Convención General Sermón predicado por Bonnie Anderson

Posted Jul 3, 2012

[Episcopal Church Office of Public Affairs] El siguiente sermón fue presentado hoy en la 77a Convención General de la Iglesia Episcopal, que se reúne en Indianápolis, Indiana, hasta el 12 de julio.


Bonnie Anderson, Presidente
Cámara de Diputados

Sermón
3 de julio de 2012 a las 2:00 P.M.
En el acto de comisionar a funcionarios, coordinadores de comunicaciones y asistentes legislativos
Salón Capitol II-III, Hotel The Westin

En el nombre del Creador, del Santificador y del Redentor. Amén.

Si alguna vez hubo una ocasión de usar adecuadamente la frase: “Señoras y señores, enciendan los motores” es ésta. Aquí estamos en la tierra del Indy 500. Aunque nuestra Convención General no está localizada en los terrenos de la Autopista de Indianápolis, a los que nos encontramos en este salón, y a muchos otros, nos podrían llamar metafóricamente los conductores, el equipo de mantenimiento, los patrocinadores, los portadores de las banderas a cuadros y la gente que llena el campo de un evento que es realmente apresurado, a veces ensordecedor, emocionante, impredecible y posiblemente peligroso.

Gracias a Dios que a Indianápolis y a este sacro empeño que llamamos Convención General, traemos los dones que Dios nos ha dado, y que estamos dotados de las esperanzas y los sueños, los recursos, las oraciones y la fidelidad de los que nos han confiado esta Convención General. Podemos llevar esos dones como cascos protectores o podemos esparcirlos a nuestro alrededor como pétalos de rosa en el desfile de clausura.

De cualquier manera, todos tenemos unas cuantas cosas en común, de las cuales no es la última el que todos dijéramos que “sí” a esta empresa. Por tanto, lo primero y más importante, gracias por decir “sí” con entusiasmo, aunque acaso pueda estar salpicado con un poquito de sana inquietud. Gracias por haber accedido [a participar] en esta obra de amor, no sólo por la obra de amor que mostraremos aquí, sino por vuestro fiel compromiso con la Iglesia de Dios, con la comunidad cristiana reunida aquí en Indianápolis. De modo que aquí estamos preparándonos para servir a la Iglesia de Dios y al pueblo santo de Dios, respaldados por una convicción teológica que William White la hizo explícita por primera vez en 1782:

Ustedes conocen ese mantra, ¿verdad? La convicción es ésta:

Dios habla a través de todos los niveles de la Iglesia y no podemos estar confiados de la dirección de Dios hasta que se hayan escuchado todos los niveles.

Como capellán de la 76ª. Cámara de Diputados, Frank Wade dijo: “La Iglesia Episcopal le concede su máxima autoridad no a un príncipe reinante ni a una nobleza eclesiástica, ni a sus eruditos ni a sus triunfadores políticos, sino a una reunión de laicos, diáconos, presbíteros y obispos que —para consternación y confusión de la mayoría del resto de la Comunión Anglicana— deben convenir antes de tomar decisiones definitivas”.

Eso somos, y los comités legislativos análogos representados aquí son un microcosmos de eso a lo que Frank se refería. En el momento en que una legislación llega a vuestro comité habrá pasado por un proceso de revisión, primero de un proponente, con otras dos personas si se trata de una resolución B o D; o de toda una convención diocesana o de toda una provincia si se trata de una resolución C; o de un comité, una comisión, una agencia o una junta que integran clérigos y laicos, si se trata de una resolución A. A esto le sigue un comité análogo compuesto de obispos, clérigos y laicos. Luego se celebra una audiencia pública sobre la resolución donde más personas pueden expresar su opinión, y entonces va al pleno de la Cámara de Diputados o de la Cámara de Obispos, donde se examina aún más. En el momento en que la resolución se somete a votación, ha pasado a través de un proceso que incluso la crítica más exhaustiva de la toma de decisiones de una agrupación grande llamaría consenso deliberativo. En Anaheim tomamos en consideración casi 419 resoluciones de esa manera, dándole claridad a la complejidad y convocándonos a todos a avanzar juntos hacia el futuro.

A propósito, hay un texto en escritura invisible en la parte interna de la cubierta del Libro Azul. En caso de que no tengan jugo de limón que untarle para hacerlo legible, puedo revelarles lo que dice: USTED TIENE TALENTO Y DIOS CONTRATA.

Éste es el acuerdo:

Olvídense de que esta obra de amor llamada Convención General se reduce en su totalidad a ocho días y que estas tareas de reorganizar la Iglesia, considerar el pacto, oír los resultados de lo que la 76ª. CG encargó al Comité Permanente sobre Liturgia y Música que nos presentara, confirmar consagraciones, y más —olvidemos que todo esto no es posible de hacer en el tiempo que se requiere. Como dice Paul Hawken: “No te dejes desalentar por personas que saben lo que no es posible. Haz lo que hay que hacer, y comprueba si era imposible sólo después que lo hayas hecho”.

Estamos en los dominios del Espíritu Santo. ¿Sabemos exactamente lo que sucederá aquí? Yo no lo creo. Probablemente discreparemos en algunas cosas y convendremos en otras. Nuestras mentes y corazones podrían resultar transformados. Oraremos y adoraremos, nos reiremos y algunos de nosotros hasta podríamos llegar a llorar. Nos veremos inmersos dentro de esa absurda Comunidad Cristiana llena de personas que Henry Nouwen dice que nunca en toda nuestra vida escogeríamos voluntariamente.

¿Tenemos una ventana para asomarnos a un futuro más amplio? Por supuesto que sí. Sabemos que si vivimos o morimos, estaremos muy bien. Sabemos que le hemos hecho promesas a Dios en esta mutua compañía que habremos de cumplir siempre, porque somos los bautizados. Sabemos que Dios nos da todo lo que necesitamos para hacer Su obra. Sabemos que el poder de Dios mora en personas ordinarias como nosotros y que los obstáculos a que nos enfrentamos no compiten con el poder de Dios que mora en nosotros.

La Iglesia nos llama a estar del lado de Dios. Dios nos llama a estar del lado de la Iglesia. Eso significa desprenderse de una manera de pensar tendenciosa, desprenderse de una manera de pensar pugnaz o conflictiva. Que cesen los rumores de que la Cámara de Obispos y la Cámara de Diputados se detestan mutuamente, de que realmente no nos necesitamos el uno al otro. La verdad es que sí nos necesitamos, con urgencia. Acaso simplemente debamos recordar lo que ya somos. Somos los hijos de Dios.

Concluyo con esta historia que contaba John Morehouse.
A la llegada de un hermanito, una niña insistió en pasar algún rato a solas con él. Sus padres estuvieron de acuerdo pero se mantuvieron escuchando en el monitor del bebé cuando la niña cerró la puerta y se acercó a la cuna de su hermano. Luego de un minuto de silencio le preguntó con voz firme: “Cuéntame de Dios, yo casi lo he olvidado”.

“Es sencillo, dicen”, afirma Mary Oliver en su [poema] Cuando me encuentro entre los árboles:

Es sencillo “y tú [también] has venido al mundo a hacer esto, a tomar las cosas con calma, a llenarte de luz y a brillar”.

Somos bienaventurados por emprender este trayecto juntos.

Amén.


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