La promoción de una reforma migratoria lleva a líderes religiosos de Los Ángeles a la frontera

Por Janet Kawamoto
Posted Mar 11, 2013
 Una miembro del Consejo de Líderes Religiosos de Los Ángeles habla con Oscar, que creció en el área metropolitana de Los Ángeles, pero quien, hace año y medio, vino a México con sus padres, que fueron deportados. La familia ahora vive en Chilpancingo, un barrio marginal cerca de Tijuana. Foto de Janet Kawamoto


Una miembro del Consejo de Líderes Religiosos de Los Ángeles habla con Oscar, que creció en el área metropolitana de Los Ángeles, pero quien, hace año y medio, vino a México con sus padres, que fueron deportados. La familia ahora vive en Chilpancingo, un barrio marginal cerca de Tijuana. Foto de Janet Kawamoto

[Diócesis Episcopal de Los Ángeles] Un grupo de unos 25 líderes interreligiosos de Los Ángeles viajaron a San Diego y cruzaron la frontera hasta Tijuana el 26 y el 27 de febrero para estar más al tanto de cómo las políticas migratorias de EE.UU. afectan a los pobres de México. Y quedaron impuestos, ciertamente, con una fuerte impresión que les dejó decididos a encontrar medios para alentar una reforma migratoria efectiva.

El grupo, que incluía a Mary D. Glasspool, obispa sufragánea de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles, representaba al Consejo de Líderes Religiosos de Los Ángeles (LACRL, sigla en inglés) y estaba encabezado por el rabino Mark Diamond, presidente del Consejo y director regional de AJA-LA una rama local de una organización mundial dedicada a la promoción social.

Entre los viajeros también se contaban representantes clericales y laicos de la Arquidiócesis Católico Romana de Los Ángeles, la Conferencia de California-Pacífico de la Iglesia Metodista Unida; la Conferencia de California Sur-Nevada de la Iglesia Unida de Cristo y el Presbiterio del Pacífico de la Iglesia Presbiteriana.

A partir de las presentaciones del primer día, Diamond le recordó al grupo del LACRL que el Antiguo Testamento constantemente le manda a los hebreos —y a los cristianos— a recibir al extranjero. Él citó [en apoyo de esto] Levítico 19:33-34: “Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y Dios de Israel”.

Aunque hay una amplia variedad de opiniones en el terreno político de EE.UU. respecto al complicado tema de inmigración, dijo Diamond, “en 2013 tenemos una tentativa seria de una reforma migratoria global”.

Carmen M. Chávez —abogada de inmigración y directora ejecutiva del Centro Legal Casa Cornelia, un ministerio catolicorromano en San Diego que se ocupa de problemas de inmigración— se mostró de acuerdo.

“Creo por primera vez que mis colegas, no sólo en Casa Cornelia, sino en ejercicio como abogados de inmigración, tanto en el sector privado como en el sector sin fines de lucro, por primera vez en mucho tiempo están hablando de una reforma migratoria como si pudiera llegar a producirse realmente en nuestro tiempo”, le dijo ella a los líderes religiosos.

“No sabemos qué aspecto tendrá, pero sí tenemos que decir que va a llegar a todos nosotros”, afirmó, señalando que la aplicación de cualquier nueva ley va a tomar muchos años.

El papel de las comunidades religiosas en encontrar soluciones humanas factibles será enorme, agregó.

“Será la comunidad religiosa —como siempre ha sido— la que responderá al llamado de las personas cuando necesiten ayuda y que se les tienda una mano. Será la comunidad religiosa la que aporte, con suerte, no sólo civilidad, sino un cierto grado de apertura a la realidad de esta migración, que es un migración global”.

Casa Cornelia trabaja con los que buscan asilo en Estados Unidos por ser víctimas de persecución en sus países de origen. También atiende a víctimas de violencia doméstica, así como a niños que intentan cruzar solos la frontera. La mayoría son varones entre los 14 y los 16 años, pero Casa Cornelia ha llegado a atender a niños hasta de 2 años de edad.

La búsqueda de asilo
“Carlos,” que huyó de la persecución en su natal Nicaragua, dijo al grupo de L.A. que estuvo detenido en una instalación dirigida por la Corporación de Correccionales de América (CCA), una agrupación con fines de lucro que administra varias prisiones en EE.UU.

“Vine para salvar mi vida y lo que encontré fue una cárcel”, dijo a través de un intérprete.

En Estados Unidos, explicó la abogada Elizabeth A. López, de Casa Cornelia, el derecho migratorio es un derecho administrativo, no penal, y los migrantes indocumentados —incluso niños— no tienen [por consiguiente] derecho a que un abogado los represente. Unos pocos pueden encontrar servicios legales a bajo costo o gratuitos que brindan organizaciones caritativas o religiosas. Otros intentan asumir su propia defensa.

Carlos, que no disponía de recursos económicos y de ninguna asesoría legal, actuó como su propio abogado. La prisión tenía una biblioteca pequeña y desactualizada sin acceso a Internet, y fue allí que Carlos intento elaborar una defensa para que no lo deportaran. Le daban sólo cinco horas a la semana en la biblioteca —y a menudo se las reducían a tres.

Aunque no hablaba inglés y no contaba con representación legal, Carlos fue capaz de defender su caso y, aunque no le concedieron el asilo formal, pudo quedarse legalmente en Estados Unidos. “Gracias a Dios”, dijo él “que el juez entendió que moriría si regresaba a mi país.

“Con los pocos recursos de que disponía, pude probar que tenía credibilidad y que necesitaba quedarme en Estados Unidos”.

“Carlos representa a la mayoría de los que buscan asilo y de los inmigrantes que no tienen recursos para contratar a un abogado”, dijo López, quien agregó que sólo el 3 por ciento de los que optan por la autorrepresentación logran obtener la residencia legal en EE.UU. “Él es elocuente, capaz de exponer su caso. La mayoría no tienen esas ventajas”.

López también mencionó que las prisiones privadas constituyen una industria de enorme crecimiento, con una poderosísima presencia en Washington, D.C. Quieren que las leyes migratorias sean más estrictas y punitivas, agregó, para tener más presos a fin de ganar más dinero.

Testigos en la frontera
“Según nos acercamos al muro verán la patrulla fronteriza que nos protege del pueblo mexicano”, dijo el Rdo. Carlos Correa, de la Iglesia Unida de Cristo, a los visitantes del LACRL mientras cruzaban la frontera entre EE.UU. y México para dirigirse a Tijuana.

“Gracias a Dios” añadió, con una risa irónica.

Una gruesa malla de metal superpuesta al enrejado del muro en el llamado “Parque de la Amistad” impide todo contacto físico y la mayor parte del contacto visual entre ambos lados de la frontera mexicoamericana. A unos 15 metros por el lado de EE.UU. hay una segunda cerca que se abre sólo por breves períodos los fines de semana para permitir que personas de cada lado del muro conversen con sus familiares y amigos del otro lado. Foto de Janet Kawamoto.

Una gruesa malla de metal superpuesta al enrejado del muro en el llamado “Parque de la Amistad” impide todo contacto físico y la mayor parte del contacto visual entre ambos lados de la frontera mexicoamericana. A unos 15 metros por el lado de EE.UU. hay una segunda cerca que se abre sólo por breves períodos los fines de semana para permitir que personas de cada lado del muro conversen con sus familiares y amigos del otro lado. Foto de Janet Kawamoto.

Correa Bernier es un ministro auxiliar para el ministerio fronterizo y latino, de la Conferencia de California-Nevada de la IUC, y director ejecutivo del Centro Romero, un ministerio de inmigración localizado en San Isidro, California. El Centro Romero trabaja con obreros migrantes en ambos lados de la frontera y ofrece experiencias  de inmersión a los que quieren entender mejor los problemas de inmigración.

Mientras el grupo examinaba un segmento del muro, Correa Bernier hacía notar que tales barreras eran medios ineficaces de control fronterizo, porque si las pueden construir, también las pueden violar o evadir.

“He visto fotos de una furgoneta que pasa por encima del muro —levantaron carriles de cada lado de la frontera”, agregó. “Como suelen decir, si ustedes tienen un muro de 50 pies de alto, todo lo que necesitamos es una escalera de 51 pies.

“De manera que la política de construir muros no funciona. Nunca funcionó ni va a funcionar”.

Correa Bernier esbozó para el grupo las dificultades que enfrentan los que quieren ingresar en Estados Unidos, así como los que han sido deportados.

Él guió al grupo hasta una zona a 1,6 kilómetros aproximadamente de la frontera donde vieron docenas de enormes fábricas a las que llaman en el español de México “maquiladoras”,  o “plantas de ensamblaje” En esos edificios sin ventanas, jóvenes mexicanas, que trabajan supervisadas por hombres, ensamblan diferentes artículos que van directamente al mercado norteamericano.

Las mujeres, explicó Correa Bernier, trabajan por unos pocos dólares diarios, seis días a la semana. No les conceden recesos laborales, les descuentan del sueldo cualquier tiempo que pasen en el baño o almorzando. Están sujetas a perder el empleo cuando cumplen 30 años; la razón oficial es que los administradores creen que [después de esa edad] ya no pueden mantener el ritmo de trabajo, gran parte del cual es hacer televisores de gran pantalla y otros artículos electrónicos para el mercado norteamericano. Las mujeres también están sujetas a despido si salen embarazadas.

Al preguntársele por qué no se le puede imponer a las compañías que paguen mejores salarios y tengan mejores condiciones laborales, Correa Bernier tuvo como respuesta una sola palabra: NAFTA.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, explicó él, permite que las compañías exploten la mano de obra barata en México para fabricar esos artículos. Cualquier compañía que aumente los salarios tendrá que aumentar los precios para encontrar compensación, y pocos están dispuestos a hacerlo en los mercados extremadamente competitivos de EE.UU. En el papel, las compañías son responsables de tratar bien a sus obreros, pero la aplicación es muy laxa, agregó Correa Bernier.

“Nuestra posición en el Centro Romero es que EE.UU. no necesita un tratado de libre comercio” dijo, “necesitamos un tratado de comercio justo”.

Y añadió: “la gente trabaja en las maquiladoras, esencialmente, para mantener mi estilo de vida en Estados Unidos, porque yo quiero que todos mis trastos domésticos sean baratos y accesibles.

“Como solía decir mi padre, nadie es culpable, y todos somos responsables”.

Un pueblo de desesperanza
Un momento particularmente emotivo para los líderes religiosos fue una visita a Chilpancingo, una villamiseria que no aparece en el mapa, pero donde viven miles de personas que intentaron cruzar ilegalmente la frontera de Estados Unidos, o que han sido deportadas, y ahora se encuentran trabadas aquí, sin recursos suficientes para dirigirse a ninguna otra parte. Algunas de ellas trabajan en las maquiladoras cercanas, pero los empleos suelen ser escasos.

A Chilpancingo se llega cruzando el lecho, bordeado de cemento, que canaliza las aguas del río Tijuana. Correa Bernier dijo que ha visto como el agua ha cambiado de color debido a los productos químicos tóxicos que vierten en ella las fábricas. Mientras el grupo miraba del otro lado del río unas 10.000 chabolas construidas de fragmentos de madera y metal, podían verse a los niños que jugaban junto a las aguas contaminadas. No hay ninguna escuela en la zona, dijo Correa Bernier; en cualquier caso, estos niños no podrían costear las cuotas que exigen tanto las escuelas públicas como las privadas.

“Los niños se quedan abandonados durante el día, porque mamá y papá están trabajando”, subrayó él. “Se ven expuestos a las drogas, al abuso sexual, al abuso emocional, al abuso físico y a otras cosas por el estilo. En consecuencia, se trata de un círculo vicioso”.

Un joven que viven en Chilpancingo y que andaba cerca con su esposa y su hija, le dijo al grupo que él había crecido en la zona sur-central de Los Ángeles desde que era un bebé, y lo había deportado recientemente. En fluido inglés explicó que había sido enviado a prisión, aunque negó que hubiese comedido algún delito.

“Pagué la culpa de otro” dijo.

Apenas si tiene 24 años. Tenía documentos, pero se los quitaron y lo deportaron a México cuando cumplió su sentencia de prisión. Sus padres aún viven en Los Ángeles con sus cinco hermanos y una hermana, que son ciudadanos estadounidenses.

Explicó que el único trabajo que ha encontrado es peleando gallos. “No puedo conseguir un empleo debido a mis tatuajes y mis antecedentes. Conseguir un empleo es difícil”.

“Aquí la cosa es dura” afirmó.

Un miembro del grupo también trabó conversación con Oscar, un niño de unos ocho años que explicó que había vivido en Estados Unidos toda su vida, pero que vino a México con sus padres que fueron deportados.

Él dijo en inglés que quería ir a la escuela, pero que su madre y su padre no tenían dinero para enviarlo a él o a sus hermanos. Había intentado seguir sus estudios en el año y medio transcurrido desde que llegaron a Tijuana, pero le ha resultado difícil.

“¿Qué hacen durante el día?” le preguntó un miembro del grupo.

Sin ironía, Oscar le respondió que “limpiaban la casa”. Y le señaló hacia el hogar de su familia que, al igual que todas las casas de Chilpancingo, está construida de objetos encontrados.

¿Te gustaría regresar a Estados Unidos?

“Sí”, respondió sin dudar, pero no sin su familia. “La vida es dura en Chilpancingo”.

“No ha sido una buena experiencia,” añadió en tono triste.

Casa de Las Pobres
El grupo del LACRL se detuvo en la Casa de Las Pobres, un ministerio que desempeñan cuatro monjas catolicorromanas que proporcionan comida, ayuda y atención sanitaria a los pobres de Tijuana, muchos de los cuales son migrantes.  En un tiempo daban tres comidas al día, pero, por razones económicas, se han visto obligadas a reducirlas tan sólo al desayuno. También ofrecen bolsas de alimentos, la mayoría de las cuales son donadas por tiendas de víveres de San Diego.

 Mary D. Glasspool, obispa sufragánea de la  Diócesis Episcopal de Los Ángeles, con el P. Alexei Smith, encargado de las relaciones ecuménicas e interreligiosas de la Arquidiócesis Católica Romana de Los Ángeles, y Carlos Correa Bernier, ministro de la Iglesia Unida de Cristo y director ejecutivo del Centro Romero, conversan con una de las cuatro monjas que dirigen la Casa de las Pobres, un ministerio para los menesterosos de Tijuana. Un grupo de unos 25 líderes religiosos de Los Ángeles visitó San Diego y Tijuana los días 26 y 27 de febrero para enterarse más de los efectos de la política migratoria de EE.UU. en los pobres de México, y empezar a determinar cómo podrían laborar en pro de una reforma migratoria efectiva y global. Foto de Janet Kawamoto


Mary D. Glasspool, obispa sufragánea de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles, con el P. Alexei Smith, encargado de las relaciones ecuménicas e interreligiosas de la Arquidiócesis Católica Romana de Los Ángeles, y Carlos Correa Bernier, ministro de la Iglesia Unida de Cristo y director ejecutivo del Centro Romero, conversan con una de las cuatro monjas que dirigen la Casa de las Pobres, un ministerio para los menesterosos de Tijuana. Un grupo de unos 25 líderes religiosos de Los Ángeles visitó San Diego y Tijuana los días 26 y 27 de febrero para enterarse más de los efectos de la política migratoria de EE.UU. en los pobres de México, y empezar a determinar cómo podrían laborar en pro de una reforma migratoria efectiva y global. Foto de Janet Kawamoto

Correa Bernier, que tienen una larga relación de trabajo con Las Pobres, contó una historia de haber visitado el lugar, donde se encontró a una de las hermanas,  que se sentía angustiada porque estaban a punto de servir una comida, pero no tenían tortillas (un elemento esencial de la dieta mexicana). Correa Bernier les mostró lo que él les había traído: un camión lleno de tortillas donadas.

Correa Bernier sirvió de intérprete mientras una de las hermanas le decía al grupo que el ministerio recibe “sólo un pequeño apoyo” de la Iglesia.

“Los que nos ayudan son los ángeles y la gente que trabaja aquí, y la providencia de Dios”, dijo ella.

El grupo del LACRL hizo una última escala en lo que Correa Bernier llama “El parque que ya no es de la amistad”. Explicó que hace pocos años el muro estaba más abierto, y las personas podían encontrarse y tocar a sus amigos y parientes del otro lado de la frontera. En los últimos años le han instalado [al muro] una gruesa malla metálica que impide todo contacto directo.

De regreso a San Diego, los miembros del grupo estaban conscientes de la enormidad de la tarea de la reforma migratoria, pero estaban determinados a trabajar juntos para encontrar medios de aliviar los sufrimientos humanos de los inmigrantes.

“Sobre todo y en primer lugar, podemos mostrarle a la gente que éste no es un problema episcopal, un problema católico, un problema judío, sino que es un problema humano”, dijo el P. Alexei Smith, que sirve como funcionario de relaciones ecuménicas e interreligiosas de la Diócesis Católica Romana de Los Ángeles. “Con todas las tradiciones religiosas que tenemos representadas en este viaje, podemos dar un testimonio unificado de la verdad a que nos enfrentamos, de lo que debemos hacer.

“Creo que tenemos que empezar por mirar a las personas humanamente”, continuó Smith. “Tenemos que reconocer que cada uno de nosotros fue creado a imagen y semejanza de Dios, y para nosotros, desde un punto de vista cristiano, en ese extraordinario evangelio del juicio final, Jesús dice con bastante claridad,  ‘fui forastero y me recogisteis’; ‘fui forastero y no me recogisteis’ —y sabemos las consecuencias. Y creo que tenemos que vivir a la altura de eso.

“Creo que el objetivo debe ser lograr una legislación para una reforma migratoria radical”, dijo la obispa Glasspool de la Diócesis de Los Ángeles. “Una de las cosas que aprendí de nuevo es que en esto tenemos una larga tarea por delante. No se trata tan sólo de redactar una ley o de aprobar algunas resoluciones. Es un proceso largo. Incluso mientras escucho [los comentarios] entusiastas, particularmente del personal de Casa Cornelia, sobre la posibilidad de una acción legislativa en este año 2013, oigo también que han de tomarse hasta ocho años en efectuar los cambios que se expresen inicialmente a través de la ley.

“Todo lo cual hace más urgente que la ley se apruebe lo antes posible, porque va a tomar tiempo cambiar la manera en que hacemos las cosas”.

– Janet Kawamoto es directora de The Episcopal News, una publicación de la Diócesis de Los Ángeles. Traducción de Vicente Echerri.