera en que tratamos a nuestros ciudadanos y de la manera en que atendemos a los que sufren. Dios nos reclama a todos nosotros, y, puesto que el Dios encarnado habita entre nosotros, toda la vida es santa. Las parroquias urbanas y céntricas como la iglesia catedral de Cristo tienen la responsabilidad de recordarle a la ciudad esta verdad, y esa responsabilidad es un desafío, una oportunidad y un privilegio.

Debido a su papel y a su ubicación centrales, la catedral también sirve en Houston como una alternativa icónica a otras formas de cristianismo que son insulares y que con frecuencia se concentran en el bienestar individualista y material, más bien que en la redención de toda la comunidad como el cuerpo de Cristo. Podemos ser un lugar de acogida y refugio espirituales para todos los que entran por nuestras puertas buscando conocer más profundamente el amor de Dios.

Adicionalmente, espero que la catedral sirva cada vez más como centro de formación, de adoración y de identidad cohesiva para todos los episcopales de la Diócesis de Texas, y espero colaborar con el obispo [C. Andrew] Doyle, en  la formulación de ideas para ver cómo esto podría llevarse a cabo. En la Iglesia Episcopal nos gusta decir que el componente fundamental de la Iglesia es la diócesis más que la parroquia, y en ese sentido la catedral pertenece a todos los episcopales de la diócesis (el deán [Joe] Reynolds se ocupó de enfatizar esto).

CEB: ¿Cómo y dónde conoció a su esposa? ¿Cómo se refleja su vida de pareja en su ministerio?

BT: Jill y yo nos conocimos en Hendrix College, una estupenda universidad especializada en humanidades de las afueras de Little Rock [Arkansas]. Vivíamos a pocas puertas en los apartamentos de la universidad. Jill es episcopal de cuna, proveniente de la catedral de la Trinidad en Little Rock, y puesto que yo me había pasado hacía poco de la Iglesia Metodista a la Episcopal, ¡resultó fácil enamorarme de una episcopal!

Por una parte, Jill es mi piedra de toque, mi consejera y mi mejor amiga. Ella posibilita que yo sea un sacerdote fiel. Por otra parte, Jill se ha dedicado al ministerio de la Iglesia en sus propias áreas de pasión e interés. En años recientes, ha colaborado con el ministerio de los niños, y el año pasado codirigió el “Club 45” de San Juan-Roanoke, que es un grupo de preadolescentes de cuarto y quinto grados. En su vida profesional, Jill es fisioterapeuta. Eso y la maternidad son sus vocaciones.

Carol E. Barnwell es directora de comunicaciones de la Diócesis Episcopal de Texas. Esta entrevista apareció primero en la edición de marzo de la publicación diocesana Diolog.

— Traducción de Vicente Echerri.