Enfrentar el pasado y capacitar al liderazgo indígena en NavajolandiaPosted Jan 28, 2013 |
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[Episcopal News Service] Algunos de ellos murieron de pesar.
Mientras los soldados de la Unión y los confederados libraban una guerra que era esencialmente sobre la perpetuación de la esclavitud en el Sur, una tragedia menos conocida tenía lugar en los territorios occidentales de Nuevo México y Arizona: en lo que llegó a ser conocido como “la Larga Marcha”, los soldados de la unión sacaron a millares de navajos de su patria ancestral en la región de las Cuatro Esquinas y los llevaron a un campo de internación en Fort Summer, a cientos de kilómetros al sureste.
El saber que miles de navajos sufrieron esta caminata, un internamiento de cuatro años y, en algunos casos, la muerte, para que los buscadores de oro del gobierno de EE.UU. trataran de encontrar metales preciosos para financiar la guerra de Secesión, equivale a “tocar fondo” para los navajos que visitaron el Monumento de Bosque Redondo en Fort Summer como parte de su capacitación teológica en el Área de Misión de Navajolandia.
“Sólo el estar aquí me ha dado una mejor comprensión del largo trecho que los navajos hemos recorrido con la Larga Marcha”, dijo LaCinda Hardy-Constant, de 45 años, postulante [a órdenes sagradas] y organizadora comunitaria que trabaja con Desarrollo de la Comunidad Basado en Recursos en la misión el Buen Pastor de Fort Defiance, Arizona.
Un día frío y ventoso de principios de noviembre, los postulantes y aspirantes [a órdenes] de la Zona de Misión de Navajolandia de la Iglesia Episcopal se apretujaban en una furgoneta propiedad de la Iglesia en Santa Rosa, Nuevo México, para el viaje de 45 minutos hasta Fort Summer, una pequeña comunidad de la región mesooccidental del estado. Allí, un monumento recuerda el sitio donde unos 8.500 navajos fueron internados entre 1864 y 1868.
El día anterior, cada uno de los miembros del grupo hizo un viaje de cuatro a ocho horas hasta Santa Rosa, desde Fort Defiance, Arizona; Farmington, Nuevo México y Bluff, Utah para reunirse con el obispo David Bailey, quien organizó el viaje a Bosque Redondo como parte de una experiencia de educación teológica que incluye tanto la historia de los navajos como la de la Iglesia Episcopal en Navajolandia.
“El objetivo es poner en pie al pueblo indígena para el liderazgo con el propósito, en un futuro próximo, de elegir a un obispo navajo”, dijo Bailey, de 72 años, nombrado por la Obispa Primada para servir en Navajolandia. “Y levantar al liderazgo laico para hacer posible que desempeñen un mayor papel”.
Navajolandia tuvo un sacerdote indígena en 2010 cuando Bailey fue elegido obispo
Desde entonces, él ha ordenado un sacerdote, tres diáconas transicionales y siete postulantes identificados.
“Algo que nos gustaría hacer es invitar a la comunidad a identificar un liderazgo”, dijo Bailey. “Hablando en términos generales, los indígenas no se presentan por sí mismos”.
Bailey se acercó a algunos candidatos potenciales y les preguntó: “Si la comunidad te apoya en esto, ¿querrías hacerlo?
“Después yo hacía la promoción con la comunidad; y en la mayor parte de los casos [el apoyo de la comunidad] fue unánime”, afirmó.
La idea de pasar de ser un ministro laico a un diácono transicional al principio asustó a la diácona Inez Velarde, que sirve en San Lucas del Desierto [St. Luke’s in the Desert] en Carson, Nuevo México, pero quien, finalmente cambió de opinión.
“La congregación me dijo: ‘Inez, ya llevas un par de años preparándote, te respaldamos, te apoyamos’”, recordaba Velarde durante el viaje, por la autopista Interestatal 40, de Santa Rosa a Farmington, vía Albuquerque.
Zona de misión de Navajolandia
En 1978, la Iglesia Episcopal separó varias secciones de las diócesis de Río Grande, Arizona y Utah —áreas dentro y alrededor de los 69.000 kilómetros cuadrados de la reserva navaja— para crear la Zona de Misión de Navajolandia. Fue un empeño orientado hacia la unificación de la lengua, la cultura y las familias. De los ocho obispos que han servido en Navajolandia, sólo uno, Steven Plummer, que murió en 2005, era indígena.
Entre 125.000 y 150.000 navajos viven en la reserva, que es aproximadamente del tamaño de Virginia Occidental. Muchas personas trabajan en la industria de extracción de minerales, tales como petróleo crudo, uranio y gas natural, pero se calcula que el 50 por ciento de la población está desempleada y que el 50 por ciento vive en extrema pobreza. Las tasas de adicción, violencia doméstica y suicidio son elevadas. Allí donde los navajos se han esforzado [por la supervivencia] también lo ha hecho la Iglesia Episcopal en Navajolandia.
Desafortunadamente, cuando la Iglesia Episcopal concibió la misión, no proporciono los recursos necesarios para levantarla, dijo Bailey en una carta dirigida los líderes de la Iglesia en julio.
“Los tiempos cambiantes y varias dificultades internas han contribuido a una incapacidad de la Iglesia mayor a responder a las necesidades o hacer posible el éxito de la misión”, escribió él. “No se emprendieron esfuerzos sustantivos que fuesen reflejo de un compromiso a largo plazo de crear, emplear y edificar un sólido cimiento para el futuro de la Iglesia en Navajolandia”.
La incapacidad de identificar y desarrollar un liderazgo navajo, tanto laico como ordenado, y la falta de una preparación teológica culturalmente relevante para el clero, contribuyeron al fracaso de la Iglesia en hacerle frente a las necesidades de la misión en la zona, dijo Bailey (Haga un clic aquí para leer una historia relacionada sobre los desafíos que confronta el ministerio).
Hardy-Constant y otras dos diáconas transicionales estudian en el Centro de Estudios Indígenas del Seminario Teológico de Vancouver, en la Columbia Británica, donde reciben preparación teológica basada en el modelo indígena, tanto in situ como por Internet. (Un cuarto seminarista está estudiando en la Escuela de Teología del Pacífico, el seminario afiliado a la Iglesia Episcopal en Berkeley, California).
(Bailey y los obispos episcopales de Alaska, Dakota del Sur y Utah, todos los cuales atienden a grandes poblaciones indígenas, han creado la “Colaboración Nativa de Obispos” con vista a desarrollar un currículo básico para los pueblos indígenas y ayudarles a encontrar oportunidades de becas para los estudios del seminario).
La zona de misión es singular ya que se trata de la única misión verdaderamente indígena de la Iglesia Episcopal, y el Círculo de Aprendizaje Hogán [Hogan Learning Circle] una mezcla de creencias tradicionales y cristianas creada por Plummer, es parte de lo que distingue a la identidad episcopal en Navajolandia, dijo Cornelia Eaton, una seminarista y asistente administrativa del obispo, durante un viaje de Farmington a Bluff.
Enfrentar la historia
La Larga Marcha es sólo una de las atrocidades que el gobierno de EE.UU. cometió contra los navajos para dar lugar a un trauma intergeneracional: otras [atrocidades] incluyen los internados dirigidos por el gobierno, que separaron a los niños de sus familias, su cultura y su lengua; y las políticas de control de su ganadería de los años treinta y cuarenta [del siglo pasado] que redujeron drásticamente los rebaños de los navajos so pretexto de un excesivo pastoreo, dijo Bailey.
“Desde mi perspectiva, no creo que uno pueda separar la Larga Marcha de las escuelas internas ni de la matanza del ganado”, afirmó Bailey. “De muchas maneras todos esos [sucesos] están relacionados en la devaluación de un pueblo.
“Parte de eso es una sensación de vergüenza que conduce al abuso. Acabas por tener un sistema que se sustenta sobre sí mismo hasta el día de hoy. Las generaciones nunca han expresado su pesar, no hay modo de sanarse”.
Un “trauma intergeneracional” describe los efectos duraderos del sufrimiento, la violencia y el abuso, en particular refiriéndose a los sufrimientos históricos del pueblo indígena. Estos efectos, a su vez, nutren las altas tasas de consumo de alcohol y drogas y de violencia doméstica que se encuentran en la nación navaja y en otras comunidades nativoamericanas. Tres de los cinco hermanos de Eaton murieron por causas relacionadas con las bebidas alcohólicas.
“Es una enfermedad rebelde, se transmite de generación en generación”, afirmó Eaton.
Los Servicios Sociales Indios tienen “toda clase de programas”, pero con frecuencia carecen de fondos para aplicarlos, agregó. Y sin mucha diferencia con la Iglesia, sólo unas pocas personas participan en ellos, de lo cual Eaton culpa a la falta de preparación de las comunidades.
“Hay una falta de preparación que frena a la gente, y tal vez los problemas personales con que la gente tiene que lidiar antes de poder dedicarse a ayudar a una comunidad”, agregó. “Creo que la gente debe entender que la transformación personal es parte del proceso, se adquiere muchísimo conocimiento a partir del descubrimiento de uno mismo”.
Muchos líderes episcopales en Navajolandia son episcopales de cuna, con muchas familias que han estado vinculadas a la Iglesia durante generaciones. Pero las personas a quienes la Iglesia Episcopal atiende en Navajolandia provienen de trasfondos diversos: familias mixtas, los que siguen celosamente las tradiciones culturales nativas, los pentecostales y los que provienen de otras iglesias evangélicas donde las tradiciones navajas han sido abandonadas. La nación navaja está localizada en un territorio mormón.
“Es un requisito de las personas ordenadas [al ministerio] conocer la historia de los pueblos nativos de América y de los pueblos nativos en la Iglesia Episcopal”, dijo Bailey durante el viaje de Albuquerque a Santa Rosa. “Si uno va a ser ordenado, debe responderle a aquellos que se encuentran en nuestro medio y abordar los asuntos de manera coherente”.
“La Larga Marcha es un elemento fundamental de los problemas intergeneracionales que contribuyen a los males sociales que aún [los navajos] padecen”, explicó Bailey. Eso es una de las razones por las cuales es importante para los líderes visitar Bosque Redondo y saber lo que pasó allí, siguió diciendo. “Lo que me ha sorprendido es el número de personas con quienes he hablado que no han tenido la experiencia de [visitar] Bosque Redondo ni conocen la historia indígena”.
En el silencio
El grupo no se cruzó con ningún otro auto en el trayecto desde Santa Rosa a través del Desierto Alto que conduce a Fort Summer, que tiene una población aproximada de 1.000 habitantes. Además de los seis postulantes y aspirantes y Bailey, quizás una o dos personas más visitaron el monumento conmemorativo ese día.
“Para el pueblo navajo resulta un verdadero problema visitar este lugar, o venir hasta aquí”, dijo C.J. Law, quien administra el monumento. “Muchísimas personas murieron aquí y en el camino. Había un hospital, pero no un cementerio, luego, nadie sabe dónde están enterrados los muertos”.
Se calcula que de 2.000 a 2.500 personas murieron, aunque algunos cómputos dan una cifra más elevada, añadió Law.
No todos los navajos emprendieron la Larga Marcha; algunos se escondieron en el vasto territorio navajo.
“No todos vinieron aquí, y nadie supo cuántos realmente fueron”, agregó Law. Los que vinieron, añadió, lo hicieron voluntariamente —es decir, “es verdad hasta cierto punto… no vinieron a punta de pistola, la madre Naturaleza los trajo aquí”.
Él quiso decir que los navajos estaban hambrientos y desesperados. Los soldados quemaron sus cultivos y sus frutales y mataron sus ganados. Sin embargo, el alimento no siempre fue abundante en la reserva de Bosque Redondo. Y el ejército esperaba que vinieran 3.000 personas, pero se aparecieron 8.500. La cantidad de alimento variaba con la sequía y las deficientes condiciones agrícolas, y no todo el mundo se quedó.
“Siete mil quinientos regresaron a su territorio. De manera que si haces las cuentas, 1.000 de ellos murieron o escaparon”, explicó Law. “Algunos vinieron y se fueron. El ejército nunca llevó la cuenta de cuántos venían y se iban.
Centenares de apaches mescaleros también fueron internados en la reserva de Bosque Redondo a partir de 1863, pero para 1865 todos se habían ido por su propia iniciativa.
Aparte del fortísimo viento que soplaba el día de la visita en noviembre, el monumento, situado fuera del ya callado centro del pueblo, se alzaba en silencio bajo un vasto cielo nublado.
Al comienzo de nuestra conversación que duró cuatro horas, Law le preguntó a los presentes qué habían oído decir acerca de la Gran Marcha y del campo de internamiento.
“Entiendo que muchas personas murieron aquí, en camino aquí y en el camino de regreso, y que los animales se los comieron, y que sus huesos están dispersos aquí y allá”, dijo la diácona Paula Henson, que también trabaja como coordinadora de un ministerio en la Misión el Buen Pastor de Fort Defiance.
Muchos sí murieron en el trayecto al campamento, explicó Law, pero en el trayecto de regreso muchos se fueron en carretas.
“Yo leí que durante la Gran Marcha a las mujeres embarazadas y a los viejos y los enfermos que no podían tenerse en pie los mataban a tiros”, dijo Velarde, la diácona de San Lucas del Desierto.
Law confirmó que el registro histórico apoya lo que Velarde había oído.
No era la primera vez que la diácona Catherine Plummer había visitado Bosque Redondo. Durante la sesión de cuatro horas, ella compartió la historia de cómo los navajos que se quedaron atrás escondidos en los cañones enviaron hombres disfrazados con pieles de animales, usualmente tomando la forma de coyotes, para ver cómo estaban los miembros de su familia. Esto fue algo que Law dijo que no había oído nunca antes.
El monumento de Bosque Redondo, insuficientemente atendido, se interpreta en gran medida desde una perspectiva angloamericana. Law dijo que le gustaría cambiar esto invitando a navajos, como Plummer, a compartir sus historias. Sin embargo, la mayoría de los presentes estuvieron de acuerdo que, históricamente, las familias y la cultura navaja en general no han abordado la Gran Marcha; los relatos no se han transmitido a través de las generaciones. Este silencio ha contribuido al trauma intergeneracional que ha afectado al pueblo durante más de un siglo, afirman ellos mismos.
“Debemos ser los instrumentos de la restauración. Por eso es que estamos aquí”, dijo Plummer, viuda del obispo Steven Plummer, quien atiende la iglesia de Santa María de la Luna, en Oljato, Utah. “Siempre le digo a mi hija que tenemos que tocar fondo, llegar al fondo de lo que nuestro pueblo atravesó. Llorar por eso, orar por eso y sobreponernos a eso”.
Al visitar el monumento, Plummer dijo que ella sentía como si caminara en los zapatos de sus antepasados.
“No sé si yo lo habría sobrevivido”, agregó.
Restauración
Hardy-Constant dejó la reserva durante 14 años debido a la violencia doméstica de que fue víctima de parte de su suegro. Luego de una terrible paliza, pasó una semana en el hospital sin poder abrir los ojos. La “obligaron” a dejar la reserva, cuenta ella. “Yo no quería que mis hijos crecieran en ese ambiente y padecieran ese trauma”.
Se fue a Phoenix, donde el Centro Indio de Phoenix le prestó ayuda. Encontró un empleo en la Universidad del Estado de Arizona, y allí se quedó hasta 2007, cuando su sentido de responsabilidad hacia la gente que seguía viviendo en la reserva la hizo regresar. [Una vez de vuelta], comenzó a trabajar de voluntaria en la comunidad, sirviendo en los programas de recuperación de mujeres y de [adictos] al consumo de alcohol y de drogas.
Posteriormente, Hardy-Constant le habló al obispo de llevar los servicios de Al-Anon y de Alcohólicos Anónimos al Buen Pastor y, gracias a ese proceso, asistió al Instituto de Capacitación Bisonte Blanco del Movimiento Wellbriety.
“Mi sueño es ayudar a otras familias en esa situación”, afirmó. “Uno puede salir, uno puede sobrevivir a ese impacto y seguir adelante”.
Visitar Bosque Redondo la ayudó a entender mejor la conexión entre la Gran Marcha y Bosque Redondo y el empeño por sanar.
“Estuve allí sentada durante cuatro horas y ni siquiera me di cuenta”, dijo Hardy-Constant en el viaje de regreso a Santa Rosa. “Si no hubiera conocido las palabras “perdón” y “reconciliación” no estaría aquí”.
“¿Cómo pudimos vernos en esa situación sólo por la posibilidad de que hubiera oro y plata en el subsuelo? [Todo] comienza a confluir, y ahora que experimentamos esto podemos hacer la historia en nuestros talleres y [sesiones] de capacitación”.
Resultaba difícil escuchar la historia de su pueblo, dijo Hardy-Constant, pero la visita tenía por objeto la reconciliación y el perdón y una mejor comprensión del trauma intergeneracional.
Velarde está de acuerdo. “Tuve que venir y verlo, ver donde mis antepasados fueron y lo que sucedió. También necesito curarme de eso para hacer mi ministerio”, dijo ello reflexionando sobre la visita al día siguiente.
Luego de la conversación con Law, los postulantes y aspirantes anduvieron a través del monumento y vieron una breve película antes de reunirse con Bailey en el círculo de oración para recibir la Eucaristía.
Law dijo que esperaba que los navajos pudieran sentir la presencia de sus antepasados en Bosque Redondo.
“Éste no es un mal lugar, a pesar del mal que puede haber ocurrido aquí”, subrayó Law. “Los que murieron aquí están contentos de no haber sido olvidados”.
El gobierno de EE.UU. nunca encontró ni oro ni plata en Navajolandia. En 1868, tres años después de finalizada la guerra de Secesión, se había dado cuenta de que el campo de internamiento en Bosque Redondo era un fracaso. Al principio, el gobierno quería enviar a los navajos a una reserva en Oklahoma, pero éstos, liderados por Barboncito y Manuelito, negociaron exitosamente el regreso a su patria ancestral, algo rara entre los pueblos indígenas.
“Probablemente somos uno de los pocos a quienes permitieron regresar nuestra patria”, dijo Eaton. “Algunos de ellos murieron de pena anhelando volver a su hogar”.
– Lynette Wilson es redactora y reportera de Episcopal News Service.
Traducido por Vicente Echerri
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