El programa de la Casa San Francisco de Arkansas ayuda a veteranos sin hogar a reingresar en la sociedad

Por Sharon Sheridan
Posted Nov 15, 2011

 

General Colin Powell speaks with veterans at St. Francis House in the Episcopal Diocese of Arkansas. Photo/St. Francis House

[Episcopal News Service] Hace ocho años, Garry Clemmons, veterano de Vietnam, era un hombre sin hogar, adicto, deprimido y ansioso. En la actualidad, es una persona sobria, se ha vuelto a casar y trabaja para el programa auspiciado por la Iglesia Episcopal al que él le atribuye ese cambio radical en su vida: el Programa de Reincorporación [a la sociedad] de Veteranos en la Casa San Francisco [St. Francis House] de la Diócesis Episcopal de Arkansas.

“Sencillamente le doy gracias a Dios por este programa”, dijo. “Ahora tengo una nueva vida”.

El programa de los veteranos ha estado ayudando a ex miembros de las Fuerzas Armadas que se encuentran sin hogar desde 1988. En ese tiempo, [la Casa] San Francisco administraba un programa para la Dirección de Prisiones, conforme al cual albergaba a reclusos durante los últimos 60 días de sus sentencias y los ayudaba a reingresar en la sociedad, dijo Darlene Bourgeois, su directora ejecutiva. La Administración de Veteranos de EE.UU. (VA, por su sigla en inglés), que en esa época contemplaba iniciar programas para veteranos desamparados en toda la nación, se enteró de la existencia de Casa San Francisco y preguntó si estaría dispuesto a dirigir un programa para veteranos.

“Llegamos a ser uno de los primeros 12 [de esos programas] en la nación”, agregó. “El programa ha crecido bastante desde entonces. Ahora hay aproximadamente como 1.100”.

La VA informa que, desde octubre de 2008 a septiembre de 2009, llegó a haber 136,334 veteranos sin hogar en todo el país. Según su informe, “Frecuencia y riesgo de la falta de vivienda entre los veteranos de Estados Unidos: una investigación multidisciplinaria”, aproximadamente el 14 por ciento de los hombres, y el 2 por ciento de las mujeres que se encuentran sin hogar, son veteranos. “Para los varones, esta proporción era de aproximadamente un 30 por ciento mayor que la proporción de veteranos en la población general, y dos veces mayor que la proporción de los veteranos en la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. Del mismo modo, entre la población femenina que carece de vivienda, los veteranos tenían una representación excesiva en comparación con la población general por un factor de dos, y por un factor de tres cuando se le comparaba con la población que vive en la pobreza”.

En Little Rock, Arkansas, las casas de San Francisco tienen un promedio de 46 veteranos en cualquier momento dado y asisten de 140 a 150 [veteranos] al año, explicó Bourgeois. “Eso ha ido aumentando un poco a lo largo de los últimos tres o cuatro años”.

Se ha visto un aumento del número de veteranas durante el último par de años, lo cual es reflejo del mayor número de mujeres que sirven en las fuerzas armadas, agregó. “También hemos tenido familias aquí. Ahora mismo, tengo a un hombre casado que es veterano, y él está aquí con su esposa… Hasta hace poco teníamos a una mujer soltera con tres niños que se fue esta semana, y estamos teniendo más casos de esos”.

Una mujer que ahora se encuentra en el programa es Wanda Herring, de 53 años, que prestó servicios en la Fuerza Aérea de EE.UU. de 1976 a 1981 y regresó de un período de tránsito en Italia durante ese año. Ella asistió a la universidad mientras criaba a sus dos hijos —ambos son ya mayores y sirven en las fuerzas armadas en el exterior— y pasó años cuidando a su madre que padecía de una enfermedad terminal. También dedicó tiempo a la Guardia Nacional, si bien obtuvo un licenciamiento honroso debido a sus obligaciones familiares. Su padre falleció en 2001 y su madre en 2003.

“La recesión nos estaba golpeando con violencia en Cincinnati, Ohio. Teníamos en ese tiempo el mayor índice de desempleo de la nación”, contó ella. Muchas personas también se estaban mudando a otros sitios debido a la delincuencia, y la mayoría de las compañías se trasladaban a zonas suburbanas, agregó. “Yo no podía seguir costeando el recorrer diariamente una gran distancia para llegar a mi trabajo… Había estado viviendo de mis ahorros y trabajando a destajo o con empleos de jornada parcial, todo lo que podía encontrar”.

En 2009, a Herring la aprobaron como “progenitora dependiente” de su hija, que cumplía su servicio activo en la base de la Fuerza Aérea en Little Rock, y la reasentaron en Jacksonville, donde alquilaron una casa en las afueras de la base y compartían los gastos. Pero cuando a su hija la enviaron a Corea, a Herring dejaron de considerarla como madre dependiente, por entender que gozaba de suficiente holgura económica, pese a que ella sólo tenía un empleo de media jornada, y la posibilidad de quedarse desamparada se hizo más inminente. “No tenía suerte de encontrar un empleo fijo”.

Empezaba a vender sus muebles, contemplando la idea de regresar a Cincinnati, cuando recibió un remitido a la Casa San Francisco.

“Estaba algo dudosa, me asustaba la idea”, dice. “Me parecía que iba a tener que empezar otra vez desde el principio”.

“Era bastante duro … tener que regresar con la cabeza baja, regresar con menos de lo que tenía la irme. En cierta medida, sentía como algo de fracaso. No importa cuánto esfuerzo había puesto, no había podido llegar a ninguna parte”.

Entrar en San Francisco “fue casi como una conmoción cultural”, acostumbrarse al ambiente de grupo, agregó. “Toma unas cuantas semanas adaptarse. ‘No creo que esto le esté ocurriendo a mi vida’ —pero es mejor que estar en la calle… Al menos, de esta manera podía poner un poco a salvo mi dignidad”.

Ahora, después de haber estado 60 días en el programa, espera encontrar una vivienda para Navidad. Está saliendo con otro veterano de San Francisco —están planeando casarse— y trabaja como administradora de recursos humanos de Servicios de Discapacidad de Arkansas Central, una empresa sin fines de lucro, aunque las reducciones en ese lugar significan que ella debe buscar otro empleo con más horas. “Sobre todo, me siento muy, pero muy optimista”, afirmó.

“En verdad, siento que he sido muy afortunada”, dijo Herring, quien asiste tanto a la iglesia episcopal Reed Memorial como a la Primera Iglesia Bautista. Intenté vivir honestamente, me esforcé en trabajar, pero a veces las cosas simplemente no ocurren. Creo que Dios me ha puesto donde estoy”.

Una larga historia de servicio

La Casa San Francisco, un servicio de extensión comunitaria de la Iglesia Episcopal, se fundó en 1969 como un pequeño programa para servir a los jóvenes de la comunidad, explicó Bourgeois. El Rdo. Tom Fennell, su esposa Beverly y Florence Lewis —ahora de 86 años y aún empleada de la institución— comenzó con las utilidades de la venta de una iglesia episcopal localizada donde iban a construir la autopista Interestatal 630.

“Creció a partir de ahí, porque advirtieron que cuando los niños venían para asistir a [programas de] la escuela no tenían zapatos adecuados, ni un abrigo que los calentara lo suficiente, ni parecía que tuvieran suficiente comida en sus hogares” dijo Bourgeois. En la actualidad, San Francisco dirige varios programas para ayudar a suplir las necesidades básicas de las personas: comida, ropa, medicinas, ayuda económica. El Sistema de Salud de San Vicente [St. Vincent’s Health System] brinda servicios de clínica médica dos días a la semana a los que carecen de seguro.

La diócesis subvenciona los programas de obra social, como lo hace United Way y numerosas iglesias e individuos en la comunidad, siguió diciendo Bourgeois. “El año pasado, atendieron a más de 34.000 individuos”.

El programa de los veteranos se sostiene gracias a una subvención de la VA de aproximadamente $600.000. Otra subvención separada del Departamento de Trabajo de poco más de $110.000 sostiene un componente de empleo para mujeres veteranas y para veteranos con hijos, a 80 de lo cuales ayuda anualmente, dijo Bourgeois. “Desde que tenemos este programa, hemos cumplido o sobrecumplido nuestras metas trimestrales”.

La VA remite los veteranos a [la Casa] San Francisco, donde la estadía promedio es de 120 a 150 días. El personal cuenta con dos trabajadores sociales especializados en clínica, y los veteranos son atendidos semanalmente, ya sea individualmente o en grupos.

Entre otros deberes, Clemmons dirige un grupo veteranos a veteranos. “Se trata de un veterano que conversa con otro veterano. Si un veterano tiene un problema… tal vez otro veterano ha atravesado por lo mismo”, arguyó él. El objetivo es lograr que todos “se sientan parte de lo mismo, hacerles saber que todo va a salir bien”.

El programa de San Francisco es muy estructurado, y en él los participantes asisten a clases sobre temas tales como solución de problemas, destrezas vitales y prevención de recaídas en el consumo drogas y bebidas alcohólicas, explicó Bourgeois.

“Todo el mundo tiene una serie de objetivos personalizados. El objetivo principal es que todos logren regresar a sus propios hogares y estabilizados”, agregó. San Francisco ayuda a los veteranos a obtener un ingreso, ya sea mediante un empleo, o una pensión de la VA o por conceptos de pagos por discapacidad. “Una vez que logran que ese ingreso llegue, van a ahorrar el 75 por ciento, que se va a emplear en conseguirles vivienda. [Eso significa] muchísimo para otro veterano. Si un veterano tiene un problema… puede que otro haya pasado por lo mismo”, dijo. El objetivo es lograr que todo el mundo esté “en el mismo nivel, hacerles saber que a veces tienen cuentas viejas que deben pagar primero, y que deberán hacer depósitos y cosas por el estilo”.

Por lo general, la Casa San Francisco ayuda a los veteranos a encontrar vivienda una vez que han ahorrado más de $600. El costo promedio de los alquileres mensuales en la zona oscila entre $425 y $600, y algunos veteranos tienen derecho a subsidio para vivienda. “La economía ha andado mal aquí, pero el desempleo no es tan alto como lo es a nivel nacional, de manera que tenemos algún éxito en encontrarle trabajo a la gente”.

La VA le exige al programa medir las metas de rendimiento anual. El año pasado, la tasa de éxito de San Francisco sobrepasó el promedio nacional en la mayoría de las zonas, dijo Bourgeois. Por ejemplo: La tasa de éxito de San Francisco para 2010 fue del 67 por ciento, en comparación con el promedio nacional de 47 por ciento.
De los que entraron en el programa en Little Rock, el 76 por ciento tenía problemas de alcoholismo (en comparación con el 71 por ciento en toda la nación). En el momento de darles de alta, el 93 por ciento reportó mejorías, vs. el 64 por ciento nacionalmente. Los problemas de drogas fueron del 65 por ciento vs. el 62 por ciento nacionalmente, con una mejoría reportada de un 91 por ciento vs. el 64 por ciento en la nación. “Eso significa que han progresado en sus mecanismos de superación”.

El 31 de agosto, el ex Secretario de Estado de Estados Unidos Colin Powell, que también fue jefe del Estado Mayor Conjunto, visitó a los veteranos de [la Casa] San Francisco. “Se sentó y habló con ellos durante unos 20 minutos”, dijo Bourgeois. “Eso bastó para levantar la moral de los veteranos”.

Bourgeois atribuyó el éxito del programa en gran medida a su estrecha alianza con la VA de la localidad. “Trabajamos tan bien como un equipo. Todos trabajamos en pro del objetivo del veterano”.

También es muy firme la conexión con la Iglesia Episcopal, agrega ella. “Todas las iglesias episcopales de la zona nos apoyan”. Una iglesia, la de San Marcos, invita a los veteranos a la iglesia para confraternizar y para compartir una comida casera cada trimestre.

La mayoría de los veteranos que participan del programa tienen problemas de drogas o alcoholismo, y algunos tienen problemas médicos. Algunos tienen diagnósticos duales de abuso de estupefacientes y problemas de salud mental, y trastornos del estrés postraumático desempeñan algún papel en ciertos casos. Para ingresar [en el programa], explica ella, “tienen que haber tenido por lo menos 30 días de sobriedad probada. En la mayoría de los casos, tienen que pasar por un programa en uno de los hospitales locales y luego venir a nosotros”.

Clemmons, de 60 años, entró en la Infantería de Marina a los 18 años y estuvo 13 meses en Vietnam. Él terminó su servicio en 1974.

“No fuimos desprogramados después de servir en Vietnam. Sencillamente regresamos, y montones de cosas habían cambiado”, afirmó, añadiendo que su familia no lo entendía. “Fue entonces cuando comencé realmente a usar drogas, cuando estaba en las fuerzas armadas, y cuando salí sencillamente seguí haciéndolo. Al entrar, ni siquiera fumaba cigarrillos”.

El matrimonio de Clemmons se acabó y el se quedó en la calle, y su consumo de drogas y alcohol se acentuó. Dos veces lo remitieron a la Casa San Francisco. La segunda vez tuvo éxito en el programa.

“Logré conseguir ayuda”, dijo él. “Se trata de querer cambiar tu manera de vivir, tu manera de pensar, tu manera de actuar, y eso es lo que enseña este programa”.

Él ahora preside su agrupación de Cocainómanos Anónimos en 12 pasos que prosigue hasta llegar a ver un profesional de la salud mental. “Pasar por el programa me hizo saber que todo se podía arreglar, el problema que yo tenía. Tuve que aprender a entender esta enfermedad [de la adicción] que yo padecía, y a que no tenía que vivir en la calle. No tenía que vivir de la manera en que estaba viviendo. Este programa me dio una nueva oportunidad”.

“Descubrí que las drogas y el alcohol no eran realmente mi problema. Era mi manera de pensar”, añadió. “Yo había estado bebiendo y drogándome durante un montón de años. Esa era la manera en que resolvía mis problemas. Descubrí… que no tenía que hacer eso”.

Clemmons se casó de nuevo y volvió a vincularse con sus hijos y ha trabajado en la Casa San Francisco desde agosto de 2003.

“Finalmente, alcancé alguna paz y serenidad en mi vida, si bien alguna vez mi vida estuvo basada en el caos”, afirmó. “Es a través de este programa que aprendí todo esto”.

“Tuve que aprender a quererme”, subrayó Clemmons. “Tuve que aprender a querer a la gente otra vez”.

Como ujier de la Iglesia Bautista Misionera la Gran Macedonia [Greater Macedonia Missionary Baptist Church], en Little Rock, él le atribuye a su fe —incluidos los componentes espirituales de la Casa San Francisco y su grupo de 12 pasos— el haber contribuido a su éxito. Tuve que aprender “que Dios me ama todo el tiempo”, dijo. “Él me ampara constantemente en sus brazos, y yo simplemente rechazaba lo que Dios tenía para mí. De manera que hoy acepto esas cosas como son. Es como vivir la vida como debe ser. No tengo que actuar de la manera en que lo hacía.

“Sé que soy afortunado, y sé quién es el responsable —y no soy yo”, agregó. “Tuve que desaprender algunas cosas para convertirme en una persona mejor. Tuve que aprender que este mundo no gira a mi alrededor, y que otras personas son importantes… Si no hago algo para ayudar a alguien todos los días, estoy incumpliendo parte de mi programa”.

In English.

— Sharon Sheridan es corresponsal de ENS. Traducción de Vicente Echerri.