Hogar transicional ayuda a veteranas a salir adelante

Por Lynette Wilson
Posted Nov 12, 2012

La Rda. Kelly Ayer, directora de Casa Sión [Zion House], y dos de las residentes de la casa conversan en el traspatio de la institución. Foto para ENS de Lynette Wilson

[Episcopal News Service] Luego de abandonar una relación malsana, Linda, una veterana de la Armada de EE.UU., se mudo con su hijo y la novia de éste —hasta que los tres juntos no pudieron seguir cubriendo el alquiler.

“Él [su hijo] estaba trabajando 20 horas semanales en Wendy’s, y eso no alcanzaba. Nos quedamos todos en la calle”, dijo Linda, de 60 años, quien prefiere no dar su apellido.

Durante 11 años, Linda trabajó como empleada estacional en una planta procesadora de alimentos del interior del estado de Nueva York, enlatando remolachas, zanahorias, hortalizas mezcladas… Ella hacía hasta $16 por hora, pero no pudo ir la última temporada.

“Padezco de depresión… tuve un montón de cosas en la niñez”, dijo ella. “Cargo con muchísimas cosas”.

Al perder el apartamento, Linda se acercó a un proveedor de servicios sociales  de la localidad para que la ayudara a conseguir un lugar donde guardar sus muebles y ahí se enteró que tenía derecho a recibir beneficios para veteranos.

“Yo iba a pedir prestada una tienda de campaña para irme a vivir a orillas del río”, dijo. “Me sorprendió descubrir que tenía algunos beneficios; y los tengo todos”.

A fines de mayo, Linda llegó a Casa Sión, un hogar de tránsito para veteranas sin hogar establecido en 2010 por la iglesia episcopal de Sión [Zion Episcopal Church] en Avon, Nueva York, en su antigua rectoría.  En el momento de su fundación, Casa Sión fue uno de dos de estos hogares de tránsito en toda la nación; en la actualidad existe una docena de tales hogares.

Treinta mujeres han buscado refugio en Casa Sión en sus dos primeros años de funcionamiento. Todas han sido víctimas de trauma sexual militar y trastorno del estrés postraumático; una cuarta parte ha tenido problemas de consumo de drogas (las residentes deben haber estado libre de drogas durante 30 días antes de ingresar); y algunas han tenido o tienen esquizofrenia o bipolaridad o trastornos de personalidad fronteriza, dijo la Rda. Kelly Ayer, de 39 años, directora de Casa Sión.

(El Departamento de Asuntos de Veteranos usa la definición federal de “trauma sexual militar” para describir la experiencia del asalto sexual y, también, “acoso sexual repetido e intimidatorio”).

Progreso, no perfección
En 1994, el Departamento de Asuntos de Veteranos (VA por su sigla en inglés) estableció el Centro de Veteranas para revisar los programas para mujeres y garantizar que las mujeres, sin discriminación, tuviesen acceso a los beneficios y servicios a la par que sus colegas varones. En 2011, el departamento creó el Equipo de Trabajo de Veteranas [women’s Veterans Task Force] para desarrollar un plan de acción que resolviera las fallas en la manera de atender a éstas.

Pese a los avances y a los empeños del VA, Ayer dijo que había resultado frustrante atestiguar la falta de atención, de seguimiento y de comunicación entre los médicos y los proveedores de servicios.

“Percibo que el VA ha dilatado mucho sus recursos, percibo eso,” dijo ella. “Pero al mismo tiempo es muy frustrante no sólo para nosotros que las atendemos, sino también para las veteranas”.

“Ya es difícil para las mujeres ir al VA, especialmente si han resultado lastimadas en las fuerzas armadas”, explicó Ayer. “Les han traicionado la confianza, de manera que les resulta difícil buscar ayuda de una institución asociada con los militares”.

En 1950, sólo el 2 por ciento de los soldados uniformados eran mujeres. En la actualidad, las mujeres representan el 14 por ciento de los soldados en servicio activo y al 18 por ciento de la Guardia Nacional, la cual tiene aproximadamente unos 2,9 millones de soldados divididos casi a la mitad entre los que están en activo y en la reserva. Las veteranas forman el grupo que crece con mayor celeridad, totalizando el 8 por ciento de los 22,2 millones de veteranos, conforme a cifras de 2011 y según un borrador de 2012 del Informe de un Equipo de Trabajo sobre las Veteranas.

Las veteranas también representan el segmento de la población de veteranos sin hogar que aumenta con mayor rapidez, y corren mayor riesgo de convertirse en desamparadas que los hombres. En 2010, cerca de 7.000 mujeres, o el 6 por ciento de los 116.000 veteranos que se encuentran sin hogar, recibieron servicios para desamparados  del VA.

Un interés en las veteranas, particularmente las que se encuentran sin hogar y las que han sido víctimas de abusos, va parejo con el incremento de su número, dijo James B. Magness, obispo episcopal sufragáneo para los Ministerios Federales. Él dijo hace poco que ha visto un aumento en el número de historias de veteranas que aparecen en revistas publicadas por los Veteranos de Guerras Extranjeras [Veterans of Foreign Wars], la Legión Americana [American Legion] y los Veteranos Estadounidenses Discapacitados [Disabled American Veterans].

“Estamos llevando cuenta de esto”, dijo él a ENS en una entrevista telefónica desde su oficina en Washington, D.C. “La incidencia de la población de veteranas en necesidad de servicios ha dado lugar al peor escenario”.

Cada vez hay más mujeres en servicio activo, y sirviendo en posiciones de “avanzada” —más cerca del combate en “los teatros de operaciones”— y consecuentemente sufriendo mayores traumas y con más incidencias de abusos que salen a la luz, dijo Magness, añadiendo que la recesión económica también contribuyó a ese “escenario”.

Hogar dulce hogar
En Casa Sión, un albergue en medio de ese [deprimente] escenario, un almanaque de pared y una tablilla que registra ingresos y egresos coordina las citas de las mujeres, sus horarios de trabajo, los calendarios de cocina y limpieza, y las entradas y salidas en general, así como la disponibilidad de una asesora de servicios que ayuda a cada mujer a desarrollar un plan hacia la independencia.

La licencia de Casa Sión permite [el alojamiento] hasta de seis mujeres, todas las cuales reciben $38 diarios del VA para comida, transporte y vivienda. La mitad de las que llegan vienen remitidas por el VA; el resto de las residentes llegan porque se enteran de viva voz y gracias a la red regional de Ayer. (En mayo, Ayer recibió la Condecoración de Héroe Militar en la Cruz Roja Americana del programa “Héroes de la Ciudad Natal”).

Las residentes pueden quedarse hasta dos años, pero la estadía promedio ha sido de seis meses, dijo Ayer. La mayoría se muda a un alojamiento permanente, otras se mudan con una familia, y algunas, en esos casos raros que conllevan una grave enfermedad mental, son remitidas de vuelta al cuidado del VA.

Ayer, veterana ella misma del Ejército de EE.UU. que pasó dos años en servicio activo como enfermera de combate y seis años en la reserva, sufrió de trauma sexual militar y aún padece de trastorno por estrés postraumático (PTSD, sigla en inglés).

“Cuando salí del Ejército, me fui con un sabor amargo en la boca. Era un red de machistas”, dijo Ayers que, como lesbiana de la época de “no preguntes, no digas”, sufrió acoso sexual de parte de oficiales de alta graduación, cuenta ella.

“Una de las cosas que ha hecho por mí el ser directora de Casa Sión es que me ha permitido recuperar mi orgullo por haber servido [en las fuerzas armadas]”, afirmó. “Ahora me enorgullezco de haber estado en el Ejército, y me enorgullezco no sólo de que estoy sirviendo a mi iglesia, sino de que estoy de nuevo sirviendo a mi país mediante el trabajo con estas mujeres”.

El asalto sexual en las fuerzas armadas no es algo nuevo. En 2005, el Congreso ordenó que el Departamento de Defensa de EE.UU. creará un equipo de trabajo sobre el asalto sexual en las fuerzas armadas luego de que se hiciera evidente que mujeres y hombres estaban reportando asaltos sexuales en número creciente.

Una de cada cinco mujeres y uno de cada 100 hombres dice haber experimentado trauma sexual militar. Pero, incluso por los propios cálculos oficinales, esas cifras resultan bajas dado que el trauma sexual con frecuencia se queda sin denunciar y los datos representan las tasas entre los veteranos que han pedido asistencia médica del VA y “no la tasa real de todos los que sirven en las Fuerzas Armadas de EE.UU.”, según un volante informativo del VA. (Véase “La guerra invisible” [The Invisible War]), un documental de 2012 acerca de la epidemia de violaciones en los organismos militares de EE.UU.).

En Casa Sión, las cosas pueden tornarse frenéticas en cualquier momento en que hay hasta seis mujeres viviendo allí, todas ellas en encrucijadas de sus vidas y todas habiendo sido víctimas de traumas y, algunas de ellas, de abusos físicos y sexuales que se remontan a la infancia. Ayer y estas mujeres, con café y cigarrillos, pasan buena parte del tiempo conversando.

“No le temo a sentarme junto a alguien que sufre, y creo que esa es la clave de este trabajo”, dijo Ayer. “Algunas de estas señoras se sienten como si tuvieran la culpa del mal que les han hecho, y tanto que se dicen a sí mismas que no merecen existir. Yo les digo que se les quiere y ellas creen que soy una charlatana por decirles que son amadas por el solo hecho de existir.

“Ellas no me creen, pero yo digo, está bien, y sigo diciéndoselos.

Casa Sión está radicada en Avon, un pueblito pintoresco del estado de Nueva York, de sólo 7.000 habitantes, que queda a 26 millas al sur de Rochester. La iglesia se encuentra en el extremo superior izquierdo de una rotonda que  circunvala el centro del pueblo, donde los hombres, y algunas esposas, se encuentran por las mañanas para tomar café y desayunar en el restaurante Village, muy cerca de la calle principal [Main Street].

Cuando el rector de Sión, el Rdo. Mark Stiegler, le propuso por primera vez a la junta parroquial solicitar un programa de subvenciones del VA para ayudar a cambiar la rectoría en un hogar de tránsito para veteranos, la respuesta fue “no”, cuenta él.

“Todo lo que [los miembros de la junta parroquial] podían prever era un montón de soldados borrachos haraganeando en el pórtico”, dijo Stiegler —que prestó servicio en el Ejército de EE.UU. de 1959  1962 y luego en la reserva hasta 1966— durante una entrevista el 11 de septiembre en su oficina.

Posteriormente, sirviendo como consejero de pesar y pérdida en su papel de capellán del VA en Rochester, Stiegler encontró a una mujer que estaba a punto de quedarse sin hogar. Ella le dijo: “Deberían tener lugares para mujeres, así como los tienen para hombres”.

La mujer se estaba refiriendo a la Casa de Richard (Richard’s House), un lugar para hombres administrado por Veterans Outreach en Rochester.

“Le presenté eso a la junta parroquial y prendió de inmediato”, dijo.

Hubo que pasar por el rechazo de dos  solicitudes de subvenciones y esperar más de tres años antes de que Sión obtuviera la aprobación del VA, y otros dos años antes de que Casa Sión recibiera a la primera residente. A través del proceso de [para obtener] la subvención y de habilitar la casa y continuar con el funcionamiento del programa, Sión ha dependido de más de 30 voluntarios y de donaciones de individuos y organizaciones, contando con las Damas Auxiliares de los Veteranos de Guerras Extranjeras entre sus más firmes partidarios. Por ejemplo, [la rama de] las Damas Auxiliares en Nueva York le dio a Sión una subvención de $26.000, contó Stiegler.

La casa tiene un presupuesto operativo anual de poco más de $100.000 y depende de donaciones para cubrir costos, más allá de la asignación diaria del VA. Las residentes capaces de trabajar contribuyen hasta con el 30 por ciento de sus ingresos para el alquiler. Casa Sión también comenzó un programa de rehabilitación laboral, Boadicea Spa Products, para ofrecerles a las mujeres la opción de trabajar, y de ese modo compensar los costos de funcionamiento de la casa.

Entre las actuales residentes, Linda se incorporó a la Armada de EE.UU. a los 28 años —luego de trabajar como “oficial de repartos”, o  encargada de la nómina en términos civiles, en Pensacola, Florida— y la destacaron en Guam. Para entonces siendo madre soltera e incapaz de movilizarse en el tiempo indicado, abandonó la Armada en 1984.

Linda aún considera que la vida militar es estupenda. “De muchísimas maneras, es la  familia, dijo.

Maggie, de 49 años, otra veterana que vive en la casa, sirvió ocho meses en el Ejército, en Fort Jackson,  en Columbia, Carolina de Sur, antes de que un sargento, del estado mayor la atacara durante un ejercicio de entrenamiento. Ella le dijo a su capitán que si él no podía protegerla, ella tenía que irse.

“Yo sabía que tenía que hacer algo. Si simplemente me hubiera echado a llorar, nada habría ocurrido”, dijo, y agregó que entró en las fuerzas armadas a los 17 años y salió a los 18.

Maggie, que también prefirió no decir su apellido, alquiló un cuarto y se buscó un empleo. Finalmente, se abrió paso en la administración del control de la calidad en Kodak, antes de que la despidieran (Eastman Kodak, que tiene su sede central en Rochester,  ha sido históricamente uno de los primeros empleadores de la región, lo cual se remonta a la invención del rollo de película por George Eastman y la fundación de la compañía en el siglo XIX. Los despidos masivos comenzaron en 2004).

Maggie también paso 15 años trabajando como asistente social. Hasta diciembre de 2011, cuando una mujer de 46 años en un súbito estallido de cólera la atacó en una gasolinera. Maggie dirigía su propio servicio de taxis y limusinas. Después del ataque, “no pude seguir haciéndolo y perdí el negocio”.

Y luego lo perdió todo. En un albergue de desamparados en Rochester, un coordinador de servicio de veteranos le habló de Casa Sión. Ella y su perro “Dot” que vive allí también, llegaron a principios de junio.

“Es un lugar seguro para descansar la cabeza”, dijo Maggie. Cumplir 50 años sin saber lo que reserva el futuro, añadió “es algo que me angustia mucho ¿Qué quiero hacer? … Creo que todas las mujeres nos sentimos así, preocupadas por nuestro futuro”.

– Lynette Wilson es redactora y reportera de Episcopal News Service. Traducido por Vicente Echerri.