Convención General Sermón predicado por Obispa Presidente

Posted Jul 12, 2012

Presiding Bishop Katharine Jefferts Schori preaches July 12 at the closing Eucharist of the 77th General Convention in Indianapolis. ENS photo/Mary Frances Schjonberg

[12 de julio de 2012] El siguiente sermón fue presentado hoy en la 77a Convención General de la Iglesia Episcopal, que se reúne en Indianápolis, Indiana, hasta el 12 de julio.
EUCARISTÍA DE CLAUSURA
12 de julio de 2012
Soderblom


Rvdma. Katharine Jefferts Schori
Obispa Presidente y Primada
Iglesia Episcopal

Tengo algunas malas noticias. El [Comité de Programa, Presupuesto y Finanzas] PB&F le pidió a Gregory Straub que encontrara la última auditoría y, cuando él fue a buscarla en los Archivos, descubrió que habíamos usado la edición equivocada de la Constitución y Cánones en todas nuestras deliberaciones. La conclusión general es que todo lo que hemos hecho aquí es por tanto inválido. ¿Están dispuestos a comenzar de nuevo?

Eso es básicamente lo que le sucedió al rey Josías. Hilcías fue a investigar las finanzas del Templo y descubrió que habían estado leyendo el código legal equivocado durante muchos años.

Hemos tenido algunos conflictos aquí que se asemejan un poquito a eso —como la discusión sobre si esta organización es jerárquica o no, o qué clase de gobierno o estructura canónica es más probable que tuvieran en mente los individuos que celebraron la primera convención de la Iglesia Episcopal en 1785.

Pasarán muchas más convenciones antes de que todos nosotros convengamos en algo, pero saben una cosa, ¡ESO NO IMPORTA! No nos pondremos de acuerdo antes de la Segunda Venida, pero hay sólo una regla esencial: “ámense unos a otros”, dice Jesús, “como yo les he amado”. Ésa es la primera y única regla de vida común en Cristo. Es la misma que citaba Agustín de Hipona: “ama a Dios y haz lo que quieras”. La versión de Martin Lutero era, “peca con ganas… tendrás más de que arrepentirte”.

Nuestra tarea no se consuela tímidamente con los detalles de nuestra buena conducta —¡ni siquiera en el impecable proceso parlamentario! La vida en Cristo es arriesgada, se trata de lanzarse a las inciertas opciones que se presentan ante nosotros, al igual que Indiana Jones en ese puente endeble [1] —avanzando sobre el abismo sin saber si el puente estará allí hasta que lo hallamos cruzado. En lo más profundo, en el fondo, el cuerpo de Cristo tienen una perdurable memoria de la fiabilidad de ese puente, aun si los individuos no lo recuerdan tan bien.

Eso es lo que Lars Olof Jonathan Söderblom le ofreció al mundo. El cuerpo de Cristo, ciertamente la totalidad de todo el pueblo fiel, tiene mucho que enseñarle a sus miembros sobre confianza y seguridad —y todo gira en torno al amor.

Söderblom —al que llamaron Nathan la mayor parte de su vida— fue un pastor luterano sueco, teólogo y arzobispo de Upsala, que nació en 1866 y murió en 1931. Provenía de una tradición fronteriza, y eso fue obvio desde temprana edad. Su diploma universitario fue en griego, hebreo, árabe y latín. Y comenzó estudios académicos formales en religiones comparadas.[2] En 1890 vino a Estados Unidos para asistir a una reunión de la Asociación Misionera de Estudiantes —algo así como una Convención General para jóvenes adultos. Regresó a Suecia, fue ordenado y lo nombraron capellán de un hospital para enfermos mentales y luego comenzó a buscar un empleo que le pagara lo suficiente para permitirle casarse. Anna Forsell, una de las 20 mujeres que había entre los 1700 estudiantes de la universidad, fue tanto la colaboradora de sus escritos como su esposa. A Söderblom lo nombraron para la iglesia sueca en París, y allí estuvo hasta 1901. Esa congregación parisiense se llenaba de artistas, diplomáticos y empresarios escandinavos, entre ellos Alfred Nobel y August Strindberg, así como mayores de los 13 hijos de Söderblom.

La Iglesia de Suecia comenzó plantando iglesias en el exterior desde 1626, y esa iglesia de París fue la primera. Hubo varias en las colonias [inglesas] de Norteamérica que terminaron por convertirse en iglesias episcopales. La Iglesia de Suecia tiene una antigua tradición de ecumenismo, de amor, erudición y colaboración con otros.

Söderblom regresó a Suecia para asumir un puesto académico en la Universidad de Upsala, y comenzó un avivamiento teológico en la Iglesia sueca y a nivel ecuménico. Trabajó en la fácil tarea de la paz mundial y la renovación litúrgica.

A Söderblom se le recuerda con mayor nitidez por haber comenzado, con la Conferencia de Vida y Obra en Estocolmo en 1925, el movimiento ecuménico moderno. Él insistía en que la espiritualidad personal carecía de sentido si estaba divorciada de la labor en pro de la justicia en la sociedad, y llamó a los líderes cristianos en repetidas ocasiones a hacer causa común a favor de la paz mundial. En 1930 le otorgaron el Premio Nobel de la Paz.

La paz comienza con el mutuo amor. Comienza con las personas que se encuentran en este salón. Este organismo ha hecho una magnífica labor durante los últimos días. Hemos sido testigos de varios saltos más allá de las antiguas esferas de seguridad por amor a los otros. Cada persona que ha salido al frente lo ha hecho a fin de encontrarse con otra. Y hemos encontrado un nuevo lugar, una tercera vía más allá de cualquier otra que conociéramos antes.

Conserven lo que han aprendido aquí sobre la genuina hospitalidad [3] y sigan adelante. Acaso podamos entender la manera de amar a todo el mundo en esta Iglesia. Esta labor de reconciliación no se trata de un salto BASE [4]: hallar una emoción en estirar una banda de goma que lo sujeta a uno a la tierra. La misión de Dios es una auténtica obra de fe, el tipo de confiada vulnerabilidad que sabe que no hay más que una regla para mantenernos a salvo, la cuerda del espíritu que nos llevará hasta los brazos de un Amigo al otro lado de ese abismo. [5]

Abandonen, pues, este estrecho borde de seguridad y ámense los unos a los otros. Salgan de ahí al encuentro de su Amigo del otro lado. Crucen el abismo y encontrarán al otro, y cada uno será portador de la imagen de Dios. Confíen en las alas de la mañana, y ¡aventúrense!


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