Iglesias que salen en defensa de las vidas perdidas y se pronuncian contra la violencia

Por Pat McCaughan
Posted Jan 25, 2012

[Episcopal News Service] Apenas transcurridas unas semanas del 2012, y ya el Rdo. Bill Terry ha añadido por lo menos 20 nombres al “Tablero del Crimen” [Murder Board] que se encuentra en el exterior de la iglesia episcopal de Santa Ana [St. Anna’s Episcopal Church], cerca del Barrio Francés de Nueva Orleáns. Entre estas adiciones se incluyen:

  • Ene. 6, Keian Ester, 11 años, muerto a tiros
  • Ene. 7, Michael Johnson, 21 años, muerto a tiros
  • Ene. 7, Eric Robinson, 41 años, muerto a tiros/quemado
  • Ene. 8, Joseph Elliot, 17 años, muerto a tiros
  • Ene. 10, Tiffany Frey, 36 años, muerta a tiros
  • Ene. 10, Lamar Ellis, 21 años, muerto a tiros
  • Ene. 12, Keishuane Keppard, 20 años, muerto a tiros
  • Ene. 17, Gerald Barnes Jr., 21años, muerto a tiros
  • Ene. 18, hombre no identificado, muerto a tiros

“El año tiene menos de un mes y ya estamos promediando una víctima de asesinato al día”, dijo Terry. La semana pasada tuvimos a un joven que era homosexual, a quien balearon y luego lo quemaron. Es un holocausto. Una grotesca parodia a nivel nacional.

La iglesia creó el tablero en 2007, luego que la indignación del público por algunas muertes particularmente violentas se apaciguó “y nada cambió”, explicó Terry, el rector.

Plantado en frente de la iglesia, el cartel de cartón corrugado blanco de casi 2,5 x 1,2 metros se ha propuesto despertar la conciencia pública y desafiar el anonimato de la violencia urbana, dijo Terry durante una entrevista desde su oficina el 19 de enero.

“Tendemos a hablar en términos numéricos, de la tasa de asesinatos, de cuántos asesinatos se cometen. Eso tiene una condición deshumanizante y nosotros estamos en el negocio de la humanidad”.

Cada semana, él se sube a una escalera y agrega nuevos nombres. La tablilla intenta hacer la misma pregunta que la madre de una de las víctimas le hiciera alguna vez a Terry: ¿Por qué mi niño tenía que morir?”

“Yo le hice una promesa, a ella y al resto de las madres de víctimas de la violencia, que no dejaríamos de hacer esto, que a alguien tiene que importarle”, afirmó.

A través del país, desde Chicago a Georgia, de Nueva Orleáns a Alaska, los episcopales están tratando de despertar la conciencia pública respecto a las muertes violentas, a fin de prestarles una voz a los que ya no pueden hablar por sí mismos, y ofrecer esperanzas a los seres queridos que han vivido las secuelas de estos hechos.

Voluntarios en la iglesia episcopal de los Santos Inocentes [Holy Innocents], en Sandy Springs, Georgia, a unos 24 kilómetros al norte de Atlanta, celebraron una vigilia de toda la noche el 21 de enero para los hijos de la comunidad, unos 550 en total, que habían muerto violentamente en 2011.

Créalo o no, esas cifras son inferiores a las del año anterior, cuando leímos alrededor de 800 nombres de menores muertos. Esa cifra era asombrosa para nosotros”, dijo la Rda. Aliion Schultz, asistente del rector, en una entrevista telefónica reciente.

La vigilia terminó a las 7 A.M. del 22 de enero, y alrededor de 100 miembros de la comunidad asistieron a una misa de réquiem por las víctimas a las 4 P.M. de ese mismo día. El objetivo, dijo Schultz, es crear una conciencia pública acerca de la apremiante situación de “los santos inocentes de nuestro día” víctimas mortales del abuso y otras formas de violencia.

“Los niños son particularmente vulnerables a la violencia, especialmente los menores de cuatro años. No pueden esconderse, les resulta difícil expresarse”, añadió.

Los nombres de las víctimas menores de edad —y este año, debido a una ley estatal que entró en vigor recientemente, sólo sus iniciales— se leen en alta voz durante las vigilias y se registran en un libro que se mantiene en un lugar de oración dentro de la iglesia y junto a un icono de los santos inocentes, dijo ella.

“La escena recoge algún lugar entre Belén y Egipto: María está montada en un asno, José camina a su lado y los bebés de brazos son llevados al cielo por los ángeles”.

Esto marca el segundo año de un empeño de hacer de los Santos Inocentes un evento anual, que se ofrece como respuesta a la violencia, añadió Schultz.

“Como cristianos, ¿de qué modo respondemos a esa violencia? Intentando ser tan no violentos como podamos en nuestra comunicación, en nuestras acciones, en nuestra obra”, siguió diciendo Schultz. “Se trata sencillamente del poder de la oración y también de reafirmar que esas vidas podrán perderse para nosotros, pero que viven una vida resucitada. No son sólo vidas perdidas —ahora tienen un hogar, un lugar donde descansar en paz”.

Schultz contó también que Drake House, un centro local para mujeres y niños que han experimentado la violencia, ha estado recibiendo donaciones. “Lo que podemos hacer como iglesia es orar, adorar y recordar. Es nuestro trabajo insistir en eso para que las personas vean lo que Dios podría estar llamándoles a hacer. El primer paso en cualquier cosa que hagamos como cristianos es ver cómo Dios podría estar llamándonos a comportarnos, a actuar de manera diferente”.

Según el Fondo para la Defensa de los Niños (CDF), una agencia privada sin fines de lucro fundada en 1973 para abogar en pro de los niños de la nación, los Estados Unidos ocupa el último lugar entre los países industrializados en proteger a sus niños contra la violencia de las armas de fuego.

Las estadísticas del CDF para 2010, basadas en un año escolar de 180 días, indicaban que en Estados Unidos matan a un niño o un adolescente con arma de fuego cada tres horas, y un niño muere a causa de abuso o negligencia cada seis horas.

El obispo Jeffrey Lee recuerda la muerte de cinco estudiantes de la Universidad del Norte de Illinois en DeKalb, ocurrida en 2008, así como las heridas de otros 21 ocasionadas por un solo pistolero, como un “acontecimiento abrasador” durante su primer año como obispo de la diócesis episcopal de Chicago.

“Me hacía acordar que esta violencia no es exclusiva de las zonas urbanas. Puede suceder en un lugar como DeKalb, Illinois, puede suceder dondequiera”, dijo él en una entrevista telefónica desde Chicago el 21 de enero.

Él se propone lanzar “un llamado ecuménico a la acción” con una marcha de 6 kilómetros el próximo 4 de abril, Lunes Santo, para darle voz a más de 260 niños de Chicago que han sido asesinados desde 2008 y ofrecer esperanza en una ciudad donde muchos se han desconectado como una manera de sobrellevar el problema.

“Esto tiene que ver con clase, con pobreza, con raza, tiene que ver con muchas cosas tan enormes… debe indignarnos, pero en lugar de eso se reduce a una notita de la página ocho del Chicago Tribune”, agregó. “Me gustaría cambiar eso. Cada niño que muere es nuestro hijo. Eso está en el tuétano de nuestros votos bautismales, respetar la dignidad de todo ser humano”.

Él también se propone “equipar a las personas con instrumentos para hacer algo al respecto, de barrio en barrio, como una iniciativa en progreso… un tipo de relación de compañerismo”. Los manifestantes saldrán del centro diocesano y llegarán hasta el Hospital John H. Stroger, Jr. un centro de traumatismos que trata a muchas víctimas de la violencia.

La Rda. Carol Reese ejerce como coordinadora para la prevención de la violencia en el Hospital Stroger cerca de la zona oeste de la ciudad donde “algunos de los chicos que terminan en la unidad de traumas ya han escogido las ropas con que los han de enterrar”.

El centro de trauma del hospital maneja alrededor de 5.000 pacientes por año; de los cuales alrededor de un 40 por ciento de pacientes y familias muestra síntomas de trastorno del estrés postraumático (PTSD), dijo ella.

Como promedio, esos niveles son “aproximadamente cinco veces más elevados que los de población general de Estados Unidos” y comparables a los de las naciones destrozadas por la guerra, dijo Reese durante una entrevista telefónica desde su casa el 19 de enero.

“Conocí a una mujer cuyo hermano había sido baleado mientras trataba de salvar a otro joven”, contó Reese, asistente social diplomada y sacerdote. “Terminó en la sala de terapia intensiva. Esta misma mujer había perdido a otro hermano por cuenta de la violencia de las armas seis años antes. Ella sigue viviendo enfrente de donde sucedieron los hechos. Su hermano de 13 años va a la escuela cerca de allí. Ella me dijo ‘siento que tengo el PTSD’”.

“El problema persiste, no se supera”, añadió Reese. “Es el constante estrés de vivir en un ambiente donde uno tiene que temer por su seguridad, donde uno ve que la gente está siendo agredida y asesinada constantemente”.

Ella espera que la próxima manifestación la ayudara “a hacer algunas conexiones personales con personas que han sido afectadas por este tipo de violencia y también con personas de las comunidades que están intentando colaborar para ponerle coto a la violencia y ayudar a las personas a vivir a través de sus secuelas.

“Del mismo modo que establecemos relaciones de compañerismo con diócesis en Sudán, en México o en Nueva Orleáns, tenemos que encontrar el modo de solidarizarnos con algunas de estas familias y con algunas de las organizaciones que se esfuerzan en apoyarlas. Y tenemos que alistarnos para el largo plazo, porque lleva mucho tiempo construir esas relaciones”, afirmó.

La buena noticia es que siempre hay esperanza, añadió. “Lo que aportan las personas de fe es un sentido de esperanza. Conocemos la desesperación y sabemos que hay esperanza y que siempre existe una vía de escape”. Ellas pueden marcar el cambio “si aprendemos a vernos mutuamente con confianza y a relacionarnos mutuamente y si en verdad nos tratamos mutuamente con bondad y compasión, lo cual significa también salirle al paso a la injusticia cuando surge”.

En Fairbanks, Alaska, una “Reunión de recordación” que comenzara en 1994 como un oficio en memoria de una estudiante asesinada de la Universidad de Alaska, ha llegado a convertirse en un modo de recordar a todas las víctimas de asesinatos pendientes aún de resolver, dijo el Rdo. Scott Fisher, rector de la iglesia de San Mateo [St. Matthew’s].

Él contó que la conmemoración tiene lugar anualmente en varias localidades en abril. En 2011, los participantes se reunieron en San Mateo y leyeron los nombres de 33 personas, todas ellas asociadas con casos de asesinatos no resueltos del interior de Alaska.

La edad de las víctimas iba desde los ocho años hasta ancianos. Al decir el nombre de cada persona se encendía una vela. El oficio anual se celebró inicialmente para recordar a Sophie Sergie, una yupik de 20 años que fue asesinada en un baño de su dormitorio. “Su asesinato sigue aún sin resolver”, dijo Fisher.

En Nueva Orleáns, el “tablero del crimen” ha dado lugar al menos a otros dos ministerios, una mentoría y un programa de artes de cinco días a la semana para los niños de los barrios deprimidos de la ciudad y “el ministerio de la rosa”.

Los voluntarios llevan una rosa cada semana al consejo municipal, a la oficina del alcalde, al jefe de la policía y al fiscal del distrito, “una rosa por cada víctima de asesinato” como un recordatorio de esas vidas perdidas.

“Estamos tratando de humanizarles”, dijo Terry, quien añadió que la iglesia está haciendo una recaudación de fondos para levantar un memorial permanente para las últimas víctimas de la violencia. Obtenemos sus nombres de la policía y de los informes de los periódicos.

“Es una carga que llevamos con orgullo”, afirmó. “Todos los domingos leemos uno de estos nombres. Y todas las semanas vemos a gente que camina por la acera o que conduce que se detienen a mirar lo que dice (el tablero del crimen).

“Uno nunca sabe el resultado de algo así”, añadió Terry. “Muchísima gente dice, ¿cuál es el beneficio de esto, frena los asesinatos? Pero una agente de la policía se echó a llorar a la vista del tablero. Ella es agente de la policía y no tenía idea del saldo de la violencia y la muerte. Cuando uno ve los nombres, eso tiene el poder de transformar a las personas. Ella se fue cambiada”.

— La Rda. Pat McCaughan es corresponsal de Episcopal News Service. Ella está radicada en Los Ángeles. Traducido por Vicente Echerri.